martes, 31 de octubre de 2023

¡RELATOS DE MIEDO!

Ulla Ramírez
LA FORTUNA
    Aquella noche de invierno, una planta que me triplicaba la estatura con una flor gigante y negra como el carbón, rompió con furia y gran estrépito los cristales de mi ventana y se coló en mi salón. Sí señores, la planta me asaltó y me quería comer. Lo juro como que me llamo Pierre. No sufro de alucinaciones, ni estoy loco, aunque los envidiosos de mi actual fortuna lo murmuren por ahí.
    Tras un forcejeo que duró lo justo para no perder el aliento, logré escapar de los largos y retorcidos brazos de la invasora, no sé si por mi propia pericia o por decisión de aquella flor, que me lamía el cuerpo y el rostro con sus gigantescos y pegajosos pétalos negros. Quién sabe, puede que intuyera cuál sería su futuro si me dejaba con vida.
    Yo había oído contar que en el pasado la flora de este lugar gozaba de una frondosidad fuera de lo común, debido al abono extraordinario que este terreno había almacenado a lo largo de los siglos. La savia de los muertos, le llamaban. Y es que parte de este pueblo, como bien es sabido, se asienta sobre un viejo cementerio medieval. La gente contaba que con el paso del tiempo las plantas se marchitaron y murieron. Y fin de la historia, al menos para mí.
    Pero no señores. La mía, mi planta, al parecer, resucitó de pronto aquella noche al olor de mi carne y de mis huesos frescos. Pero como les digo, le gané la batalla o me dejó ganarla. Y miren lo hermosa que la tengo ahora. El laberinto de sus ramas ocupa todo el jardín y escala por las paredes blancas hasta el tejado de mi hotel, este hotel en el que convertí mi casa.
    Ciento cincuenta euros por muerto y día ¿qué les parece? Ahora hay que esperar hasta una semana para enterrarlos. Hay cola, sí señores. Aunque, a veces, la gente olvida a sus muertos y mi planta lo agradece.
    Ya les digo, ciento cincuenta la habitación refrigerada, incluida una flor negra.
    La historia es gratis.


Laura Pérez Alférez
AMARGA COSECHA
    La obligaron a usar el montacargas del hotel que tenía el apropiado nombre de Abraham Lincoln.
    La invadió un sentimiento de rabia que le hizo apretar los dientes y torcer el gesto al recordarse, de niña, violada a los diez años en la esquina de un prostíbulo. Y las primeras monedas que le arrojaron después de usar su cuerpo, a los doce.
    Con los puños apretados, ocultos en los bolsillos del viejo abrigo, pero con paso firme, caminó hacia el Café Society, el primer bar neoyorquino que legalmente permitía acudir tanto a población negra como blanca.
    Se encontraba sobre el escenario, después de cantar varios temas delante de un público indiferente, aferrada al micrófono dispuesta a cantar su tema de cierre. Tras un minuto de un estremecedor solo de trompeta, cantó con voz rasgada:
    "De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. Extraña fruta cuelga de los álamos. Escena pastoral del valiente sur. Los ojos saltones y la boca retorcida. Aroma de las magnolias, dulce y fresco. Y el repentino olor a carne quemada. Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire, para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer. Esta es una extraña y amarga cosecha".
    Al terminar de cantar, el foco sobre su cara se apagó, nadie aplaudió.
    Al volver las luces ya no había nadie sobre el escenario.
  Los espectadores intentaban recuperar el aliento tras asistir a aquella desgarrada actuación.
  Mientras la primera canción antirracista nacía, justo en ese momento, a muchos kilómetros de allí, en España, se ordenaban los últimos bombardeos y se iniciaba una época de terror, intolerancia y barbarie. Empezaba la dictadura. Era la primavera de 1939.


Mª Carmen Jiménez Aragón
POR QUÉ MORÍ
    Se despertó en medio de la noche y quiso ir al baño. Como siempre, tanteó con los pies desnudos el frío suelo, pero no encontró sus zapatillas; juraría que las había dejado ahí al acostarse. Buscó el interruptor en la mesilla, no había luz. Agarró el móvil y caminó descalza cruzando el pasillo, por las ventanas solo se colaba la claridad de la luna. El apagón general debía llevar varias horas, el ambientador eléctrico no desprendía ningún olor. Menos mal que su teléfono aún tenía algo de batería para alumbrar sus pasos.
    Terminó y se disponía a lavarse las manos cuando en el espejo vio la cortina de la ducha ondear suavemente, debía cerrar la ventana o por la mañana encontraría el baño lleno de hojarasca depositada por el viento. Pero se sorprendió al descorrer el plástico y comprobar que la ventana estaba cerrada. Un desconcertante pellizco oprimió su estómago. Decidió pasar por la cocina antes de meterse de nuevo en la cama, seguramente ahora le costaría volver a coger el sueño y quizá tomar algo caliente le ayudara. Al entrar se quedó paralizada, la luz guía nocturna del pasillo estaba enchufada junto al expositor de cuchillos, encendida, faltaba el más grande. Su mente se activó a toda velocidad intentando recordar para qué lo usó y dónde lo había dejado, no quería entrar en pánico. Pero se cruzaba en su razonamiento el detalle de que solo hubiera electricidad en ese punto de la casa, no era lógico. Empezó a ponerse nerviosa al comprobar que, efectivamente, el fluorescente del techo no encendía. Desbloqueó su móvil, buscó en llamadas recientes a su hermana, necesitaba una voz familiar. Y mientras deslizaba contactos, pensaba: “Cómo va a estar tan abajo si hablé ayer con ella”. Súbitamente el televisor se encendió en el comedor y, con el corazón paralizado, asomó la cabeza buscando alguna sombra en la penumbra. Nadie. En la tele, la médium recordaba que Verónica seguiría contactando con su hermana hasta obtener respuestas de por qué la asesinó.


Lidia Molina Zorrilla
VÉRTIGO
    Me vuelve, como hace tiempo, el peso. Noto mis huesos de piedra, como una piedra en mi cabeza, en mi pecho y me convierto en piedra, soy piedra pesada que no avanza.
    Una pluma quiere enseñarme a flotar con el viento, me visita, me cuenta que volar es fresco, es vida. Pero yo estoy anclado al suelo, a mi suelo, a mi vida, a mi mierda.
    Yo soy piedra y esa pluma eres tú.
    Vértigo. Es eso. Volar me da vértigo.
    Los párpados me pesan como el resto del cuerpo. Quiero vencer el vértigo y moverme, ir contigo, al infinito, a la acera de enfrente y más allá, pero no puedo. Abro los ojos, estoy en mi cama, no necesito mirar al lado para saber que no eres tú la que calienta hoy mi colchón, pero, aunque quisiera no puedo girarme. No puedo moverme. Inmóvil solo alcanzo a ver el techo, la puerta entreabierta, la persiana bajada pero no del todo y los cuadritos de luz que ya quieren empezar a entrar. Quiero gritar, gritar tu nombre, pero siento peso en el cuello y la voz me ahoga.
    Tengo la cabeza pegada a la almohada, noto la presión. El contacto del occipital con el algodón es casi doloroso.
    Las costillas caen sobre los pulmones y los oprimen. Empiezo a sentir verdadero pánico.
    Comienzo a agitarme. Quiero levantarme. No sé si estoy soñando, estoy despierto o me estoy muriendo.
    ―Dios, ¿qué te pasa?― una voz femenina.
    Giro mi cabeza. Respiro muy rápido. He despertado a la chica y me mira aterrada.
    Yo también estoy despierto. Consigo sentarme en la cama, no sé qué ha pasado.
    ―Perdona, una pesadilla―, aunque no estoy seguro de que haya sido una pesadilla.
    ―Parecía que estabas convulsionando.
    ―Lo siento.
    ―¿Necesitas algo?
    ―No. Gracias―. Le sonrío, pero esa chica no eres tú. ―¿Podrías marcharte? Siento ser descortés. Puedes usar el baño y coger lo que quieras de la cocina, pero necesito estar solo.
    ―Claro.
    Esa chica usó el baño, cogió una manzana del frutero, me abrazó.  
    ―Cuídate.― Y se fue. Nunca la volví a ver. Parecía maja.


Rafa Núñez Rodríguez
REFLEJOS
    Vuelvo a escucharlo, me muevo cansadamente sobre la cama, he probado a taparme la cabeza con la manta, incluso con la almohada, pero esa gota sigue cayendo en el lavabo, lo atraviesa todo hasta llegar a mi cabeza.
    Me levanto, como llevo haciendo ya una semana, voy al baño, enciendo la luz y, en ese instante, deja de sonar.
    Es la segunda semana seguida y mis nervios quieren abrirme la piel para taponar el grifo. Entonces, casi por reflejo, le doy un puñetazo al espejo del baño. Se ha agrietado creando un reflejo extraño de mi rostro. Vuelve el goteo, pero ahora es la sangre de mis nudillos alimentando la boca del lavabo.
    La bombilla parpadea y cambia la imagen del espejo, es Ana, con el rostro pálido y enrojecimiento alrededor del cuello. Me duelen los dedos, se encorvan como acomodándose a ese cuello que fue el primero, el más callado. Ella confiaba en mí. La alcachofa de la ducha comienza a escupir aire, quizás el que le faltó a ella, pues se va impregnando su perfume por las paredes.
    Otro golpe de luz, ahora me miran unas cuencas vacías de vida, de las que aparecen lombrices rojizas como si le hubiesen quitado el color a la carne de aquel vagabundo. Hago una mueca de asco, olía peor cuando vivía que en el momento de enterrarlo, pero fue divertido, cada hueso partido sonaba diferente y sus ojos mirándolo todo desde mi mano.
    Me retuerzo por un dolor punzante que me atraviesa el estómago, caigo al suelo. Mi vómito me impregna la camiseta de sangre y trocitos de algo que no consigo identificar, quizás pequeños trocitos de cristal, me rajan la garganta al ir saliendo. Tembloroso, intento incorporarme. El goteo suena cada vez más intenso.
    Al ponerme en pie veo que ahora el espejo refleja a mi hermana, pero antes de que me enfadase con ella. Se la ve feliz, sin la piel atravesada por el cuchillo de la cocina. Dibujé líneas por toda su piel, con curiosidad por saber qué habitaba en su interior.
    Con la mano ensangrentada, me limpio la boca y lo que consigo es llenar de sangre toda mi cara, notando ese sabor espeso que me hace sentir culpable, pero que tanto necesito.
    Otro relámpago atraviesa la luz y vuelve a hablarme el espejo. Una leve sonrisa llena mi boca mientras con la lengua lamo la sangre que hay en mis labios.
    Ahora en el espejo te reflejas tú.

domingo, 29 de octubre de 2023

XXIV. ME LO DICES O ME LO CUENTAS

       Saludos, lectores y lectoras del mundo. Aquí tenéis otro ejercicio de microrrelatos por palabras. Para quien no conozca las pautas a seguir, las recordamos: se trata de elaborar un microrrelato de 180 palabras como máximo (sin contar las del título), en el que incluyamos diez términos, elegidos al azar por miembros del club.

    Dependiendo de la función que desempeñe cada término deberemos tener en cuenta las siguientes objeciones: los verbos pueden utilizarse en cualquier tiempo y persona, incluso en sus formas no personales; los sustantivos y adjetivos pueden usarse tanto en masculino como en femenino, y en singular o plural, según convenga; lo que no se debe hacer es utilizar una palabra cambiándole la función que debería desempeñar en el texto (el adjetivo "amable" no se puede sustituir por "amabilidad", porque entonces lo convertimos en sustantivo); igualmente no se puede utilizar "amado" cuando la palabra a incluir es "amar", deberíamos poner, en todo caso, "había amado" (tiempo verbal).

    Para este ejercicio los términos elegidos han sido: ONOMATOPEYA, LLUVIA, ESTRELLAS, BORRADOR, SINCRONIZAR, GRASA, TELEPATÍA, JUICIO, VALIENTE y MONOPATÍN.

    Os animamos a practicar este ejercicio y nos encantaría que compartierais con nosotros el resultado. Si os apetece podréis verlo publicado justo debajo de estas líneas, junto a los nuestros, que os servirán como ejemplo. Que disfrutéis de la lectura.


Laura Pérez Alférez
TRISTES ARMAS SI NO SON LAS PALABRAS. TRISTES, TRISTES.
    Dibuja una lluvia de estrellas azules en el monopatín de Hassan y frota, con furia, el borrador sobre la mancha de sangre reseca, sincronizando el movimiento con un estribillo que tararea en voz baja. Después unta las ruedas con grasa para que no chirríen al frenar, ese sonido le pone de mal humor. Según dice su madre, él es el sensato, el que posee buen juicio; su hermano era el temerario, el valiente. Entre los dos hacían un buen tándem.
    Debió avisar a su gemelo del peligro que corría, pero aquel día falló la telepatía que existía entre ambos. Fue su padre quien salió a buscar a Hassan. Entonces comenzaron los disparos, onomatopeyas de muerte silbaban por doquier.

    "Muere un niño de diez años cuatro días después de recibir una bala en la cabeza. Hassan y su padre recibieron varios disparos cuando volvían a su casa. El ejército dijo que sus soldados abrieron fuego mientras perseguían a dos hombres armados. En una declaración posterior, agregó que lamentaba el daño a los no combatientes".


Benet da Silva
VACÍO
    Fui yo quien se lo permití, mis pasos sincronicé con su compás, temía su implacable juicio. Por él, no escribí el borrador de aquella novela que mil veces imaginé a pesar de que su protagonista me hablaba como si los dos conectáramos por telepatía; ni me paré a escuchar el sonido de la lluvia; tampoco miré las estrellas una clara noche de luna llena o, siendo valiente por unos segundos, me subí a un monopatín corriendo el riesgo de divertirme. Tan solo patiné por una pendiente llena de grasa hasta estrellarme en el más absoluto vacío, mientras él entonaba su monótona onomatopeya: tic tac, tic tac…


Monse Martínez Serrano
LA CULPA
    La noche anterior la lluvia llenó sus zapatos y bajo las estrellas parecían más solitarios y desgastados que nunca. Se despertó a las ocho de la mañana como si por telepatía supiese que llegaría tarde al juicio. Cogió el borrador de la declaración de la mesilla de noche, se calzó los mocasines chorreantes y en menos de cinco minutos estaba deslizándose con el monopatín, como un valiente. Llegó sudoroso a la sala de espera. Cuando vio las manchas de grasa en su camisa supo que el jurado lo escucharía con menos atención que a una onomatopeya muda. Después de hora y media de espera se dio cuenta de que no había sincronizado bien su agenda. Convencer de que el accidente de metro, que causó dos muertos, no se debía a su fallo humano le seguiría robando el sueño una semana más.


Encarni Navas
NO TAN CUENTO
    Había una vez un niño cuya corta existencia se había sincronizado con las onomatopeyas de la guerra, con los sonidos del dolor, con la agonía de la supervivencia.
    En su casi recién estrenada vida, marcada por el juicio de unos pocos "valientes" que con sus dictámenes habían decidido sobre él, nada había, nada poseía, solo las calles impregnadas de huellas de tanques, de grasa de fusiles que ni la lluvia era capaz de borrar y un rudimentario monopatín que, con su imaginación de niño, había fabricado con tablas y rodamientos abandonados.
    Por las noches, cuando todo parecía serenarse, le fascinaba mirar las estrellas, el brillo de sus llamitas incandescentes y, hacia ese universo, se elevaba soñando, esperando que aunque fuera mediante telepatía a alguien le llegara su señal, su mensaje, que su realidad no fuera más que un borrador a la espera de corrección definitiva.


Mª Carmen Jiménez Aragón
LO QUE EL VIENTO SEPARÓ
    Había llegado el día del juicio final. Una frente a la otra, se sirvieron de su telepatía para tranquilizarse:
    —¡Vamos, valiente!
  —Sí, será nuestro primer y último viaje. Ya no hay grasa ni aliciente que alimente nuestras vidas.
    La lluvia y las estrellas pelearon esa noche por poder presenciar el evento. La hazaña no admitía borrador o salto de prueba. Así que, sincronizaron sus impulsos y se dejaron caer al vacío desde la rama más alta del álamo.
  —Ojalá pudiese planear y adherirme al monopatín que viene llegando, siempre he querido ver el estanque de cerca —deseaba una hoja.
    —¿Cuál será la onomatopeya al sentirme pisada? —se preguntaba la otra.
    Y el viento separó sus caminos.


Lidia Molina Zorrilla
ONOMATOPEYAS DE UNA PRIMERA CITA
    El crash al romperse la paleta cuando, días antes, se cayó del monopatín y casi le hace anular el encuentro.
     El clin de las gotas de lluvia chocando contra el cristal del coche en una noche sin estrellas.
     El dindon de un timbre tocado impacientemente esperando a que abra.
     El último pum de un corazón que se para al verse por primera vez para reiniciarse con el jajaja de una risa nerviosa.
     El rash de acercar las sillas a la mesa.
     El chrispy de la grasa de un chuletón en la piedra.
    El chinchín al brindar con las copas de vino (siempre medio vacías, a mi juicio).
     El muac de unos besos muy deseados.
   El tictac de los relojes sincronizando una cuenta atrás hasta volverse a ver.
    El ah de los suspiros escondiendo sendos "te quiero", dichos solo por telepatía.
   El click al enviar, en un impulso valiente, el borrador de un microrrelato: “Onomatopeyas de una primera cita”.


Dori Calderón Ramos
NUEVA VIDA
    La llamaron valiente, quizás querían decir loca, pero a ella le daba igual.
    Desde que perdió el juicio frente a su empresa consiguió sincronizar su vida. Compró aquella destartalada casa lejos de la ciudad con la que sintió telepatía nada más verla y donde podía mirar las estrellas desde la cama, comer desayunos con grasa sin miradas de espanto y sentir el flop flop de la lluvia contra los cristales. Aquella onomatopeya era el mejor somnífero. Además, vendió su coche.
    Aquella mañana subió a su monopatín y marchó a correos con el borrador de su primer libro bajo el brazo. Era la mujer más feliz del mundo.


Maite de la Cámara
DICOTOMÍA ANTAGÓNICA
    Estaba con el borrador de mi última novela, cuando el tictac del reloj de pared se clavaba en mi cabeza con su pesada onomatopeya
   Era agosto de 2017, en la televisión hablaban de la lluvia de estrellas de San Lorenzo. De repente, otra noticia me heló el alma. Hablaban los familiares de Ignacio Echeverría, el valiente chico del monopatín que perdió su vida por defender a una mujer y acabó apuñalado por tres terroristas en un atentado en Londres.
    Las imágenes se sincronizaban en mi mente simultáneamente: la ilusión por ver las estrellas y el dolor de esa sinrazón. Estaba perdiendo casi el juicio y pensé que no estaría mal hacer una escapada a una casa de campo para descansar un poco.
   Ahora anunciaban la película: Una mancha de grasa, de Víctor Vega. Sonó un WhatsApp de mi amiga Bea: "He alquilado una casa en Colmenar para ver las Perseidas. ¡Vente!"
    No me lo podía creer... ¡Pura telepatía!


Ulla Ramírez
INOCENCIA
    Aprendió los números contando estrellas y se enamoró del cielo. Era en las noches de verano cuando aquellos astros encerraban el mayor misterio.
    ¿Cómo podía ser que estando tan lejos, su sonido le llegara tan claro?
    Hubiera inventado una escalera infinita de cristal o se hubiera subido en alguno de aquellos monopatines de madera que usaban los niños para rodar sin juicio, haciéndose los valientes.
    Pero a pesar de su corta edad, intuía que aquel inmenso espacio había que recorrerlo de otro modo.
    Probó la telepatía, de la que le habló su hermano mayor. "Sincronízate", le dijo él, aquella noche de la lluvia de estrellas, y ella se subió al poyete y se concentró en el cricrí, repitiendo aquel sonido en voz alta mientras él se reía.
    Al final de aquel verano, alguien le contó la verdad: aquella misteriosa onomatopeya no era el sonido de las estrellas, sino el canto de los grillos.
    Lloró lágrimas tan espesas como la grasa que escurría su abuela en la cocina después de cada matanza.
    Hubiera querido tener entonces un borrador de verdades.


Rafa Núñez Rodríguez
VELOCIDAD
    La onomatopeya de mi vida podría asemejarse al sonido de ese monopatín que perdió el juicio y, por valiente, se volvió temerario, bajando a toda velocidad por la pendiente de mis sentimientos, queriendo sincronizar los latidos de mi razón con los pensamientos furtivos que me adelantan.
    Y pasó lo que tenía que pasar, la lluvia empapó las estrellas que me miraban curiosas y ese agua reflejó la grasa escondida en el alquitrán, la que siempre me hacía resbalar.
    Ese es el borrador de mi existencia, golpes entre las lágrimas del cielo y las zancadillas del sueño. Mientras, lo que antes era telepatía en cada gesto que imaginábamos, ahora se ha transformado en el sonido de un monopatín atropellado por el destino.

viernes, 27 de octubre de 2023

PRESENTACIÓN DE "LA VERDAD DE LAURA" DE BENET DA SILVA

El pasado día 27 de octubre, el Club de Lectura y Teatro de La Viñuela asistió a la presentación del libro de Benet da Silva, La verdad de Laura. El acto tuvo lugar en un conocido local de Torre del Mar, La taberna atípica, y contó con la colaboración de un miembro del club, Rafa Núñez, para introducirnos en la historia de la protagonista y en los motivos que llevaron al autor a escribir esta trama.

La verdad de Laura es la segunda novela de Benet y en ella se hace alusión, de algún modo, a su primera obra, El niño y la teta, novela autobiográfica. Explicó da Silva que en esta ocasión también se ha inspirado en hechos reales, no propios, porque está comprobado que exteriorizar situaciones traumáticas de la vida es un buen método para superarlas. Laura es una chica feliz, que pasó una infancia maravillosa con su madre adoptiva, hasta que es obligada a vivir con su madre biológica y entonces su vida se vuelve del revés.

Desde aquí, Benet, te deseamos un gran éxito.





jueves, 19 de octubre de 2023

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "DE PRODIGIOS Y FENÓMENOS", DE DANIEL CLAVERO

El  Club de Lectura y Teatro de La Viñuela tuvo el placer de asistir el pasado día 19 de octubre a la presentación del cuarto libro de la saga Los Infames, "De prodigios y fenómenos"  de Daniel Clavero Toledo. El encuentro tuvo lugar en la biblioteca municipal de Periana y Clavero contó con el apoyo del reconocido periodista José Manuel Frías, colaborador del programa televisivo Cuarto Milenio. 

Frías nos acercó al mundo del más allá, a los misterios que esconde la provincia de Málaga y nos contó cómo conoció a Daniel, argumento que sirvió como introducción del nuevo e inquietante libro del perianense.

Desde este club deseamos a Clavero tanto éxito como ha tenido con sus tres primeras entregas de la saga, "El siervo del diablo", "La dama dormida", y "La luz oscura".







viernes, 13 de octubre de 2023

XXIII. ME LO DICES O ME LO CUENTAS


    Saludos, lectores y lectoras del mundo. Aquí tenéis otro ejercicio de microrrelatos por palabras. Para quien no conozca las pautas a seguir, las recordamos: se trata de elaborar un microrrelato de 180 palabras como máximo (sin contar las del título), en el que incluyamos diez términos, elegidos al azar por miembros del club.

    Dependiendo de la función que desempeñe cada término deberemos tener en cuenta las siguientes objeciones: los verbos pueden utilizarse en cualquier tiempo y persona, incluso en sus formas no personales; los sustantivos y adjetivos pueden usarse tanto en masculino como en femenino, y en singular o plural, según convenga; lo que no se debe hacer es utilizar una palabra cambiándole la función de debería desempeñar en el texto (el adjetivo "amable" no se puede sustituir por "amabilidad", porque entonces lo convertimos en sustantivo); igualmente no se puede utilizar "amado" cuando la palabra a incluir es "amar", deberíamos poner, en todo caso, "había amado" (tiempo verbal).

    Para este ejercicio los términos elegidos han sido: MAREA, CARICIA, ARRUGAR, ALIENTO, IDILIO, GRANIZO, LIBERTAD, PLEAMAR, BARLOVENTO y ROMPER.

    Os animamos a practicar este ejercicio y nos encantaría que compartierais con nosotros el resultado. Si os apetece podréis verlo publicado justo debajo de estas líneas, junto a los nuestros, que os servirán como ejemplo. Que disfrutéis de la lectura.

Rafa Núñez Rodríguez
LLOVIÉNDONOS
Comenzó a llover, no fue por ti ni tampoco por mí, fue por nosotros. Unas gotas que empezaron como una caricia en el rostro; a ti te hacían arrugar la frente, a mí me calaban sin compasión.
     Siguió una marea que nació en las nubes y fue bailando al son de su caída. Abrimos los brazos, nos dejamos atravesar por dudas, por el helado silencio. Tus grisáceos labios temblaban. Hasta el aliento que te besaba sentía tu frío. Entonces llegaron los granizos, esos cayeron sobre mí, intentando romper mi cordura. Nuestras manos se separaron, nuestro idilio había visto pasar la pleamar y ahora la lluvia quería borrarlo todo, darte la libertad que ansiabas, la que yo no entendía.
   Me giré para darte la espalda, por barlovento comenzó a abofetearme un enfadado terral que secó mis lagrimales de restos de granizo. Me volví, ya no estabas. Fueron las mayores inundaciones que nacieron de mí.
    Pasa el tiempo y no deja de llover, aunque, cada día, un poco menos.

Laura Pérez Alférez
DESAMOR A BARLOVENTO
    Estaba delante de la inmensidad del mar y las olas chocaban contra sus pies. La caricia del vaivén de las olas le traía recuerdos de un adiós que  rompió su mundo y le arrugó el alma.
    Tenía el corazón triste y una sensación rara en el estómago. Aquel olor a sal, a aire limpio, le hizo visualizar una sucesión de imágenes en blanco y negro de un idilio fallido.
    Hoy, esperando la pleamar, a barlovento, la marea fría como el granizo le susurraba alientos de sirena, instándola a alcanzar la ansiada libertad que le faltaba.
    Con una angustia enorme decidió echar a andar y, sin saber cómo, acabó en medio de un mar bravo donde las olas rompían fuerte. Ese golpe le hizo abrazar con ganas la vida.

Benet da Silva
¿RECUERDAS?
    ¿Recuerdas? Fue la pleamar la que, con una suave caricia de ola, bautizó nuestro idilio un atardecer. La marea subía y, al unísono, la pasión de nuestros labios incendiaba nuestros cuerpos hasta romper todo vestigio de pudor o prejuicio, dando libertad a nuestras manos. El deseo nos robaba el aliento.
    ¿Recuerdas? Fue una noche. Las palabras sonaban igual que suena el granizo cuando choca con un cristal. Por barlovento nos atacaban las olas que arrugaban la piel de nuestros pies enfriando el deseo y de nuestros labios solo brotó un lánguido adiós…

Cande Molina Mostazo
25 DE NOVIEMBRE 
    Arrugó y rompió la carta. Justo en ese momento empezó la tormenta y el granizo caía sobre los minúsculos trozos del falso  papel. Entonces, por barlovento se fueron las caricias, los golpes, las humillaciones, las  promesas, los recuerdos y el dolor. Una lágrima rodó por su mejilla, mientras la marea seguía subiendo, a ella parecía darle igual. Su idilio de amor se había desvanecido con aquellas palabras llenas de golpes y su corazón se quedó sin aliento, solo quería dejar de respirar. Su libertad comenzó cuando la pleamar la llenó de paz y felicidad.

Encarni Navas
TESTAMENTO
    El suyo fue un idilio perfecto. Desde que, con cinco años, sintió la caricia, el aliento, el sonido, no tuvo más amor que el mar. Desde ese momento supo que sería pescador y lo sería surcando las olas sobre la "Santa María", la barca de su padre.
    Ahora, cuando el paso del tiempo arruga ya su rostro curtido por miles de faenas bajo el inclemente sol, la lluvia o el granizo y presiente que su final está cerca, no se resiste a perder esta sensación de libertad.
    —Que no me entierren —dice—, no quiero estar encerrado entre cuatro tablas. Es mi deseo que me coloquen sobre mi barca, a barlovento y, aprovechando la pleamar, la dirijan mar adentro para que sean las mareas, la sal, las corrientes, la luna y el sol los que rompan las maderas y mi cuerpo, y volver así al seno de mi madre: la mar.


Mª Carmen Jiménez Aragón
DESTINO FORZADO
    Arrugando las últimas palabras que escribiera, arrojó el papel a la arena y se encaminó hacia la orilla. Dejó que la marea humedeciera sus pies con una fría caricia tan helada como el granizo. Su negra piel se erizó rompiendo la monótona suavidad pueril y tuvo la certeza de que jamás aquel señor que eligieran sus padres la haría sentir tanta paz como el idilio que la pleamar le ofrecía en ese momento. Avanzó, se colocó a barlovento y, cogiendo el último aliento, respiró su eterna libertad.

Lidia Molina Zorrilla
EL CRISTO DE LA BANDA VERDE
    Se revolucionó la aldea marinera a la hora de la pleamar al conocer la triste noticia: su Cristo faltaba de la ermita.
    Cerraron con llave y se dispusieron a encontrarlo. Esa noche, por barlovento, se acercaba amenazante una tormenta que dejó sin faenar a los hombres. Pero un barco que no era de los suyos luchaba contra la marea embravecida en una cortina de granizo que rompía las velas. Cuando ya pensaban que ese sería su último aliento y el idilio entre ellos y el mar llegaba a su fin arrebatándoles su libertad, vieron flotando la figura de un hombre con una banda verde a la cintura. Los cinco hombres comentaron lo mismo. Una calma les invadió ante la presencia de la imagen, como la caricia de una madre que te hace sentir que todo irá bien.
    A la mañana siguiente los aldeanos arrugaban su frente al oír aquella historia. Llevaron a aquellos hombres a la ermita cerrada durante toda la noche y allí encontraron al Cristo, mojado de agua salada y algas en sus pies.
*Basado en una leyenda popular de Almáchar.

Dori Calderón Ramos
VERSOS EN LA PLEAMAR
    Sentada en la vieja barca de cara a barlovento, esperaba que la pleamar cediese para buscar la botella que, cada primero de mes, alguien le dejaba en aquella playa despertando sus ansias de libertad.
    La marea comenzó a bajar y buscó la caricia del agua en sus pies, con el ansia de las anheladas poesías que la dejaban sin aliento. ¿Qué pasaría si su marido la descubriese?
    Ella quería romper su idilio con aquel desconocido, pero deseaba  aquellos versos que llegaban puntualmente.
    Sus pies ya se arrugaban cuando oyó el primer trueno, un fuerte granizo comenzó a caer y, al girarse, encontró la ansiada botella junto a la barca. Corrió y la guardó bajo su abrigo huyendo para guarecerse.
    Mientras, su marido la observaba tras las rocas, pensando que, quizás, esta vez escondió demasiado la botella.

Maite de la Cámara
JUEGO DE DIOSES
    La luna llena jugaba con la marea mientras las olas rompían suavemente, como caricias en la arena.
    Eolo quiso terminar con ese idilio y, con su aliento, hizo bailar las nubes a barlovento. Danzaron y danzaron hasta chocar y estallar en una tormenta de granizos. La pleamar subió en total libertad hasta arrugar el horizonte. Poseidón se unió a la fiesta, el cielo rugía, los truenos eran la música de fondo.
    Pero poco a poco regresó la calma. Apenas percibida, se escuchaba una nana que cantaba la luna. Morfeo aparecía por el cielo despejado llevándose en brazos a Eolo y a Poseidón.

AL OTRO LADO DEL MAR
    Rashida y Bomani eligieron una noche de luna llena para salir de Fadiouth. Aprovecharon la marea baja para iniciar su viaje en el cayuco que se llevó todos sus ahorros. Ellos mantenían un idilio prohibido que sus familias querían romper por una enemistad que venía de tiempos remotos.
    El cayuco navegó hasta alta mar, cada vez estaban más cerca de encontrar esa libertad tan anhelada. 
    De repente, la noche quedó completamente oscura, a barlovento el cielo rugía y una tormenta de granizos comenzó a caer sobre ellos. se acurrucaron cubriéndose con un plástico mientras, a la deriva, se iban llenado de agua.
    Al cabo de una hora, amaneció y volvió la calma, la brisa era una caricia. Ateridos, arrugando los ojos, miraron al horizonte. En silencio, sin decir nada, casi sin aliento, se abrazaron y sonrieron: .abían llegado a la costa canaria.


Ulla Ramírez
EL MARINO
    Con la pleamar de la marea, arreciando a barlovento y al mando de las máquinas del Orión, Enrique Robles no se arrugó aquel 7 de julio de 1902 cuando el capitán le ordenó volver al puerto de Almería, donde la carga del Mayfield era pasto de las llamas.
    La maniobra de acercamiento fue complicada, pero Enrique era un maquinista experto. De inmediato alumbraron al Mayfield y colocaron la bomba para anegar la estancia donde ardían más de ochocientas toneladas de esparto. Una fuerte tormenta, que descargó granizo de tamaño nunca visto, ayudó a sofocar el fuego, aunque rompió algún material.
    Dos días después, desde la playa de Benajarafe, algún pescador divisaría la figura de Enrique en la atalaya de Torre Moya renovando su idilio con el cielo y la tierra que le vieron nacer. Allí, tomaba aliento y recordaba aquella conversación con su padre, el viejo torrero.
    —Toda esta tierra abandonada por el mar, hijo, algún día será tuya.
    —No es la tierra lo que deseo, padre, sino la libertad del mar, la brava caricia de sus olas.

*Inspirado en hechos reales.