martes, 30 de enero de 2024

XXV. ME LO DICES O ME LO CUENTAS

 


Saludos, lectores y lectoras del mundo. Aquí tenéis otro ejercicio de microrrelatos por palabras. Para quien no conozca las pautas a seguir, las recordamos:  

- Elaborar un microrrelato de 180 palabras como máximo (sin contar las del título), en el que incluyamos diez términos, elegidos al azar por miembros del club. 

- Cuando la palabra elegida es un verbo (amar, verter, salir...), puede utilizarse en cualquier forma, tiempo o persona.

- Si la palabra elegida no especifica su función, podremos utilizar cualquiera de las que nos proponga la RAE para dicho término.

- Si el término elegido es un sustantivo o adjetivo podremos usar tanto el masculino como el femenino, y en singular o plural, según convenga. 

- No se debe utilizar una palabra cambiándole la función que debería desempeñar en el texto (el adjetivo "amable" no se puede sustituir por "amabilidad", porque entonces lo convertimos en sustantivo).

    Para este ejercicio los términos elegidos han sido: TATUAJE, CUENTO, QUEMADURA, COHERENCIA, SONDA, PELUCHE, INVENTAR, SUEÑO, FASTIDIO y COBALTO.

    Os animamos a practicar este ejercicio y nos encantaría que compartierais con nosotros el resultado. Si os apetece podréis verlo publicado justo debajo de estas líneas, junto a los nuestros, que os servirán como ejemplo. Que disfrutéis de la lectura.



Ramón

IMPASIBLE         

Eran los síntomas de exceso de cobalto, un fastidio;  se sentía extraño y no sabía qué le estaba ocurriendo; pensó que quizás fuera un cuento o un sueño vulgar sin coherencia que su cerebro acababa de inventar; pero no, todavía  veía la quemadura en el tatuaje de su piel y, tumbado en su cama, se vio como un peluche lanzado con fuerza al aire y quieto e impasible observó cómo las pilas derramaban la vida por la sonda de sus venas.

 

Laura Pérez Alférez

LA PROMESA    

Desvelada, con los ojos como platos mirando al techo, esperaba que el sueño la sacase de sus cavilaciones. "Te querré en la riqueza, en la pobreza, en la salud y en la enfermedad..." Intentaba memorizar los votos en voz alta y los sonidos le abrasaban la garganta, igual que la quemadura de una sonda. Las palabras le ardían en los labios, como si de la escarificación de un tatuaje se tratase.

La falta de coherencia de su suegra le producía un enorme fastidio, la buena mujer se inventaba el cuento de que el amor, si era auténtico, sería eterno, a pesar de que, según las estadísticas, al menos el cincuenta por ciento de los matrimonios acaban en divorcio.

Creyó oír voces, su osito de peluche azul cobalto parecía decirle que no se pusiera el vestido blanco y este, desde el perchero, soltó una carcajada.

Sin pensarlo dos veces escribió un mensaje: "No me caso, salgo ahora para el aeropuerto, el avión despega a las 8:00, si no vienes, me voy yo sola de luna de miel”.

 

Benet da Silva

MALDITA REALIDAD    

No, no fueron esos instantes de pasión que encendieron cada poro de nuestra piel. Y sí, sí creí tu cuento de princesa herida y, sin motivo, desheredada. Pero fue tu mirada la que quedó grabada cual tatuaje en mi corazón, esa que lanzaste en forma de sonda a las profundidades de la mía aquella tarde en la que el cielo pintaba en claro azul cobalto.

Hoy quisiera inventar un sueño, en él no seré el simple peluche que un día usaste de almohada, ni mi piel añorará la liviana  quemadura de tus caricias y, tal vez, aceptaré la maldita coherencia de la realidad; tú no estás y mi fastidio me impedirá, una noche más, soñar que no son las frías sábanas las que acarician mi desnudo cuerpo.

 

Monse Martínez Serrano

RESONANCIAS     

Apareció en mi consulta abrazada a un peluche y con una quemadura de segundo grado en el brazo. La sonda dejó al descubierto un tatuaje, el mismo que había aparecido en mi sueño la noche anterior. Mientras la curaba, confundido, le pregunté cómo se lo había hecho. Con poca coherencia me contó que, siendo niña, su madre la encerraba con fastidio en la habitación a oscuras. Asustada se abrazaba a Teddy y, mientras esperaba a que el castigo se acabara, se inventaba cuentos en silencio. Las lágrimas que acompañaban al relato destaparon emociones e imágenes de mi propia infancia. Volví a mirar su tatuaje azul cobalto: “un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas”.

 

Encarni Navas

CUENTO DE NOCHEBUENA   

El despertar de ese sueño fue el fastidio del dolor, una sonda conectada a su brazo y un mapa de quemaduras, profundas manchas que se extendían como tatuajes sobre la superficie de su piel. Aferrado a su peluche azul cobalto, decidió inventar cuentos con cada una de sus formas para no perder la coherencia que aún le quedaba y seguir viviendo.

 

Lidia Molina Zorrilla

COMPAÑERAS    

De mi uniforme azul cobalto, que deja ver mi último tatuaje, viaja mi mirada a la sonda, luego a las quemaduras de su brazo y de ahí al cabecero de la cama donde cuelga un peluche rosa, “a mi hija le encantaría” le digo a mi paciente tratando de distraerla del fastidio de pasar la Nochebuena en el hospital. Me sonríe y le respondo con mi mejor sonrisa mientras me trago unas lágrimas al pensar que mi marido estará ahora mismo inventado un cuento con bastante poca coherencia por la falta de sueño. Me despido, nos felicitamos las fiestas y salgo de la habitación. Me siento afortunada porque a las ocho yo me voy, pero sobretodo porque sé que, aunque ella se queda, se queda en las mejores manos.

 

Dori Calderón Ramos

NOCHEBUENA     

Resultó un fastidio que la chica del tatuaje viniese a cenar con mi hijo, no tenía coherencia. ¡Eran tan diferentes!

Al abuelo se le movía la sonda de la nariz cada vez que sorbía un poco de sopa y se me había olvidado en casa el cuento y el peluche que compré para la bebé, inventaría cualquier excusa y se los regalaría en reyes.

Estaba enojada con mi marido desde que decidió romper mi sueño de viajar a Londres en Navidad por cenar con la familia y, para colmo, tuve que repartir el pavo, pues la boba de mi cuñada se hizo una quemadura cocinando.

Pero tendría mi recompensa cuando mi marido me regalase la maravillosa sortija color cobalto que descubrí guardada en su chaqueta.

A la hora de los regalos recibí de mi esposo un horrible bolso... ¿Y la sortija?

 

Ulla Ramírez

EL PELUCHE

Juro que si algún día me tropiezo por la calle con aquel monstruo de las galletas no cambiaré de acera. Maldito peluche color azul cobalto, que entraba en el colegio como Pedro por su casa con permiso de la madre superiora. El mote le venía grande, pero nos servía para hablar en clave.
¡Maldito jardinero del mono azul! No solo podaba árboles.
María, Isabel y Adela: adolescentes interruptas por aquellos abusos a quemarropa; tatuajes indelebles, quemaduras vivas en el alma.
Por eso estoy aquí y lo veo todo azul; un fastidio.
Lanzamos globos sonda, emitimos señales de humo y gritos de socorro. “Inventos de niñas locas” nos decían. “Dios os castigará por levantar falso testimonio”. Luego, pasó lo de Isabel, que se cortó las venas. Y por fin lo denunciamos. “Ni en vuestros sueños me encerraréis” decía él con descaro cuando salió del juzgado, libre como las fieras.
Pero esto no es un cuento y acabará mal. Por pura coherencia: la mía. Si algún día salgo de aquí, juro que lo mataré. Y seré inocente porque estoy loca y lo veo todo azul.

 

José Antº Ortega Cuadra

UN PEQUEÑO DESASTRE    

Hubiera deseado que fuera un sueño, tal vez un mal cuento, pero no fue así.

Esos recuerdos, después de todos estos años, le resultaban un fastidio cada vez que se miraba el tatuaje de su brazo. Por suerte, tapaba gran parte de la quemadura, causada por aquel estúpido incendio en la mina abandonada de cobalto.

Sí, fue una estupidez. A quién se le ocurre intentar matar una araña estampando la linterna de petróleo contra la abrupta pared de la cueva. La coherencia en ese acto brilló por su ausencia.

Intentó inventar alguna excusa en el hospital, pero al parecer, antes de desmayarse por el fuerte dolor, contó lo sucedido al médico de la ambulancia, recordándolo al despertarse. Pudo darse cuenta, no solo de lo estúpido que se sentía, sino también de que le habían puesto una sonda y, en la almohada, un pequeño peluche con una tarjeta que decía: "Siempre serás nuestro pequeño desastre".

 

Rafa Núñez Rodríguez

FACHADAS   

Los barrotes de las rejas se parecen a una piel que se despelleja por el sol, cáscaras de color cobalto van dejando paso a la coherencia del óxido atemporal. Una fachada, una ventana, una reja y, justo enfrente, una papelera en la que asoma un peluche sin botones en la mirada.

Noto con fastidio la sonda en el brazo, cada mínimo movimiento es un pequeño infierno envuelto en quemaduras, tatuajes que tiñen de sinrazón parte de mi cuerpo. Le parpadeo a la enfermera, aumenta la dosis y el dolor deja paso a un sueño en el que, cada noche, vuelves a inventar un cuento para mí. Uno en el que los barrotes siguen siendo verdes y tú sonríes antes de que el viento traiga el sonido de la muerte, de la nuestra, siempre es la nuestra.

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