sábado, 6 de junio de 2020

II LO QUE ME CUENTA UNA FOTO. JEROGLÍFICO.




Queremos compartir con vosotros esta actividad que nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un matiz diferente, o se fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla una historia sorprendente y novedosa que nada tiene en común con la del compañero, salvo la imagen en la que está basada.

Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión. Esperamos que disfrutéis de los relatos. 



Dori Calderón Ramos
IMPRESCINDIBLES

Soy imprescindible para mi reina, me eduqué en el Templo de Mut y mi tiempo está dedicado a que todo lo que ocurre hoy quede reflejado en el mañana.
Me formé desde los cuatro a los diecisiete años, y cuando mis manos tocaron por primera vez el papiro, temblé de emoción.
Me castigaron duramente por la más mínima falta de disciplina, y si por alguna causa un día mis sentidos no captaban con facilidad las matemáticas, la gramática o la geografía podían encerrarme varios días aislado o azotarme.
Ya me acostumbré a esta posición tan rara en la que trabajamos, pero al inicio mis piernas quedaban inertes y me encomendaba a Tot, para que me diese fuerzas.
Entre mis compañeros de estudio estaba Anat, la más inteligente de todos, pero no tuvo la posibilidad de ejercer nuestra profesión, hubiese sido la mejor.
El negro y el rojo son mis colores de trabajo, y aunque procedo de familia humilde, la mayoría de mis compañeros son hijos de maestros, pero me he convertido en un intelectual y también educo a las nuevas generaciones.
Soy Abady, lee lo siguiente y sabrás mi profesión.



M. Carmen Jiménez Aragón
LA DECISIÓN
Como siempre, el profesor Williams caminaba apresuradamente, con la cabeza gacha y su maletín bien apretado sobre el pecho. Esos minutos que lo separaban de su despacho, desde que salía del laboratorio, le producían tal ansiedad que seguramente al llegar tendría que dedicar un momento a relajar su mente y todo su sistema muscular.

Estaba a punto de realizar un gran descubrimiento y la presión que sentía lo estaba desquiciando. Por un lado, sus superiores le apremiaban para concluir el estudio y sacarlo a la luz lo antes posible. Por otro, el servicio secreto del gobierno egipcio le pisaba los talones y seguía cada paso que daba de muy cerca. Y él, él solo era un simple arqueólogo, especializado en la civilización egipcia, que se había interesado por el misterio de la desaparición de Nefertitis y la búsqueda de su sarcófago, a raíz del hallazgo de unos jeroglíficos. Éstos estaban esculpidos en una roca en la cámara funeraria de Akenatón, esposo de Nefertitis, pero no los habían encontrado antes porque la piedra estaba colocada al revés, con la cara tallada hacia el interior de la pared. El motivo por el cual el faraón había querido ocultar la información aun lo desconocía, pero intuía que la revelación iba a ser transcendental. Y también presentía que otro personaje, Neferneferuaten, jugaba un papel importante en la desaparición de la reina consorte, ya que aparece en los grabados históricos al mismo tiempo que desaparece ésta.

Williams estaba ya inmerso en sus comprobaciones y anotaciones cuando golpearon insistentemente la puerta de su despacho. Al abrir, solo encontró una caja en el suelo y una nota que decía: “Ella acabó con su vida para seguir liderando a mi pueblo. La civilización no lo hubiera aceptado antes, igual que no lo aceptará ahora. Olvide el asunto o habrá consecuencias”.

Sorprendido y algo asustado, comprendió que sus investigaciones e interpretaciones del jeroglífico no iban desencaminadas y que estaba frente al primer caso de cambio y suplantación de identidad.

Volvió en sí de sus cavilaciones y advirtió que aun sostenía en las manos la caja. Al abrir la solapa, decenas de escarabajos, negros y brillantes, corrían y chocaban nerviosos deseando salir del pequeño habitáculo en busca de comida…



Gema Frías Luque
AMASIJO DE HUESOS

Heredé el oficio y la vida de calamidad de mi padre. Cada amanecer nos llevaban en fila y encadenados hasta la cantera donde pasaríamos bajo el intenso sol jornadas interminables picando piedra bajo la atenta mirada de los soldados tiranos del reino, por la limosna de una mísera comida fría y dura al día.
A base de martillo y cincel esculpimos las piedras que serán llevadas por fieles como yo, hasta los límites de la fortaleza para la próxima construcción de un palacio del futuro rey que tan solo tiene seis años de edad.
Por buen comportamiento, por mi estatus y fidelidad al rey me han prometido liberarme cuando mi cuerpo no me permita desarrollar la actividad, cuando mis fuerzas no puedan sujetar el martillo, cuando mis pies dejen de caminar, cuando mi cuerpo desvalido no responda, ni siquiera a mis órdenes.
Aunque ese momento es lejano e incierto es la única fuerza que me mantiene vivo para seguir caminando, atado a estas cadenas, buscando la manera de soltarlas, buscando el camino para entregarle mi alma impoluta a los dioses, para que sigan manejándome, porque yo no sé hacer otra cosa, con la única pretensión de alcanzar el descanso y la paz eterna.
Y cuando muera sé que no tendré derecho a duelo, a elegir mi sarcófago, el ajuar que me acompañe a mi otra vida, a sacrificios de animales, ni siquiera a reunir a todos mis amigos y familiares para festejar mi muerte con un gran festín… un amasijo de huesos que yacerán apilados, unos contra otros, en una zanja cualquiera, ya las cadenas no me harán daño, mi alma libre buscará otro destino, otra nueva vida o tal vez una historia con matices totalmente diferentes...


Rafa Núñez Rodríguez

EL CÍRCULO

El sudor se me va escurriendo espaldas abajo, y eso que todavía no habían llegado los meses de los mosquitos. Gritos y chasquidos de cuero llenaban el ambiente de nervios, los capataces no solían usar el látigo, pero se les veía nerviosos, decían que vendría hoy, y todavía faltaban las piedras que cortarían el cielo por colocar. Aprieto la soga contra mi hombro y empujo con fuerza, mientras cambian los troncos para seguir avanzando. Echo un vistazo hacia el horizonte y veo como se acerca con impaciencia una gran nube de polvo.

Polvo de cochinilla y raíz de curcuma, por fin había conseguido el color perfecto para las ropas de Amón. Sería el mosaico que me abriría las puertas del más allá, Isis y Osiris caminando junto a Ra, y el gran faraón caminando sobre los muertos. En cuanto termine las últimas pinceladas iré a sentarme junto a la áspid, para esperar el descanso eterno, pero antes tengo que encontrar el color del Nilo y sus tranquilas aguas.

Aguas blancas acarician mi piel, mientras las doncellas me frotan con nervios y placer. Hoy son todas nuevas, ninguna ha visto a Nefertari, esposa de Ramsés, y me miran asombradas, saben de mi belleza, pero ignoran su destino, serán las elegidas para servir a mi señor en el cortejo infinito, mientras yo dormiré rodeada de promesas eternas y riquezas para vivir bien en la otra vida.

Vida es lo que me comenzaba a faltar, aún siendo Ramsés II, por eso quiero ver cómo estaba siendo terminada mi tumba, mi camino hacia la senda de los dioses, esa obra que me subiría a los cielos eternos, y hoy es el día en que el Sol se verá apagado por La Tierra, el día en que todo estará terminado, los dioses acompañándome en las paredes de mi recámara, las plañideras rodearán mis sueños. Ya falta poco, mientras nos vamos acercando rodeados de polvo y silencio, veo a los trabajadores colocando las últimas piedras, las que pincharan el suelo de los dioses. Y mientras me voy acercando, mi frente se llena de sudor.



María Jesús Campos Escalona

LA CAIDA DE UN IMPERIO

Todo lo que amé y por lo que luché está muerto o arruinado. Mi imperio cae en ruinas, las aguas del Nilo se tiñen de rojo.
¡Octavio quiere mi belleza, mis riquezas, poseerme!... sólo con pensarlo... cierro los puños con fuerza. ¡Pero a mí no me tendrá, nunca me tendrá!
Llamo a mis doncellas para que llenen el estanque con pétalos y flores de distintos y bellos colores. Me desvisten lentamente, las ropas van cayendo con suavidad por mi blanca piel. Voy entrando en el agua, mis pechos pequeños, pero turgentes, notan el agua fría.
Le digo a una sirvienta que acerque la urna. Titubeando y nerviosa, la coloca en el borde del estanque. Le quito la bella tela que la envuelve. Pronto la veo, es inquietante, bella, única, como yo. Meto mi mano y rápidamente la áspid cumple su cometido.
Una fuerte corriente me envuelve el brazo, nuevamente noto otra descarga.
Poco a poco voy cerrando los ojos. Sonrío con tristeza. Ya ha acabado todo.
¡Yo, Cleopatra, reina de reyes, de inteligencia extraordinaria no me dejé atrapar por el yugo inquisidor y las leyes de Octavio Augusto, emperador de Roma!


Cande  Molina Mostazo
GUAPOS POR DECRETO
Y allí estaba yo mirando fijamente el cuadro. El museo Egipcio del Cairo es impresionante. ¡Cómo me hubiera gustado vivir en esa época! Treinta siglos obsesionados con la eterna seducción.

‌Voy fascinada entre galería y galería del museo, en las pinturas se aprecia la extrema coquetería, veo muchos cuadros donde sus protagonistas van desnudos, debe de ser por el clima tan húmedo y cálido, con esas temperaturas no se iban a poner abrigos de lana, es de sentido común. Me encanta como van casi desnudos, sin ningún tipo de pudor, ahí es justamente dónde yo me imagino en esa época, disfruto y gozo de esa libertad y de esa naturalidad, no hay ni un cuadro donde alguna dama sea fea, vieja, obesa, no hay carnes flácidas, no hay pechos caídos. 

Los artistas egipcios tenían el mejor Photoshop de todos los tiempos por eso yo estaría encantada de haber vivido allí y que me hubieran pintado una melena lisa con flequillo cuadrado, extensiones, o pelucas de quita y pon, a pesar de tener mi pelo rizado, saldría con los glúteos reducidos. Los pintores egipcios transforman a sus modelos en mujeres y hombres esbeltos, firmes, cierro los ojos y me imagino pintada sin mis defectos, sin mis kilos. 

Su lema era pintar belleza, mujeres esbeltas sin tus malformaciones, era magnífico como era su visión, a pesar de la realidad de lo que observaban porque su percepción no era nada real, por muy gorda o arrugas que tuviera la mujer siempre salía delgada, marcando curvas y con un rostro maquillado de plena juventud . Y es que los egipcios tenían un decreto ley, todos debían ser hermosos, tanto si lo eran como si no, la belleza era su tradición más importante. 

Cierro los ojos y me imagino con mi vestido de lino y mi perfume de alcanfor dejando frescura a mi paso, enamorando a cientos o a miles de egipcios metro sexuales, porque los hombres allí iban depilados y maquillados, definitivamente una mujer como yo llena de imperfecciones tenía que ha de nacido en aquella época. ¿Alguien sabe dónde puedo poner una hoja de reclamaciones?.


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