martes, 19 de enero de 2021

I. DEJA QUE TE CUENTE...


Estamos de vuelta con un nuevo ejercicio lingüístico y literario. Nos centramos de nuevo en el reto de crear un microrrelato, no superior a 150 palabras, en el que podamos incluir los términos que cada miembro del club de lectura propone. Conciso y coherente deben ser las características primordiales a tener en cuenta para poder elaborar el texto, y a la vez , conseguir un argumento que atrape vuestra atención. La magia surge cuando la diversidad de temas y enfoques que conseguimos explota ante nuestros ojos, aunque nos veamos tan acotados por la limitación de palabras y la obligación de utilizar los mismos términos clave.

Sin más, aquí os ponemos cuales son esos términos:  PLEITA, GAVETA, CELAJE, MARIDAJE, OBTUSO, HEDONISMO, RÚCULA y ZÁNGANO. Esperamos que os agraden nuestras historias.

Mª Carmen Jiménez Aragón  

ESCUCHANDO A MI YO INTERIOR

El momento que estaba disfrutando era irreemplazable. Me había propuesto buscar el sentido más puro del hedonismo a mi vida, y allí estaba yo, disfrutando del celaje parisino, bajo un sombrero de pleita griega y degustando el excelente maridaje entre rúcula turca, nueces americanas y queso holandés, frente a la Torre Eifield.

Dos semanas después de mi partida aún me pregunto si el obtuso de mi jefe habrá encontrado el ‘ME VOY’ que le deje en la gaveta. El muy zángano es capaz de no haberlo visto sin la inestimable ayuda de su, ahora relajada, secretaria.

 

Gema Frías Luque

FINAL FELÍZ

Fueron días muy obtusos, todos los informes de aquel extraño caso, los guardé en la gaveta del salón, quería que desaparecieran, pero no estaba dispuesto a correr riesgos. No sabía explicar, como detective, toda la patraña que había vivido  durante aquellos largos meses. El sujeto pretendía dar la apariencia de un perfecto zángano jugando al hedonismo más exagerado. Cada día seguía sus pasos y descubría nuevas desgracias que hacían peligrar mi vida por momentos.

Viví tantas calamidades junto a aquel mafioso que decidí ocultar mi pasado recogiendo rúcula fresca y preparando el mejor queso del mundo. Nunca pensé que me sería de gran utilidad aquella pleita que heredé de mi abuelo. Necesitaba por fin una vida sencilla y cómoda, volver a sentir los olores y sabores de mi niñez. El maridaje perfecto. Fue en aquel momento cuando descubrí el perfecto celaje en cada atardecer.

 

Dori Calderón Ramos

VIEJAS RECETAS

Desde que abrí la gaveta del viejo escritorio y encontré aquel cuaderno gastado por los años junto al obtuso lápiz, supe que había encontrado lo que busqué durante tanto tiempo.

Probé mil maridajes de productos para encontrar la receta exacta, pregunté a la familia por si alguien guardaba aquel rico secreto, pero todos tuvieron la actitud del zángano, comieron y disfrutaron mientras les sirvieron el plato, pero nadie guardo la receta de la abuela.

Alguno aprendió a hacer su queso con la vieja pleita que aún cuelga en la cocina, pero nadie aprendió sus ricas recetas, y yo, con mi actitud de hedonismo cada día más perseverante, sabía que no pararía hasta conseguir el placer de volver a saborear aquella exquisita receta de pasta.

Por el celaje del techo coló un rayo de Sol que iluminó la página donde estaban escritos los ingredientes, y claro,  siempre me faltó la rúcula.

 

Rafa Núñez Rodríguez

SECRETOS

El viento helador rasca la noche, busca los secretos de las voces estrelladas.

El mío es muy simple, dejo de ser ese zángano que intenta cumplir con el maridaje de las obligaciones y las necesidades diarias.

Cuando todos duermen, me encierro en mi pequeño mundo, un escritorio y un flexo triste. Abro la gaveta y saco mis papeles, varios lápices, y sonrío. Es mi momento de puro hedonismo, me siento cual queso al que le acaban de quitar la pleita, soy libre, libre en el reflejo de las palabras. Cojo el lápiz y continuó...

"Pequeñas rúculas nacen de sus musgosos ojos, ya no reflejan el celaje que camina sobre el cielo eterno. Un obtuso destino que hace que sus dedos acaricien la eternidad de la tierra...”

      

Mª Jesús Campos Escalona

CAMBIO DE RUMBO

Pongo los pies sobre la estera de pleita, es una sensación nueva para mí. Abro la gaveta del escritorio y encuentro una nota: "volveré  tarde".

Mi primer día  en el caserío  y lo pasaré  sola. Me voy a la cocina y aplaco el apetito con un buen  maridaje de embutidos caseros y un poco de vino dulce. El zángano  de Zacarías viene a saludarme,  me lame y se tumba al lado de la chimenea.

Salgo a la calle y contemplo el celaje que  destiñe el cielo. El frío  me azota la cara cuando  me dispongo a pasear. El obtuso paisaje me hace perder el sentido  del tiempo,  o quizás  soy yo, que me dejo perder en la tentación  del más  placentero hedonismo.

Veo el huerto, rúcula, tomillo, cebollas.... y, por primera vez en mucho tiempo,  me siento  libre.

 

Laura Pérez Alférez

RETORNO

Amanecía, desde la ventanilla del tren vio alejarse los grandes edificios nevados de la ciudad, una gruesa capa de escarcha relucía sobre los campos con los primeros rayos de sol asomando, tímidos, entre las nubes.

Obtuso, contempló el paisaje, tan cambiante, aquel terreno inhóspito daba paso a extensas llanuras baldías, convertidas en amplios campos sembrados.

Le siguió un paisaje cubierto de viñedos desnudos, dormidos, esperando el verano para vestirse con un maridaje de verdes rúcula y dorados.

Bajo un celaje de nubes, en el horizonte, aparecieron los olivares, árboles centenarios que corrían en pos del tren. El zumbido de sus pensamientos, cual zángano, hacía surgir  recuerdos guardados en la gaveta de su memoria, faltaba poco para llegar a su destino.

Divisó las casas blancas del pueblo, su hedonismo innato rememoró a su abuelo sentado bajo la acacia, hábil artesano de la pleita, trenzando el esparto.

Había regresado a su hogar.

 

Cande Molina Mostazo

EL ALIÑO DE LA RÚCULA

María despertó mi entusiasmo dormido, me enamoraba con su preciosa sonrisa, me encantaba su  forma de ver la vida a través del hedonismo, formábamos un maridaje  perfecto, pero  me sentía desubicado y perdido. Yo estaba felizmente casado.

Le conté a mi padre  lo que me estaba ocurriendo, él me escuchaba mientras hacía su pleita de esparto. Hijo mío, las rutinas  no nos  dejan ver los celajes que tenemos en nuestro trocito de cielo, sólo tienes que encontrar el aliño perfecto para suavizar el sabor de la  rúcula.

Llegué a casa todo obtuso y le pregunté a mi esposa:

-¿Aún sigues enamorada de mí?

Ella  abrió la gaveta de la mesa y saco un bote  casi vacío, fijo sus ojos llenos de amor en los míos  y me dijo:

-Ya no me traes miel, ahora eres como el zángano de las colmenas, pero aun así llenas mis días de placer.

 

Montse Martínez Serrano

ALAS EN LOS PIES

-Mamá, ¿qué es un ángulo obtuso? -gritó Joaquín desde la salita de estar mientras jugaba con los botones que su madre guardaba en la gaveta de la máquina de coser.

La respuesta no llegó y el niño, por puro hedonismo, se subió al escritorio, descorrió las cortinas y se puso a mirar el celaje de las nubes. Un maridaje de rojos, azules, violetas y rosados entretejían el cielo y Joaquín se imaginaba surcándolo en su patinete cuán zángano buscando la reina de la colmena.

-Rubio, ayúdame a preparar la cena, por favor -voceó su madre mientras guardaba la pleita de esparto con la que estaba tejiendo una cesta para la recolecta de setas. Ojalá a Joaquín le gustasen los ángulos tanto como el campo, pensó.

-¿Otra vez rúcula, mamá? – protestó Joaquín cuando llegó a la cocina. Tenía el cuaderno de mates en las manos y toda la página coloreada de ángulos obtusos labrando el atardecer.

 

martes, 12 de enero de 2021

VI. A MI MANERA

 
Queridos lectores, os traemos un nuevo ejercicio en el que hemos creado historias teniendo como base unas palabras clave que, entre todos los miembros del club de lectura, proponemos. Nos hemos marcado el reto de escribir algo, ya sea microrrelato o poema, en el que incluirlas de manera que pasen lo más desapercibidas posible y creando a la vez una historia con una trama que atrape vuestra atención. Así cada uno puede expresar, a su manera, lo que esas palabras le trasmiten. Hemos relajado nuestra norma de no exceder de 150 palabras para que cada compañero pueda expresarse libremente.

Los términos clave en esta ocasión son: ATISBAR, AGUERRIDO, SOPONCIO, CUCAÑA, NAVIDAD, LEGADO, ANODINO y ESBOZAR. A veces, las palabras que nos parecen más inusuales y difíciles de colocar en una historia, son aquellas que se convierten en el centro de la trama sin quererlo. Y aquí tenéis el resultado de este nuevo ejercicio. A nosotros nos ha parecido muy enriquecedor y lo hemos disfrutado. Esperamos que os guste.


Montse Martínez Serrano

RAÍCES

Julia terminó de esbozar el retrato y lo colgó en la pared con una chincheta de color azul. Se sentó en la cama y se abrazó a un cojín mientras miraba con soponcio como su madre se escondía detrás de aquellas burdas líneas. Lo siento mamá, por mucho que lo intento no consigo recordarte. Se dijo apretando los dientes para no llorar. Apagó la luz, cerró los ojos y se aferró al almohadón. El tiempo se había acabado y el aguerrido cuadro no era más que un boceto inacabado. Y entonces sintió el olor a cilantro y canela colándose por el resquicio de la puerta. Su anodino padre estaba cocinando el plato preferido de su mujer, cucaña al horno. La puerta se abrió y Julia atisbó un haz de luz que iluminó su habitación.

- Hija, es hora de cenar.

- Feliz Navidad -. Sollozó Julia saliendo de la penumbra con el retrato en la mano.-Lo siento papá, no logré pintarla como te prometí.

- No te preocupes cielo, tú eres su mejor legado. Eres igualita a ella.

 

Mª Carmen Jiménez Aragón

EL NUEVO ESPÍRITU NAVIDEÑO

Klaus esbozó una mueca de desaprobación al ver a su sobrino poner en práctica su propia política de reparto y mientras, escondidos junto a él, los Reyes Magos de Oriente se reían disimuladamente. El principiante acababa de colocar una cucaña en la plaza del pueblo y colgó en lo alto los regalos, cada uno con el nombre de un niño.

El legado que Klaus le dejaba al joven Santi requería mucha responsabilidad y no estaba seguro de que esta Navidad fuera a resultar del todo normal. Él había tenido una aguerrida vida dedicada a los más pequeños, pero Santi Klaus no era tan maduro, solo buscaba diversión. Resignado a su anodina jubilación, sabía que no le quedarían muchos años por sufrir ya que intuía que su sobrino lo remataría cualquier día de un soponcio. Y en eso pensaba cuando atisbó a Baltasar ayudando al joven a untar la manteca al tronco. ¡Maldito traidor!

 

Gema Frías Luque

SORPRESAS POR NAVIDAD

Yo estaba esperando, impaciente, poder participar en el grupo de niños que trepara a la cucaña, un bonito divertimento que nuestros padres nos regalaban en Navidad por no dar un ruido en todas las fiestas. Un legado que heredábamos de nuestros padres y abuelos.

Yo era un aguerrido experto en el arte de buscar la forma de llevarme la mejor parte y esbozaba un plan que en muchas ocasiones resultaba prácticamente perfecto. Solo tenía que tener en cuenta un anodino detalle para atisbar decenas de imprevistos, que más de una vez me ocasionaron pequeños soponcios, de pensar que me quedaría sin el deseado premio.

Conseguí trepar más rápido que nadie y, al tirar de la cuerda, menuda decepción cuando me sacudió en la cara un gallo despeluchado.


Lourdes Sánchez Jiménez

LO QUE DIO LA NOCHE

La música de las olas le hacían entrar en un sopor continuó, decidió dar un paseo para que el aire lo despejase. Aterido por el frío de esa noche, andaba por la cubierta del barco como si de un funambulista se tratase. Se acercó a sus compañeros que estaban desayunando antes de que el amanecer les regalara un nuevo bonito día en alta mar, estos mantenían una controvertida discusión sobre cómo sería la pesca de hoy. Él les aconsejó paciencia, ofreciéndoles su alcuza para que se sirviesen.

Llegó el momento de recoger las redes, sus compañeros discutían con razón..., la noche no había dado para mucho..., unas cuantas doradas, algunos jureles y un puñado de chanquetes.

 

Dori Calderón Ramos

¡FELICES FIESTAS!

Como cada Navidad nos encontramos en el patio interior del cortijo de mis abuelos, en el centro del mismo se ve la cucaña que ha sido mi pesadilla la noche anterior, solo pensar que me tocase a mí de nuevo trepar por ella provocó una noche sin descanso.

Puedo atisbar una mirada de regocijo en el rostro de mi primo Faustino cuando mi abuela decide que solo los nietos mayores optaremos a participar en la prueba, la cual es un legado que pasa de una generación a otra y que mis abuelos no están dispuestos a que se pierda.

No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando el abuelo señala a Faustino como el elegido este año, ya tiene edad suficiente para ello, dice el abuelo, y su aguerrido aspecto se transforma en anodino y tembloroso, hasta el punto de sufrir un soponcio.

¡Y heme aquí, con mis manos grasientas un año más y haciendo honor a la tradición familiar mientras mis primos me jalean, y yo deseo que se acaben las fiestas!

 

Rafa Núñez Rodríguez

GALLETAS SALADAS

La lluvia me vuelve a despertar mientras coloco bien el plástico que tapa mis pies, las primeras gotas ya cuelan por el agujero de la tienda. Esbozo un gesto de rabia, durmiendo soy feliz, ahora toca otro anodino día de rugidos de estómago y miedos a perder la nada que me queda.

Recuerdo a mi hermano, hace cuatro días que se lo llevaron al campamento médico,  tenía mucha fiebre y deliraba, desde entonces no sé nada de él,  no me dejan llegar al hospital. Recuerdo las últimas palabras de mamá antes de irnos diciendo que nunca nos separásemos, y siento que les he fallado a ambos.

Me decido a levantarme. Al ponerme de pie, noto el barro entrando por los agujeros de las suelas de mis botas, la tienda es un lodazal de tierra mojada y desesperación. Quizás ese sea el legado que dejaré a la familia que, seguramente, no tendré.

Al salir, atisbo a mi alrededor, nadie extraño. No confío en los rostros que me miran desde lejos, siento que me pueden robar el camastro.

Mientras camino hacia las colas del hambre, veo a un hombre sentado, con los ojos vacíos y una suave sonrisa, ya ha dejado este infierno, otro sueño roto.

   Me imagino una  cucaña con un gran premio forjado de sueños intangibles, de ilusiones, lleno de esperanzas, y miles de personas que intentamos trepar a él, ansiando un cachito de futuro, de luz. Espíritus aguerridos que pensábamos que teníamos derecho a ser felices, y ahora una amalgama de huesos bañados por lágrimas, aquí en la isla  de Lesbos, olvidados por las personas buenas.

   Tras dos horas en la fila, me saca de mis pensamientos el casco azul al darme la cajita de la ración. La cojo como ese a bebé que respira por primera vez y me voy rápidamente a la tienda. Por suerte todo sigue igual. Entonces me siento, la abro y casi me da un soponcio, aprieto los dientes y una lágrima cae a su interior. Un paquete de galletas, una botella de agua y una tarjeta que en varios idiomas dice Feliz Navidad.

 

Mª Jesús Campos Escalona

El LEGADO

Atisbé, a lo lejos, a mi abuelo Manuel.  Lo imaginé como un aguerrido indio, de un poblado salvaje, trepando por una cucaña con una facilidad bestial. Cuando estuvo en lo más alto, coronó con cuidado una bandera de tela en la que  se podía leer: "Nunca te rindas."

El sonido del viento me trajo  la voz de mi madre. Tocaba bañarse. Vaya rollo.

Todo tenía  que estar perfecto  para la cena de Navidad. Estaban a punto  de darles un soponcio.

Con anodino andar, me dirigí  hacia el salón. ¡Odiaba cuando  me peinaba como si me hubiese relamido una vaca! Mi silla de ruedas  chocaba con todas las esquinas,  todavía me estaba  adaptando  a ella. Al entrar,  mi madre me dijo que había  llegado  un paquete  para mí. Lo abrí  con avidez y no podía creerlo. ¡Era un trozo  de bandera! Esbocé una sonrisa al leer  la nota que  ponía. "Juntos, lo conseguiremos".

      

Laura Pérez Alférez

ADRENALINA

Está aburrida, otra tarde sola sin nadie con quien jugar. Falta poco para Navidad, de hecho hoy es el día del sorteo de la lotería, lo sabe por el vecino, el buen hombre es mayor y algo duro de oído, siempre pone la televisión a todo volumen, ya sabe todo el barrio en qué número ha caído el gordo.

En casa ya se respira ambiente navideño, el salón está engalanado con brillantes espumillones y un gran árbol de Navidad, legado del abuelo, preside la entrada a la habitación. Incluso le parece oír el alegre tintineo de un villancico que proviene de la calle.

Una idea le hace esbozar una amplia sonrisa, aunque está sola, una tarde anodina y aburrida puede convertirse en muy divertida.

Con precaución para no ser descubierta, se encamina despacio al armario de la habitación de sus padres. Está a punto de hacer algo para lo que no tiene permiso, quiere descubrir los regalos ocultos y abrir una esquinita, solo un poquito, el papel del envoltorio para adivinar que hay dentro.

Traviesa y emocionada por la adrenalina de ser descubierta, otea con cautela a su alrededor para cerciorarse de que no hay nadie más en la casa, si la descubre su madre seguro que le da un soponcio.

Es demasiado pequeña para alcanzar el estante de arriba. Esto va a resultar más difícil que alcanzar el premio de la cucaña del aguerrido Faustino.

 Subida a una silla busca entre la ropa con cuidado, ilusionada y un poco culpable, pero muy poco. Al fondo divisa algo de colores brillantes.

-¡Papel de regalo!

Sus pequeñas manos lo alcanzan con dificultad, por el tamaño y la forma hay muchas  posibilidades de que hayan acertado.

-¿Será lo que pedí en la carta a los Reyes Magos?

 

Cande Molina Mostazo

LA MEJOR NAVIDAD

Si cierro los ojos puedo ver la casa de mis padres en plena Navidad. En un rincón del salón ya está el tiesto lleno de arena de la obra de la vecina para que, cuando llegue mi padre del trabajo, clave el árbol de Navidad. Cada año el árbol  está con menos pelos, eso solía decir mi hermana que estaba deseando que mis padres compraran uno nuevo, pero como siempre, ajustando el sueldo para llegar a final de mes y encima con los gastos extras navideños y los regalos de los Reyes Magos. En fin, que mi madre decía “bueno no está muy mal, ya el año que viene  compraremos uno, de todas formas este año los que he visto no me convencen…” Y así todos los años seguíamos con el mismo árbol despeluchado, pero que, una vez que lo adornábamos, era el árbol más bonito del barrio. Al pie del tronco se ponía el pesebre con el nacimiento, la mula y el buey.

Mi padre cogía la bandeja de color de plata y la llenaba de mantecados, polvorones, rosquillos y la colocaba en la mesa, con una botella de anís y cuando venía alguna vecina o vecino pues mantecado y copita de anís que había que degustar.

Mi hermano atisbaba la caja de bombones y después de zamparse  unos cuantos  solía decir “este bombón  está anodino, no tiene licor”. Seguramente era para que nadie cogiera  de ese modelo y se quedarán todos para él, muy listo el muchacho.

Me acuerdo un año que mi vecino hizo una rifa de un jamón y, como no vendió el número agraciado, pensó en hacer una cucaña. Que risas, no había manera de llegar al jamón. Todos los años, y casi el mismo día, en televisión daban la película titulada "Mujercitas", todo un clásico de la Navidad. Narra la vida de cuatro hermanas, su padre se alista a la guerra de Secesión y ellas, junto a su madre, se hacen verdaderas aguerridas para poder salir adelante. Una película protofeminista que, año tras año, estábamos deseando verla, era uno de los acontecimientos más esperados. Mi hermana y yo con pañuelo en mano, porque vaya lloradera cogíamos y, entre suspiro y nudo en la garganta, polvorón va polvorón viene.

A la mañana siguiente me despertaba el olor a pan tostado, a la cebada del café y los niños del colegio de San Ildefonso, con su cante de números y pesetas. Sí, pesetas, porque aún los euros no estaban ni en el pensamiento de ser inventados. ¡4.586, veinte millones de pesetas…! Mi padre mirando sus décimos a ver si algún número coincidía, que ilusión, al final nos conformábamos con tener salud, otro año nos tocará. Y mientras almorzábamos, veíamos el telediario y nos emocionábamos con los agraciados, que vaya soponcios se llevaban algunos al comprobar que tenían el gordo. Contaban cómo y por qué lo compraron y nos hacían participes de su alegría y buena suerte. Así, sin darnos cuenta, llegábamos a Nochebuena, mi madre se pasaba todo el día  cocinando, preparábamos la mesa con el mejor mantel y sacábamos los platos y la cubertería para las ocasiones especiales, que “pechá” de comer. Y, de postre, un popurrí de turrones. Recuerdo a mis padres en la mesa mirarse y esbozar una sonrisa, sin duda el mejor legado que nos han podido dejar… Vivir y disfrutar en familia de la Navidad.