viernes, 26 de junio de 2020

MICRORRELATOS CONFINADOS. CÓMO VIVIR LA CUARENTENA FOMENTANDO EL ENVEJECIMIENTO SALUDABLE.









Durante el confinamiento, el Club de Lectura y Teatro de La Viñuela se ha volcado en escribir sobre temas de lo más variopinto.

La red Guadalinfo ha participado en la iniciativa "Microrrelatos confinados, cómo vivir la cuarentena fomentando el envejecimiento saludable", durante el mes de abril de 2020 en la plataforma www.enbuenaedad.es.

En esta sección se han recogido vivencias, testimonios o experiencias, reales o ficticias, que de forma positiva, han contribuido a promover un envejecimiento saludable durante los días de confinamiento en casa.

El proyecto “Fomento del envejecimiento saludable a través de soluciones digitales” ha reunido en esta publicación los microrrelatos enviados, en reconocimiento a sus autores y autoras por participar y compartir sus experiencias.

Estamos muy orgullosos de haber aportado nuestro granito de arena a este pequeño proyecto y una vez más reforzamos nuestro compromiso con la escritura tratando, sobre todo, de mejorar nuestras habilidades dando pequeños pasos que nos ayudarán a seguir avanzando.

miércoles, 24 de junio de 2020

IV LO QUE ME CUENTA UNA FOTO. LA VIDA


Queremos compartir con vosotros esta actividad que nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un matiz diferente, o se fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla una historia sorprendente y novedosa que nada tiene en común con la del compañero, salvo la imagen en la que está basada.

Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión. Esperamos que disfrutéis de los relatos. 


Rafa Núñez Rodríguez

WHISKY Y MARFIL

Era tarde, siempre era tarde para él, estaba acostumbrado a la sensación de estar en los lugares un rato después de cuando debía haber estado.
Se frota las manos con desgana, necesita hacerlas entrar en calor, las mira casi como recordando su vida en ellas. Cada pliegue de su desconsolada piel le recuerda a alguna borrachera, pequeñas marcas de vasos rotos que le dejaron dibujos extraños en su palma izquierda.
Las uñas mordisqueadas de cuando se sentía nervioso, aún le ocurría, hasta el tercer whisky no era capaz de sentarse delante del piano.
Tenía los ojos turbios por la soledad, esa compañera que se apropió de su camino, que lo fue guiando de noche en noche, de garito en garito, solo le permitía ser compartida con el humo que iba ennegreciendo sus pulmones.

Hoy la sala está casi vacía, alguna pareja que solo tienen ojos para el amor y un par de personas como yo, que vamos a sentir la música que mana de esas manos temblorosas y oscurecidas por la edad.

Un largo trago para apurar el vaso y un leve gesto al camarero, acaricia con suavidad el marfil desgastado, ese que le da alimento a su alma, cierra los ojos por un instante y se ve tocando en San Francisco, aquella noche en la que el mismísimo Sinatra le aplaudió, ese es el momento más importante de su vida, o eso piensa, aunque después de aquel aplauso, nada cambió, nada fue diferente, el mismo whisky y el mismo tabaco durante cuarenta años.
Y entonces se produce ese pequeño milagro de todas las noches, el piano comienza a llorar con tanta pasión que las parejas dejan de besarse, que los borrachos abren sus rojizos ojos, y hasta parece que los coches han dejado de hacer ruido por las calles.
Esas manos se fusionan con la música que desprenden , y ya no hay edad, ni dolores heredados, ni oportunidades perdidas.
Solo quedan esos sonidos eternos que regala cada noche un viejo pianista.


Gema Frías Luque
CICATRICES DEL PAN

Habían pasado unos años llenos de miedos, penurias, confinamientos, hambre, muertes impunes, desprecios…

Fue una masacre y una etapa que truncaría sus vidas para siempre, fueron tiempos difíciles y la guerra había quitado todas las ilusiones que pudieron llegar a existir.

Había que empezar desde cero, con unas pocas de semillas esparcidas por las agrietadas rendijas de los atrojes, con mucho sacrificio y trabajo inhumano. Tendrían una larga lucha por sobrevivir en unos años donde la supervivencia era lo único importante.

Y aunque quedaba todo por hacer, posiblemente se adentraban en el camino en que se dejaba ver la luz a través de la oscuridad.

Tuvieron que enterrar a sus muertos, recomponer sus desgracias y con esa fuerza sobrenatural que solo poseen los seres humillados y deprimidos, tenían que reorganizar sus devastadas y míseras vidas, el poder los había denigrado, despreciado y doblegado.

En un lugar no muy lejos de aquí había un matrimonio con cuatro hijos con edades muy parecidas, siendo el más pequeño de 4 años y la más grande de 11 años. Ellos eran el pilar fundamental para el sostén familiar, ayudaban y contribuían por igual en la medida de sus posibilidades, siendo de gran importancia todas las obligaciones de las que disfrutaban.

La cruda y profunda crisis que había en ese momento, atroz, descomunal y desigual cuando el jornal era de 11 pesetas y un kilo de pan costaba 18 pesetas, así que harían falta muchas manos para que no notaran la falta de pan cada día.
El principal entretenimiento y su obsesión era arrimar el hombro en casa.
Las grietas y ampollas en las manos, sin olvidar las rozaduras en las albarcas, eran una constante, solo las durezas los hacía fuertes ante aquellas pequeñas y finas hebillas.
Eran momentos muy difíciles, y aunque existía en sus corazones la rebeldía y las ganas de mejorar su situación, el poder los había doblegado y demasiada gente ya se había acostumbrado, el silencio invadía sus vidas y sus corazones, nadie se quejaba, no sabían, quizás no debían...
Los días pasaban y las jornadas de trabajo eran más exhaustas que otras cuando menos, el frío calaba hasta los huesos y se hacían las horas más eternas que de costumbre.
La esperanza, no cabía ni en la mente, el propósito diario era el de comer todo lo que tu estómago necesitaba y el ritual de reunirse todos en la chimenea era lo habitual, el único recuerdo del día que se recordaba con alegría.


Y pasaron los años y el tiempo se iba acabando, cada cual buscó su vida como mejor supo, alargando los días para conseguir una vida mejor, pero sus manos lo delataban… había sido muy duro, pero lejos de recordar su vida llena de tristezas, con dolor y sufrimiento, sentía un profundo bienestar, una paz interior sintiéndose orgulloso de haber luchado contra viento y marea, contra todo pronóstico, sacó valientemente a su familia adelante, dando su protección y habiéndoles proporcionado una esperanza de vida mayor a la que le tenían reservada para él.




María Jesús Campos Escalona
TUS MANOS
Tus manos son las que me acarician,
las que me besan el alma,
las que me envuelven,
las que me arrullan,
las que secan mis lágrimas.
Tus manos son las que trabajan duro,
las que se sumergen en agua fría
para que nos asalte el frío invierno.
Las que madrugan y me despiertan con un beso,
las que cocinan sin descanso.
Tus manos...
arrugadas por el tiempo,
no conocieron delicadas fragancias,
ni la suavidad de algodones;
se forjaron,
en el campo a pleno sol,
marchitándose con el paso del tiempo,
pero nunca perdieron su procedencia,
ni su pálida belleza.
Tus manos son vida,
son dulzura y calidez,
tus manos son tu esencia,
bendita corona alada de tu ser divino.
Si tus manos hoy titubean y tiemblan
no temas.
No temas.....
que yo las guiaré
con las mías.

Dori Calderón Ramos


CARICIAS
-Abuelo, ¿Por qué tus manos no son suaves?
-Hija, porque son manos de viejo.
-Pero abuelo, el abuelo de Maya también es viejo y sus manos son suaves.
-Quizás, las manos del abuelo de Maya tuvieron una vida diferente a las mías.
-Y..... ¿Cómo fue la vida de tus manos, abuelo?
-Mis manos tuvieron una vida dura, hija mía. Lidiaron con la tierra y el Sol, con el frío y la caló, con las horas de trabajo duro en el ocaso y el aire frío de la madruga, con la hoz y la yunta, con la azada y el arado, con la necesidad y la esperanza, pero sobre todo lidiaron con el poder del señorito, que recogía la mayor parte del fruto del esfuerzo de mis manos.
Aún así, en mis manos siempre hubo una caricia para tu abuela, para tu padre y para ti, y aunque esa caricia arañe un poco, vosotros siempre la recibís con una sonrisa y un abrazo, porque sabéis que esa caricia iba llena de amor.





M. Carmen Jiménez Aragón
OLVIDO
Sentado en el sillón, el abuelo observaba sus manos con un tono de extrañeza en los ojos. Las levantaba contra el sol de la ventana y las examinaba, girándolas, mientras pensaba que no le eran familiares. De pronto, se sobresaltó al ver otras manos bailando junto a las suyas. ¡Pero qué diferentes eran! Mucho más menudas y con una piel completamente lisa. Pensó que, quizá por su reducido tamaño, no cabían en ellas manchas ni imperfecciones y eran tan blancas que a veces las perdía de vista al mirar a contra luz. Se movían con mucha rapidez e iban acompañadas de una risa infantil y chillona. No, definitivamente esas manos tampoco le eran familiares. Pero entonces las pequeñas manos se pararon en seco, yéndose a posar sobre las suyas, y una sensación de tranquilidad acabó con el desasosiego que crecía en su pecho. No le transmitían seguridad porque las notaba torpes y alocadas, pero sí algo de delicadeza y cariño. Y dos segundos después las manos alzaron de nuevo el vuelo y, tras una vuelta de reconocimiento por todo el salón, desaparecieron llevándose también la voz chillona y risueña.

La experiencia lo había dejado agotado, sentía que los parpados le pesaban y que el alma lo aplastaba contra el sillón. Sus manos yacían sobre los reposabrazos y se disponía a cerrar los ojos cuando otras manos lo interrumpieron. Una fue a parar a su pierna y la otra a su mejilla. Venían acompañadas de una cara con una gran sonrisa y unas palabras que le resultaron indescifrables. Quizá no eran tan enigmáticas, quizá fue que él no les puso atención, a decir verdad, se había quedado absorto mirando esas nuevas manos. No tan pequeñas ni delicadas como las anteriores, pero limpias de arrugas o manchas, eran unas manos fuertes y decididas, resueltas. El abuelo no dejaba de ir, con su mirada, desde las manos a la cara y de la cara a las manos, intentando descubrir que le unía a ellas, pero sea quien fuese debió notar su decepción en el rostro y quiso tranquilizarlo de algún modo. Las jóvenes manos se acercaron a una de las suyas y acariciaron el dorso con mucha paciencia y comprensión, juguetearon a entrelazar los dedos y a hacer cosquillas en la palma. Esas manos sí le transmitieron seguridad y protección aun sin saber a quién pertenecían. Le inspiraban confianza. En unos minutos, el abuelo desistió en su intento de averiguar y volvió a fijar su atención en los tenues rayos de sol que todavía se colaban por la ventana. Dos palmaditas en su mano y unas palabras y volvió a quedarse solo en su sillón.

Sus ojos se anclaron en las ramas del viejo álamo y en el brillo de sus hojas, pero su mente viajó al antiguo caserío familiar, a esas meriendas en el patio trasero a la sombra de las parras y el eterno corretear del agua en la fuente. Gente que se acomoda y charla, y niños jugando junto a la acequia. Y se ve a él mismo alzando su vaso de vino y dando gracias, y junto a él una joven que lo abraza y posa la mano sobre su pecho y le sonríe con amor. Es la misma sonrisa que tiene delante ahora, sentado en el sofá. Nota una mano apoyada en su pecho y unos ojos que lo miran con amor, pero no identifica de quien son. Esa mano sí se parece más a la suya, huesuda, manchada, arrugada. Frágil y débil como las amapolas de su caserío. Cómo le gustaría volver allí, volver en los años, volver a ser él. Pero sabe que de no poder encontrar el camino del tiempo, el único sitio en el que se encontraría a gusto es donde está, en su sillón, disfrutando de su ventana y con todas esas manos desconocidas que le transmiten paz.

Candelaria Molina Mostazo

ME GUSTA MIRAR TUS MANOS
Y ahora, tras los años, te ayudas de tu garrote. Tus manos, llenas de sabiduría y de tiempo, son el reflejo de una vida de esfuerzo y de trabajo, están más suaves que nunca. Me gusta mirarlas, me gusta cogerlas y medirlas con las mías, me gusta palpar  tus señales de las grietas y acariciar tus grandes callos. Tú disfrutas contándome que esa cicatriz fue con la hoz, y que ese callo ya es crónico y te acompañará a la otra vida. A veces te observo y estás pensativo y mientras tus cavilaciones están con los  recuerdos, entrelazas  tus dedos y giras los pulgares uno sobre el otro, ese carrusel me lo enseñaste de pequeña y me decías que los dedos pulgares no se podían rozar. Se ve que era un gran entretenimiento mientras se espera y, sin duda, es un ejercicio antiestrés. Yo en algunos momentos de tensión lo he practicado y te digo que me relaja bastante. Me recuerda mucho a ti.

Algunas noches sueño contigo y con tus manos. Sueño que es verano y estamos sentados en la puerta de nuestra casa al fresco, entonces yo voy a por la crema, esa que mamá tiene en la mesa de la máquina de coser y viene en una latita redonda de color azul y, muy suave y delicadamente, te la pongo a la vez que masajeo esas manos tan bonitas y fuertes. La piel  absorbía  rápidamente la poción, estaba tan seca que en segundos la loción desaparecía. Tú sonreías y me decías “¡qué suaves!”, me dabas un beso, me acariciabas el pelo y yo era la niña más feliz del universo. Me gusta mirar tus manos, cogerlas y medirlas con las mías.



lunes, 22 de junio de 2020

SEMANA CULTURAL DE LA VIÑUELA 2013.



Una de nuestras aficiones más constantes es la escritura y varios miembros del Club han sido merecedores de premios locales de escritura. Trataremos, a lo largo de estos meses, de transcribirlos en este espacio de modo que queden almacenados y tengáis acceso a su lectura. 
En esta ocasión recordaremos al ganador de la edición de 2013 del premio de Relato Breve, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de La Viñuela, con motivo de la Semana Cultural, Rafa Núñez Rodríguez, con su relato titulado "MIS MANOS". El tema propuesto por la organización en esta ocasión fue "UN EMBALSE DE CUENTO"


MIS MANOS

Me froto enérgicamente las manos, siempre me quedan restos entre la agrietada piel y los bordes de las uñas, qué rabia me da. Me hecho un poco de agua sobre las manos, tengo que dejar de morderme las uñas.

Las piernas se me empiezan a clavar en el fango y voy sintiendo el frío del agua desentumeciéndome los músculos de las piernas. Me relajo tanto después de hacerlo, un día de estos me voy a quedar clavado como un faro en mitad del pantano.

De repente escucho un ruido ajeno a mi mundo, vuelvo la cabeza rápidamente. Observo alrededor, veo los pinos que me miran con indiferencia, cerca una pequeña isla de eucaliptos se retuercen cada vez que me ven, mueven sus hojas señalándome, culpándome de sus pesadillas, y a sus pies una barbacoa, pálida como los huesos que alimentan las flores que la rodean, me grita con sus dientes podridos, me escupe maldiciones mezcladas con cenizas. Tiene más hambre, bajo sus entrañas está enterrada, creo que fue la tercera, que trabajo me costó cogerla. Corría tanto que estuve varios días con agujetas. Corría y corría, me miraba asustada y corría, sin embargo no gritaba, no abrió la boca ni cuando mi hacha atravesó sus nerviosas ideas.

Fue fantástico, de las mejores presas que he cazado. Ojalá encuentre pronto otra parecida, es cada vez más difícil paladear buena carne.

Inspiro profundamente y miro el horizonte, casas de campo, olivos, aldeas, y el crepúsculo enrojeciendo las frías aguas.

Bueno, tengo que ponerme a trabajar, es mi primer hombre y me va a dar un par de horas el despiece. Miro a la orilla y veo el cuchillo lamiendo las últimas gotas de sangre que resbalan hacia la empuñadura. Vaya se me ha olvidado la pala en el coche, hoy se me va a hacer de noche aquí. Bueno, Marta ya hace tiempo que no me pregunta el por qué de mis tardanzas.

Me froto enérgicamente las manos, siempre quedan restos entre la agrietada piel y los borde de las uñas.

domingo, 21 de junio de 2020

SEMANA CULTURAL DE LA VIÑUELA 2015.




Una de nuestras aficiones más constantes es la escritura y varios miembros del Club han sido merecedores de premios locales de escritura. Trataremos, a lo largo de estos meses, de transcribirlos en este espacio de modo que queden almacenados y tengáis acceso a su lectura. 
En esta ocasión recordaremos a la ganadora de la edición de 2015 del premio de Relato Breve, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de La Viñuela, con motivo de la Semana Cultural, María del Carmen Jiménez Aragón, con su relato titulado "TRABAJO CUESTA VIVIR",  la temática propuesta por la organización fue "MI PROFESIÓN IDEAL"


TRABAJO CUESTA VIVIR

   "Con la falta que hacía que esta vez hubiera sido un niño", pensó Antonio. Pero no. "Otra niña... Una niña muy bonita" y se le iluminó la cara.

  ¿Quién iba a ayudarle a coger las aceitunas cuando llegase la temporada? ¿Quién le ayudaría a cargar y arrastrar los toldos? ¿Y a varear? ¿Quién se subiría a esos olivos tan altos cuando él ya no estuviera en "paraje" para hacerlo?

   Pero no podía evitar la sonrisa en su boca cada vez que volvía de un largo día de trabajo y veía a sus tres hijas jugando y corriendo junto a los eucaliptos.

   Pasaban los años y las niñas se convertían en mujercitas. La mayor ya andaba comprometida, con un buen muchacho del pueblo. Era ley de vida que formara su propia familia.

   La pequeña de las hermanas, ya a una edad muy temprana, había encontrado su verdadera vocación. La enseñanza. Se encontraba como pez en el agua cuando estaba rodeada de libros, lapiceros, pizarras y pequeños estudiantes.

   Antonio seguía lamentándose por no haber tenido un hijo varón que lo ayudara en el duro trabajo del campo. Fuera como fuese, amaba a sus hijas y llevaba una vida normal, como cualquier otro del pueblo. Recolectar aceitunas, cavar y sembrar el huerto, la vendimia en su tiempo, cuidar del mulo, su fiel ayudante Hipólito, que cargaba con todos los aperos y el frugal almuerzo para echar otro día de trabajo.

   Amalia, la esposa de Antonio, tampoco se quedaba dormida en los laureles. Preparar la comida para los que quedaban en casa y los que salían a trabajar. Asear la casa. Encargarse del corral, las gallinas pedían poco y daban mucho a cambio, qué menos que darles un par de vistazos al día. Hacer la colada, que solo ir hasta el lavadero público y volver con los trapos empapados ya era un gran trabajo; y un sin fin de quehaceres diarios.
   Pero todo cambió cuando Antonio cayó gravemente enfermo. Llevaba dos días en cama cuando María, la segunda de las tres hermanas, tuvo claro lo que tenía que hacer.
   No hacía mucho que había amanecido cuando Amalia fue a llamarla al cuarto de al lado para despertarla y se encontró con su catre vacío. La desesperanza en los ojos de su padre y la incertidumbre en el rostro de su madre fueron el detonante para cambiar la rutina diaria de la muchacha.
   Había decidido irse al campo y hacer el trabajo que su padre ahora no podía. La determinación que mostraba asombró a toda su familia.
   Se levantaba con el cielo oscuro y preparaba todos los arreos. Cargaba el mulo y andaba por caminos polvorientos y desérticos durante kilómetros. Cuando llegaba a su destino apenas empezaba a clarear el día. De rodillas iba cogiendo aceituna por aceituna y cuando ya no le cabían en las manos las lanzaba a la espuerta siempre un metro por delante de ella. Lo había visto hacer muchas veces a su padre, a sus tíos,... No perdía el tiempo en sacar esa piedra que le molestaba bajo la pierna o en apartar esa esparraguera que le arañaba las manos. Así, muy poco a poco se llenaba la espuerta. Y una vez llena la cogía y la vaciaba en un saco de pita para volver a empezar a llenarla. Había días más duros que otros, como aquellos en los que comenzaba a caer una fina llovizna y se calaba hasta los huesos; o aquellos en que el viento traía el gélido aliento de las nieves cercanas. Pero conseguía terminar la jornada y, exhausta, cargaba a Hipólito como podía y volvía al pueblo dejando en la almazara los pesados sacos.
   Desde entonces tuvo claro que su vida era el campo y su recompensa sentirse útil para su familia. Cavar la viña, cortar sierpes, descapotar almendras,... Todo atraía su interés y se esforzaba en hacerlo bien y mejorarlo.
   Su padre no podía sentirse decepcionado por no haber tenido varones como era habitual antiguamente. "Pero, ¡qué trabajo cuesta vivir!"
   Basado en una historia que bien podría ser real.


Paralelamente a ser ganadora del Concurso de Relato breve, M. Carmen Jiménez Aragón también fue ganadora del Concurso de Fotografía del año 2015, el tema propuesto por el Excmo. Ayuntamiento de La Viñuela fue "EMPLEO Y OPORTUNIDAD"

sábado, 13 de junio de 2020

SEMANA CULTURAL DE LA VIÑUELA 2017.


Una de nuestras aficiones más constantes es la escritura y varios miembros del Club han sido merecedores de premios locales de escritura. Trataremos, a lo largo de estos meses, de transcribirlos en este espacio de modo que queden almacenados y tengáis acceso a su lectura. 
En esta ocasión recordaremos a la ganadora de la edición de 2017 del premio de Relato Breve, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de La Viñuela, con motivo de la Semana Cultural, María del Carmen Jiménez Aragón, con su relato titulado "¿DRÁSTICO DETONADOR?". El tema propuesto por la organización en esta ocasión fue "LA VIÑUELA EDUCA"


¿DRÁSTICO DETONADOR?
     ¡Qué lata! Las once y media aún. Que mañana más larga. Mi maestra está corrigiendo los ejercicios y mis compañeros empiezan a elevar gradualmente el murmullo. Sin pensarlo me levanto y voy hasta la mesa de María. Quiero preguntarle si sabe algo más sobre aquel chico del que hablaban ayer en el patio. Siento una indignación infinita por lo que le ha ocurrido.  Aunque no lo conozco de nada, las injusticias me matan. No tengo palabras.
     -María, ¿sabes algo nuevo sobre ese chico? –Ni si quiera sabemos cómo se llama.
     -Dice mi madre que sigue igual. Ayer hizo cuatro días que está en coma y no saben qué camino puede tomar la situación. –La madre de María es enfermera en el hospital y precisamente estaba de guardia el día que entró por urgencias el chaval.
     Mi maestra ha terminado de corregir y vuelvo a mi sitio. Cuando nos dice que quedan diez minutos para terminar la clase y que podemos aprovecharlos para adelantar deberes, si queremos, no lo pienso dos veces. Levanto la mano y hago la pregunta.
     -Maestra, ¿podemos hablar de lo que pasó el otro día en el recreo?
     Claro, incluso estamos pensando en organizar un debate entre varias clases. Podría ser productivo.
     Algunos de mis compañeros asintieron con la cabeza, otros se encogieron de hombros. Será interesante ver los distintos puntos de vista y opiniones.
     -Maestra, ¿por qué a esos salvajes no los han metido en la cárcel y sólo los han cambiado de colegio? –Me atrevo a ser el primero en preguntar.
     -No es un colegio. Es un centro de menores a donde los han llevado. No pueden ir a la cárcel porque son menores de edad todavía.
     -Pero maestra, ¿yo no entiendo por qué son menores para entrar en la cárcel y “mayores”, o al menos ellos se creen así, para imponer a los demás sus normas, o humillar a la gente sólo porque se diferencian de ellos en algo? –La rabia me hace apretar los puños y se me clavan las unas en las palmas de las manos.
     Mi maestra, en cambio, está muy serena. Se levanta de la silla y, rodeando la mesa, se sienta en una de las esquinas. Nos mira con esa mirada comprensiva y amorosa que le veo muchas veces a mi madre, y dice: -La solución a este problema y a muchos otros que veréis a lo largo de vuestra vida es la misma. Se llama educación. La educación lo es todo. Lo más importante que posee toda persona. No sólo la que se da aquí en asignaturas, sino la que adquirís cada día de la vida en vuestras casas, en la calle, con los amigos, a través de la tele,… Todo es educación. Vosotros sois jovencitos aún, pero dentro de algunos años, cuando ya no estéis en el colegio, seguiréis educándoos, sin daros cuenta. Durante toda la vida.
     -Sí maestra, pero esos chicos están recibiendo educación en el colegio igual que yo, y a mí no se me ocurriría hacer lo que ellos hicieron. –Contesta un compañero.
     -Por supuesto que no, ya lo sé. El problema surge cuando alguno de los pilares que sostienen la educación falla. Irremediablemente el edificio termina viniéndose abajo tarde o temprano. En su entorno, algún pilar debe no ser muy estable. No penséis que estoy intentando justificar lo que han hecho, sólo quiero que veáis cual es la importancia de la educación, no sólo académica, sino educación en valores cívicos, valores morales, en tolerancia y respeto. Esa educación empieza el mismo día que nacemos. Os la enseñan todas las personas que os rodean. Familia, maestros, amigos, medios de comunicación,…Incluso el señor desconocido que entra después que nosotros a la panadería y da los buenos días a los presentes y las gracias antes de irse.
     Yo escucho atentamente y pienso en qué momento esos chicos habrán recibido una lección errónea en su educación que los ha llevado a ser las personas que son ahora. Cuál de los pilares será el que les está fallando.
     -Maestra, ¿es posible reparar uno de los pilares cuando te das cuenta que está “agrietado”? –Pregunto, aunque creo que estaba pensando en voz alta.
     -Por supuesto. Todo se puede reparar. Cuesta mucho trabajo por parte de todos, pero con paciencia nunca es tarde para adquirir una buena educación. –Contesta.

     Está sonando la sirena y nos levantamos para cambiar de clase. La mañana transcurre con normalidad. Pero en mi cabeza no paran de ir y venir ideas.
     Ya en casa le cuento a mi madre la charla que hemos tenido en el colegio y parece estar de acuerdo con mi maestra.
     -Cielo, en este pueblo tan pequeño todos nos conocemos y sabemos que a esos chicos le falla más de un pilar. Pero hasta que no sean ellos los que quieran poner remedio, a los demás se les va a hacer muy difícil hacerlo. Tienen que ser conscientes de la gravedad de sus actos. Quizá ahora que no están en sus casas, con su familia, durmiendo en sus camas, puede que empiecen a pensar en ello, pero creo que hace falta un detonador más potente, mucho más potente para que echen abajo ese edificio ruinoso y construyan uno con buenos cimientos, sólido, estable,…
     Yo miro a mi madre y pienso en lo que me dice, aunque no estoy seguro de captar todas las metáforas. En ocasiones se le olvida que sólo tengo doce años y me cuesta seguirle.

     Dos días después empiezo a comprender lo que me había dicho mi madre. El chico que está en el hospital ha empeorado. Los médicos deben operarlo a vida o muerte, dice María. Los responsables de que él esté así se enteran, por sus familiares, de que sus posibilidades de sobrevivir son mínimas. Si de alguna manera logra salir de la operación, las secuelas podrían ser bastante graves. Sienten una presión muy fuerte en el pecho. No suelen hablar mucho desde que están en ese lugar. Pero cruzan la mirada y saben perfectamente cómo se siente el otro. Nunca pensaron que pudieran verse en una situación así. Esa es la cuestión, que nunca pensaron. Ahora darían el resto de días que les quedan por vivir a cambio de borrar la última semana. Que todo esto no hubiera pasado. Así se lo transmiten a los padres del muchacho en la sala de espera del hospital. El detonador se ha accionado.
     Han pasado muchas horas. Demasiadas horas. Pero por fin sale el médico con buenas noticias. Esos chicos siguen en el hospital, aun después de haber recibido reproches, desprecio e insultos. Saben que no podía ser de otra manera. Es lo menos que pueden hacer. No han visto los ojos de una madre llorar tanto. Y ahora que las lágrimas son de alegría y alivio, ellos también lloran de arrepentimiento y vergüenza. El detonador se ha accionado.
     Unos meses más tarde he sabido que esos chicos son ahora voluntarios en el centro de acogida para menores. Ayudan a los profesionales y colaboran en las charlas de concienciación. Y mientras vuelven a levantar su “edificio”, enseñan a otros chicos como reparar los suyos. Porque la enseñanza es la clave de todo.

lunes, 8 de junio de 2020

III LO QUE ME CUENTA UNA FOTO. MIEDO.


Queremos compartir con vosotros esta actividad que nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un matiz diferente, o se fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla una historia sorprendente y novedosa que nada tiene en común con la del compañero, salvo la imagen en la que está basada.

Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión. Esperamos que disfrutéis de los relatos. 
  
Modesto Fortes Pascual
NO TE EQUIVOQUES DE DIRECCIÓN
        Su oscura silueta contrastaba en aquel blanco glacial.
            Mientras sus negras y viejas botas pisaban y hacían crujir la escarcha del sendero, su aliento se elevaba como espesa niebla, pareciese que fuese a condensar para luego cuajar.
            Cuajarón de sangre escupió tras un golpe de tos.
           Sabor ferroso en la boca y un rojo carmín en el blanco manto.
            De repente, nota un frío paralizante en su hombro izquierdo, por más mentalizado que estaba, no pudo contener el horror.

            ‒Te has equivocado de dirección. Vuelve a tu nuevo y eterno hogar.

Rafael Núñez Rodríguez
CADENAS DE MÍ.

Se acerca la medianoche y no consigo acostumbrarme, me echo la manta sobre la cabeza, pero el sonido se va acercando, el chirriar de unas cadenas con paso cansino. Sus lamentos atormentan mis sueños desde hace semanas, susurros pidiendo auxilio llegan del techo, no tengo ático pero parece que el dolor nace de esa buhardilla que se pudre en mi imaginación.


El despertador me salva de los arañazos que ya comienzo a notar cerca del corazón. Me miro frente al espejo, mientras mis ojos se van hundiendo en la blanquecina piel que los rodea. Me fijo en mis manos, tiemblan como si presintieran las cadenas acariciando su fría carne. Ya hace una semana que no me atrevo a salir a la calle, creo que alguien me observa, noto una respiración agitada cada vez que cruzo el umbral de mi pequeño mundo. Afuera nieva, como si la nieve fuese un vómito que llena todo de frustración.


Creo que tengo fiebre así que decido quedarme en casa. Me cuesta mucho caminar, tal vez haya pillado algo, pero no quiero acostarme, aunque las quejas de las cadenas ya me persiguen por toda la casa. En el dormitorio hace mucho frío, lleno de calor la boca del salón y me acurruco junto a las valientes llamas.

Me despierto de golpe, agitado, ha sido un grito, estoy seguro de haberlo escuchado. No sé si llorar o salir corriendo. Lo intento, pero mis piernas están embriagadas por el amor de la chimenea. Noto el corazón como grita el miedo que reflejan mis ojos, pero mi boca enmudece, creo que hay alguien en la otra habitación.


La puerta se está pintando por el ruido de los arañazos y leves susurros llenan mis oídos de lágrimas. No se que ocurre, pero tengo más frío, mis dientes hacen música de miedo mientras se van cayendo bajo la cama. Me acerco despacio, necesito abrir la puerta, hay algo hipnótico en esos lamentos que me es tan familiar.


Giro el pomo con lentitud y alguien empuja la puerta, todo se abre de par en par. Veo una figura ante mí, unos ojos sanguinolentos se relamen al mirarme, es horrible, un amasijo de carne y huesos se arrastra hacía mí. Un sendero de sangre caliente marca mi destino, las piernas no me responden, ni tan siquiera soy capaz de gritar. Miro sus ojos y solo siento la miseria con la que me mira, las babas que fluyen de su grisácea boca, que además intenta sonreír. Entonces escucho lo que las cadenas llevaban semanas intentando decirme...

-Soy tú, después del accidente.




María Jesús Campos Escalona
ALÉJATE DE MÍ

Como cada noche me preparo con esmero. Espero con ansia todo el día este momento. Me maquillo con sumo cuidado, saco del armario el traje negro, súper ajustado, ¡uhhhm, marca todas y cada una de mis curvas! Retoco el color de mis labios, rojo pasión, ya estoy lista.

Salgo a la calle con seguridad, decidida. Los altos tacones me hacen unas piernas de escándalo. Lo sé. Camino por varias avenidas poco transitadas, llego hasta la discoteca. Hay mucha gente, el corazón me palpita con fuerza. Hoy será una gran noche.

Guiño el ojo al portero y le doy una buena propina. Ya estoy dentro.

Echo un vistazo entre el gentío. Me gusta lo que veo, ¡me siento muy excitada!

Me dirijo hacia la barra y pido un whisky, veo que alguien se acerca, ¡empieza el show!

Es un chico joven de unos veintiséis o veintisiete años, moreno, alto. No está mal. Me invita a otra copa y pronto empezamos a charlar. Nos reímos y bromeamos, le sigo el juego, porque esta noche me siento especialmente hambrienta.

Suena la canción "Aléjate de mí " del grupo Camila y nos ponemos a bailar.

Empieza a tocarme donde no debe, sonrío, pero por dentro siento arcadas.

Son las tres y media de la madrugada. Ya no le aguanto ni un minuto más. Salimos del perverso antro de ruido y le llevo hasta la calle de enfrente. Sé que allí hay un callejón y apenas hay luz. Además, ¿quién se va a extrañar de una pareja que da rienda suelta a una pasión irrefrenable?

Mi acompañante con ingenuidad va riéndose y medio mareado por el alcohol...,no sabe lo que le espera.

Comienza a besarme y con impaciencia pone una mano en mi culo y lo aprieta contra su cuerpo. 
-¡Basta ya! -le grito y agarro sus manos con fuerza. Él deja de inmediato de sonreirme y me dice asombrado:
-¿Qué ocurre? ¡Vamos nena, déjate llevar!

Me acerco ferozmente y clavo mis dientes en su cuello. Primero rápidamente y con locura, luego una y otra vez, hasta que la sangre empieza a manar a borbotones. La bebo, la saboreo, me encanta, su olor, su textura, su color, ese aroma me enloquece. El chico empieza a agitarse y a convulsionar, yo le sonrío y le digo al oído:

-Tranquilo nene, relájate. Esto sólo acaba de empezar.




Dori Calderón Ramos

VA CANTANDO
Cuenta la leyenda que en un árbol se encontraba encaramado el pequeño Miguelón y que, sorprendido por el grito de su madre, perdió apoyo y cayendo se murió.
Desde aquel día, Josefa vaga como alma en pena bajo la sombra de aquel árbol, noche y día va cantando, va llorando, va llamando a su hijo Miguelón.
Y sumida en pena siguió su alma el día que recogieron su cuerpo sin vida bajo aquel árbol y lo llevaron a enterrar.
Si al anochecer te acercas hasta el Cortijo del Gran Roble y no haces ruido, puedes observar una figura de mujer que da vueltas alrededor del árbol, y va cantando, va llorando, va llamando a su hijo Miguelón.
Los vecinos del lugar, apiadados de aquel alma sin descanso y exhaustos por aquel llanto decidieron ayudarla, y en la noche qué se cumplió años de aquel fatal percance, encendieron una hoguera cerca del gran árbol y en ella quemaron ropas y enseres del niño, y mientras todo aquello ardía, la figura de una mujer lloraba alrededor del fuego.
Los vecinos ya lamentaban su decisión cuando vieron bajar del árbol la figura de un niño que tendió su mano a su madre, y juntos marcharon en paz hacia la eternidad.



Cande Molina Mostazo

EL LLANTO

‌Por fin estábamos en la nueva casa, mi madre estaba muy ilusionada porque por fin podía disfrutar de un pequeño jardín e incluso tenía espacio para construir en la parte trasera un pequeño invernadero. Las plantas, las flores y las hortalizas eran su pasión. Mi padre también estaba muy contento con la nueva casa, por fin tendría su despacho y su biblioteca. Yo, por el contrario, no estaba tan feliz, mi instituto, mis amigos,... ahora estaban muy lejos y tendría que ir a un instituto nuevo. No iba a ser fácil y me sentía con todo el derecho de estar enfada y enojada con ellos. A pesar de oponerme, no tuvieron en cuenta mis llantos y mis argumentos para no marcharnos del pueblo que me vio crecer. Aunque, en el fondo, también comprendo que por el trabajo de mi padre no queda otra alternativa más que mudarse.
La casa era bastante grande y también bastante vieja, había que hacerle muchas reformas, a mí no me acababa de gustar, me daba algún que otro repelús. Noche tras noche, escuchaba ruidos raros, incluso alguna que otras voces, tanto que decidí dejar una bombilla encendida para controlar todos mis miedos.
Una noche noté como si alguien me observará mientras dormía. Me desperté con un gran sobresalto. Cuando se lo conté a mis padres, me tranquilizaron diciendo que había sido una pesadilla y que no le diera mayor importancia. Entonces supe que ellos no notaban nada, ni oían nada, fuera lo que fuese era yo quien lo percibía y tendría que enfrentarme yo sola a esa presencia del más allá. Solo yo sabía que algo raro sucedía allí. Una noche me despertó un ruido que salía del desván y algo me hizo dirigirme hasta allí, no podía parar. Abrí la puerta y al entrar escuché el llanto de un niño. Miré y busqué, pero no veía nada solo escuchaba el llanto.
A la mañana siguiente empecé a investigar quién había vivido en esa casa y que historia se escondía en aquellas paredes. Entonces descubrí que había vivido un matrimonio joven con un hijo pequeño y que una noche de tormenta habían tenido un accidente de coche y murieron todos al caer el vehículo en el que viajaban por un gran terraplén.
Cada vez que obtenía más información veía más claro que era el niño el que me miraba por la noche y era su llanto el que salía del desván, pero ¿cómo podría ayudarle?  ¿Qué quería de mí?
No podía dejar de pensar cómo hacer que el pobre niño me diera una señal. En el desván había algunos baúles y varias cajas, empecé a buscar y encontré algunos abrigos con un nombre bordado, Arthur. Así debía de llamarse el chiquillo. Casi por casualidad, o quizás fue Arthur quién me llevo hasta él, encontré detrás de un armario un osito de peluche pequeño y precioso. Cuando lo cogí y le sacudí el polvo, sentí un aire frío que me rozo el rostro y casi me caigo al tropezar con una caja de madera que, al darle un golpe con el pie, se volcó abriéndose y salieron varias fotos. Allí estaba Arthur con su osito de peluche. Arthur no pudo ir hacia la luz porque su osito se había perdido mientras jugaba aquella tarde antes del accidente. Arthur no fue capaz de marcharse sin su amigo inseparable, es tan estremecedor y tan dulce ver en las fotos de Arthur como mira a su osito y, como en casi todas las fotos, sale con su peluche pegado a él.
Decidida cogí al osito y me lo llevé a mi habitación, lo puse en la mesita de noche antes de dormir y dije con voz firme: 

-Arthur, he encontrado a tu amigo, puedes cogerlo y cruzar la luz, tus padres te están esperando. 
Me recosté en la cama esperando que Arthur apareciera, pero me quedé dormida. Entonces un frío intenso me despertó y miré hacia la mesita de noche, el osito no estaba. Y desde esa noche ya no se escuchó ningún llanto desde el desván.


M. Carmen Jiménez Aragón
LA CASA DE AMELIA
Cuando Amelia entró en su nueva casa se encontró feliz. Todo estaba limpio y en perfecto orden, solo tendría que ocuparse de retocar algo de la decoración o cambiar la orientación de algunos muebles.

La casa en sí era lo que siempre le había gustado, con dos plantas, con habitaciones amplias, muy luminosa y con una gran parcela de terreno con árboles. Era la casa de su vida.

En los primeros días en que se habituaba a ella, comenzó a sentir cosas extrañas. Al principio trató de ignorarlas, después dejó un mensaje en el contestador de su psicoanalista. Quizá tuviera que aumentar la dosis de su tratamiento o hacer las visitas más frecuentes. Ya hacía muchos meses de la última, aunque jamás tocaron estos temas. Amelia nunca había creído en fantasmas ni supercherías de ese estilo, ella solo tenía una depresión a causa de un cúmulo de diferentes infortunios. Quién sabe, a lo mejor esta nueva casa y sus misterios la mantendrían distraída, con la mente ocupada en otras cosas.

Sin embargo, llegó el día en que todo se le hizo tan patente que ya no sabía cómo actuar. De unos simples crujidos en el piso superior (que bien podrían ser los viejos suelos al dilatarse con el calor) o unos pequeños golpes aislados en los cristales de las ventanas (que podría identificar con el sonido del picoteo de los pajarillos del jardín), pasó a escuchar pasos, o mejor dicho correteos como de niños; veía sillas movidas de su sitio; los cuchillos de la cocina nunca los encontraba en el cajón, siempre sobre la encimera, alejados; puertas y cajones abiertos, cuando ella siempre se aseguraba de cerrarlos.

Al mes de estar viviendo en la casa estaba ya desesperada, agobiada y tremendamente asustada. Algo había pasado en aquella casa y tenía que averiguar que fue.

Subió a la primera planta, que era donde más notaba las extrañas presencias y desde el descansillo de la escalera vio cómo se cerraba la puerta del estudio violentamente. Se quedó paralizada y, justo en ese momento, sintió que algo pasaba junto a ella y le rozaba el brazo. Los vellos se le erizaron y casi le da un infarto cuando vio de nuevo la puerta del estudio que se abría y se volvía a cerrar sola. Sabía que entrando allí descubriría algo. Se acercó y cogió el pomo, pero se resistía a girar. Escuchaba ruidos imposibles de identificar en el interior, pero por más que forzaba la puerta, no abría.

De pronto comenzó a sentir punzadas en las piernas, pequeños hormigueos que le recorrían todo el cuerpo,… Trató de controlar la respiración para no bloquearse por la ansiedad. Aquello tenía que tener una explicación lógica. Armándose de valor, cogió impulso, se abalanzó contra la puerta y la abrió. La habitación estaba iluminada por cuatro velas encendidas que se encontraban en el suelo, una en cada esquina. En el centro, en una mesa que no reconocía como suya, había una fotografía de ella reciente y una muñeca de trapo, de unos quince centímetros, con varios alfileres clavados. Nada más, nadie más. Dio unos pasos para acercarse a la mesa y unas palabras claras y altas llegaron hasta sus oídos haciéndola temblar de miedo. Ella, que siempre había sido tan racional y tan escéptica, nunca podría olvidar aquellas palabras tan reveladoras:

-¡Amelia Delgado, abandona de una vez el mundo de los vivos y regresa al más allá!



Gema Frías Luque
EL CAJÓN

Era una tarde espléndida, calurosa y radiante de luz, pero en mi mente había un vacío inquietante. Sin duda aquel cajón aún me seguía perturbando, el temor no conseguía apartar mi atención…, aquel candado no tenía sentido, sería fuerte ante la tentación de volver a sentirme inmune a la provocación de aquel olor.
Un placer que no conseguía quitarme de mi mente y aun sabiendo que era horrible lo que sentía, mi corazón latía acompasado, quería morir. Aquel dolor que sentía por no poder abrir el cajón era superior a mis fuerzas, no merecía la pena vivir de esa manera. Era tal la pena que sentía que no entendía por qué debía sufrir tanto, tanto sacrificio, ¿para qué? No estaba justificado tanto dolor, pavor, recelo, espanto… más bien pánico… y si abría el cajón, posiblemente sentiría más terror ante la cobardía de no cumplir mi palabra y todas mis promesas quedarían en papel mojado.
En enero de 2006 estuve en la consulta del Dr. Martínez, mi psiquiatra. Le conté todas las pesadillas que sentía durante la noche, que tenía una calva incipiente, los episodios de ansiedad y estrés me habían dejado huella…, pero él no le dio demasiada importancia y me dejó un informe sobre la mesa, ya no me daría mas citas.
Pero cada día al cruzar aquel largo y eterno pasillo, no podía dejar de esquivarlo para llegar hasta el salón y mis ojos se clavaban en aquel maldito y endemoniado cajón, mi mente seguía insistiendo y machacándome, mientras mi saliva era cada vez más espesa…
El calvario era diario y constante…

Lo que comenzó siendo un placer, continuó siendo miedo, acabando en una fobia, la vida ya no seguiría igual. No podía entenderla de la misma forma que cuando era pequeña y abría el cajón para disfrutar de aquellos chocolates de distintos colores y formas que tanto me hacían disfrutar… pero ahora era diferente.