viernes, 13 de octubre de 2023

XXIII. ME LO DICES O ME LO CUENTAS


    Saludos, lectores y lectoras del mundo. Aquí tenéis otro ejercicio de microrrelatos por palabras. Para quien no conozca las pautas a seguir, las recordamos: se trata de elaborar un microrrelato de 180 palabras como máximo (sin contar las del título), en el que incluyamos diez términos, elegidos al azar por miembros del club.

    Dependiendo de la función que desempeñe cada término deberemos tener en cuenta las siguientes objeciones: los verbos pueden utilizarse en cualquier tiempo y persona, incluso en sus formas no personales; los sustantivos y adjetivos pueden usarse tanto en masculino como en femenino, y en singular o plural, según convenga; lo que no se debe hacer es utilizar una palabra cambiándole la función de debería desempeñar en el texto (el adjetivo "amable" no se puede sustituir por "amabilidad", porque entonces lo convertimos en sustantivo); igualmente no se puede utilizar "amado" cuando la palabra a incluir es "amar", deberíamos poner, en todo caso, "había amado" (tiempo verbal).

    Para este ejercicio los términos elegidos han sido: MAREA, CARICIA, ARRUGAR, ALIENTO, IDILIO, GRANIZO, LIBERTAD, PLEAMAR, BARLOVENTO y ROMPER.

    Os animamos a practicar este ejercicio y nos encantaría que compartierais con nosotros el resultado. Si os apetece podréis verlo publicado justo debajo de estas líneas, junto a los nuestros, que os servirán como ejemplo. Que disfrutéis de la lectura.

Rafa Núñez Rodríguez
LLOVIÉNDONOS
Comenzó a llover, no fue por ti ni tampoco por mí, fue por nosotros. Unas gotas que empezaron como una caricia en el rostro; a ti te hacían arrugar la frente, a mí me calaban sin compasión.
     Siguió una marea que nació en las nubes y fue bailando al son de su caída. Abrimos los brazos, nos dejamos atravesar por dudas, por el helado silencio. Tus grisáceos labios temblaban. Hasta el aliento que te besaba sentía tu frío. Entonces llegaron los granizos, esos cayeron sobre mí, intentando romper mi cordura. Nuestras manos se separaron, nuestro idilio había visto pasar la pleamar y ahora la lluvia quería borrarlo todo, darte la libertad que ansiabas, la que yo no entendía.
   Me giré para darte la espalda, por barlovento comenzó a abofetearme un enfadado terral que secó mis lagrimales de restos de granizo. Me volví, ya no estabas. Fueron las mayores inundaciones que nacieron de mí.
    Pasa el tiempo y no deja de llover, aunque, cada día, un poco menos.

Laura Pérez Alférez
DESAMOR A BARLOVENTO
    Estaba delante de la inmensidad del mar y las olas chocaban contra sus pies. La caricia del vaivén de las olas le traía recuerdos de un adiós que  rompió su mundo y le arrugó el alma.
    Tenía el corazón triste y una sensación rara en el estómago. Aquel olor a sal, a aire limpio, le hizo visualizar una sucesión de imágenes en blanco y negro de un idilio fallido.
    Hoy, esperando la pleamar, a barlovento, la marea fría como el granizo le susurraba alientos de sirena, instándola a alcanzar la ansiada libertad que le faltaba.
    Con una angustia enorme decidió echar a andar y, sin saber cómo, acabó en medio de un mar bravo donde las olas rompían fuerte. Ese golpe le hizo abrazar con ganas la vida.

Benet da Silva
¿RECUERDAS?
    ¿Recuerdas? Fue la pleamar la que, con una suave caricia de ola, bautizó nuestro idilio un atardecer. La marea subía y, al unísono, la pasión de nuestros labios incendiaba nuestros cuerpos hasta romper todo vestigio de pudor o prejuicio, dando libertad a nuestras manos. El deseo nos robaba el aliento.
    ¿Recuerdas? Fue una noche. Las palabras sonaban igual que suena el granizo cuando choca con un cristal. Por barlovento nos atacaban las olas que arrugaban la piel de nuestros pies enfriando el deseo y de nuestros labios solo brotó un lánguido adiós…

Cande Molina Mostazo
25 DE NOVIEMBRE 
    Arrugó y rompió la carta. Justo en ese momento empezó la tormenta y el granizo caía sobre los minúsculos trozos del falso  papel. Entonces, por barlovento se fueron las caricias, los golpes, las humillaciones, las  promesas, los recuerdos y el dolor. Una lágrima rodó por su mejilla, mientras la marea seguía subiendo, a ella parecía darle igual. Su idilio de amor se había desvanecido con aquellas palabras llenas de golpes y su corazón se quedó sin aliento, solo quería dejar de respirar. Su libertad comenzó cuando la pleamar la llenó de paz y felicidad.

Encarni Navas
TESTAMENTO
    El suyo fue un idilio perfecto. Desde que, con cinco años, sintió la caricia, el aliento, el sonido, no tuvo más amor que el mar. Desde ese momento supo que sería pescador y lo sería surcando las olas sobre la "Santa María", la barca de su padre.
    Ahora, cuando el paso del tiempo arruga ya su rostro curtido por miles de faenas bajo el inclemente sol, la lluvia o el granizo y presiente que su final está cerca, no se resiste a perder esta sensación de libertad.
    —Que no me entierren —dice—, no quiero estar encerrado entre cuatro tablas. Es mi deseo que me coloquen sobre mi barca, a barlovento y, aprovechando la pleamar, la dirijan mar adentro para que sean las mareas, la sal, las corrientes, la luna y el sol los que rompan las maderas y mi cuerpo, y volver así al seno de mi madre: la mar.


Mª Carmen Jiménez Aragón
DESTINO FORZADO
    Arrugando las últimas palabras que escribiera, arrojó el papel a la arena y se encaminó hacia la orilla. Dejó que la marea humedeciera sus pies con una fría caricia tan helada como el granizo. Su negra piel se erizó rompiendo la monótona suavidad pueril y tuvo la certeza de que jamás aquel señor que eligieran sus padres la haría sentir tanta paz como el idilio que la pleamar le ofrecía en ese momento. Avanzó, se colocó a barlovento y, cogiendo el último aliento, respiró su eterna libertad.

Lidia Molina Zorrilla
EL CRISTO DE LA BANDA VERDE
    Se revolucionó la aldea marinera a la hora de la pleamar al conocer la triste noticia: su Cristo faltaba de la ermita.
    Cerraron con llave y se dispusieron a encontrarlo. Esa noche, por barlovento, se acercaba amenazante una tormenta que dejó sin faenar a los hombres. Pero un barco que no era de los suyos luchaba contra la marea embravecida en una cortina de granizo que rompía las velas. Cuando ya pensaban que ese sería su último aliento y el idilio entre ellos y el mar llegaba a su fin arrebatándoles su libertad, vieron flotando la figura de un hombre con una banda verde a la cintura. Los cinco hombres comentaron lo mismo. Una calma les invadió ante la presencia de la imagen, como la caricia de una madre que te hace sentir que todo irá bien.
    A la mañana siguiente los aldeanos arrugaban su frente al oír aquella historia. Llevaron a aquellos hombres a la ermita cerrada durante toda la noche y allí encontraron al Cristo, mojado de agua salada y algas en sus pies.
*Basado en una leyenda popular de Almáchar.

Dori Calderón Ramos
VERSOS EN LA PLEAMAR
    Sentada en la vieja barca de cara a barlovento, esperaba que la pleamar cediese para buscar la botella que, cada primero de mes, alguien le dejaba en aquella playa despertando sus ansias de libertad.
    La marea comenzó a bajar y buscó la caricia del agua en sus pies, con el ansia de las anheladas poesías que la dejaban sin aliento. ¿Qué pasaría si su marido la descubriese?
    Ella quería romper su idilio con aquel desconocido, pero deseaba  aquellos versos que llegaban puntualmente.
    Sus pies ya se arrugaban cuando oyó el primer trueno, un fuerte granizo comenzó a caer y, al girarse, encontró la ansiada botella junto a la barca. Corrió y la guardó bajo su abrigo huyendo para guarecerse.
    Mientras, su marido la observaba tras las rocas, pensando que, quizás, esta vez escondió demasiado la botella.

Maite de la Cámara
JUEGO DE DIOSES
    La luna llena jugaba con la marea mientras las olas rompían suavemente, como caricias en la arena.
    Eolo quiso terminar con ese idilio y, con su aliento, hizo bailar las nubes a barlovento. Danzaron y danzaron hasta chocar y estallar en una tormenta de granizos. La pleamar subió en total libertad hasta arrugar el horizonte. Poseidón se unió a la fiesta, el cielo rugía, los truenos eran la música de fondo.
    Pero poco a poco regresó la calma. Apenas percibida, se escuchaba una nana que cantaba la luna. Morfeo aparecía por el cielo despejado llevándose en brazos a Eolo y a Poseidón.

AL OTRO LADO DEL MAR
    Rashida y Bomani eligieron una noche de luna llena para salir de Fadiouth. Aprovecharon la marea baja para iniciar su viaje en el cayuco que se llevó todos sus ahorros. Ellos mantenían un idilio prohibido que sus familias querían romper por una enemistad que venía de tiempos remotos.
    El cayuco navegó hasta alta mar, cada vez estaban más cerca de encontrar esa libertad tan anhelada. 
    De repente, la noche quedó completamente oscura, a barlovento el cielo rugía y una tormenta de granizos comenzó a caer sobre ellos. se acurrucaron cubriéndose con un plástico mientras, a la deriva, se iban llenado de agua.
    Al cabo de una hora, amaneció y volvió la calma, la brisa era una caricia. Ateridos, arrugando los ojos, miraron al horizonte. En silencio, sin decir nada, casi sin aliento, se abrazaron y sonrieron: .abían llegado a la costa canaria.


Ulla Ramírez
EL MARINO
    Con la pleamar de la marea, arreciando a barlovento y al mando de las máquinas del Orión, Enrique Robles no se arrugó aquel 7 de julio de 1902 cuando el capitán le ordenó volver al puerto de Almería, donde la carga del Mayfield era pasto de las llamas.
    La maniobra de acercamiento fue complicada, pero Enrique era un maquinista experto. De inmediato alumbraron al Mayfield y colocaron la bomba para anegar la estancia donde ardían más de ochocientas toneladas de esparto. Una fuerte tormenta, que descargó granizo de tamaño nunca visto, ayudó a sofocar el fuego, aunque rompió algún material.
    Dos días después, desde la playa de Benajarafe, algún pescador divisaría la figura de Enrique en la atalaya de Torre Moya renovando su idilio con el cielo y la tierra que le vieron nacer. Allí, tomaba aliento y recordaba aquella conversación con su padre, el viejo torrero.
    —Toda esta tierra abandonada por el mar, hijo, algún día será tuya.
    —No es la tierra lo que deseo, padre, sino la libertad del mar, la brava caricia de sus olas.

*Inspirado en hechos reales.

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