domingo, 6 de diciembre de 2020

V. A MI MANERA


Queridos lectores, seguimos creando historias teniendo como base unas palabras clave que entre todos los miembros del club de lectura proponemos. Nos hemos marcado el reto de escribir algo, ya sea microrrelato o poema, en el que incluirlas de manera que pasen lo más desapercibidas posible y creando a la vez una historia con una trama que atrape vuestra atención. Así cada uno puede expresar, a su manera, lo que esas palabras le trasmiten. Hemos relajado nuestra norma de no exceder de 150 palabras para que cada compañero pueda expresarse libremente.


Los términos clave en esta ocasión son: PARANGÓN, ENCARAMAR, EMPICAR, ERUDITO, CAMALEÓN, KIMONO, CREPITAR y LUNA. A veces, las palabras que nos parecen más inusuales y difíciles de colocar en una historia, son aquellas que se convierten en el centro de la trama sin quererlo. Y aquí tenéis el resultado de este nuevo ejercicio. A nosotros nos ha parecido muy enriquecedor y lo hemos disfrutado. Esperamos que os guste.



Cande Molina Mostazo 
SECRETOS DE MURO 
Y ahí estaba yo, encaramada en el muro del jardín del Parador, los invitados aplaudiendo el discurso erudito del amigo del novio. Lo siento, pero nunca me cayó bien, un ser creído y arrogante, y no lo digo porque me rechazara como pareja del baile del final de curso, es que no lo he visto nunca honesto y además se había empicado a bromear sobre los amigos con el fin de hacerse el gracioso, y eso ya es para mí el colmo de un chuleta.

Aparece la luna como por arte de magia, está radiante y espléndida. Yo, desde aquí arriba, diviso muy bien el jardín, todo está precioso, acaban de encender las luces, van a dar comienzo al baile. Ya veo a las damas de honor y falta una, sí, soy yo, no estoy con ellas porque no puedo bajar de este muro. Sin duda subir es mucho más fácil que bajar. Ahora que estoy viendo el show me alegro de estar aquí subida, vaya pinta tienen con los kimonos, no tienen parangón. 

¡¿Qué veo?! Van a servir la tarta nupcial y yo sigo aquí. Escucho un crepitar debajo de mí, es un camarero pisando las hojas secas del sauce. Con voz baja lo llamo: 

-¡Eh! ¡Oiga, por favor! ¡Aquí arriba! 

El camarero mira hacia arriba y no puede aguantar la risa. Yo, con cara de enfado, le digo: 

-Bueno, cuando acabe usted de reírse de mí, ¿me podría ayudar a bajar? 

-Sí, claro. -Me miró sonriendo, trepó y me mostró sus brazos. Con miedo, me agarré y, por fin, pude bajar. Qué vergüenza cuando lo tuve de frente, en ese momento me hubiera gustado ser un camaleón para poder camuflarme entre los invitados y que no pudiera reconocerme. 

Es la hora de los cócteles. Se me acerca con su bandeja y me dice: 

-Coge la copa de la derecha, te va a gustar y, por cierto, el rescate se merece una cita. No voy a poder vivir con la curiosidad de qué es lo que hacías ahí subida. 

Y ahora, cuatro años más tarde, ahí está el camarero de ojos verdes, rescatándome en el muro del jardín del Parador. Esta noche él es el novio y yo no soy la dama de honor. 

Montse Martínez Serrano
NUNCA ES TARDE
―Sensei ni rei ―. Le dijo el camaleón a la Luna mientras juntaba las dos patas delanteras a modo de saludo. 

La Luna estaba encaramada en lo alto de la montaña y al escuchar al camaleón se giró dejando todo el valle a tientas. 

―Lo siento Sensei. Pasé muchas horas de adiestramiento con el erudito maestro Octopoda y no he conseguido imitar su blancura mellada de oscuras manchas. 
―¿Y te atreves a presentarte ante mí con ese ridículo y desgastado kimono blanco? Márchate aprendiz―, sentenció la Luna sin darle la cara.

El camaleón, empicado en el arte del camuflaje, había superado todas las pruebas menos aquella. Pero la ocurrencia de la luna no tenía parangón. ¿Quién podía igualarla? Con los ojos idos y el rabo lacio emprendió el largo camino de regreso a casa. Al anochecer paró desfallecido. El crepitar de una hoguera hizo que se alejara del fuego y de apetitos voraces. Llegó a la orilla del río, se quitó el kimono y, al adentrarse, vio a la luna llena reflejada en sus aguas. Se le pasó el enojo, pensó. El valle vuelve a estar iluminado. Viró su ojo izquierdo para ver su propio reflejo quedándose el ojo derecho aún sobre la luna. Y entonces ocurrió. Desde la cola hasta la cabeza fue cambiando de color luciendo, incluso, más que ella.


Mª Carmen Jiménez Aragón 
BLANCA LUNA 
La joven, de piel blanca y blanca melena, se acomodó el níveo kimono y se sentó en la orilla del mar. Por fin se había atrevido y había empicado la caída hasta llegar a tierra firme para hablarle, cara a cara, a su joven idolatrado. 

Aunque ya le advirtió el erudito Lorenzo, crepitando, que era una causa perdida de antemano, ella se camufló bajo apariencia fémina, cual camaleón ávido de aventuras, y esperó a que el muchacho volviera de la blanca espuma, en su nacarada barca. Lo veía volver cada madrugada, ella lo ayudaba a encontrar el camino de regreso y a manejar las mareas, para algo se había encaramado en ese punto del firmamento tan estratégico. 

Ahora que estaba tan cerca de él, aquí abajo, sentía unas mariposas orbitando a su alrededor, una emoción sin parangón. Pero todo se tornó confusión cuando se dio que el joven marinero no encontraba el camino hacia la orilla porque no hallaba en la oscuridad luna que lo guiara. 


Gema Frías Luque 
EL ILUSTRADO 
El sol caía por el horizonte dando un aspecto cálido, con sus tonos rojizos y anaranjados. Pocos minutos después, la luna se empezaba a encaramar. 

La noche prometía larga. Mientras me ponía mi cómodo kimono, oía el crepitar de la leña en la chimenea. Quería demostrar al mundo que era erudito, aunque tuve que empicar mis estudios. Quería demostrar que era un camaleón sin paragón y, tras acabar mi primer invento, dejaría al mundo sin palabras. 


Dori Calderón Ramos 
LA MIRADA DE LA LUNA 
La luna sintió el crepitar de unas llamas ardientes, y pensó cómo encaramar sus ojos sobre la nube yacente. 

Tenía que observar al Sol, con su porte vanidoso, erudito y altanero, sin parangón referente. 

No entendía la Luna, como podía seguir amando, a un ser que empicaba su luz y apagaba sus encantos. 

Quizás vistiese algún día un kimono de vanidad, y tiñese su piel de rojo con el viento de altamar, haría como el camaleón, disfrazarse para no ser vista, y obligar a su gran amor a buscarla entre perseidas y risas, de esas que son forzadas, para ocultar las lágrimas de un erudito Lorenzo, que sin poder remediar, las llora una noche en silencio. 


Rafa Núñez Rodríguez 
MANGATA 
Era una noche tan clara como la de hoy mismo, y sus pasos volvían a acercarse al lago. 

Hoy iba preparado, llevaba una cuerda con su buen nudo de empicar. Esperó en silencio a que el reflejo de la luna alumbrase las calmadas aguas y la lanzó con toda su ilusión, pero nada. Lo siguió intentando una y otra vez, pero la luna se reía de él, tan cerca y sin embargo era incapaz de atraparla. Su rostro, cual camaleón en una noche oscura, se fue ensombreciendo, se consideraba un erudito del amor, pero estaba siendo incapaz de conseguir el deseo de su amada. Él se veía encaramando la eterna mirada de la noche sobre su balcón. Se la imaginaba con esa sonrisa de abril y su silueta primaveral, envuelta en un kimono con destellos del sol naciente. 

Se ilusionaría por su regalo y, entonces, él le diría que ella era la que verdaderamente iluminaba sus noches. 

Y, sin embargo, el crepitar de las hojas a sus pies y una cuerda mojada eran su única conquista desde que la conoció. 



Mª Jesús Campos Escalona 
HECHIZO DE LUNA 
Me encaramé al árbol. Desde ahí podía divisar el río y el camino que serpenteaba junto a él. Pasaba horas, esperando ver a esa figura sin parangón. Tengo que aclarar que, desde que la vi, ando empicado con estas visiones nocturnas que me traen de cabeza. Como camaleón, voy cambiando mis ropajes para que no delaten a mi persona; ¡más quisiera yo ser un erudito de las palabras, quizás así, me atrevería a decirle algo! 

El crepitar de las hojas secas me despierta de mis pensamientos. Como cada noche aparece en silencio, ataviada tan sólo con un kimono negro y su pelo largo ondea con la suave brisa. Se sienta junto a la orilla y sus pies descalzos acarician el agua. La luna es mi fiel aliada, la contempla, al igual que yo, embelesada y, al igual que yo, no quiere que ese momento termine. 


Laura Pérez Alférez 
CONSUMISMO 
Ayer, a primera hora de la mañana, me armé de valor y me fui de compras. 

Después de recorrer varias tiendas de ropa, revolviendo un poco aquí y allá, encontré un kimono negro, con un pequeño camaleón bordado que me llamó la atención. 

La luna del espejo del probador me decía que había engordado, que esa ya no era mi talla. 

-Le queda como un guante -me dijo al salir, el dependiente, un chico joven muy diligente, con gafas de erudito, colocándome en una frase más cerca de la tercera edad que de la de él. 

-Quiero otros dos iguales- le dije. 

-¿Y de qué color? 

- Negros, iguales. 

Y fue entonces cuando buscó la mirada de su compañera, como sorprendido. 

Al final todo bien, había hecho una compra sin parangón. 

Salí al sol de la mañana con mi bolsa de kimonos nuevos. 

Encaramada sobre los diez centímetros de tacón, sentí el crepitar de las hojas secas bajo mis pies. 

Con una sonrisa en los labios pensé que, o me paran, o me empico y mañana me compro unos zapatos... 

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