Queremos compartir con vosotros esta actividad que
nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite
de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y
plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te
provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad
literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un matiz diferente, o se
fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla una historia sorprendente
y novedosa que nada tiene en común con la del compañero, salvo la imagen en la
que está basada.
Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión.
Esperamos que disfrutéis de los relatos.
Gema Frías Luque
OLOR A LIBERTAD
La guerra también me salpicó y me empujó al frente, quería
alzar mi voz al viento y unirme a la lucha feminista. Sentía un fuerte
compromiso con el mundo, con las personas y necesitaba entregar mi vida a los
demás y revolucionar el futuro luminoso que doblegaba la dictadura. Necesitaba
reivindicar y luchar por la figura difuminada y teñida de la mujer, dejar de
ser pobres desvalidas, procreadoras y sometidas…
Con un arma en la mano esnifando el olor a pólvora me sentía
más valiente y fuerte para luchar. No era el mejor momento realmente, pero no
podría describir la fuerza de sentir en mis manos aquella frialdad que me
propinaba el acero de mi fusil.
Algunas quedaríamos atrás, pero siempre muchas de nosotras
venceríamos y volveríamos victoriosas de
saber que habíamos luchado por una causa justa, o eso quería pensar.
Los primeros días estaba impactada por el silbido de las
balas, pero el miedo se congeló al ver al primer soldado luchando por respirar
tras atravesarle varias heridas de metralla en el estómago.
Tras cuidar a los enfermos cocinábamos y nos manteníamos
siempre en la retaguardia, haciéndonos cargo de la soledad, de la tristeza por
los que sufrían, y de la pena por los que se iban para siempre.
Toda esa lucha tenía sentido si pensabas en la palabra libertad,
ante la miseria y falta de alimentos, el olor a la muerte se respiraba cada
día, pero agachabas la cabeza nuevamente y seguías pensando en tu libertad y la
de los tuyos.
Rafa Nuñez Rodríguez
CAMINANDO HACIA LA SINRAZÓN
A veces una sonrisa se hace eterna, y el cielo la refleja de
cuando en cuando.
Sus pasos son libres, enérgicos, sabedora de la verdad y con la
responsabilidad de demostrarla.
Sueña con la justicia, pero no con la que lleva al hombro,
esa huele a pólvora y lamentos, con la que las hará iguales a todos. Ella
camina hacia el infierno con la luminosidad de la razón, gritos de libertad vuelan hasta el infinito
azul, y llenarán las nubes, que
desagradecidas solo dejarán caer lágrimas.
Lágrimas y polvo, que taparan las bocas y ahogarán los
sentimientos de esa sonrisa, que un día
caminó con orgullo, junto a sus compañeras.
Rafa Núñez Rodríguez
SONRIENDO A LA LIBERTAD
Se llamaba Patricia,
como su abuela. Sí, esa que ya no estaba, pero que siempre la tuvo
mamando de su sapiencia.
Tenía el mismo brillo en la mirada, la misma necesidad de luchar por lo que le
parecía justo, y se veía en ella, pero su abuela no llegó a envejecer, se fue
demasiado pronto.
Hoy la recordaba mientras de apretaba las correas del fusil,
esperaba no tener que usarlo nunca, seguro que todo quedaría en una pequeña
revuelta, no podrían quitarles sus
libertades, ella no entendía que hubiese gente que llenasen de sangre su odio.
Aunque un bastante nerviosa y asustada, se sentía feliz de poder defender sus
ideales.
El fusil le pesaba en el alma, pero bajó a la calle, ya la
estaban esperando las demás, comenzaron
a caminar por el centro de la calle, con la cabeza alta, y entonces se cruzaron
con quien le dio una sonrisa eterna, y mientras él las reflejaba en la memoria,
ella le gritó:
-- Que se acuerden de Patricia, y de todas las que caminamos sonriéndole a la
libertad.
Y siguió andando como tantas otras, y se perdió en el
horizonte, sobre el rojizo atardecer que
se haría tan largo.
M. Carmen Jiménez
BALAS Y DISPAROS
Aquella mañana amaneció un cielo radiante.
Nadie hubiera dicho que llevábamos meses sumidos en el caos más profundo y que
los ánimos, al igual que nuestro estado físico, planeaba ya a un centímetro del
suelo. Mientras recogía mi habitación caí en la cuenta de que aquella noche no
me había despertado sobresaltada por el rugir aéreo como ocurría algunas noches
desde que empezó aquella maldita guerra. Sobre nuestra ciudad nunca habían
descargado los bombarderos, éramos políticamente insignificantes. Las bombas
las reservaban para la capital, pero sí solían tomar la ruta que nos colocaba
como población más cercana a su objetivo acercándose por el norte.
Sea como
fuere, había sido una noche tranquila. Afuera ya se escuchaban las voces de mis
hermanos pequeños sentándose a desayunar. Como no tenía que perder el tiempo
vistiéndome (porque todos dormíamos con la ropa y los zapatos puestos por si
había que salir corriendo), me incorporé inmediatamente a ellos. Mi madre
servía la leche en los tazones y mi hermana mayor arrimaba un cuenco con
cuscurros de pan. En ese momento irrumpió mi padre en la cocina vociferando
palabras ininteligibles, inconexas. Estaba muy alterado. Cuando logramos
calmarlo nos explicó que, mientras volvía de la fuente con el cántaro de agua,
se había encontrado con un reportero que
no dejaba de sacar fotos y que aseguraba que la guerra había terminado, que
pronto tendríamos a nuestros soldados en casa.
Mamá nos dejó ponernos la ropa de domingo y salir a la calle
a celebrarlo, no sin antes obligarnos a rebañar de los tazones hasta la última
gota. Así que me coloqué mi vestido de círculos blancos y negros, me recogí el
pelo en dos pequeñas coletas y me cogí de la mano de mi hermana para salir a
corretear las viejas calles. No tardamos en ver los primeros héroes que
llegaban, abrazando a todo el que se encontraban en su camino. Nuestra prima
Ana lloraba de alegría saltando sobre su prometido, que la sorprendía la doblar
una esquina. Todo era júbilo e ilusión, y agradecimiento por tener de vuelta a
un hermano, a un hijo, a un padre,… incluso a un vecino.
Entre risas y bromas los chicos nos dejaron probar sus
gorras y empuñar sus armas. Entonces alguien se acercó inesperadamente y nos
preguntó: “¿Os puedo disparar una?” Mi prima Ana no pudo aguantar la risa, pero
las demás nos contuvimos como buenas guerreras.
Cande Molina Mostazo
MUJERES CON HISTORIA
Rosario siempre había sido una niña inquieta, su madre no
paraba de regañarle y de pedirle que se comportará como una "mujer de su
casa", quería que aprendiera a
bordar, a cocinar, a planchar bien las camisas y los pantalones para ser una
buena esposa. Pero Rosario no había nacido para ser la criada de ningún marido
por muy enamorada que estuviera de éste, ella siempre rebelándose contra su
madre e incluso con su padre. Menudo atrevimiento el suyo, eso era impensable
en aquellos años. Rosario no entendía por qué por el simple hecho de ser mujer
no podía tener los mismos derechos que su hermano. Ella quería
estudiar y dedicarse a los negocios de la familia y no podía comprender como
sus padres, a los que amaba profundamente, desalentaran sus sueños e intentaran cambiar sus
pensamientos. Se prometió a sí misma que jamás se dejaría embaucar y no se iba
a convertir en mujer criada, ni portadora de docenas de hijos.
Rosario era fuerte y su ideología era más fuerte aún, era
una luchadora incansable por la igualdad entre hombres y mujeres y pronto se
introdujo en las juventudes
socialistas. Cuando estalló la
guerra civil española no parpadeo ni un segundo y se unió a las milicias con sus compañeras de la fábrica para luchar por
sus derechos y sus ideologías.
Aunque rebosaba el
miedo en sus ojos, su sonrisa iba derramando esperanza.
Así iban erguidas, con paso firme y sus gorros cuarteleros con su borla roja y su mosquetón al hombro. Ahí iban mujeres valientes, fuertes, deseosas de luchar y defender su libertad.
Pobres ilusas, a pesar de combatir en las trincheras como un
hombre más, sus mismos compañeros de batalla no tenían su mente preparada para
ver cómo la mujer podía realizar la misma labor que un hombre.
Siempre seréis mitos y heroínas de un país que siempre
estará en deuda con vosotras.
Dori Calderón Ramos
MUJERES DE ARMAS TOMAR
La primera vez que la tuvo entre sus manos se sintió
poderosa, con aquella arma defendería los derechos, la libertad y la vida de
muchas mujeres y hombres con sus mismos ideales.
Llevar a cabo esa lucha junto a otras mujeres le
hacía sentirse orgullosa, nunca pensó que fuese tarea fácil pero era necesario.
Por eso, cuando la primera de ellas fue detenida,
rapada, paseada y humillada no supo si le pudo más la rabia o el miedo, y se
enfrentó con esa rabia en su corazón al enemigo pero sin mostrar miedo alguno en
sus ojos, aunque sabía que sería la siguiente.
María Jesús Campos Escalona
UNA DE MÁS
Mi abuela fue una de esas valientes mujeres que se
unieron en la lucha por la igualdad y estuvieron en plena línea de
combate. Dejó escritos varios diarios, y yo hoy, me deleito en
leerlos una y otra vez. Cuenta sus miedos e incertidumbres; el dar ese
paso le tuvo que costar mucho. Tuvo que romper lazos familiares muy
fuertes, su madre le lloraba con dolor para que desistiera de la idea y su
padre no le miraba a la cara. Cuando cogió por primera vez un arma, le
temblaban tanto las manos que le fue inevitable pensar si hacía o no lo
correcto. Pero al momento le venían ideas de justicia, tolerancia e
igualdad y la necesidad de luchar por un futuro más alentador la
poseía.
En el frente vio tantos muertos, que sus ojos muchas
veces, se tuvieron que volver impasibles para poder soportar tanto
dolor. Uno de los momentos más difíciles fue perder a su prima Carmen. Juntas,
habían iniciado esa dura batalla y verla en una trinchera agotada y
desangrándose... la imagen de sus manos haciendo presión sobre la herida
de bala y ver la sangre como manaba a borbotones sin poder
evitarlo, la marcarían por siempre.
En el diario también cuenta, lo
enamorada que estaba de Andrés, un joven bien lozano, y cómo se
miraban en la verbena del pueblo. Esa noche se prometieron amor eterno, y mi
abuela se sintió dichosa y feliz. Más tarde cuando Andrés se enteró
de sus ideas revolucionarias, su amor por ella desapareció de la noche a la
mañana y se casó con Adela, la hija del boticario.
Y yo, que hoy suspiro al leer la historia de
toda una vida, no puedo más que postrarme a sus pies. Siento admiración,
orgullo y respeto, por todas esas mujeres valientes que rompieron
estereotipos, creencias equivocadas y que crecieron en una sociedad que no
entendió que sus ideales y su forma de pensar, iban mucho más avanzados,
a la época en la que les tocó vivir.
Fieles a unas convicciones alzarían sus armas por un
mundo más justo, guerrilleras que marcarían para siempre, el reflejo de
toda una época.