miércoles, 18 de noviembre de 2020

III. A MI MANERA


 

En nuestro afán de crear historias teniendo como base unas palabras clave, que entre todos los miembros del club de lectura proponemos, nos hemos marcado el reto de crear algo, ya sea microrrelato o poema, en el que incluirlas. Así cada uno puede expresar, a su manera, lo que esas palabras le trasmiten. Hemos relajado nuestra norma de no exceder de 150 palabras para que cada miembro pueda expresarse libremente.

Los términos clave en esta ocasión son: DICOTOMÍA, LIMBO, ARREBOL, HILARIDAD, INSÓLITOS, RETAZOS, ILUSIÓN y ATRIBULADO. Y aquí tenéis el resultado de este nuevo ejercicio. A nosotros nos ha parecido muy enriquecedor y lo hemos disfrutado. Esperamos que os guste.


Rafa Núñez Rodríguez

LOS PARAÍSOS PERDIDOS

Siempre pensé que en el limbo haría frío, no sé por qué,  ya que es la dicotomía entre el bien y el mal. Quizás se alternarán los corazones congelados, con otros que mirarán la cúpula de tono arrebol con la que sueñan.

Mi ilusión era llenar aquel lugar de retazos de miradas conocidas, con música de esa que  acompaña a los momentos insólitos, inundarlo de  hilaridad, hasta que broten las sonrisas de entre las grietas del asfalto.

Entonces, atribulado, noto las primeras gotas sobre la frente. Abro los ojos y veo como se me están mojando los cartones, hoy no he conseguido sitio en el albergue, ni tan siquiera bajo el puente, quizás un plástico sea mi paraíso dentro de este infierno.

 

Mª Jesús Campos  Escalona

¡FELIZ NAVIDAD!

Nunca me había sentido más atribulado en mi vida. Allí, sentado a la mesa, cenando con aquellas personas que apenas conocía,  oyendo sus retazos de historias un tanto alocadas; deseé  por un momento  estar en el limbo.

Con contagiosa hilaridad se llevaban la mano al estómago, sin parar de contar anécdotas. Con ilusión y anhelando que el tiempo corriera muy deprisa,   miré  el reloj de mi muñeca. Con disimulo, observé a la mujer que estaba a mi lado. Era la tía  Clementina, una solterona bastante excéntrica, el paso de los años había hechos estragos en su piel arrugada. Sus insólitos labios rojos y sus ojos saltones me dejaban mudo. Di  un pequeño  respingo  cuando puso su mano huesuda  sobre  mi pantalón  y cuando dicha mano empezó a subir por mi bragueta, me puse más rojo que un arrebol. Comencé a toser de puro nerviosismo.

En esos momentos sentí  la dicotomía entre marcharme, o esperar  un poco más.

Suspiré, miré  a Claudia y sus ojos verdes me clamaron  paciencia. Le sonreí  con beligerancia y pensé que esa noche  iba a resultar ser,  la más  larga  del año.

 

Laura Pérez Alférez

PINCELES DE COLORES

Pintaba en lienzos blancos paisajes insólitos, alojados en el del limbo de su memoria. Sus pinceles mezclaban colores añorados, verde olivo, negro aceituna, blanco flor de almendro, dorado uva moscatel...

A golpes de pincel disipaba las brumas que emborronaban sus recuerdos y nos regalaba pequeños paraísos llenos de luz, donde poder perderse y sentirse libre. Mientras daba rienda suelta a su imaginación, dibujaba a trazos el discurrir lento de las aguas cristalinas del río, orillas verde junco, mimbre, hierba, naturaleza, vida...

Sus cansados ojos, siempre posados en el horizonte, contaban retazos de historias, anécdotas de normas sin conculcar, obsequiándonos lecciones de vida.

Tenía la piel curtida por el sol  de sus paisajes, la hilaridad de su risa contagiosa le provocaba un ligero arrebol, al recordar atribulado a la mujer que lo esperaba al otro lado de su imaginación. Aunque esa cuestión estaba por matizar. Quizá era él quien la esperaba a ella. Cada día se enfrentaba a la dicotomía entre pasado y presente.

Una tarde de agosto decidió hacer un viaje de ida. Se marchó calladamente a alguno de esos lugares que dibujaba.

Y nos dejó con la ilusión de que siempre estaría ahí, en sus dibujos, en el remanso del río, en la solana en las tardes de primavera, en nuestro recuerdo, en nuestro corazón.

 

Cande Molina Mostazo

HOY COMEMOS CACHORREÑAS

Ahí está la higuera, la miro y me invaden  retazos  de recuerdos de un ayer lleno de felicidad en casa de mis abuelos.

Atribulada, y con los sentimientos a flor de piel, recuerdo la higuera  llena de ramas en el patio del cortijo  y tras sus hojas verdes aparecen nubes de arrebol en las tardes dulces de otoño.

Cierro los ojos y veo  a mi abuelo sentado en un tronco de olivo y con su periódico en la mano, con su mirada en el limbo, hasta que un bocinazo de la abuela lo trasporta de nuevo a la dicotomía de la realidad.

-¡Niño!, -así era como le llamaba la abuela -ve al gallinero y tráete los huevos.

Mientras ella seguía  sentada en su silla de enea, con su toquilla echada sobre los hombros y su delantal, pelando las  naranjas recién cogidas.

Mi abuela era el número uno en  disponer las tareas de la casa y de las que no eran de la casa también, vaya que se le daba muy bien lo de organizar y llevar el mando.

La noche anterior ya mandó a mi tía que pusiera el bacalao en remojo para  desalarlo  porque ya tenía decidido que, al día siguiente, iban a preparar unas deliciosas cachorreñas, una sopa típica malagueña que  se  hacen con pan remojado en agua caliente, ajo, pimentón, bacalao, huevo y cociendo las cáscaras de las  naranjas, aún puedo oler el aroma a naranja que invadía la cocina.

El fuego ya estaba encendido, la leña de almendro arde con mucha facilidad. Yo solía frotarme las manos y calentármelas mientras atizaba la lumbre.

Las sopas estaban ya casi listas cuando fueron a echar mano al bacalao, el plato estaba vacío. Insólitos nos miramos unos a otros preguntándonos dónde estaría el bacalao, vaya despropósito, el bacalao había desaparecido.

Mi abuela, que es muy astuta, se fue hacia una salida del patio y encontró al ladrón. Menuda ilusión tenía en sus ojos, con el festín que se estaba dando, el señor don gato y menudos escobazos que le dio mi abuela. Pues allí estaba  el señorito felino con el bacalao en la boca y mi abuela corriendo detrás de él  con la escoba de palma al son de “¡granuja, verás cómo te pille!". Mis primos y yo corríamos detrás de la abuela y cuando la pobre se cansó y casi se mareo de dar vueltas, se desplomó en su silla de enea, sin apenas aliento, y nos sorprendió a todos con un ataque de hilaridad que nos la fue contagiando hasta el punto de  no poder parar reír.

Sin duda fueron las mejores cachorreñas de mi vida.

 

Montse Martínez Serrano

NOCHE DE ARREBOLES

Estaba sola sentada en una mesa bebiendo un martini, si es que no tenía que haber venido, se reprendió. Miraba como aquellas parejas se movían por la pista con agilidad, ilusión y sensualidad. Ella se sentía un pato mareado bailando, pero su profesor insistió tanto en que tenía que salir y bailar con desconocidos, que horas antes estuvo entre la dicotomía de estar allí o quedarse en casa y ver una peli mientras comía palomitas para consolar a su corazón atribulado.

-¿Bailas? -. Aquella pregunta la sacó del limbo.

-No sé apenas -, respondió mientras se escondía detrás de un sorbo de martini.

-Yo te guío, no te preocupes.

Aquel tipo extendió la mano y la arrastró a la pista de baile. Ella comenzó a contar los pasos mentalmente, 1, 2, 3, pausa, 5, 6, 7, pausa, pero perdió la cuenta cuando su compañero comenzó a cantar y a moverse de manera insólita. Cerró los ojos y se dejó llevar. No había vueltas, ni figuras, ni tan siquiera un dile que no. Bailaban pegados, sin apenas desplazarse sintiendo el ritmo de la música y la letra de la canción Noche de arreboles. Y con cada paso que daban, ella entretejía los retazos de su corazón. Y con cada susurro de él, los barnizaba de hilaridad y gozo. Acabó la canción y se quedaron abrazados.

 

Mª Carmen Jiménez Aragón

ANTES QUE CANTA UN GALLO

En la vida se viven insólitos momentos en los que la dicotomía de tus sentimientos te turba y te confunde.

Aquel amanecer de Año Nuevo en que mi hermano llegó con el típico arrebol parrandero en las mejillas, y cubierto únicamente con retazos de lo que había sido su ropa de fiesta, se subió al tejado del granero gritando que él salvaría al gallo que había volado hasta allí para cantarle al sol. Mi corazón, atribulado, intuía que aquella hazaña duraría poco, viendo los traspiés al subir la escalera, y cuando se posicionó frente a la veleta, como un tigre acechando a su presa, se abalanzó contra ella y cayeron los dos por la parte posterior del tejado.

Mientras corría hacia allí, mi mente, mis piernas, mi todo se sumió en un limbo eterno sin bueno ni malo, sin positivo ni negativo, sin día ni noche… La hilaridad desatada al ver a mi hermano levantar la cara del estiércol fresco de vaca y su ilusión por haber salvado al gallo perdura aun hoy, treinta años después.

 

Gema Frías Luque

DOÑA PETRA

Los animales de aquella granja amanecieron atribulados, aquella secuencia era insólita, los animales siempre habían sido felices en aquel lugar, ningún ruido, ninguna tempestad había conseguido amedrentarlos.

Parecían estar en el limbo, no respondían a su llamada, la situación provocaba la hilaridad del capataz, cuando los trataba de reunir para el suculento menú que le había preparado.

Aquella tarde el cielo estaba lleno de arreboles y la dicotomía de sus comportamientos marcaría los primeros retazos de la verdadera historia.

La burra Petra tenía sus primeras contracciones, nadie en la granja había podido dormir, preocupados porque el parto traía algunas complicaciones, su ilusión era ver al pequeño sano y salvo.

 

Dori Calderón Ramos

COMO UN NIÑO

Con retazos de su niñez en la mente y mucha ilusión llevó a sus hijos hasta la Puerta Real de la villa, quería mostrarles los insólitos rincones donde jugó de niño.

Sus recuerdos vivían en el limbo, sin bien ni mal, eran solo recuerdos, pero al pisar de nuevo aquellas calles  empedradas dejó de sentirse atribulado.

El arrebol de las  nubes daba una nota de color a la tarde, y de pronto se debatió en la dicotomía de mantenerse como adulto razonable y pasear, o correr, saltar y gritar como el niño que bullía dentro de él.

La hilaridad de sus hijos ante la reacción de su padre fue algo que les alegro la tarde y recordaron largo tiempo.

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