Dori Calderón Ramos
AMNESIA
Intentó abrir los ojos y pensó que ya sería el
atardecer, aunque también podría ser el alba. No importaba, prefirió cerrar los
ojos y sucumbir de nuevo a la oscuridad.
Pero su vejiga tenía cierta divergencia con su
cabeza, así que se incorporó y un destello brillante le cegó, deseó no haber
perdido tanto tiempo en bruñir sus espuelas, pues la situación en la que había
terminado no merecía el trabajo.
Ya de pie y con todo girando a su alrededor
contempló sus ropas de romero y recordó que salió de su casa en caballo... ¡Oh,
oh! Aquella historia no parecía tener buen final.
Rafa Núñez Rodríguez
EL DESCANSO DEL GUERRERO
Los gusanos de la tierra que lo vio nacer
ahora lo arropan en la noche más oscura.
Los acantilados gritan sus hazañas
mientras la sal bruñe el filo de su espada.
Su alma, luctuosa, se siente humedecida
por tantas
lágrimas que pintó en rostros extraños.
Y así, siguió la vida,
después de sucumbir ante las cicatrices del destino
con atardeceres de gaviotas volviendo al mar,
llevándose el reflejo de las batallas en sus ojos
y trocitos de muerte en sus picos.
Y la vida
dudó
ante la divergencia de la luna y el sol,
de la sangre y la corona
que se
reflejaba en su opaca mirada.
El viento terminó por llenar sus vacíos
de palabras que serían eternas.
Entonces, de sus cuencas nacieron
ramitas de romero
para dar aroma al alba
de su descanso eterno.
Y la historia se llenó de rumores,
susurros y fantasías de esa vida
que solo
intentó vivir.
Mª Jesús Campos Escalona
NATURALIDAD
Ya no sucumbiré más
a ese extraño placer. Necesito tener
cierta divergencia entre mi cerebro y mi
cuerpo. Cada atardecer ocurre la
misma historia y luego, al alba, todo termina de igual forma. Esta luctuosa voz que emerge de mis entrañas, y que me hace confundir mis sentidos, tiene
que parar. ¡Aunque, qué satisfacción bruñir cada día este hacha ensangrentada
en sus frágiles cuellos! Y como
detalle final: "Un tallito
de romero".
Laura Pérez Alférez
LA NOCHE MÁS DIVERTIDA
Cada año esperaba
impaciente la llegada de esa fecha, halloween era su noche favorita. Se
despertó de su larga siesta al atardecer, aún tenía tiempo suficiente para
bruñir su vieja calabaza de cobre, frotó y frotó hasta dejarla reluciente. Le
gustaba recorrer las calles del pueblo e ir de casa en casa recogiendo
caramelos junto a otros niños. Los dulces no eran lo más importante, en realidad
no le apetecían nada, y aun así siempre acababa la noche con su calabaza llena
de chucherías.
Lo que más le gustaba era jugar a adivinar de qué
iban disfrazados los otros niños e imaginarse historias, de brujitas, fantasmas
miedosos o vampiros que preferían el zumo de naranja al batido de sangre. Pero
ese año a todos les había dado por disfrazarse de lo mismo. Parecía que se
habían puesto de acuerdo para elegir el modelo y el maquillaje, harapos
manchados de tierra y los rostros
sucios, sanguinolentos, embadurnados de sangre de kétchup. Observó que todos
los niños caminaban raro y sus voces luctuosas susurraban ruiditos extraños.
Intentó preguntar que les pasaba,
parecían cansados o enfermos, pero de su boca solo salió un sonido gutural parecido al que emitían los demás.
"¿Sería un virus contagioso?" Se preguntó.
Aunque era poco hablador había conseguido llamar la
atención. Todos querían hacerse fotos con él,
hasta una señora lo felicitó por lo original y real que parecía su atuendo
regalándole un buen puñado de caramelos, que él se apresuró a guardar.
Estaba contento, aquella noche de Halloween había
resultado ser la mejor de todas, había sido divertido.
Apenas se percató de que las calles se quedaban
desiertas, recordó que debía volver a casa antes del alba. Abrazado a su ajada
calabaza repleta de golosinas caminó y caminó hasta las afueras del pueblo por
un sendero divergente. Se giró con cuidado para cerciorarse que nadie le veía y
entró en el cementerio.
Paseó despacio entre las lápidas adornadas con
ramitas de romero, crisantemos, gladiolos... Se detuvo delante de una tumba
cuya tierra estaba removida. Se sentó sobre la fría losa y se dejó sucumbir por el sueño. Ya estaba en
casa. Cansado, pero feliz, se deslizó hacia el hueco terroso para dormir hasta
el año siguiente.
Cande Molina Mostazo
PARODIA PARA NO DORMIR
Subió la escalinata, con paso firme y decidido.
Llegó al atril y con su sonrisa fluorescente,
comenzó su discurso frente a miles y miles de personas expectantes ondeando la bandera de los EEUU de América.
Se colocó su flequillo rubio pollo lleno de laca y
empezó a soltar palabras y más palabras. Sin dejar de sonreír habló del alba y
del atardecer, pero sobre todo habló de los desinfectantes, lo que desencadenó
en divergencias específicas sobre cuál sería más eficaz y al final todos sus
seguidores sucumbieron a la lejía por unanimidad. Sin duda el mandatario pasará
a ser recordado por la historia con la
frase: "Beba chupitos de lejía y
matará el coronavirus en un minuto".
A pocas horas de los resultados electorales estará
bruñendo su amuleto y la humanidad quedaría luctuosa si una vez más ganara las
elecciones, si así fuera solo nos quedaría impregnarnos de romero y llenarnos
de su magia para poder combatir la peor pandemia del mundo, que sin duda es
volver a tener a Donald Trump como presidente de los EEUU.
Montse Martínez Serrano
MALA HIERBA
La gitana sacudió el romero como si estuviese
limpiando el polvo.
-¡Qué pesada!, le espeté. Era la primera vez que le
gritaba, pero estaba harta de días de esquivo y medias sonrisas sin coger la
dichosa ramita. Al día siguiente, repitió el gesto. Sucumbí culposa y cogí el
romero. Mientras buscaba unas monedas en los vaqueros me susurró, por lo bajini,
que durmiera con la rama para limpiar mi aura luctuosa. Lo que me faltaba,
pensé. Ahora tengo que consultar el diccionario para entender a una gitana. Al
llegar a la oficina busqué por curiosidad el significado de luctuosa: triste,
fúnebre, digno de llanto. Aquel día salí más tarde del trabajo que de costumbre
y volví a casa caminando. El atardecer en Madrid tiene algo que me hechiza. Me
hace mirar al cielo, a lo más alto de los edificios. Es como vivir en otra ciudad, más limpia, más
esperanzadora, con menos historias y más humanidad.
-Alba, no te olvides de dormir con el romero.
Me giré sobresaltada y vi a la gitana señalándome
con el dedo. ¿Cómo sabía mi nombre? Corrí tanto como pude, las personas con las
que me cruzaba divergían como explotan los fuegos artificiales. Llegué a casa
sin aliento y asustada. Tiré la mochila en el sofá y me senté en el suelo con
la espalda apoyada en la pared. Entonces recordé la última vez que me había
sentado de la misma forma. Había pasado apenas un mes y fue tras el funeral de
mi hermano. Lloré desconsolada, todo lo que aquel domingo no pude hacerlo.
Me desperté de frío. Estaba tumbada en el suelo y al
incorporarme me di cuenta de que tenía la ramita de romero en la mano. Me
levanté y me acerqué a la librería donde estaban todos los libros de Manuel.
Cogí la urna. Tenía tanto brillo como mi hermano, parecía recién bruñida. Abrí
la tapa y coloqué la ramita de romero dentro.
Al día siguiente, quise darle las gracias a la
gitana, pero nunca más la volví a ver.
Mª Carmen Jiménez Aragón
LA DECISIÓN Y LA CULPA
Al alba, cogí mis armas de caza y, a lomos de mi
fiel compañero, Fishfly, me dirigí a la superficie. La historia se repetía
eternamente, la fascinación de aquel atardecer cálido en el que ella entona
dulces cantos cerca del acantilado y él la ve, la oye y queda enamorado de una
fantasía, un amor imposible. Pero ese no era el problema mayor, lo
verdaderamente terrible era que ella había enloquecido por él, por su olor a
romero fresco, por su curtida piel morena, y eso no lo podía permitir. El
secreto de su especie debía seguir oculto por el fin de los siglos.
Al llegar al acantilado lo encontré en su pequeña
barca, bruñí mi maléfica esfera antes de apuntarle al corazón, pero en el
último momento me encontré en la divergencia entre lo correcto y el deber. ¿Qué
tenía más peso? Finalmente sucumbí al deber, al amor a mi gente y al deseo de
mantenerla unida. Me dio igual saber o no si en la superficie vagaría un alma
en pena esperando en vano un regreso. Y disparé. El joven navegante cayó al
agua y se fue hundiendo, inconsciente, mientras sus piernas se fundían en una
sola y se cubrían de escamas.
Para mi gente él será solo un reclutado más. Para
los que él deje atrás será solo un marino más de tantos que se traga el mar.
Tiempo después, los remordimientos y culpas me
llevaron a emerger junto al acantilado. Encontré a una joven con la mirada
perdida en el horizonte, como tantas veces, entonando una luctuosa melodía.
Gema Frías Luque
EL CAMINO
Los niños correteaban por las calles, mientras el
tumulto del gentío comenzaba a concentrarse en la plaza principal, la carroza y
los romeros estaban a punto de asomar. Acababan de bruñir los bordes de los
varales del santo que al alba sería trasladado al emplazamiento donde cada año
se celebraría su fiesta romera.
Tras sucumbir ante la divergencia de la
organización, todos esperaban expectantes el pequeño milagro que el santo
concedería a sus devotos fieles, al atardecer.
Ese año volvía a repetirse la misma historia y tras
anunciar el comienzo del camino, todos le seguían de manera silenciosa.
El camino era tan escarpado, el sol especialmente abrasador, el aire fresco era imperceptible y la mezcla de sudor y polvo hacía que se pareciera más a un luctuoso funeral.
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