EL 25 DE NOVIEMBRE, 365 DÍAS AL AÑO
ARCO IRIS
Y SE PONE SU MEJOR SONRISA
CINCO VIDAS
Rafa Núñez Rodríguez
NO DEJEMOS QUE SEA
ARCO IRIS
Rafa Núñez Rodríguez
LOS PARAÍSOS PERDIDOS
Siempre pensé que en el limbo haría frío, no sé por qué, ya que es la dicotomía entre el bien y el
mal. Quizás se alternarán los corazones congelados, con otros que mirarán la
cúpula de tono arrebol con la que sueñan.
Mi ilusión era llenar aquel lugar de retazos de
miradas conocidas, con música de esa que
acompaña a los momentos insólitos, inundarlo de hilaridad, hasta que broten las sonrisas de
entre las grietas del asfalto.
Entonces, atribulado, noto las primeras gotas sobre
la frente. Abro los ojos y veo como se me están mojando los cartones, hoy no he conseguido sitio en el albergue, ni
tan siquiera bajo el puente, quizás un plástico sea mi paraíso dentro de este
infierno.
Mª Jesús Campos
Escalona
¡FELIZ NAVIDAD!
Nunca me había sentido más atribulado en mi vida.
Allí, sentado a la mesa, cenando con aquellas personas que apenas conocía, oyendo sus retazos de historias un tanto
alocadas; deseé por un momento estar en el limbo.
Con contagiosa hilaridad se llevaban la mano al
estómago, sin parar de contar anécdotas. Con ilusión y anhelando que el tiempo
corriera muy deprisa, miré el reloj de mi muñeca. Con disimulo, observé
a la mujer que estaba a mi lado. Era la tía
Clementina, una solterona bastante excéntrica, el paso de los años había
hechos estragos en su piel arrugada. Sus insólitos labios rojos y sus ojos
saltones me dejaban mudo. Di un
pequeño respingo cuando puso su mano huesuda sobre
mi pantalón y cuando dicha mano
empezó a subir por mi bragueta, me puse más rojo que un arrebol. Comencé a
toser de puro nerviosismo.
En esos momentos sentí la dicotomía entre marcharme, o esperar un poco más.
Suspiré, miré
a Claudia y sus ojos verdes me clamaron
paciencia. Le sonreí con
beligerancia y pensé que esa noche iba a
resultar ser, la más larga
del año.
Laura Pérez Alférez
PINCELES DE COLORES
Pintaba en lienzos blancos paisajes insólitos,
alojados en el del limbo de su memoria. Sus pinceles mezclaban colores
añorados, verde olivo, negro aceituna, blanco flor de almendro, dorado uva
moscatel...
A golpes de pincel disipaba las brumas que
emborronaban sus recuerdos y nos regalaba pequeños paraísos llenos de luz,
donde poder perderse y sentirse libre. Mientras daba rienda suelta a su
imaginación, dibujaba a trazos el discurrir lento de las aguas cristalinas del
río, orillas verde junco, mimbre, hierba, naturaleza, vida...
Sus cansados ojos, siempre posados en el horizonte,
contaban retazos de historias, anécdotas de normas sin conculcar,
obsequiándonos lecciones de vida.
Tenía la piel curtida por el sol de sus paisajes, la hilaridad de su risa
contagiosa le provocaba un ligero arrebol, al recordar atribulado a la mujer
que lo esperaba al otro lado de su imaginación. Aunque esa cuestión estaba por
matizar. Quizá era él quien la esperaba a ella. Cada día se enfrentaba a la
dicotomía entre pasado y presente.
Una tarde de agosto decidió hacer un viaje de ida.
Se marchó calladamente a alguno de esos lugares que dibujaba.
Y nos dejó con la ilusión de que siempre estaría
ahí, en sus dibujos, en el remanso del río, en la solana en las tardes de
primavera, en nuestro recuerdo, en nuestro corazón.
Cande Molina Mostazo
HOY COMEMOS CACHORREÑAS
Ahí está la higuera, la miro y me invaden retazos
de recuerdos de un ayer lleno de felicidad en casa de mis abuelos.
Atribulada, y con los sentimientos a flor de piel,
recuerdo la higuera llena de ramas en el
patio del cortijo y tras sus hojas
verdes aparecen nubes de arrebol en las tardes dulces de otoño.
Cierro los ojos y veo a mi abuelo sentado en un tronco de olivo y
con su periódico en la mano, con su mirada en el limbo, hasta que un bocinazo
de la abuela lo trasporta de nuevo a la dicotomía de la realidad.
-¡Niño!, -así era como le llamaba la abuela -ve al
gallinero y tráete los huevos.
Mientras ella seguía
sentada en su silla de enea, con su toquilla echada sobre los hombros y
su delantal, pelando las naranjas recién
cogidas.
Mi abuela era el número uno en disponer las tareas de la casa y de las que
no eran de la casa también, vaya que se le daba muy bien lo de organizar y
llevar el mando.
La noche anterior ya mandó a mi tía que pusiera el
bacalao en remojo para desalarlo porque ya tenía decidido que, al día
siguiente, iban a preparar unas deliciosas cachorreñas, una sopa típica
malagueña que se hacen con pan remojado en agua caliente, ajo,
pimentón, bacalao, huevo y cociendo las cáscaras de las naranjas, aún puedo oler el aroma a naranja
que invadía la cocina.
El fuego ya estaba encendido, la leña de almendro
arde con mucha facilidad. Yo solía frotarme las manos y calentármelas mientras
atizaba la lumbre.
Las sopas estaban ya casi listas cuando fueron a
echar mano al bacalao, el plato estaba vacío. Insólitos nos miramos unos a
otros preguntándonos dónde estaría el bacalao, vaya despropósito, el bacalao
había desaparecido.
Mi abuela, que es muy astuta, se fue hacia una
salida del patio y encontró al ladrón. Menuda ilusión tenía en sus ojos, con el
festín que se estaba dando, el señor don gato y menudos escobazos que le dio mi
abuela. Pues allí estaba el señorito
felino con el bacalao en la boca y mi abuela corriendo detrás de él con la escoba de palma al son de “¡granuja,
verás cómo te pille!". Mis primos y yo corríamos detrás de la abuela y
cuando la pobre se cansó y casi se mareo de dar vueltas, se desplomó en su silla
de enea, sin apenas aliento, y nos sorprendió a todos con un ataque de
hilaridad que nos la fue contagiando hasta el punto de no poder parar reír.
Sin duda fueron las mejores cachorreñas de mi vida.
Montse Martínez Serrano
NOCHE DE ARREBOLES
Estaba sola sentada en una mesa bebiendo un martini,
si es que no tenía que haber venido, se reprendió. Miraba como aquellas parejas
se movían por la pista con agilidad, ilusión y sensualidad. Ella se sentía un
pato mareado bailando, pero su profesor insistió tanto en que tenía que salir y
bailar con desconocidos, que horas antes estuvo entre la dicotomía de estar
allí o quedarse en casa y ver una peli mientras comía palomitas para consolar a
su corazón atribulado.
-¿Bailas? -. Aquella pregunta la sacó del limbo.
-No sé apenas -, respondió mientras se escondía
detrás de un sorbo de martini.
-Yo te guío, no te preocupes.
Aquel tipo extendió la mano y la arrastró a la pista
de baile. Ella comenzó a contar los pasos mentalmente, 1, 2, 3, pausa, 5, 6, 7,
pausa, pero perdió la cuenta cuando su compañero comenzó a cantar y a moverse
de manera insólita. Cerró los ojos y se dejó llevar. No había vueltas, ni
figuras, ni tan siquiera un dile que no. Bailaban pegados, sin apenas
desplazarse sintiendo el ritmo de la música y la letra de la canción Noche de
arreboles. Y con cada paso que daban, ella entretejía los retazos de su
corazón. Y con cada susurro de él, los barnizaba de hilaridad y gozo. Acabó la
canción y se quedaron abrazados.
Mª Carmen Jiménez Aragón
ANTES QUE CANTA UN GALLO
En la vida se viven insólitos momentos en los que la
dicotomía de tus sentimientos te turba y te confunde.
Aquel amanecer de Año Nuevo en que mi hermano llegó
con el típico arrebol parrandero en las mejillas, y cubierto únicamente con
retazos de lo que había sido su ropa de fiesta, se subió al tejado del granero
gritando que él salvaría al gallo que había volado hasta allí para cantarle al
sol. Mi corazón, atribulado, intuía que aquella hazaña duraría poco, viendo los
traspiés al subir la escalera, y cuando se posicionó frente a la veleta, como
un tigre acechando a su presa, se abalanzó contra ella y cayeron los dos por la
parte posterior del tejado.
Mientras corría hacia allí, mi mente, mis piernas,
mi todo se sumió en un limbo eterno sin bueno ni malo, sin positivo ni negativo,
sin día ni noche… La hilaridad desatada al ver a mi hermano levantar la cara
del estiércol fresco de vaca y su ilusión por haber salvado al gallo perdura
aun hoy, treinta años después.
Gema Frías Luque
DOÑA PETRA
Los animales de aquella granja amanecieron
atribulados, aquella secuencia era insólita, los animales siempre habían sido
felices en aquel lugar, ningún ruido, ninguna tempestad había conseguido
amedrentarlos.
Parecían estar en el limbo, no respondían a su
llamada, la situación provocaba la hilaridad del capataz, cuando los trataba de
reunir para el suculento menú que le había preparado.
Aquella tarde el cielo estaba lleno de arreboles y
la dicotomía de sus comportamientos marcaría los primeros retazos de la
verdadera historia.
La burra Petra tenía sus primeras contracciones,
nadie en la granja había podido dormir, preocupados porque el parto traía
algunas complicaciones, su ilusión era ver al pequeño sano y salvo.
Dori Calderón Ramos
COMO UN NIÑO
Con retazos de su niñez en la mente y mucha ilusión
llevó a sus hijos hasta la Puerta Real de la villa, quería mostrarles los
insólitos rincones donde jugó de niño.
Sus recuerdos vivían en el limbo, sin bien ni mal,
eran solo recuerdos, pero al pisar de nuevo aquellas calles empedradas dejó de sentirse atribulado.
El arrebol de las
nubes daba una nota de color a la tarde, y de pronto se debatió en la
dicotomía de mantenerse como adulto razonable y pasear, o correr, saltar y
gritar como el niño que bullía dentro de él.
La hilaridad de sus hijos ante la reacción de su padre fue algo que les alegro la tarde y recordaron largo tiempo.
Cada compañero del Club, por turnos, ha escrito un microrrelato, debiendo el siguiente continuar con la trama que el anterior haya expuesto. Así el argumento puede girar y sorprender cuando menos lo espere el lector.
El resultado es un conjunto de textos que leídos de forma continua da la impresión de ser un único relato. Cuando cada uno hemos comenzado nuestro turno no sabíamos el matiz que iba a tomar la historia en el siguiente tramo. Esperamos que cuando empecéis a leer sintáis la intriga por ver como se van desarrollando los acontecimientos, o por los menos que os entretenga unos minutos. Nosotros hemos disfrutado en cada giro.
Mª JESÚS CAMPOS ESCALONA
Cada día el restaurante marchaba mejor. Eran ya muchos los clientes que se habían vuelto asiduos. Y Elisa, la chica nueva, ponía muchas ganas en aprender. El jefe le había dado una oportunidad y ella le estaba demostrando, con su constancia y carisma, que no se había equivocado al escogerla.
Para el empresario todo empezaba a tener sentido,
pero echaba tanto de menos el contacto con el agua que, cada vez que miraba el
mar, su corazón se aceleraba, luego observaba sus piernas dormidas y se volvía
a hundir en su silla de ruedas.
De repente, su teléfono sonó con fuerza. Era un
mensaje de Elisa.
"Te espero mañana junto al embarcadero. ¡No
faltes!"
LAURA PÉREZ ALFÉREZ
Le sorprendió, no esperaba algo así de Elisa, pero
no pudo evitar sentir cierta emoción al pensar que estaría cerca de ella, en
terreno neutral. Él era el jefe, en su fuero interno sabía que no era ético ir
más allá de una relación meramente profesional, pero reconocía que se sentía atraído por la chica. No sabía
nada de ella más allá de las horas que pasaba en el restaurante, pero intuía
que Elisa guardaba algún secreto. A veces, después de cerrar, mientras
recogían, la observaba abstraída con el ceño fruncido, una mueca de
preocupación fruncía sus labios casi siempre risueños.
Había observado como Elisa consultaba los mensajes
del móvil a cierta hora de la tarde y salía por la puerta trasera de la cocina.
Un tipo, de no muy buen aspecto, la esperaba fuera, hablaban un par de minutos
y se marchaba después de entregarle algo.
DORI CALDERÓN RAMOS
Acudió a la cita con desasosiego, siempre intuyó que
Elisa guardaba algún secreto y recordó como la primera vez que la vio aparecer
en el restaurante pensó que formaba parte de su pasado, pero no había
conseguido ubicarla en ningún momento de su vida, así que con el paso del
tiempo fue descartando esa posibilidad.
Elisa lo esperaba en el embarcadero, una sonrisa que
trataba de disimular su nerviosismo le
puso en expectación, algo no iba bien.
Elisa se acercó hasta él y dijo que tenía que
contarle algo importante, ella conducía
el coche que los arrolló la noche del accidente.
Entonces Ángel recordó claramente aquellos ojos
almendrados que le miraban horrorizados aquella fatídica noche, aquellos ojos
que huyeron tras un grito y lo dejaron tirado en la carretera mientras otros
coches llegaban.
El hombre que visitaba a Elisa cada tarde, fue uno
de los que presenció el accidente, la chantajeada desde entonces, y Elisa vivía
un calvario.
Él la miró a los ojos, y se preguntó si podría
seguir amándola tras descubrir la verdad, tendría que darle una oportunidad a
la vida y dejar dormidas solo sus piernas, su corazón tenía derecho a vivir,
pero... ¿Ella le amaba, o solo era compasión o culpabilidad? Sólo había una
forma de descubrirlo.
Dori Calderón Ramos
AMNESIA
Intentó abrir los ojos y pensó que ya sería el
atardecer, aunque también podría ser el alba. No importaba, prefirió cerrar los
ojos y sucumbir de nuevo a la oscuridad.
Pero su vejiga tenía cierta divergencia con su
cabeza, así que se incorporó y un destello brillante le cegó, deseó no haber
perdido tanto tiempo en bruñir sus espuelas, pues la situación en la que había
terminado no merecía el trabajo.
Ya de pie y con todo girando a su alrededor
contempló sus ropas de romero y recordó que salió de su casa en caballo... ¡Oh,
oh! Aquella historia no parecía tener buen final.
Rafa Núñez Rodríguez
EL DESCANSO DEL GUERRERO
Los gusanos de la tierra que lo vio nacer
ahora lo arropan en la noche más oscura.
Los acantilados gritan sus hazañas
mientras la sal bruñe el filo de su espada.
Su alma, luctuosa, se siente humedecida
por tantas
lágrimas que pintó en rostros extraños.
Y así, siguió la vida,
después de sucumbir ante las cicatrices del destino
con atardeceres de gaviotas volviendo al mar,
llevándose el reflejo de las batallas en sus ojos
y trocitos de muerte en sus picos.
Y la vida
dudó
ante la divergencia de la luna y el sol,
de la sangre y la corona
que se
reflejaba en su opaca mirada.
El viento terminó por llenar sus vacíos
de palabras que serían eternas.
Entonces, de sus cuencas nacieron
ramitas de romero
para dar aroma al alba
de su descanso eterno.
Y la historia se llenó de rumores,
susurros y fantasías de esa vida
que solo
intentó vivir.
Mª Jesús Campos Escalona
NATURALIDAD
Ya no sucumbiré más
a ese extraño placer. Necesito tener
cierta divergencia entre mi cerebro y mi
cuerpo. Cada atardecer ocurre la
misma historia y luego, al alba, todo termina de igual forma. Esta luctuosa voz que emerge de mis entrañas, y que me hace confundir mis sentidos, tiene
que parar. ¡Aunque, qué satisfacción bruñir cada día este hacha ensangrentada
en sus frágiles cuellos! Y como
detalle final: "Un tallito
de romero".
Laura Pérez Alférez
LA NOCHE MÁS DIVERTIDA
Cada año esperaba
impaciente la llegada de esa fecha, halloween era su noche favorita. Se
despertó de su larga siesta al atardecer, aún tenía tiempo suficiente para
bruñir su vieja calabaza de cobre, frotó y frotó hasta dejarla reluciente. Le
gustaba recorrer las calles del pueblo e ir de casa en casa recogiendo
caramelos junto a otros niños. Los dulces no eran lo más importante, en realidad
no le apetecían nada, y aun así siempre acababa la noche con su calabaza llena
de chucherías.
Lo que más le gustaba era jugar a adivinar de qué
iban disfrazados los otros niños e imaginarse historias, de brujitas, fantasmas
miedosos o vampiros que preferían el zumo de naranja al batido de sangre. Pero
ese año a todos les había dado por disfrazarse de lo mismo. Parecía que se
habían puesto de acuerdo para elegir el modelo y el maquillaje, harapos
manchados de tierra y los rostros
sucios, sanguinolentos, embadurnados de sangre de kétchup. Observó que todos
los niños caminaban raro y sus voces luctuosas susurraban ruiditos extraños.
Intentó preguntar que les pasaba,
parecían cansados o enfermos, pero de su boca solo salió un sonido gutural parecido al que emitían los demás.
"¿Sería un virus contagioso?" Se preguntó.
Aunque era poco hablador había conseguido llamar la
atención. Todos querían hacerse fotos con él,
hasta una señora lo felicitó por lo original y real que parecía su atuendo
regalándole un buen puñado de caramelos, que él se apresuró a guardar.
Estaba contento, aquella noche de Halloween había
resultado ser la mejor de todas, había sido divertido.
Apenas se percató de que las calles se quedaban
desiertas, recordó que debía volver a casa antes del alba. Abrazado a su ajada
calabaza repleta de golosinas caminó y caminó hasta las afueras del pueblo por
un sendero divergente. Se giró con cuidado para cerciorarse que nadie le veía y
entró en el cementerio.
Paseó despacio entre las lápidas adornadas con
ramitas de romero, crisantemos, gladiolos... Se detuvo delante de una tumba
cuya tierra estaba removida. Se sentó sobre la fría losa y se dejó sucumbir por el sueño. Ya estaba en
casa. Cansado, pero feliz, se deslizó hacia el hueco terroso para dormir hasta
el año siguiente.
Cande Molina Mostazo
PARODIA PARA NO DORMIR
Subió la escalinata, con paso firme y decidido.
Llegó al atril y con su sonrisa fluorescente,
comenzó su discurso frente a miles y miles de personas expectantes ondeando la bandera de los EEUU de América.
Se colocó su flequillo rubio pollo lleno de laca y
empezó a soltar palabras y más palabras. Sin dejar de sonreír habló del alba y
del atardecer, pero sobre todo habló de los desinfectantes, lo que desencadenó
en divergencias específicas sobre cuál sería más eficaz y al final todos sus
seguidores sucumbieron a la lejía por unanimidad. Sin duda el mandatario pasará
a ser recordado por la historia con la
frase: "Beba chupitos de lejía y
matará el coronavirus en un minuto".
A pocas horas de los resultados electorales estará
bruñendo su amuleto y la humanidad quedaría luctuosa si una vez más ganara las
elecciones, si así fuera solo nos quedaría impregnarnos de romero y llenarnos
de su magia para poder combatir la peor pandemia del mundo, que sin duda es
volver a tener a Donald Trump como presidente de los EEUU.
Montse Martínez Serrano
MALA HIERBA
La gitana sacudió el romero como si estuviese
limpiando el polvo.
-¡Qué pesada!, le espeté. Era la primera vez que le
gritaba, pero estaba harta de días de esquivo y medias sonrisas sin coger la
dichosa ramita. Al día siguiente, repitió el gesto. Sucumbí culposa y cogí el
romero. Mientras buscaba unas monedas en los vaqueros me susurró, por lo bajini,
que durmiera con la rama para limpiar mi aura luctuosa. Lo que me faltaba,
pensé. Ahora tengo que consultar el diccionario para entender a una gitana. Al
llegar a la oficina busqué por curiosidad el significado de luctuosa: triste,
fúnebre, digno de llanto. Aquel día salí más tarde del trabajo que de costumbre
y volví a casa caminando. El atardecer en Madrid tiene algo que me hechiza. Me
hace mirar al cielo, a lo más alto de los edificios. Es como vivir en otra ciudad, más limpia, más
esperanzadora, con menos historias y más humanidad.
-Alba, no te olvides de dormir con el romero.
Me giré sobresaltada y vi a la gitana señalándome
con el dedo. ¿Cómo sabía mi nombre? Corrí tanto como pude, las personas con las
que me cruzaba divergían como explotan los fuegos artificiales. Llegué a casa
sin aliento y asustada. Tiré la mochila en el sofá y me senté en el suelo con
la espalda apoyada en la pared. Entonces recordé la última vez que me había
sentado de la misma forma. Había pasado apenas un mes y fue tras el funeral de
mi hermano. Lloré desconsolada, todo lo que aquel domingo no pude hacerlo.
Me desperté de frío. Estaba tumbada en el suelo y al
incorporarme me di cuenta de que tenía la ramita de romero en la mano. Me
levanté y me acerqué a la librería donde estaban todos los libros de Manuel.
Cogí la urna. Tenía tanto brillo como mi hermano, parecía recién bruñida. Abrí
la tapa y coloqué la ramita de romero dentro.
Al día siguiente, quise darle las gracias a la
gitana, pero nunca más la volví a ver.
Mª Carmen Jiménez Aragón
LA DECISIÓN Y LA CULPA
Al alba, cogí mis armas de caza y, a lomos de mi
fiel compañero, Fishfly, me dirigí a la superficie. La historia se repetía
eternamente, la fascinación de aquel atardecer cálido en el que ella entona
dulces cantos cerca del acantilado y él la ve, la oye y queda enamorado de una
fantasía, un amor imposible. Pero ese no era el problema mayor, lo
verdaderamente terrible era que ella había enloquecido por él, por su olor a
romero fresco, por su curtida piel morena, y eso no lo podía permitir. El
secreto de su especie debía seguir oculto por el fin de los siglos.
Al llegar al acantilado lo encontré en su pequeña
barca, bruñí mi maléfica esfera antes de apuntarle al corazón, pero en el
último momento me encontré en la divergencia entre lo correcto y el deber. ¿Qué
tenía más peso? Finalmente sucumbí al deber, al amor a mi gente y al deseo de
mantenerla unida. Me dio igual saber o no si en la superficie vagaría un alma
en pena esperando en vano un regreso. Y disparé. El joven navegante cayó al
agua y se fue hundiendo, inconsciente, mientras sus piernas se fundían en una
sola y se cubrían de escamas.
Para mi gente él será solo un reclutado más. Para
los que él deje atrás será solo un marino más de tantos que se traga el mar.
Tiempo después, los remordimientos y culpas me
llevaron a emerger junto al acantilado. Encontré a una joven con la mirada
perdida en el horizonte, como tantas veces, entonando una luctuosa melodía.
Gema Frías Luque
EL CAMINO
Los niños correteaban por las calles, mientras el
tumulto del gentío comenzaba a concentrarse en la plaza principal, la carroza y
los romeros estaban a punto de asomar. Acababan de bruñir los bordes de los
varales del santo que al alba sería trasladado al emplazamiento donde cada año
se celebraría su fiesta romera.
Tras sucumbir ante la divergencia de la
organización, todos esperaban expectantes el pequeño milagro que el santo
concedería a sus devotos fieles, al atardecer.
Ese año volvía a repetirse la misma historia y tras
anunciar el comienzo del camino, todos le seguían de manera silenciosa.
El camino era tan escarpado, el sol especialmente abrasador, el aire fresco era imperceptible y la mezcla de sudor y polvo hacía que se pareciera más a un luctuoso funeral.