Rafa Núñez Rodríguez
LOS PARAÍSOS PERDIDOS
Siempre pensé que en el limbo haría frío, no sé por qué, ya que es la dicotomía entre el bien y el
mal. Quizás se alternarán los corazones congelados, con otros que mirarán la
cúpula de tono arrebol con la que sueñan.
Mi ilusión era llenar aquel lugar de retazos de
miradas conocidas, con música de esa que
acompaña a los momentos insólitos, inundarlo de hilaridad, hasta que broten las sonrisas de
entre las grietas del asfalto.
Entonces, atribulado, noto las primeras gotas sobre
la frente. Abro los ojos y veo como se me están mojando los cartones, hoy no he conseguido sitio en el albergue, ni
tan siquiera bajo el puente, quizás un plástico sea mi paraíso dentro de este
infierno.
Mª Jesús Campos
Escalona
¡FELIZ NAVIDAD!
Nunca me había sentido más atribulado en mi vida.
Allí, sentado a la mesa, cenando con aquellas personas que apenas conocía, oyendo sus retazos de historias un tanto
alocadas; deseé por un momento estar en el limbo.
Con contagiosa hilaridad se llevaban la mano al
estómago, sin parar de contar anécdotas. Con ilusión y anhelando que el tiempo
corriera muy deprisa, miré el reloj de mi muñeca. Con disimulo, observé
a la mujer que estaba a mi lado. Era la tía
Clementina, una solterona bastante excéntrica, el paso de los años había
hechos estragos en su piel arrugada. Sus insólitos labios rojos y sus ojos
saltones me dejaban mudo. Di un
pequeño respingo cuando puso su mano huesuda sobre
mi pantalón y cuando dicha mano
empezó a subir por mi bragueta, me puse más rojo que un arrebol. Comencé a
toser de puro nerviosismo.
En esos momentos sentí la dicotomía entre marcharme, o esperar un poco más.
Suspiré, miré
a Claudia y sus ojos verdes me clamaron
paciencia. Le sonreí con
beligerancia y pensé que esa noche iba a
resultar ser, la más larga
del año.
Laura Pérez Alférez
PINCELES DE COLORES
Pintaba en lienzos blancos paisajes insólitos,
alojados en el del limbo de su memoria. Sus pinceles mezclaban colores
añorados, verde olivo, negro aceituna, blanco flor de almendro, dorado uva
moscatel...
A golpes de pincel disipaba las brumas que
emborronaban sus recuerdos y nos regalaba pequeños paraísos llenos de luz,
donde poder perderse y sentirse libre. Mientras daba rienda suelta a su
imaginación, dibujaba a trazos el discurrir lento de las aguas cristalinas del
río, orillas verde junco, mimbre, hierba, naturaleza, vida...
Sus cansados ojos, siempre posados en el horizonte,
contaban retazos de historias, anécdotas de normas sin conculcar,
obsequiándonos lecciones de vida.
Tenía la piel curtida por el sol de sus paisajes, la hilaridad de su risa
contagiosa le provocaba un ligero arrebol, al recordar atribulado a la mujer
que lo esperaba al otro lado de su imaginación. Aunque esa cuestión estaba por
matizar. Quizá era él quien la esperaba a ella. Cada día se enfrentaba a la
dicotomía entre pasado y presente.
Una tarde de agosto decidió hacer un viaje de ida.
Se marchó calladamente a alguno de esos lugares que dibujaba.
Y nos dejó con la ilusión de que siempre estaría
ahí, en sus dibujos, en el remanso del río, en la solana en las tardes de
primavera, en nuestro recuerdo, en nuestro corazón.
Cande Molina Mostazo
HOY COMEMOS CACHORREÑAS
Ahí está la higuera, la miro y me invaden retazos
de recuerdos de un ayer lleno de felicidad en casa de mis abuelos.
Atribulada, y con los sentimientos a flor de piel,
recuerdo la higuera llena de ramas en el
patio del cortijo y tras sus hojas
verdes aparecen nubes de arrebol en las tardes dulces de otoño.
Cierro los ojos y veo a mi abuelo sentado en un tronco de olivo y
con su periódico en la mano, con su mirada en el limbo, hasta que un bocinazo
de la abuela lo trasporta de nuevo a la dicotomía de la realidad.
-¡Niño!, -así era como le llamaba la abuela -ve al
gallinero y tráete los huevos.
Mientras ella seguía
sentada en su silla de enea, con su toquilla echada sobre los hombros y
su delantal, pelando las naranjas recién
cogidas.
Mi abuela era el número uno en disponer las tareas de la casa y de las que
no eran de la casa también, vaya que se le daba muy bien lo de organizar y
llevar el mando.
La noche anterior ya mandó a mi tía que pusiera el
bacalao en remojo para desalarlo porque ya tenía decidido que, al día
siguiente, iban a preparar unas deliciosas cachorreñas, una sopa típica
malagueña que se hacen con pan remojado en agua caliente, ajo,
pimentón, bacalao, huevo y cociendo las cáscaras de las naranjas, aún puedo oler el aroma a naranja
que invadía la cocina.
El fuego ya estaba encendido, la leña de almendro
arde con mucha facilidad. Yo solía frotarme las manos y calentármelas mientras
atizaba la lumbre.
Las sopas estaban ya casi listas cuando fueron a
echar mano al bacalao, el plato estaba vacío. Insólitos nos miramos unos a
otros preguntándonos dónde estaría el bacalao, vaya despropósito, el bacalao
había desaparecido.
Mi abuela, que es muy astuta, se fue hacia una
salida del patio y encontró al ladrón. Menuda ilusión tenía en sus ojos, con el
festín que se estaba dando, el señor don gato y menudos escobazos que le dio mi
abuela. Pues allí estaba el señorito
felino con el bacalao en la boca y mi abuela corriendo detrás de él con la escoba de palma al son de “¡granuja,
verás cómo te pille!". Mis primos y yo corríamos detrás de la abuela y
cuando la pobre se cansó y casi se mareo de dar vueltas, se desplomó en su silla
de enea, sin apenas aliento, y nos sorprendió a todos con un ataque de
hilaridad que nos la fue contagiando hasta el punto de no poder parar reír.
Sin duda fueron las mejores cachorreñas de mi vida.
Montse Martínez Serrano
NOCHE DE ARREBOLES
Estaba sola sentada en una mesa bebiendo un martini,
si es que no tenía que haber venido, se reprendió. Miraba como aquellas parejas
se movían por la pista con agilidad, ilusión y sensualidad. Ella se sentía un
pato mareado bailando, pero su profesor insistió tanto en que tenía que salir y
bailar con desconocidos, que horas antes estuvo entre la dicotomía de estar
allí o quedarse en casa y ver una peli mientras comía palomitas para consolar a
su corazón atribulado.
-¿Bailas? -. Aquella pregunta la sacó del limbo.
-No sé apenas -, respondió mientras se escondía
detrás de un sorbo de martini.
-Yo te guío, no te preocupes.
Aquel tipo extendió la mano y la arrastró a la pista
de baile. Ella comenzó a contar los pasos mentalmente, 1, 2, 3, pausa, 5, 6, 7,
pausa, pero perdió la cuenta cuando su compañero comenzó a cantar y a moverse
de manera insólita. Cerró los ojos y se dejó llevar. No había vueltas, ni
figuras, ni tan siquiera un dile que no. Bailaban pegados, sin apenas
desplazarse sintiendo el ritmo de la música y la letra de la canción Noche de
arreboles. Y con cada paso que daban, ella entretejía los retazos de su
corazón. Y con cada susurro de él, los barnizaba de hilaridad y gozo. Acabó la
canción y se quedaron abrazados.
Mª Carmen Jiménez Aragón
ANTES QUE CANTA UN GALLO
En la vida se viven insólitos momentos en los que la
dicotomía de tus sentimientos te turba y te confunde.
Aquel amanecer de Año Nuevo en que mi hermano llegó
con el típico arrebol parrandero en las mejillas, y cubierto únicamente con
retazos de lo que había sido su ropa de fiesta, se subió al tejado del granero
gritando que él salvaría al gallo que había volado hasta allí para cantarle al
sol. Mi corazón, atribulado, intuía que aquella hazaña duraría poco, viendo los
traspiés al subir la escalera, y cuando se posicionó frente a la veleta, como
un tigre acechando a su presa, se abalanzó contra ella y cayeron los dos por la
parte posterior del tejado.
Mientras corría hacia allí, mi mente, mis piernas,
mi todo se sumió en un limbo eterno sin bueno ni malo, sin positivo ni negativo,
sin día ni noche… La hilaridad desatada al ver a mi hermano levantar la cara
del estiércol fresco de vaca y su ilusión por haber salvado al gallo perdura
aun hoy, treinta años después.
Gema Frías Luque
DOÑA PETRA
Los animales de aquella granja amanecieron
atribulados, aquella secuencia era insólita, los animales siempre habían sido
felices en aquel lugar, ningún ruido, ninguna tempestad había conseguido
amedrentarlos.
Parecían estar en el limbo, no respondían a su
llamada, la situación provocaba la hilaridad del capataz, cuando los trataba de
reunir para el suculento menú que le había preparado.
Aquella tarde el cielo estaba lleno de arreboles y
la dicotomía de sus comportamientos marcaría los primeros retazos de la
verdadera historia.
La burra Petra tenía sus primeras contracciones,
nadie en la granja había podido dormir, preocupados porque el parto traía
algunas complicaciones, su ilusión era ver al pequeño sano y salvo.
Dori Calderón Ramos
COMO UN NIÑO
Con retazos de su niñez en la mente y mucha ilusión
llevó a sus hijos hasta la Puerta Real de la villa, quería mostrarles los
insólitos rincones donde jugó de niño.
Sus recuerdos vivían en el limbo, sin bien ni mal,
eran solo recuerdos, pero al pisar de nuevo aquellas calles empedradas dejó de sentirse atribulado.
El arrebol de las
nubes daba una nota de color a la tarde, y de pronto se debatió en la
dicotomía de mantenerse como adulto razonable y pasear, o correr, saltar y
gritar como el niño que bullía dentro de él.
La hilaridad de sus hijos ante la reacción de su padre fue algo que les alegro la tarde y recordaron largo tiempo.
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