lunes, 8 de junio de 2020

III LO QUE ME CUENTA UNA FOTO. MIEDO.


Queremos compartir con vosotros esta actividad que nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un matiz diferente, o se fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla una historia sorprendente y novedosa que nada tiene en común con la del compañero, salvo la imagen en la que está basada.

Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión. Esperamos que disfrutéis de los relatos. 
  
Modesto Fortes Pascual
NO TE EQUIVOQUES DE DIRECCIÓN
        Su oscura silueta contrastaba en aquel blanco glacial.
            Mientras sus negras y viejas botas pisaban y hacían crujir la escarcha del sendero, su aliento se elevaba como espesa niebla, pareciese que fuese a condensar para luego cuajar.
            Cuajarón de sangre escupió tras un golpe de tos.
           Sabor ferroso en la boca y un rojo carmín en el blanco manto.
            De repente, nota un frío paralizante en su hombro izquierdo, por más mentalizado que estaba, no pudo contener el horror.

            ‒Te has equivocado de dirección. Vuelve a tu nuevo y eterno hogar.

Rafael Núñez Rodríguez
CADENAS DE MÍ.

Se acerca la medianoche y no consigo acostumbrarme, me echo la manta sobre la cabeza, pero el sonido se va acercando, el chirriar de unas cadenas con paso cansino. Sus lamentos atormentan mis sueños desde hace semanas, susurros pidiendo auxilio llegan del techo, no tengo ático pero parece que el dolor nace de esa buhardilla que se pudre en mi imaginación.


El despertador me salva de los arañazos que ya comienzo a notar cerca del corazón. Me miro frente al espejo, mientras mis ojos se van hundiendo en la blanquecina piel que los rodea. Me fijo en mis manos, tiemblan como si presintieran las cadenas acariciando su fría carne. Ya hace una semana que no me atrevo a salir a la calle, creo que alguien me observa, noto una respiración agitada cada vez que cruzo el umbral de mi pequeño mundo. Afuera nieva, como si la nieve fuese un vómito que llena todo de frustración.


Creo que tengo fiebre así que decido quedarme en casa. Me cuesta mucho caminar, tal vez haya pillado algo, pero no quiero acostarme, aunque las quejas de las cadenas ya me persiguen por toda la casa. En el dormitorio hace mucho frío, lleno de calor la boca del salón y me acurruco junto a las valientes llamas.

Me despierto de golpe, agitado, ha sido un grito, estoy seguro de haberlo escuchado. No sé si llorar o salir corriendo. Lo intento, pero mis piernas están embriagadas por el amor de la chimenea. Noto el corazón como grita el miedo que reflejan mis ojos, pero mi boca enmudece, creo que hay alguien en la otra habitación.


La puerta se está pintando por el ruido de los arañazos y leves susurros llenan mis oídos de lágrimas. No se que ocurre, pero tengo más frío, mis dientes hacen música de miedo mientras se van cayendo bajo la cama. Me acerco despacio, necesito abrir la puerta, hay algo hipnótico en esos lamentos que me es tan familiar.


Giro el pomo con lentitud y alguien empuja la puerta, todo se abre de par en par. Veo una figura ante mí, unos ojos sanguinolentos se relamen al mirarme, es horrible, un amasijo de carne y huesos se arrastra hacía mí. Un sendero de sangre caliente marca mi destino, las piernas no me responden, ni tan siquiera soy capaz de gritar. Miro sus ojos y solo siento la miseria con la que me mira, las babas que fluyen de su grisácea boca, que además intenta sonreír. Entonces escucho lo que las cadenas llevaban semanas intentando decirme...

-Soy tú, después del accidente.




María Jesús Campos Escalona
ALÉJATE DE MÍ

Como cada noche me preparo con esmero. Espero con ansia todo el día este momento. Me maquillo con sumo cuidado, saco del armario el traje negro, súper ajustado, ¡uhhhm, marca todas y cada una de mis curvas! Retoco el color de mis labios, rojo pasión, ya estoy lista.

Salgo a la calle con seguridad, decidida. Los altos tacones me hacen unas piernas de escándalo. Lo sé. Camino por varias avenidas poco transitadas, llego hasta la discoteca. Hay mucha gente, el corazón me palpita con fuerza. Hoy será una gran noche.

Guiño el ojo al portero y le doy una buena propina. Ya estoy dentro.

Echo un vistazo entre el gentío. Me gusta lo que veo, ¡me siento muy excitada!

Me dirijo hacia la barra y pido un whisky, veo que alguien se acerca, ¡empieza el show!

Es un chico joven de unos veintiséis o veintisiete años, moreno, alto. No está mal. Me invita a otra copa y pronto empezamos a charlar. Nos reímos y bromeamos, le sigo el juego, porque esta noche me siento especialmente hambrienta.

Suena la canción "Aléjate de mí " del grupo Camila y nos ponemos a bailar.

Empieza a tocarme donde no debe, sonrío, pero por dentro siento arcadas.

Son las tres y media de la madrugada. Ya no le aguanto ni un minuto más. Salimos del perverso antro de ruido y le llevo hasta la calle de enfrente. Sé que allí hay un callejón y apenas hay luz. Además, ¿quién se va a extrañar de una pareja que da rienda suelta a una pasión irrefrenable?

Mi acompañante con ingenuidad va riéndose y medio mareado por el alcohol...,no sabe lo que le espera.

Comienza a besarme y con impaciencia pone una mano en mi culo y lo aprieta contra su cuerpo. 
-¡Basta ya! -le grito y agarro sus manos con fuerza. Él deja de inmediato de sonreirme y me dice asombrado:
-¿Qué ocurre? ¡Vamos nena, déjate llevar!

Me acerco ferozmente y clavo mis dientes en su cuello. Primero rápidamente y con locura, luego una y otra vez, hasta que la sangre empieza a manar a borbotones. La bebo, la saboreo, me encanta, su olor, su textura, su color, ese aroma me enloquece. El chico empieza a agitarse y a convulsionar, yo le sonrío y le digo al oído:

-Tranquilo nene, relájate. Esto sólo acaba de empezar.




Dori Calderón Ramos

VA CANTANDO
Cuenta la leyenda que en un árbol se encontraba encaramado el pequeño Miguelón y que, sorprendido por el grito de su madre, perdió apoyo y cayendo se murió.
Desde aquel día, Josefa vaga como alma en pena bajo la sombra de aquel árbol, noche y día va cantando, va llorando, va llamando a su hijo Miguelón.
Y sumida en pena siguió su alma el día que recogieron su cuerpo sin vida bajo aquel árbol y lo llevaron a enterrar.
Si al anochecer te acercas hasta el Cortijo del Gran Roble y no haces ruido, puedes observar una figura de mujer que da vueltas alrededor del árbol, y va cantando, va llorando, va llamando a su hijo Miguelón.
Los vecinos del lugar, apiadados de aquel alma sin descanso y exhaustos por aquel llanto decidieron ayudarla, y en la noche qué se cumplió años de aquel fatal percance, encendieron una hoguera cerca del gran árbol y en ella quemaron ropas y enseres del niño, y mientras todo aquello ardía, la figura de una mujer lloraba alrededor del fuego.
Los vecinos ya lamentaban su decisión cuando vieron bajar del árbol la figura de un niño que tendió su mano a su madre, y juntos marcharon en paz hacia la eternidad.



Cande Molina Mostazo

EL LLANTO

‌Por fin estábamos en la nueva casa, mi madre estaba muy ilusionada porque por fin podía disfrutar de un pequeño jardín e incluso tenía espacio para construir en la parte trasera un pequeño invernadero. Las plantas, las flores y las hortalizas eran su pasión. Mi padre también estaba muy contento con la nueva casa, por fin tendría su despacho y su biblioteca. Yo, por el contrario, no estaba tan feliz, mi instituto, mis amigos,... ahora estaban muy lejos y tendría que ir a un instituto nuevo. No iba a ser fácil y me sentía con todo el derecho de estar enfada y enojada con ellos. A pesar de oponerme, no tuvieron en cuenta mis llantos y mis argumentos para no marcharnos del pueblo que me vio crecer. Aunque, en el fondo, también comprendo que por el trabajo de mi padre no queda otra alternativa más que mudarse.
La casa era bastante grande y también bastante vieja, había que hacerle muchas reformas, a mí no me acababa de gustar, me daba algún que otro repelús. Noche tras noche, escuchaba ruidos raros, incluso alguna que otras voces, tanto que decidí dejar una bombilla encendida para controlar todos mis miedos.
Una noche noté como si alguien me observará mientras dormía. Me desperté con un gran sobresalto. Cuando se lo conté a mis padres, me tranquilizaron diciendo que había sido una pesadilla y que no le diera mayor importancia. Entonces supe que ellos no notaban nada, ni oían nada, fuera lo que fuese era yo quien lo percibía y tendría que enfrentarme yo sola a esa presencia del más allá. Solo yo sabía que algo raro sucedía allí. Una noche me despertó un ruido que salía del desván y algo me hizo dirigirme hasta allí, no podía parar. Abrí la puerta y al entrar escuché el llanto de un niño. Miré y busqué, pero no veía nada solo escuchaba el llanto.
A la mañana siguiente empecé a investigar quién había vivido en esa casa y que historia se escondía en aquellas paredes. Entonces descubrí que había vivido un matrimonio joven con un hijo pequeño y que una noche de tormenta habían tenido un accidente de coche y murieron todos al caer el vehículo en el que viajaban por un gran terraplén.
Cada vez que obtenía más información veía más claro que era el niño el que me miraba por la noche y era su llanto el que salía del desván, pero ¿cómo podría ayudarle?  ¿Qué quería de mí?
No podía dejar de pensar cómo hacer que el pobre niño me diera una señal. En el desván había algunos baúles y varias cajas, empecé a buscar y encontré algunos abrigos con un nombre bordado, Arthur. Así debía de llamarse el chiquillo. Casi por casualidad, o quizás fue Arthur quién me llevo hasta él, encontré detrás de un armario un osito de peluche pequeño y precioso. Cuando lo cogí y le sacudí el polvo, sentí un aire frío que me rozo el rostro y casi me caigo al tropezar con una caja de madera que, al darle un golpe con el pie, se volcó abriéndose y salieron varias fotos. Allí estaba Arthur con su osito de peluche. Arthur no pudo ir hacia la luz porque su osito se había perdido mientras jugaba aquella tarde antes del accidente. Arthur no fue capaz de marcharse sin su amigo inseparable, es tan estremecedor y tan dulce ver en las fotos de Arthur como mira a su osito y, como en casi todas las fotos, sale con su peluche pegado a él.
Decidida cogí al osito y me lo llevé a mi habitación, lo puse en la mesita de noche antes de dormir y dije con voz firme: 

-Arthur, he encontrado a tu amigo, puedes cogerlo y cruzar la luz, tus padres te están esperando. 
Me recosté en la cama esperando que Arthur apareciera, pero me quedé dormida. Entonces un frío intenso me despertó y miré hacia la mesita de noche, el osito no estaba. Y desde esa noche ya no se escuchó ningún llanto desde el desván.


M. Carmen Jiménez Aragón
LA CASA DE AMELIA
Cuando Amelia entró en su nueva casa se encontró feliz. Todo estaba limpio y en perfecto orden, solo tendría que ocuparse de retocar algo de la decoración o cambiar la orientación de algunos muebles.

La casa en sí era lo que siempre le había gustado, con dos plantas, con habitaciones amplias, muy luminosa y con una gran parcela de terreno con árboles. Era la casa de su vida.

En los primeros días en que se habituaba a ella, comenzó a sentir cosas extrañas. Al principio trató de ignorarlas, después dejó un mensaje en el contestador de su psicoanalista. Quizá tuviera que aumentar la dosis de su tratamiento o hacer las visitas más frecuentes. Ya hacía muchos meses de la última, aunque jamás tocaron estos temas. Amelia nunca había creído en fantasmas ni supercherías de ese estilo, ella solo tenía una depresión a causa de un cúmulo de diferentes infortunios. Quién sabe, a lo mejor esta nueva casa y sus misterios la mantendrían distraída, con la mente ocupada en otras cosas.

Sin embargo, llegó el día en que todo se le hizo tan patente que ya no sabía cómo actuar. De unos simples crujidos en el piso superior (que bien podrían ser los viejos suelos al dilatarse con el calor) o unos pequeños golpes aislados en los cristales de las ventanas (que podría identificar con el sonido del picoteo de los pajarillos del jardín), pasó a escuchar pasos, o mejor dicho correteos como de niños; veía sillas movidas de su sitio; los cuchillos de la cocina nunca los encontraba en el cajón, siempre sobre la encimera, alejados; puertas y cajones abiertos, cuando ella siempre se aseguraba de cerrarlos.

Al mes de estar viviendo en la casa estaba ya desesperada, agobiada y tremendamente asustada. Algo había pasado en aquella casa y tenía que averiguar que fue.

Subió a la primera planta, que era donde más notaba las extrañas presencias y desde el descansillo de la escalera vio cómo se cerraba la puerta del estudio violentamente. Se quedó paralizada y, justo en ese momento, sintió que algo pasaba junto a ella y le rozaba el brazo. Los vellos se le erizaron y casi le da un infarto cuando vio de nuevo la puerta del estudio que se abría y se volvía a cerrar sola. Sabía que entrando allí descubriría algo. Se acercó y cogió el pomo, pero se resistía a girar. Escuchaba ruidos imposibles de identificar en el interior, pero por más que forzaba la puerta, no abría.

De pronto comenzó a sentir punzadas en las piernas, pequeños hormigueos que le recorrían todo el cuerpo,… Trató de controlar la respiración para no bloquearse por la ansiedad. Aquello tenía que tener una explicación lógica. Armándose de valor, cogió impulso, se abalanzó contra la puerta y la abrió. La habitación estaba iluminada por cuatro velas encendidas que se encontraban en el suelo, una en cada esquina. En el centro, en una mesa que no reconocía como suya, había una fotografía de ella reciente y una muñeca de trapo, de unos quince centímetros, con varios alfileres clavados. Nada más, nadie más. Dio unos pasos para acercarse a la mesa y unas palabras claras y altas llegaron hasta sus oídos haciéndola temblar de miedo. Ella, que siempre había sido tan racional y tan escéptica, nunca podría olvidar aquellas palabras tan reveladoras:

-¡Amelia Delgado, abandona de una vez el mundo de los vivos y regresa al más allá!



Gema Frías Luque
EL CAJÓN

Era una tarde espléndida, calurosa y radiante de luz, pero en mi mente había un vacío inquietante. Sin duda aquel cajón aún me seguía perturbando, el temor no conseguía apartar mi atención…, aquel candado no tenía sentido, sería fuerte ante la tentación de volver a sentirme inmune a la provocación de aquel olor.
Un placer que no conseguía quitarme de mi mente y aun sabiendo que era horrible lo que sentía, mi corazón latía acompasado, quería morir. Aquel dolor que sentía por no poder abrir el cajón era superior a mis fuerzas, no merecía la pena vivir de esa manera. Era tal la pena que sentía que no entendía por qué debía sufrir tanto, tanto sacrificio, ¿para qué? No estaba justificado tanto dolor, pavor, recelo, espanto… más bien pánico… y si abría el cajón, posiblemente sentiría más terror ante la cobardía de no cumplir mi palabra y todas mis promesas quedarían en papel mojado.
En enero de 2006 estuve en la consulta del Dr. Martínez, mi psiquiatra. Le conté todas las pesadillas que sentía durante la noche, que tenía una calva incipiente, los episodios de ansiedad y estrés me habían dejado huella…, pero él no le dio demasiada importancia y me dejó un informe sobre la mesa, ya no me daría mas citas.
Pero cada día al cruzar aquel largo y eterno pasillo, no podía dejar de esquivarlo para llegar hasta el salón y mis ojos se clavaban en aquel maldito y endemoniado cajón, mi mente seguía insistiendo y machacándome, mientras mi saliva era cada vez más espesa…
El calvario era diario y constante…

Lo que comenzó siendo un placer, continuó siendo miedo, acabando en una fobia, la vida ya no seguiría igual. No podía entenderla de la misma forma que cuando era pequeña y abría el cajón para disfrutar de aquellos chocolates de distintos colores y formas que tanto me hacían disfrutar… pero ahora era diferente.

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