Hola, amigos y amigas de la palabra.
En esta ocasión traemos el ejercicio sobre escribir un microrrelato o poema basándonos en las emociones que nos transmita una imagen. La foto en cuestión nos la ha enviado un lector. Puede ser una buena idea para que interactuéis con nosotros
Los textos no deben sobrepasar las 180 palabras sin contar el título.
Esperamos que disfrutéis la lectura y que os animéis a mandarnos vuestras creaciones.
Lidia Molina Zorrilla
EN EL MOMENTO EXACTO
No es mucho el tiempo que pasa desde que empiezan a aparecer las primeras flores, y cada día observo los almendros con ansias de verlos completos, hasta que, de pronto, me doy cuenta de que el blanco deja paso al verde. En cada viaje de vuelta del trabajo me obsesiona ese escrutinio; en el de ida es imposible, llegando siempre de noche aún. Pienso "no todas las personas se obsesionan con el ritmo de florecimiento de los almendros como yo" y, de repente, me niego a que sea por casualidad, me cruzo con un club de lectura que me anima a escribir sobre las emociones que me genera una foto. Y ¿qué encuentro? Un almendro que conozco bien, conozco la serenidad, la calma y la paz que me transmite y la foto me lleva a mis paseos matinales llenos de pensamientos en desorden. Y me vuelve el agobio, así que, llegando a las 180 palabras, me preparo para salir a andar y comprobar que el paisaje va cambiando y hace frío, de ese que aquí pensamos que es de verdad.
Gema Frías Luque
PASEO AMARGO
Era finales del verano y, cada tarde, mi madre me duchaba, me vestía de limpio y me mandaba a pasear con la fresca.
Durante el paseo, acompañada de mis primos paternos, recogíamos moras silvestres, acechábamos algunos árboles frutales a la par que rebuscábamos alguna nuez olvidada de entre las hojas.
Cada día, mi madre nos daba un encargo, “si llegáis hasta los almendros del tito Luis, recoged algunas almendras, que mañana os voy a hacer un ajoblanco”. A la vuelta veníamos con los bolsillos llenos, orgullosos de haber hecho bien el encargo.
Al día siguiente, acabada la faena culinaria, mi madre, animada, probó el ajoblanco, escupiendo con sorpresa aquel sorbo. Ya sabía ella que no habíamos ido a la finca del tito Luis, puesto que las almendras eran amargas.
Lourdes Sánchez Jiménez
ALMENDRO EN FLOR
Tu belleza y elegancia me provoca tranquilidad, calma, serenidad y armonía.
Tus ramas me dan la mano y me llevan a pasear con mis seres queridos al más allá, respirando profundamente tu aroma amielado. Siento cómo me reencarno en la mariposa que vuela a tu alrededor, poso mis patitas a tus pies y levanto mi mirada para ver tu majestuosidad, mientras leo D.E.P.
Dori Calderón Ramos
MIENTRAS DORMÍA
La fiebre no cedía tras varios días haciendo sudar a la niña, su madre no dormía desde que aquella odisea de salpullido rojo, alta temperatura y congestión se apoderaron del pequeño cuerpo. Gripe y sarampión diagnosticó el doctor.
La preocupación de la mujer no tenía descanso, pues la niña dormía demasiado, apenas comía y hasta hubo algún delirio en el cenit de su fiebre, solo se retiraba de su lado cuando despertaba y sonreía, entonces aprovechaba para hacer las tareas mientras la abuela se sentaba en la cama al lado de la pequeña y le ofrecía un cuento, entonces la niña sonreía y escuchaba la voz de su abuela que la hacía soñar en el país de la fantasía.
Mientras llegaba la mejoría arribó febrero, la lluvia dio una tregua y, una tarde de sol, la chiquilla salió a la terraza.
Un inmenso mar blanco la esperaba frente a la casa y de su garganta salió una dulce exclamación mientras sonreía a los almendros que florecieron mientras ella dormía.
José A. Ortega Cuadra
LA FLOR DEL ALMENDRO
Llega la tarde e infinitos pétalos
tiñen de blanco y rosa
las laderas de los montes.
Aún lejos de mi tierra,
añoro la hermosura de su flora,
de fragancia embriagadora,
recuerdan a tus besos, por su aroma.
Solo tu belleza consigue eclipsar
la floración del almendro,
tal vez efímera,
pero siempre perenne en mi recuerdo.
Atardeceres cargados de nostalgia.
Atardeceres eternos a tu lado,
por siempre, ojalá cubiertos
por el manto de la flor del almendro.
Rafa Núñez Rodríguez
ALMENDRO
Atalaya del secano,
con cuerpo enjuto,
piel reseca
y mirada centenaria.
Todo cambia al llegar la primavera,
te vistes de pureza
y gotitas de corazón,
pintas lunares en los montes lejanos,
y reflejos hermosos en las miradas cercanas.
Y la vida te lo agradece
preñando tus flores,
esas que nosotros ansiamos besar,
esas que tanto placer nos devolverán.
Mª Jesús Campos Escalona
SIN PRETENSIONES
Y ahí estamos tú y yo, correteando entre las amapolas y las vinagreras. El campo está cuajado de ellas y los almendros en flor nos dan los buenos días con su agradable olor a primavera.
Tú recoges hinojos, llevas ya un buen manojo en tu regazo. Mientras, yo resbalo una y otra vez con el rocío de la mañana. Te ríes con ganas cuando me ves toda ofuscada intentando mantenerme en pie. Te acercas, me das la mano y juntas nos dirigimos a cobijarnos bajo la belleza del almendro. Allí, compartes conmigo tus hinojos y juntas, idealizamos un futuro más justo y solidario, rebosante de magia y visto a través del prisma de los ojos de dos niñas.
Más tarde, bajamos agarradas de la mano. Tú, te acercas toda contenta a la casa de nuestra abuela para ofrecerle el trabajo de la mañana. Mientras yo, voy corriendo hacia mi casa, alzando el ramillete de hierbas, y exclamo como si de un gran tesoro se tratara:
—¡Mira, mamá!
Laura Pérez Alférez
EL ALMENDRO DEL PARQUE
Gente gris que camina deprisa, embutida en sus abrigos caros, ignora a la mujer que les mira aferrada a sus bolsas rajadas y mugrientas, mientras estruja unas gotas del envase de cartón para calentarse el estómago y el alma.
La gente acelera el paso. En el banco de enfrente, un hombre intenta robar unos pétalos al aire. Ella recoge una flor del suelo y, presumida, se la coloca en el pelo.
Cae la tarde, ya nadie atraviesa el parque. El hombre le guiña un ojo y le señala el almendro florecido.
Después de varias horas sentados cada uno en su banco, se cobijan entre cartones en el hueco del árbol. Enredados entre las raíces deformadas, comparten el líquido agrio y el escaso calor que les queda, uniéndose en una danza violenta y fugaz dos cuerpos doloridos, hasta que les vence el sueño y el sopor del alcohol.
Benet da Silva
HISTORIA DE UN PERENNE AMOR
Aún sentía el frío que dejó en sus adentros aquel veintiuno julio, cuando se fue. No era la primera vez. Así mismo, era consciente de que no sería la última, pero su ausencia provocó que tanto el otoño como el invierno fueran para él, además de lánguidos y fríos, seis meses de inacabable soledad. Descuidó su apariencia, notaba que la gente, al mirarlo, se compadecía de él. Su figura era enclenque, casi tétrica.
No obstante, sentía su sangre avivarse de nuevo mientras comenzaba a vestir su torso con una elegante camisa verde en la cual, su amada, pintaría rosados lunares una vez más. Pensó:
—¡La primavera al fin regresa y, con ella, vuelvo a la vida!
Cande Molina Mostazo
EL ALMENDRO EN FLOR
Ella se desenrosca su trenza del moño y la deja caer, sale a la puerta y saca agua del cántaro en la palangana de porcelana. Coge el trozo de jabón y se lava la cara. Mientras coge la toalla de lino y se va secando, el almendro del jardín ha amanecido lleno de flores. Sonríe mirando al horizonte, el cielo está intensamente azul, la mañana está fresca, pero los primeros rayos de sol vienen fuertes y dorados.
Coloca la mesa bajo las ramas del almendro, entra en casa y prende la lumbre. La cafetera suena. Lleva los tazones de café a la mesa, su marido la llama:
—¡Candelaria!
Y ella le dice: —¡estoy aquí, en el almendro!
***
Nació una mañana gélida y clara, de esas de aurora luminosa y tono rosado, de viento sereno, y de cielo intenso azul. Fue un parto difícil, la comadrona, exhausta, colocó la niña en el pecho de su madre y, tras un silencio aterrador, la criatura rompió a llorar. Una mezcla de sensaciones y sentimientos invadieron la habitación. Dolorida, y sin apenas poder moverse, la madre empezó a amamantar al bebé mientras miraba por la ventana, y vio que los almendros también habían florecido. Sus vistosas flores blancas y rosadas fueron la más maravillosa toquilla para la recién nacida, que cumplirá años a la vez que los almendros en flor, y serán sus mejores compañeros de juegos y vigilantes de sus sueños y sus despertares.
Encarni Navas
ALMENDRAS Y OLIVOS
Estás preciosa esta mañana. Radiante con tu
manto de flores, corona brillante. Cada día más
bella, perdona que entonces nada dijera, no por
descuido o desidia, sólo tenía ojos, alma, para
descifrar tus formas, la voluptuosidad de tus
curvas, la alegría de tus brotes, minúsculas,
elípticas hojas, promesa de maduras frutas
futuras, sabrosas.
Vestidos con desnudez de semillas, nuestra
savia enamorada, decidí repoblar el mundo con
la hermosura de tu almendra, única en su
especie, plantarte miles, millones de veces
entre campos y abejas.
Fundidos en la blanca nieve que te recordaban
copas, vimos pasar años, cada uno floreciendo
nuestras ramas en ramos y en rejas.
¡Cuánto hace de aquello, no queda memoria!,
solo espejismos olvidados, pero sí nuestro
legado, la parte de historia en la que deseamos
plantarnos para permanecer unidos, uno a cada
lado.
Aquí me tienes guardián, protector de tu
blancura, tronco retorcido, mis arrugas más
arrugadas, las hojas lanceoladas, atento al
espectáculo que cada enero ofreces,
completamente redivivo, recordándome que, en
nuestro invierno de temperaturas extremas, aún
existe el milagro de la primavera.
Mª Carmen Jiménez Aragón
LA INOCENCIA DEL ALMENDRO
Allí, junto a las piedras del camino, se derrumbó, y la fortaleza que la había mantenido erguida se licuó a través de sus almendrados ojos. En los últimos años había llorado mucho, pero esas lágrimas no le explicaban por qué eran tan cruel con ella, por qué sus compañeros la humillaban. Lo que sí tenía claro era que no aguantaba más, huiría. Ya le daba igual la desesperación de su madre, la impotencia de su padre, el abrazo de consuelo de Clara… Nada era suficiente. Miró a su alrededor, solo verdes olivos de ojos negros la observaban. Y, acariciando sus inocentes muñecas con el acero, se dejó caer junto a las rocas.
Semanas después, el maestro explicaba en clase que la flor del almendro simboliza la inocencia, que si ya era inusual que floreciera en otoño, más inexplicable era ver uno donde hace unos días solo había olivos y piedras.
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