domingo, 29 de octubre de 2023

XXIV. ME LO DICES O ME LO CUENTAS

       Saludos, lectores y lectoras del mundo. Aquí tenéis otro ejercicio de microrrelatos por palabras. Para quien no conozca las pautas a seguir, las recordamos: se trata de elaborar un microrrelato de 180 palabras como máximo (sin contar las del título), en el que incluyamos diez términos, elegidos al azar por miembros del club.

    Dependiendo de la función que desempeñe cada término deberemos tener en cuenta las siguientes objeciones: los verbos pueden utilizarse en cualquier tiempo y persona, incluso en sus formas no personales; los sustantivos y adjetivos pueden usarse tanto en masculino como en femenino, y en singular o plural, según convenga; lo que no se debe hacer es utilizar una palabra cambiándole la función que debería desempeñar en el texto (el adjetivo "amable" no se puede sustituir por "amabilidad", porque entonces lo convertimos en sustantivo); igualmente no se puede utilizar "amado" cuando la palabra a incluir es "amar", deberíamos poner, en todo caso, "había amado" (tiempo verbal).

    Para este ejercicio los términos elegidos han sido: ONOMATOPEYA, LLUVIA, ESTRELLAS, BORRADOR, SINCRONIZAR, GRASA, TELEPATÍA, JUICIO, VALIENTE y MONOPATÍN.

    Os animamos a practicar este ejercicio y nos encantaría que compartierais con nosotros el resultado. Si os apetece podréis verlo publicado justo debajo de estas líneas, junto a los nuestros, que os servirán como ejemplo. Que disfrutéis de la lectura.


Laura Pérez Alférez
TRISTES ARMAS SI NO SON LAS PALABRAS. TRISTES, TRISTES.
    Dibuja una lluvia de estrellas azules en el monopatín de Hassan y frota, con furia, el borrador sobre la mancha de sangre reseca, sincronizando el movimiento con un estribillo que tararea en voz baja. Después unta las ruedas con grasa para que no chirríen al frenar, ese sonido le pone de mal humor. Según dice su madre, él es el sensato, el que posee buen juicio; su hermano era el temerario, el valiente. Entre los dos hacían un buen tándem.
    Debió avisar a su gemelo del peligro que corría, pero aquel día falló la telepatía que existía entre ambos. Fue su padre quien salió a buscar a Hassan. Entonces comenzaron los disparos, onomatopeyas de muerte silbaban por doquier.

    "Muere un niño de diez años cuatro días después de recibir una bala en la cabeza. Hassan y su padre recibieron varios disparos cuando volvían a su casa. El ejército dijo que sus soldados abrieron fuego mientras perseguían a dos hombres armados. En una declaración posterior, agregó que lamentaba el daño a los no combatientes".


Benet da Silva
VACÍO
    Fui yo quien se lo permití, mis pasos sincronicé con su compás, temía su implacable juicio. Por él, no escribí el borrador de aquella novela que mil veces imaginé a pesar de que su protagonista me hablaba como si los dos conectáramos por telepatía; ni me paré a escuchar el sonido de la lluvia; tampoco miré las estrellas una clara noche de luna llena o, siendo valiente por unos segundos, me subí a un monopatín corriendo el riesgo de divertirme. Tan solo patiné por una pendiente llena de grasa hasta estrellarme en el más absoluto vacío, mientras él entonaba su monótona onomatopeya: tic tac, tic tac…


Monse Martínez Serrano
LA CULPA
    La noche anterior la lluvia llenó sus zapatos y bajo las estrellas parecían más solitarios y desgastados que nunca. Se despertó a las ocho de la mañana como si por telepatía supiese que llegaría tarde al juicio. Cogió el borrador de la declaración de la mesilla de noche, se calzó los mocasines chorreantes y en menos de cinco minutos estaba deslizándose con el monopatín, como un valiente. Llegó sudoroso a la sala de espera. Cuando vio las manchas de grasa en su camisa supo que el jurado lo escucharía con menos atención que a una onomatopeya muda. Después de hora y media de espera se dio cuenta de que no había sincronizado bien su agenda. Convencer de que el accidente de metro, que causó dos muertos, no se debía a su fallo humano le seguiría robando el sueño una semana más.


Encarni Navas
NO TAN CUENTO
    Había una vez un niño cuya corta existencia se había sincronizado con las onomatopeyas de la guerra, con los sonidos del dolor, con la agonía de la supervivencia.
    En su casi recién estrenada vida, marcada por el juicio de unos pocos "valientes" que con sus dictámenes habían decidido sobre él, nada había, nada poseía, solo las calles impregnadas de huellas de tanques, de grasa de fusiles que ni la lluvia era capaz de borrar y un rudimentario monopatín que, con su imaginación de niño, había fabricado con tablas y rodamientos abandonados.
    Por las noches, cuando todo parecía serenarse, le fascinaba mirar las estrellas, el brillo de sus llamitas incandescentes y, hacia ese universo, se elevaba soñando, esperando que aunque fuera mediante telepatía a alguien le llegara su señal, su mensaje, que su realidad no fuera más que un borrador a la espera de corrección definitiva.


Mª Carmen Jiménez Aragón
LO QUE EL VIENTO SEPARÓ
    Había llegado el día del juicio final. Una frente a la otra, se sirvieron de su telepatía para tranquilizarse:
    —¡Vamos, valiente!
  —Sí, será nuestro primer y último viaje. Ya no hay grasa ni aliciente que alimente nuestras vidas.
    La lluvia y las estrellas pelearon esa noche por poder presenciar el evento. La hazaña no admitía borrador o salto de prueba. Así que, sincronizaron sus impulsos y se dejaron caer al vacío desde la rama más alta del álamo.
  —Ojalá pudiese planear y adherirme al monopatín que viene llegando, siempre he querido ver el estanque de cerca —deseaba una hoja.
    —¿Cuál será la onomatopeya al sentirme pisada? —se preguntaba la otra.
    Y el viento separó sus caminos.


Lidia Molina Zorrilla
ONOMATOPEYAS DE UNA PRIMERA CITA
    El crash al romperse la paleta cuando, días antes, se cayó del monopatín y casi le hace anular el encuentro.
     El clin de las gotas de lluvia chocando contra el cristal del coche en una noche sin estrellas.
     El dindon de un timbre tocado impacientemente esperando a que abra.
     El último pum de un corazón que se para al verse por primera vez para reiniciarse con el jajaja de una risa nerviosa.
     El rash de acercar las sillas a la mesa.
     El chrispy de la grasa de un chuletón en la piedra.
    El chinchín al brindar con las copas de vino (siempre medio vacías, a mi juicio).
     El muac de unos besos muy deseados.
   El tictac de los relojes sincronizando una cuenta atrás hasta volverse a ver.
    El ah de los suspiros escondiendo sendos "te quiero", dichos solo por telepatía.
   El click al enviar, en un impulso valiente, el borrador de un microrrelato: “Onomatopeyas de una primera cita”.


Dori Calderón Ramos
NUEVA VIDA
    La llamaron valiente, quizás querían decir loca, pero a ella le daba igual.
    Desde que perdió el juicio frente a su empresa consiguió sincronizar su vida. Compró aquella destartalada casa lejos de la ciudad con la que sintió telepatía nada más verla y donde podía mirar las estrellas desde la cama, comer desayunos con grasa sin miradas de espanto y sentir el flop flop de la lluvia contra los cristales. Aquella onomatopeya era el mejor somnífero. Además, vendió su coche.
    Aquella mañana subió a su monopatín y marchó a correos con el borrador de su primer libro bajo el brazo. Era la mujer más feliz del mundo.


Maite de la Cámara
DICOTOMÍA ANTAGÓNICA
    Estaba con el borrador de mi última novela, cuando el tictac del reloj de pared se clavaba en mi cabeza con su pesada onomatopeya
   Era agosto de 2017, en la televisión hablaban de la lluvia de estrellas de San Lorenzo. De repente, otra noticia me heló el alma. Hablaban los familiares de Ignacio Echeverría, el valiente chico del monopatín que perdió su vida por defender a una mujer y acabó apuñalado por tres terroristas en un atentado en Londres.
    Las imágenes se sincronizaban en mi mente simultáneamente: la ilusión por ver las estrellas y el dolor de esa sinrazón. Estaba perdiendo casi el juicio y pensé que no estaría mal hacer una escapada a una casa de campo para descansar un poco.
   Ahora anunciaban la película: Una mancha de grasa, de Víctor Vega. Sonó un WhatsApp de mi amiga Bea: "He alquilado una casa en Colmenar para ver las Perseidas. ¡Vente!"
    No me lo podía creer... ¡Pura telepatía!


Ulla Ramírez
INOCENCIA
    Aprendió los números contando estrellas y se enamoró del cielo. Era en las noches de verano cuando aquellos astros encerraban el mayor misterio.
    ¿Cómo podía ser que estando tan lejos, su sonido le llegara tan claro?
    Hubiera inventado una escalera infinita de cristal o se hubiera subido en alguno de aquellos monopatines de madera que usaban los niños para rodar sin juicio, haciéndose los valientes.
    Pero a pesar de su corta edad, intuía que aquel inmenso espacio había que recorrerlo de otro modo.
    Probó la telepatía, de la que le habló su hermano mayor. "Sincronízate", le dijo él, aquella noche de la lluvia de estrellas, y ella se subió al poyete y se concentró en el cricrí, repitiendo aquel sonido en voz alta mientras él se reía.
    Al final de aquel verano, alguien le contó la verdad: aquella misteriosa onomatopeya no era el sonido de las estrellas, sino el canto de los grillos.
    Lloró lágrimas tan espesas como la grasa que escurría su abuela en la cocina después de cada matanza.
    Hubiera querido tener entonces un borrador de verdades.


Rafa Núñez Rodríguez
VELOCIDAD
    La onomatopeya de mi vida podría asemejarse al sonido de ese monopatín que perdió el juicio y, por valiente, se volvió temerario, bajando a toda velocidad por la pendiente de mis sentimientos, queriendo sincronizar los latidos de mi razón con los pensamientos furtivos que me adelantan.
    Y pasó lo que tenía que pasar, la lluvia empapó las estrellas que me miraban curiosas y ese agua reflejó la grasa escondida en el alquitrán, la que siempre me hacía resbalar.
    Ese es el borrador de mi existencia, golpes entre las lágrimas del cielo y las zancadillas del sueño. Mientras, lo que antes era telepatía en cada gesto que imaginábamos, ahora se ha transformado en el sonido de un monopatín atropellado por el destino.

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