miércoles, 30 de diciembre de 2020

HOMENAJE AL INVIERNO

 


Dicen que más vale tarde que nunca y ya tenemos aquí al Invierno, que trae consigo nuevas historias, nuevas palabras, nuevos colores... El frío llega atrasado, como siempre, sin echarle cuentas al reloj o al menguar de los días. Este artículo hemos querido dedicarlo a esa estación del año que nos provoca tantas emociones encontradas, que nos regala momentos únicos envueltos  en gélido abrazo y que, a la vez, nos invita a disfrutar de las cosas cotidianas de la vida... Cada persona vive esta estación desde una perspectiva y le provoca emociones diversas, incluso sus colores podemos verlos con distinto brillo. Hay quien solo ve el blanco níveo, el gris nube o el negro cerrado de la larga noche. Pero también está el naranja, ardiente y fogoso, de la leña crepitando, las luces multicolor de las fiestas y el arco iris colgado en el cielo. Lo cierto es que el invierno no deja a nadie indiferente, y así lo hemos querido plasmar, ya sea en relato o poema, para dar un homenaje a estos días del año, en que los rayos de sol se agradecen y la pluma no se cansa de arrojar creatividad.

Esperamos que disfrutéis con la lectura.

 

Dori Calderón Ramos

ES SU TURNO

Hacía ya algún tiempo que esperaba pacientemente que le dejasen entrar, lo intentaba cada día desde que la oscuridad comenzó a robarle un trocito al Alba y otro trocito al Ocaso, y aunque al amanecer lograba rozar con sus dedos las frágiles florecillas y tenues hierbas, no conseguía imponer su orden, pues el rey Sol tenía demasiado consentida a la caprichosa Calor, y le permitía quedarse más de lo debido.

Él, paciente y comedido callaba y esperaba, más pronto que tarde llegaría su turno, y nadie podría impedir su dominio.

Pero de nuevo este año, la Calor se burlaba de él, negándose a marchar y robándole su tiempo.

Aquella mañana se levantó antes que el Alba y comenzó a extender su alfombra de hielo, cubrió el cielo de cúmulos para impedir el paso de los rayos de Sol, pintó las cimas de blanco y desde la más alta sopló fuerte, y hasta nosotros llegó el aire helado que anunciaba su llegada.

Cuando el Sol quiso pasar entre las nubes miró a su mimada Calor y le dijo:

-Quédate en casa y descansa, el Frío se cansó de esperar. Ahora es su turno.

 

Rafa Núñez Rodríguez

NUM

Parecía como si el cielo se hubiera desplomado sobre el suelo, un cielo de esos de nubes blancas tan bonitas.

Pues resulta que  sus pies, al salir del hueco del árbol, allí donde había pasado la noche, se encontraron con una alfombra tapando el paisaje, una de esas tan bonitas, tejidas con hilos blancos de fría nieve. Sus ojos se abrieron como si fuesen dos lunas llenas. Intentó ver alguna mancha de color en el horizonte, pero el gesto de su ceño anunciaba que no había sido posible.

Num era uno de los pocos kender que nacían de sangre fría,  así que eran amantes furtivos del sol y, durante la época invernal, solían dormir al igual que esos bichos tan grandes y peludos que roncaban en cuevas. Para él esto era un problema, su cuerpo no podría guardar la calor durante muchos días con aquellas temperaturas.

Volvió a entrar rápidamente en el árbol,  le gustó ese hueco en cuanto lo vio, amplio, seco y casi confortable, lástima que no se le ocurriese llenarlo de comida antes de irse a dormir.

Los kender no medían más de una cuarta, con lo que la idea de irse andando a través de la nieve ya estaba descartada,  además resulta que cuando despertaban de su letargo, ya no dormían hasta la vuelta de los fríos. Por eso Num tenía el rostro un poco pensativo,  aunque en verdad no solía preocuparse demasiado, todo en la vida tenía su significado. Se volvió a acomodar en el hueco del árbol y se dispuso a comer unas cuantas castañas que llevaba en el bolsillo.

Y la oscuridad se fue adueñando de la luz que colaba por el agujero del tronco. Su mirada comenzó a temblar, en parte por el frío, el de fuera y el de dentro, y por otra parte por los recuerdos que se amontonaban en su cabeza. Sonrió,  estaba contento, pues había valido la pena, se esforzó un poco y estirando las piernas se acercó a mirar el cielo. Al asomarse, el frío le golpeó el rostro. Allí estaba, el infinito y sus adornos, se recreó viendo Centauro jugueteando con la Cruz del Sur, sería un buen lugar para ir, quién sabe.

Con sus últimas fuerzas, le pidió a la ventisca que lo subiese a jugar con las estrellas, quería saltar de unas a otras, cambiarlas de sitio, crear nuevas constelaciones. Y así,  con su traviesa  sonrisa, se quedó dormido.

Amaneció un nuevo día, y después otro,  y así siguieron, pasando a la carrera, hasta que los hilos de nieve se fueron convirtiendo en vida para la tierra. Toda la comarca se fue cubriendo de verde y aromas a reflejos de júbilo lo iban llenando todo.

Y ocurrió que, ese año, las voces que navegaban sobre el viento comenzaron a contar una historia nueva, que en la llanura Perdida hay un árbol con el tronco blanco, y que de sus variopintas ramas cuelgan unos  frutos que  parecen estrellas.

 

Mª Carmen Jiménez Aragón

ERES FRÍO

No te culpo

por tratarme con frialdad,

es tu esencia, ya lo sé,

no es rencor, ni es maldad.

Pero no me culpes

si trato de evitarte

y mis manos buscan siempre

algo para olvidarte.

Sé que tratas de agradarme

a tu medida y albedrío,

mil estampas regalarme

de nieves, lluvias y frío,

que te empeñas en imposibles,

el paso del tiempo congelar,

y aunque con algodones blancos me cubras

mi amor no conseguirás.

Yo quiero color en mi vida

y salir de este frío infierno,

no me lo tomes a mal,

pero no me gustas, Invierno.

 

 Cande Molina Mostazo

¡QUE ALGUIEN PARE EL INVIERNO!

Introduzco las llaves en la cerradura y abro la puerta, el olor a vainilla y canela me gusta,  me descalzo los zapatos y camino con ellos en la mano hasta el salón. Pongo mi disco preferido  y me voy directa al baño, vengo helada y calada hasta los huesos, el invierno ha entrado fuerte y hace un frío de tonos grises. Abro la ducha, el agua caliente empieza a salir,  me sumerjo debajo de ese chorro de gloria y respiro cada gotita de vapor, mi cuerpo empieza a coger  calor. Me quedo un rato debajo de la ducha,  hasta que mi temperatura me devuelve  a la vida. Me pongo mi pijama de franela, entro en la cocina y me preparo una rica infusión. La música sigue llenando  de notas la casa y yo canto y  bailo al son de ellas. Me dirijo al salón y enciendo la chimenea, mientras doy pequeños sorbitos a mi taza, pongo las manos en las llamas del fuego y jugueteo con ellas, me gusta mirar sus movimientos y su festival de colores y disfruto escuchando sus pequeños fuegos artificiales, su crepitar hace que me relaje. Me siento en el sofá y me pongo la manta de lana. Miro por la ventana y el vendaval y la lluvia han creado todo un espectáculo y yo estoy en el mejor palco, justo detrás del cristal es, sin duda, el mejor lugar para disfrutarlo. La casa empieza a destellar besitos de calor. Y apareces tú, buscando cobijo, y te metes entre mi manta, entrelazas tus pies con los míos  y nos vamos acariciando el frío y así, saboreando el  hogar, dormiremos en un cálido abrazo. Que alguien pare el invierno, para  que tú me sigas calentando las manos .

 

Gema Frías Luque

HIPOTERMIA

Era una fría noche de invierno, tan fría, que la nieve cubría gran parte de los troncos de los árboles del jardín. La chimenea estaba encendida y en casa había un ambiente realmente acogedor, la decoración de Navidad y la mesa recién puesta, a la espera de que llegaran todos.

En un descuido, Coco se esfumó persiguiendo al gato del vecino, salí corriendo tras él sin demora para traerlo de nuevo a casa.

Perdí el norte, la preocupación, las voces y la oscuridad me costó  un traspies y sentí desvanecerme por unos minutos.

Aunque mi cuerpo dejó de sentir frío podía oír el silbido del viento, segundos después volví a gobernar mi cuerpo de nuevo.

Tras volver a casa me di cuenta que Coco ya me aguardaba en el escalón para volver a entrar, como si nada hubiera pasado.


Laura Pérez Alférez

EL MEJOR REGALO

Acurrucada en su placentero cobijo, remolonea unos minutos entre las tibias sábanas.

Cada nuevo día es un regalo aún sin desenvolver, una sonrisa ilumina su rostro imaginando qué obsequio le traerá esta mañana de invierno.

Por un momento cree oír como gotean las canales del tejado

Agudiza el oído, tal vez chispee. Fantasea con olores a petricor y azahar.

No, debe ser el avezado viento de arriba, que le hará tiritar por el frío que trae del norte.

O quizás el aire ulule suave con la tibieza del sol de invierno.

La voz de su madre la vuelve a la realidad entre ensoñaciones de olores y colores.

De un salto sale de la cama y abre, impaciente, la ventana de par en par.

¡No da crédito a lo que ven sus ojos! ¡El regalo de este nuevo día es fantástico!

El huerto se ha cubierto con una gran alfombra blanca. Los naranjos están cuajados de azahares y entre tanta blancura se asoma tímidamente alguna naranja.

Una preciosa postal de Navidad, real.

Increíblemente ha nevado en el pueblo.

 

Mª Jesús Campos Escalona

PIELES  DE INVIERNO

Amanece ....

El helor de la mañana

me refresca  la cara,

la escarcha se rompe

al paso de mi pies.

 

Respiro profundo,

me llega al alma,

me descubres desnuda,

con la piel blanca y cenicienta,

como el hielo que refresca la boca más  sedienta.

 

Sendero de árboles mudos, 

y flores con gotas de plata.

Luces de Navidad a lo lejos, 

cientos de besos  de almohada.

 

Susurros prohibidos, 

sueños prometidos,

rubor de mejillas

frente  al fuego  de una chimenea:

Mi sentir y el tuyo,

esencia única,

elixir de las mil maravillas,

¡tu boca junto a la mía!

 

domingo, 13 de diciembre de 2020

CUÉNTAME UN CUENTO.

ÉRASE UNA VEZ...

En el día de hoy nos hemos propuesto un nuevo ejercicio y por tanto un pequeño reto que nos ayudará a manejarnos mejor en este mundo de la escritura. Hemos realizado una breve narración, real o ficticia, cuya trama es protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento relativamente sencillo, es decir, un cuento. Éste se caracteriza por su corta extensión y solamente se podrá reconocer un clímax. Su objetivo es despertar una reacción emocional impactante en el lector.

Esta actividad nos aporta una nueva experiencia, que espero que sigamos desarrollando en próximos artículos, con el objetivo de continuar aprendiendo y seguir adquiriendo destrezas que nos ayuden a poder controlar las palabras.

Estos ejercicios son planteados por los miembros del Club de Lectura y Teatro de La Viñuela, sus correcciones son realizadas entre todos, posiblemente se nos escapen algunos errores, desde que iniciáramos este espacio, ya contábamos con esa premisa, pero no fue causa para que paráramos en el empeño de aprender. Además compartimos estos ejercicios con el objetivo, sobre todo, de fomentar la cultura y que disfruten leyendo nuestras historias tanto como nosotros lo hemos hecho escribiéndolas.


Gema Frías Luque
LA HORMIGA PACA.
Paca se había criado en el seno de una familia de hormigas muy trabajadoras, estaban esperando el buen tiempo para salir de su hormiguero y recolectar provisiones que las pudiera mantener resguardadas durante todo el invierno. 


Paca era muy presumida y se pasaba todo el día mirándose al espejo, retocando sus antenas y sacando lustre a su brillante panza. 

Cuando todos se disponían a buscar comida, ella no encontraba nunca el momento apropiado y se quedaba esperando a que llegaran todos a casa. 

Los días eran largos y aburridos pero Paca siempre encontraba algo que hacer, unos días dormía, otros días se daba largos baños de espuma blanca, otros los pasaba contemplando su belleza en el espejo… 

Su madre no iba a darle más caprichos y ya le había hecho varias advertencias. 

Tras acabar el verano, llegaron las primeras gotas de lluvia y Paca ya tenía todas sus provisiones agotadas, y se le ocurrió ir a robar provisiones como había hecho siempre… a la llegada del invierno todas las hormigas estaban en sus casas y ella extrañada volvió de nuevo a su espejo. 

Se hizo la valiente y salió de aquel agujero en busca de algo que comer… al poco de caminar sin rumbo, una fuerte lluvia la desorientó por completo no pudiendo encontrar el camino de vuelta. 

En ese momento entendió lo importante que era estar acompañada para no sentir miedo, y entendió que si hubiera recolectado comida, ahora pasaría tranquila el invierno en su hormiguero. 

Viendo que pasaban los días y Paca no volvía a casa un grupo de hormigas salió a su rescate encontrándola malherida junto a una diminuta roca. La cogieron el volandas y la llevaron de vuelta a casa. 

Todos querían pensar que había aprendido la lección y compartirían con ella sus provisiones, siempre que ella prometiera colaborar más en la recogida de alimentos del siguiente año. 


Rafa Núñez Rodríguez 
CUATRO SENTIDOS 
Al norte de la palabra norte, había un pequeño pueblo, Naok, un tanto especial. Algunos de sus habitantes nacían de una crisálida envuelta en nieve y silencio, si, y eso era lo peculiar. Porque llegaban al mundo sordos del oído izquierdo, y por el derecho, no oían nada. 

Era una parte pequeña de la población, pero muy estimados por los demás, o quizás un tanto envidiado. De bebés eran los primeros en sentir la piel de la naturaleza, notaban sus achaques y hasta sus momentos de cólera. Iban creciendo arropados por la sabiduría de árboles centenarios, jugaban en sus ramas a volar por los infinitos, esos que las estrellas les ocultaban. 

Se alimentaban de los fugaces rayos de sol y recolectaban frutas de llamativos colores. De vez en cuando, veían esa mezcolanza de tonos marrones que manchaba el paisaje, o sea, el poblado. Allí iban a cambiar cosas, aunque estaban poco tiempo, porque no entendían a aquellos que no sabían hablar con la piel. 

A veces hasta se enamoraban entre ellos, eso es lo que ocurrió con Tux y Effa. Eran la luz que pintaba sonrisas en los animalillos esos que siempre estaban tiritando de frío. Siempre cogidos de la mano, viviendo con sus corazones tatuados en la mirada. 

Todo parecía tan idílico, que algo había que hacer para que cambiase eso. Resulta que esos seres tan peculiares, con los años iban comenzando a oír. No hablaban, porque no querían, no les hacía falta, pero si les iban llegando los susurros de la vida. 

Al principio se sentían un poco nerviosos ante tantas quejas. 

Ellos seguían queriéndose como agua que baja por la comisura de los labios, pero su interior comenzaba a ensuciarse por palabras baladíes, sensaciones extrañas, y un ardor que les atravesaba el cuerpo. 

Pues si, ese era el lastre que arrastraban estos peculiares seres. 

Tux y Effa, seguían enamorados, pero cada vez sus cuerpos estaban más sucios de ruidos vacíos de contenido, de palabras hipócritas y frías. Y aunque intentaban huir, adentrarse en el alma del bosque, hasta las nubes hacían llover palabras superfluas. El ruido les arrugada la piel por dentro, y las uñas se les ponían blancas. 

Y al final pasaba lo que estáis pensando. 

El ruido se tragaba a tan bellas criaturas, las voces vanas, y las palabras sin argumentos, si, esas envenenaban los cuerpos puros. 

Pero bueno, nos queda un hilo de esperanza, porque resulta, que al sur del sur, allí donde nace la calor, hay una aldea, y nacen los bebés en unas burbujas de calma. 

Y resulta, que todos ellos nacen sin poder articular ningún sonido. 


M.ª Carmen Jiménez Aragón 
LA BÚSQUEDA DE SIMÓN 
En una lejana región del mundo, vivía Simón, un pequeño animalillo, pacífico y juguetón. Se acercó a una charca cercana para distraerse un rato con los demás, pero notó que los compañeros lo ignoraban y le daban de lado. 

-No queremos jugar contigo, eres un poco rarito- le dijeron al final los pececillos de colores-. No tienes branquias ni escamas como nosotros. Este no es tu lugar. 

Pero a simón le encantaba vivir en el estanque, se sentía como pez en el agua, no entendía por qué no lo aceptaban allí. Y mientras vagaba por la orilla se encontró con una familia de castores que construía una presa con grandes troncos. 

-¿Puedo ayudaros? Mi cola es igual de fuerte que la vuestra y nado rápido como vosotros -insistió Simón. 

-No te preocupes, nosotros podemos. Además con ese hocico no podrías roer ni una ramita y tus patas son torpes para agarrar los grandes troncos. No encajas en este oficio. 

Desolado, Simón se alejó sin saber hacia dónde dirigirse. Parecía que no encajaba en ningún lugar. Cerca de la desembocadura del río encontró un gran nido con cuatro huevos en su interior y recordó que su tía había tenido huevos de donde después nacieron sus primos. Parecía que por fin había encontrado a alguien como él, no se retiraría del nido por nada. De pronto los cascarones empezaron a resquebrajarse y asomaron unas pequeñas cabezas alborotando. Simón no cabía en sí de ilusión, los bebes tenían su mismo pico. Pero esa alegría se disipó al momento, cuando vio el resto de sus cuerpos.
 
-¡Mis pequeños patitos! Habéis llegado al mundo justo a tiempo -. Gritó mamá pata, sorprendiendo a Simón por la espalda. 

-Señora Pata, ¿puede decirme si yo soy un pato igual que ellos? 

-No querido. Aunque tu hocico se parezca, tu cuerpo no está cubierto de plumas y tus cuatro patas no se parecen en nada a las nuestras. 

Desesperado por encontrar a alguien que lo comprendiera y se asemejara a él, siguió rio arriba buscando, hasta que encontró a un extraño ser, de cuerpo menudo y acorazado y pequeñas pinzas junto a su cabeza. Pero lo que más le sorprendió fue ver el aguijón que se afanaba en pulir. 

-Yo tengo un aguijón igual junto a mis patas, podríamos ayudarnos cuando se presenten problemas… -propuso nuestro amigo. 

-No necesito tu ayuda, soy un animal solitario. Me basto y me sobro para cazar o defenderme, -farfulló el escorpión. 

-Entonces no soy igual que tú. -Y agachando la cabeza siguió su camino. Con gran tristeza, lloró y se desahogó: -No encajo con nadie, soy tan rara que no me parezco a ningún animal del mundo. -Entonces escuchó una voz conocida, era la señora Canguro. Lo tranquilizó y le explicó que él era un ser único, un animal extraordinario entre toda la fauna de la tierra y que, precisamente el ser un ornitorrinco, le daba la facilidad de adaptarse a diferentes medios y hacer cosas que los demás no podían hacer. 

-Siempre debes ver el lado positivo de todo, porque solo así conseguirás quererte y ser feliz contigo mismo. No trates de parecerte a nadie, sé tú mismo y verás que es la manera de que los demás acepten que ser diferente no debe asustar, sino que te hace un ser excepcional. 


Dori Calderón Ramos 
EN UN PLIS PLAS 
Ocurrió que Doña Sosiego estaba un poco inquieta, entraba y salía con muchas prisas de su casa, y sus vecinos comenzaron a preocuparse por ella. 

-Buenos días Doña Sosiego, ¿Qué le ocurre? La noto preocupada. 

-Tengo muchas cosas que hacer hija, voy tarde. 

Así era por la mañana, al mediodía y a la tarde, y ya por la noche la pobre mujer estaba tan cansada que dejó de acudir a la reunión de vecinos que cada noche se celebraba en la plaza del pueblo. 

Esto alarmó aún más a sus vecinos, pues en Villaquietud eran muy esperadas las historias de Doña Sosiego, tenía un don especial la mujer para contar cuentos, sin ella, nada sería igual. Así que decidieron hablar con Plis, que era un experto en solucionar problemas rápido. 

Plis esperó aquella tarde a Doña Sosiego en la puerta de su casa dispuesto a ayudarla, pero la mujer al verlo exclamó: 

-¡Quita, quita hijo, no me puedo entretener, tengo muchas cosas que hacer! 

Plis quedó preocupado, y llamó rápidamente a Plas, pues aquello era urgente, Doña Sosiego había perdido la calma, necesitaba ayuda.
 
Los dos se plantaron en casa de Doña Sosiego e insistieron en ayudarla, y ella no tuvo más remedio que aceptar. 

Doña Sosiego descubrió que las tareas compartidas son más fáciles de hacer, pues con la ayuda de los chicos en un plis plas terminaron, y aquella noche todos los vecinos de Villaquietud volvieron a disfrutar de una maravillosa historia de Doña Sosiego. 


Rafa Núñez Rodríguez 
LA FLOR DE LA AMARGURA. 
Nació junto a un camino de tierra, de esos que están llenos de baches y algunas piedras descarriadas. 

Iba creciendo casi sin querer, con pequeñas hojas que ni tan siquiera tenía un verde hermoso, más bien parecían amarillentas pinceladas del sol, que envolvían un escuálido tallo. 

La llamaban la flor de la amargura, quizás porque la veían tan simple y poco agraciada, que ni tan siquiera tenía un nombre hermoso. Simplemente una vez al año se coronaba con unos pétalos tan blancos como el polvo del camino, sin perfume ni aroma que diese recuerdo a momentos especiales, así era ella, una flor que nacía junto a caminos olvidados. 

Pensaréis que estaba triste y apenada de su situación, nada más lejos de la realidad. 

Ella se sentía el eje de su pequeño mundo, a veces los pájaros le cantaban melodías que correteaban a través del viento y le peinaban las hojas. 

Cuando el silencio de la noche lo envolvía todo, las constelaciones asomaban sobre su cabeza, iban desfilando como pequeñas luciérnagas que bailaban para ella, hasta que al amanecer, arropada por pequeñas gotitas de rocío agachaba un poco los hojas para descansar. 

Así pasó los años, a veces, paseaban cerca de ella personas a las que les latían los corazones tan fuerte , que asustaban a los ratoncillos silvestres, y resulta que llevaban grandes ramos de hermosas flores, de colores que solo se podían imaginar, y sin embargo ella las miraba con pena, porque lo habían perdido todo, solamente serían un momento en la mirada de unos enamorados. Mientras, ella bebería de la lluvia en los días de otoño, se acurrucaría bajo la nieve esperando los días de primavera, y entonces allí, dejaría caer pequeñas partes de su alma, que nacería junto a un camino de tierras con baches, y allí serían eternos. 


Laura Pérez Alférez 
SI PUEDES 
Dos hermanas estaban jugando a orillas de un río cuando, de pronto una de ellas, la mayor, resbaló y cayó al agua, hundiéndose ante la mirada angustiada de la más pequeña, que desde la orilla, veía como la corriente arrastraba a su hermana río abajo. Quería gritar, pedir ayuda pero un nudo en la garganta le impedía articular cualquier sonido. ⁣ 

Por un instante pensó lanzarse al río y rescatar a su hermana, pero el recuerdo de una escena, que se había convertido en cotidiana, la paralizó. "La canija", ese era el mote con el que la llamaban sus compañeros en la escuela, la niña debilucha que no servía para nada, la que nunca destacaba en clase de educación física. 

El recuerdo de esa imagen, tan frecuente, de burlas e insultos, la hizo sentirse diminuta e insignificante por un momento. 

En seguida se sobrepuso, su hermana no sabía nadar y estaba en peligro de ahogarse. Corrió y corrió saltando sobre las piedras, siguiéndola. A pesar de que el curso del río era bastante rápido, consiguió adelantarla. 

La niña vio una rama de un árbol en el suelo. Intentó levantarla, pero triplicaba el tamaño de la pequeña. Apretó los dientes y con sus pequeñas manitas la arrastró con todas sus fuerzas hasta el borde del agua. En un último esfuerzo agarró el tronco por un extremo y lo arrojó al cauce del río, sin soltarlo. 

Inquieta veía aparecer y desaparecer a su hermana, por momentos, bajo el agua, mientras le gritaba que se agarrase a la rama. De pronto su hermana mayor, en un instinto de supervivencia, alzó los brazos asiéndose con fuerza al tronco. 

La pequeña tiró y tiró con brío del extremo de la rama, impulsando toda su energía hasta arrastrarla a la orilla. 

Algunos vecinos, avisados por los gritos llegaban corriendo. Todos se preguntaban cómo aquella niña tan pequeña había sido capaz de salvar a su hermana, era imposible que hubiese tenido la fuerza suficiente para arrastrar aquel enorme tronco. 

Cuando le preguntaron como lo había conseguido, la niña les miró con sus grandes ojos y les dijo: 

- No había nadie cerca que me dijera que no podía hacerlo. 
 
 
Rafa Núñez Rodríguez
CONSPIRACIÓN EN EL BOSQUE

Fue una mañana de esas en las que las nubes se envuelven en oscuridad y el sol refleja rayos grisáceos.

Resulta que me crucé con una libélula gigantesca, de las de cuerpo dorado, tropezamos en el aire y, casi sin querer, caí en aquel extraño paraje. Atribulada entre el golpe y los arañazos de las zarzas, me di cuenta que tenía un ala completamente partida. Nerviosa, comencé a palpar el frío musgo y, después de buscar y rebuscar, me di cuenta que no encontraría mi varita mágica, al menos no allí.

Desesperada, miré en rededor, árboles casi eternos, que todavía parecían dormir y el silencio de la tierra donde no llega la claridad del sol, me entró  un pequeño escalofrío. Nunca había tenido ningún percance al volar y menos cerca del bosque de la melancolía.

A lo lejos, comencé a escuchar sonidos extraños, risas estridentes que parecían bajar de las nubes y de pronto pequeñas explosiones y vuelta a las carcajadas. Entonces  me empecé a imaginar lo peor, posiblemente la libélula se había llevado mi varita y temía que estuviera cambiando el alma del bosque a su antojo.

Sin pensarlo dos veces, me quité uno de los lazos de mi cintura, sujeté el ala a mi espalda y me dispuse a caminar en pos de aquellos extraños sonidos. Mis piernas eran menuditas y no estaban acostumbradas a caminar, tardé más de lo deseado en llegar a la encrucijada donde los sonidos eran aún persistentes. Me escondí tras el tronco de un gran sabio anciano e intenté escuchar qué tramaba esa libélula y sus compinches.

-¡El color verde de las hojas nunca me ha gustado! –Escuché hablar al insecto y, con un movimiento enérgico de una de sus patas, apuntó con la varita al follaje del bosque. Al momento todos los árboles tornaron sus copas en grandes nubarrones negros, hojas color carbón arrugadas y sin vida, que asustaron a los pajarillos.

Para eso quería mi varita, el accidente no fue fortuito. La comadreja y la víbora jaleaban la gran proeza que la libélula conseguía cada vez que la agitaba y estallaban en carcajadas las tres.

-¿Viste los peces del río como salían del agua al darse cuenta que no podían respirar y se ahogaban? –Preguntó jocosa la víbora.

-¿Viste las ranas como rugían en vez de croar? -Dijo jocosa la comadreja.

Al ver el panorama tan desolador empecé a buscar por todo el bosque mi propio ejército de ayudantes con la misión de salvar el bosque y poner a salvo a todos los animales, seres imaginarios y fantasía.

Una vez reunidos comenzamos a trazar un plan, debíamos cogerlos por sorpresa y la estrategia estaría cubierta por aire y tierra.

Esperamos hasta el anochecer para desarrollar el plan, aprovechando que a esa hora los tres dormían un enjambre de abejas cubrieron sus cuerpos de miel, mientras peleaban por escapar dos osos muy golosos avistaban su gran festín.

Nuestras amigas las luciérnagas nos guiaban en la oscuridad de la noche, y mientras los osos se relamían de su dulce banquete, las ardillas y los topos me ayudaban a buscar mi varita, era urgente encontrarla y reparar el destrozo hecho por la loca libélula.

De árbol en árbol saltaban las ardillas, nerviosas  por el nuevo color de las hojas y los topos miraban en todos los agujeros que encontraban en la tierra, los ratones buscaban bajo las hojas caídas, pero la varita parecía habérsela tragado la tierra.

Hicimos una pausa, más para pensar que para descansar. El rugir de las ranas se hacía insoportable y el bosque sin pájaros no parecía ya bosque. Las mariposas decidieron subir a lo más alto de los árboles a buscar la varita, y nos disponíamos a retomar la búsqueda cuando vimos acercarse a uno de los osos que, tras su festín, se limpiaba los dientes con un palito, un palito reluciente que me resultaba familiar, muy familiar ¡Mi varita mágica! No tenía tiempo que perder.

¡ZAS! Lo primero reparar mi ala, necesitaba volar, había muchas cosas que arreglar.

¡ZAS! Lo siguiente devolver el verde a las hojas de los árboles ¡Volvemos a respirar!

¡ZAS! Las ranas vuelven a croar ¡Qué locura de bosque! Todo vuelve a la normalidad, y yo volaré con cuidado para no tropezar con libélulas traviesas que todo lo quieren alterar. 




domingo, 6 de diciembre de 2020

V. A MI MANERA


Queridos lectores, seguimos creando historias teniendo como base unas palabras clave que entre todos los miembros del club de lectura proponemos. Nos hemos marcado el reto de escribir algo, ya sea microrrelato o poema, en el que incluirlas de manera que pasen lo más desapercibidas posible y creando a la vez una historia con una trama que atrape vuestra atención. Así cada uno puede expresar, a su manera, lo que esas palabras le trasmiten. Hemos relajado nuestra norma de no exceder de 150 palabras para que cada compañero pueda expresarse libremente.


Los términos clave en esta ocasión son: PARANGÓN, ENCARAMAR, EMPICAR, ERUDITO, CAMALEÓN, KIMONO, CREPITAR y LUNA. A veces, las palabras que nos parecen más inusuales y difíciles de colocar en una historia, son aquellas que se convierten en el centro de la trama sin quererlo. Y aquí tenéis el resultado de este nuevo ejercicio. A nosotros nos ha parecido muy enriquecedor y lo hemos disfrutado. Esperamos que os guste.



Cande Molina Mostazo 
SECRETOS DE MURO 
Y ahí estaba yo, encaramada en el muro del jardín del Parador, los invitados aplaudiendo el discurso erudito del amigo del novio. Lo siento, pero nunca me cayó bien, un ser creído y arrogante, y no lo digo porque me rechazara como pareja del baile del final de curso, es que no lo he visto nunca honesto y además se había empicado a bromear sobre los amigos con el fin de hacerse el gracioso, y eso ya es para mí el colmo de un chuleta.

Aparece la luna como por arte de magia, está radiante y espléndida. Yo, desde aquí arriba, diviso muy bien el jardín, todo está precioso, acaban de encender las luces, van a dar comienzo al baile. Ya veo a las damas de honor y falta una, sí, soy yo, no estoy con ellas porque no puedo bajar de este muro. Sin duda subir es mucho más fácil que bajar. Ahora que estoy viendo el show me alegro de estar aquí subida, vaya pinta tienen con los kimonos, no tienen parangón. 

¡¿Qué veo?! Van a servir la tarta nupcial y yo sigo aquí. Escucho un crepitar debajo de mí, es un camarero pisando las hojas secas del sauce. Con voz baja lo llamo: 

-¡Eh! ¡Oiga, por favor! ¡Aquí arriba! 

El camarero mira hacia arriba y no puede aguantar la risa. Yo, con cara de enfado, le digo: 

-Bueno, cuando acabe usted de reírse de mí, ¿me podría ayudar a bajar? 

-Sí, claro. -Me miró sonriendo, trepó y me mostró sus brazos. Con miedo, me agarré y, por fin, pude bajar. Qué vergüenza cuando lo tuve de frente, en ese momento me hubiera gustado ser un camaleón para poder camuflarme entre los invitados y que no pudiera reconocerme. 

Es la hora de los cócteles. Se me acerca con su bandeja y me dice: 

-Coge la copa de la derecha, te va a gustar y, por cierto, el rescate se merece una cita. No voy a poder vivir con la curiosidad de qué es lo que hacías ahí subida. 

Y ahora, cuatro años más tarde, ahí está el camarero de ojos verdes, rescatándome en el muro del jardín del Parador. Esta noche él es el novio y yo no soy la dama de honor. 

Montse Martínez Serrano
NUNCA ES TARDE
―Sensei ni rei ―. Le dijo el camaleón a la Luna mientras juntaba las dos patas delanteras a modo de saludo. 

La Luna estaba encaramada en lo alto de la montaña y al escuchar al camaleón se giró dejando todo el valle a tientas. 

―Lo siento Sensei. Pasé muchas horas de adiestramiento con el erudito maestro Octopoda y no he conseguido imitar su blancura mellada de oscuras manchas. 
―¿Y te atreves a presentarte ante mí con ese ridículo y desgastado kimono blanco? Márchate aprendiz―, sentenció la Luna sin darle la cara.

El camaleón, empicado en el arte del camuflaje, había superado todas las pruebas menos aquella. Pero la ocurrencia de la luna no tenía parangón. ¿Quién podía igualarla? Con los ojos idos y el rabo lacio emprendió el largo camino de regreso a casa. Al anochecer paró desfallecido. El crepitar de una hoguera hizo que se alejara del fuego y de apetitos voraces. Llegó a la orilla del río, se quitó el kimono y, al adentrarse, vio a la luna llena reflejada en sus aguas. Se le pasó el enojo, pensó. El valle vuelve a estar iluminado. Viró su ojo izquierdo para ver su propio reflejo quedándose el ojo derecho aún sobre la luna. Y entonces ocurrió. Desde la cola hasta la cabeza fue cambiando de color luciendo, incluso, más que ella.


Mª Carmen Jiménez Aragón 
BLANCA LUNA 
La joven, de piel blanca y blanca melena, se acomodó el níveo kimono y se sentó en la orilla del mar. Por fin se había atrevido y había empicado la caída hasta llegar a tierra firme para hablarle, cara a cara, a su joven idolatrado. 

Aunque ya le advirtió el erudito Lorenzo, crepitando, que era una causa perdida de antemano, ella se camufló bajo apariencia fémina, cual camaleón ávido de aventuras, y esperó a que el muchacho volviera de la blanca espuma, en su nacarada barca. Lo veía volver cada madrugada, ella lo ayudaba a encontrar el camino de regreso y a manejar las mareas, para algo se había encaramado en ese punto del firmamento tan estratégico. 

Ahora que estaba tan cerca de él, aquí abajo, sentía unas mariposas orbitando a su alrededor, una emoción sin parangón. Pero todo se tornó confusión cuando se dio que el joven marinero no encontraba el camino hacia la orilla porque no hallaba en la oscuridad luna que lo guiara. 


Gema Frías Luque 
EL ILUSTRADO 
El sol caía por el horizonte dando un aspecto cálido, con sus tonos rojizos y anaranjados. Pocos minutos después, la luna se empezaba a encaramar. 

La noche prometía larga. Mientras me ponía mi cómodo kimono, oía el crepitar de la leña en la chimenea. Quería demostrar al mundo que era erudito, aunque tuve que empicar mis estudios. Quería demostrar que era un camaleón sin paragón y, tras acabar mi primer invento, dejaría al mundo sin palabras. 


Dori Calderón Ramos 
LA MIRADA DE LA LUNA 
La luna sintió el crepitar de unas llamas ardientes, y pensó cómo encaramar sus ojos sobre la nube yacente. 

Tenía que observar al Sol, con su porte vanidoso, erudito y altanero, sin parangón referente. 

No entendía la Luna, como podía seguir amando, a un ser que empicaba su luz y apagaba sus encantos. 

Quizás vistiese algún día un kimono de vanidad, y tiñese su piel de rojo con el viento de altamar, haría como el camaleón, disfrazarse para no ser vista, y obligar a su gran amor a buscarla entre perseidas y risas, de esas que son forzadas, para ocultar las lágrimas de un erudito Lorenzo, que sin poder remediar, las llora una noche en silencio. 


Rafa Núñez Rodríguez 
MANGATA 
Era una noche tan clara como la de hoy mismo, y sus pasos volvían a acercarse al lago. 

Hoy iba preparado, llevaba una cuerda con su buen nudo de empicar. Esperó en silencio a que el reflejo de la luna alumbrase las calmadas aguas y la lanzó con toda su ilusión, pero nada. Lo siguió intentando una y otra vez, pero la luna se reía de él, tan cerca y sin embargo era incapaz de atraparla. Su rostro, cual camaleón en una noche oscura, se fue ensombreciendo, se consideraba un erudito del amor, pero estaba siendo incapaz de conseguir el deseo de su amada. Él se veía encaramando la eterna mirada de la noche sobre su balcón. Se la imaginaba con esa sonrisa de abril y su silueta primaveral, envuelta en un kimono con destellos del sol naciente. 

Se ilusionaría por su regalo y, entonces, él le diría que ella era la que verdaderamente iluminaba sus noches. 

Y, sin embargo, el crepitar de las hojas a sus pies y una cuerda mojada eran su única conquista desde que la conoció. 



Mª Jesús Campos Escalona 
HECHIZO DE LUNA 
Me encaramé al árbol. Desde ahí podía divisar el río y el camino que serpenteaba junto a él. Pasaba horas, esperando ver a esa figura sin parangón. Tengo que aclarar que, desde que la vi, ando empicado con estas visiones nocturnas que me traen de cabeza. Como camaleón, voy cambiando mis ropajes para que no delaten a mi persona; ¡más quisiera yo ser un erudito de las palabras, quizás así, me atrevería a decirle algo! 

El crepitar de las hojas secas me despierta de mis pensamientos. Como cada noche aparece en silencio, ataviada tan sólo con un kimono negro y su pelo largo ondea con la suave brisa. Se sienta junto a la orilla y sus pies descalzos acarician el agua. La luna es mi fiel aliada, la contempla, al igual que yo, embelesada y, al igual que yo, no quiere que ese momento termine. 


Laura Pérez Alférez 
CONSUMISMO 
Ayer, a primera hora de la mañana, me armé de valor y me fui de compras. 

Después de recorrer varias tiendas de ropa, revolviendo un poco aquí y allá, encontré un kimono negro, con un pequeño camaleón bordado que me llamó la atención. 

La luna del espejo del probador me decía que había engordado, que esa ya no era mi talla. 

-Le queda como un guante -me dijo al salir, el dependiente, un chico joven muy diligente, con gafas de erudito, colocándome en una frase más cerca de la tercera edad que de la de él. 

-Quiero otros dos iguales- le dije. 

-¿Y de qué color? 

- Negros, iguales. 

Y fue entonces cuando buscó la mirada de su compañera, como sorprendido. 

Al final todo bien, había hecho una compra sin parangón. 

Salí al sol de la mañana con mi bolsa de kimonos nuevos. 

Encaramada sobre los diez centímetros de tacón, sentí el crepitar de las hojas secas bajo mis pies. 

Con una sonrisa en los labios pensé que, o me paran, o me empico y mañana me compro unos zapatos...