Sin más, aquí os ponemos cuales son esos términos: PLEITA, GAVETA, CELAJE, MARIDAJE, OBTUSO, HEDONISMO, RÚCULA y ZÁNGANO. Esperamos que os agraden nuestras historias.
Mª Carmen Jiménez Aragón
ESCUCHANDO A MI YO INTERIOR
El momento que estaba disfrutando era irreemplazable. Me había propuesto buscar el sentido más puro del hedonismo a mi vida, y allí estaba yo, disfrutando del celaje parisino, bajo un sombrero de pleita griega y degustando el excelente maridaje entre rúcula turca, nueces americanas y queso holandés, frente a la Torre Eifield.
Dos semanas después de mi partida aún me pregunto si el obtuso de mi jefe habrá encontrado el ‘ME VOY’ que le deje en la gaveta. El muy zángano es capaz de no haberlo visto sin la inestimable ayuda de su, ahora relajada, secretaria.
Gema Frías Luque
FINAL FELÍZ
Fueron días muy obtusos, todos los informes de aquel extraño caso, los guardé en la gaveta del salón, quería que desaparecieran, pero no estaba dispuesto a correr riesgos. No sabía explicar, como detective, toda la patraña que había vivido durante aquellos largos meses. El sujeto pretendía dar la apariencia de un perfecto zángano jugando al hedonismo más exagerado. Cada día seguía sus pasos y descubría nuevas desgracias que hacían peligrar mi vida por momentos.
Viví tantas calamidades junto a aquel mafioso que decidí ocultar mi pasado recogiendo rúcula fresca y preparando el mejor queso del mundo. Nunca pensé que me sería de gran utilidad aquella pleita que heredé de mi abuelo. Necesitaba por fin una vida sencilla y cómoda, volver a sentir los olores y sabores de mi niñez. El maridaje perfecto. Fue en aquel momento cuando descubrí el perfecto celaje en cada atardecer.
Dori Calderón Ramos
VIEJAS RECETAS
Desde que abrí la gaveta del viejo escritorio y encontré aquel cuaderno gastado por los años junto al obtuso lápiz, supe que había encontrado lo que busqué durante tanto tiempo.
Probé mil maridajes de productos para encontrar la receta exacta, pregunté a la familia por si alguien guardaba aquel rico secreto, pero todos tuvieron la actitud del zángano, comieron y disfrutaron mientras les sirvieron el plato, pero nadie guardo la receta de la abuela.
Alguno aprendió a hacer su queso con la vieja pleita que aún cuelga en la cocina, pero nadie aprendió sus ricas recetas, y yo, con mi actitud de hedonismo cada día más perseverante, sabía que no pararía hasta conseguir el placer de volver a saborear aquella exquisita receta de pasta.
Por el celaje del techo coló un rayo de Sol que iluminó la página donde estaban escritos los ingredientes, y claro, siempre me faltó la rúcula.
Rafa Núñez Rodríguez
SECRETOS
El viento helador rasca la noche, busca los secretos de las voces estrelladas.
El mío es muy simple, dejo de ser ese zángano que intenta cumplir con el maridaje de las obligaciones y las necesidades diarias.
Cuando todos duermen, me encierro en mi pequeño mundo, un escritorio y un flexo triste. Abro la gaveta y saco mis papeles, varios lápices, y sonrío. Es mi momento de puro hedonismo, me siento cual queso al que le acaban de quitar la pleita, soy libre, libre en el reflejo de las palabras. Cojo el lápiz y continuó...
"Pequeñas rúculas nacen de sus musgosos ojos, ya no reflejan el celaje que camina sobre el cielo eterno. Un obtuso destino que hace que sus dedos acaricien la eternidad de la tierra...”
Mª Jesús Campos Escalona
CAMBIO DE RUMBO
Pongo los pies sobre la estera de pleita, es una sensación nueva para mí. Abro la gaveta del escritorio y encuentro una nota: "volveré tarde".
Mi primer día en el caserío y lo pasaré sola. Me voy a la cocina y aplaco el apetito con un buen maridaje de embutidos caseros y un poco de vino dulce. El zángano de Zacarías viene a saludarme, me lame y se tumba al lado de la chimenea.
Salgo a la calle y contemplo el celaje que destiñe el cielo. El frío me azota la cara cuando me dispongo a pasear. El obtuso paisaje me hace perder el sentido del tiempo, o quizás soy yo, que me dejo perder en la tentación del más placentero hedonismo.
Veo el huerto, rúcula, tomillo, cebollas.... y, por primera vez en mucho tiempo, me siento libre.
Laura Pérez Alférez
RETORNO
Amanecía, desde la ventanilla del tren vio alejarse los grandes edificios nevados de la ciudad, una gruesa capa de escarcha relucía sobre los campos con los primeros rayos de sol asomando, tímidos, entre las nubes.
Obtuso, contempló el paisaje, tan cambiante, aquel terreno inhóspito daba paso a extensas llanuras baldías, convertidas en amplios campos sembrados.
Le siguió un paisaje cubierto de viñedos desnudos, dormidos, esperando el verano para vestirse con un maridaje de verdes rúcula y dorados.
Bajo un celaje de nubes, en el horizonte, aparecieron los olivares, árboles centenarios que corrían en pos del tren. El zumbido de sus pensamientos, cual zángano, hacía surgir recuerdos guardados en la gaveta de su memoria, faltaba poco para llegar a su destino.
Divisó las casas blancas del pueblo, su hedonismo innato rememoró a su abuelo sentado bajo la acacia, hábil artesano de la pleita, trenzando el esparto.
Había regresado a su hogar.
Cande Molina Mostazo
EL ALIÑO DE LA RÚCULA
María despertó mi entusiasmo dormido, me enamoraba con su preciosa sonrisa, me encantaba su forma de ver la vida a través del hedonismo, formábamos un maridaje perfecto, pero me sentía desubicado y perdido. Yo estaba felizmente casado.
Le conté a mi padre lo que me estaba ocurriendo, él me escuchaba mientras hacía su pleita de esparto. Hijo mío, las rutinas no nos dejan ver los celajes que tenemos en nuestro trocito de cielo, sólo tienes que encontrar el aliño perfecto para suavizar el sabor de la rúcula.
Llegué a casa todo obtuso y le pregunté a mi esposa:
-¿Aún sigues enamorada de mí?
Ella abrió la gaveta de la mesa y saco un bote casi vacío, fijo sus ojos llenos de amor en los míos y me dijo:
-Ya no me traes miel, ahora eres como el zángano de las colmenas, pero aun así llenas mis días de placer.
Montse Martínez Serrano
ALAS EN LOS PIES
-Mamá, ¿qué es un ángulo obtuso? -gritó Joaquín desde la salita de estar mientras jugaba con los botones que su madre guardaba en la gaveta de la máquina de coser.
La respuesta no llegó y el niño, por puro hedonismo, se subió al escritorio, descorrió las cortinas y se puso a mirar el celaje de las nubes. Un maridaje de rojos, azules, violetas y rosados entretejían el cielo y Joaquín se imaginaba surcándolo en su patinete cuán zángano buscando la reina de la colmena.
-Rubio, ayúdame a preparar la cena, por favor -voceó su madre mientras guardaba la pleita de esparto con la que estaba tejiendo una cesta para la recolecta de setas. Ojalá a Joaquín le gustasen los ángulos tanto como el campo, pensó.
-¿Otra vez rúcula, mamá? – protestó Joaquín cuando llegó a la cocina. Tenía el cuaderno de mates en las manos y toda la página coloreada de ángulos obtusos labrando el atardecer.