miércoles, 27 de mayo de 2020

LO QUE ME CUENTA UNA FOTO. MUJER.



Queremos compartir con vosotros esta actividad que nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un matiz diferente, o se fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla una historia sorprendente y novedosa que nada tiene en común con la del compañero, salvo la imagen en la que está basada.
Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión. Esperamos que disfrutéis de los relatos. 



Gema Frías Luque
OLOR A LIBERTAD
La guerra también me salpicó y me empujó al frente, quería alzar mi voz al viento y unirme a la lucha feminista. Sentía un fuerte compromiso con el mundo, con las personas y necesitaba entregar mi vida a los demás y revolucionar el futuro luminoso que doblegaba la dictadura. Necesitaba reivindicar y luchar por la figura difuminada y teñida de la mujer, dejar de ser pobres desvalidas, procreadoras y sometidas…
Con un arma en la mano esnifando el olor a pólvora me sentía más valiente y fuerte para luchar. No era el mejor momento realmente, pero no podría describir la fuerza de sentir en mis manos aquella frialdad que me propinaba el acero de mi fusil.
Algunas quedaríamos atrás, pero siempre muchas de nosotras venceríamos  y volveríamos victoriosas de saber que habíamos luchado por una causa justa, o eso quería pensar.
Los primeros días estaba impactada por el silbido de las balas, pero el miedo se congeló al ver al primer soldado luchando por respirar tras atravesarle varias heridas de metralla en el estómago.
Tras cuidar a los enfermos cocinábamos y nos manteníamos siempre en la retaguardia, haciéndonos cargo de la soledad, de la tristeza por los que sufrían, y de la pena por los que se iban para siempre.
Toda esa lucha tenía sentido si pensabas en la palabra libertad, ante la miseria y falta de alimentos, el olor a la muerte se respiraba cada día, pero agachabas la cabeza nuevamente y seguías pensando en tu libertad y la de los tuyos.

Rafa Nuñez Rodríguez
CAMINANDO HACIA LA SINRAZÓN
A veces una sonrisa se hace eterna, y el cielo la refleja de cuando en cuando.
Sus pasos son libres, enérgicos,  sabedora de la verdad y con la responsabilidad de demostrarla.
Sueña con la justicia, pero no con la que lleva al hombro, esa huele a pólvora y lamentos, con la que las hará iguales a todos. Ella camina hacia el infierno con la luminosidad de la razón,  gritos de libertad vuelan hasta el infinito azul,  y llenarán las nubes, que desagradecidas solo dejarán caer lágrimas.
Lágrimas y polvo, que taparan las bocas y ahogarán los sentimientos de esa sonrisa, que un día  caminó con orgullo, junto a sus compañeras.

Rafa Núñez Rodríguez
SONRIENDO A LA LIBERTAD
Se llamaba Patricia,  como su abuela. Sí, esa que ya no estaba, pero que siempre la tuvo mamando de su sapiencia.
Tenía el mismo brillo en la mirada,  la misma necesidad de luchar por lo que le parecía justo, y se veía en ella, pero su abuela no llegó a envejecer, se fue demasiado pronto.
Hoy la recordaba mientras de apretaba las correas del fusil, esperaba no tener que usarlo nunca, seguro que todo quedaría en una pequeña revuelta,  no podrían quitarles sus libertades, ella no entendía que hubiese gente que llenasen de sangre su odio.
Aunque un bastante nerviosa y asustada,  se sentía feliz de poder defender sus ideales.
El fusil le pesaba en el alma, pero bajó a la calle, ya la estaban esperando las demás,  comenzaron a caminar por el centro de la calle, con la cabeza alta, y entonces se cruzaron con quien le dio una sonrisa eterna, y mientras él las reflejaba en la memoria, ella le gritó:
-- Que se acuerden de Patricia, y de todas las que caminamos sonriéndole a la libertad.
Y siguió andando como tantas otras, y se perdió en el horizonte,  sobre el rojizo atardecer que se haría tan largo.


M. Carmen Jiménez
BALAS Y DISPAROS
Aquella mañana amaneció un cielo radiante. Nadie hubiera dicho que llevábamos meses sumidos en el caos más profundo y que los ánimos, al igual que nuestro estado físico, planeaba ya a un centímetro del suelo. Mientras recogía mi habitación caí en la cuenta de que aquella noche no me había despertado sobresaltada por el rugir aéreo como ocurría algunas noches desde que empezó aquella maldita guerra. Sobre nuestra ciudad nunca habían descargado los bombarderos, éramos políticamente insignificantes. Las bombas las reservaban para la capital, pero sí solían tomar la ruta que nos colocaba como población más cercana a su objetivo acercándose por el norte.

Sea como fuere, había sido una noche tranquila. Afuera ya se escuchaban las voces de mis hermanos pequeños sentándose a desayunar. Como no tenía que perder el tiempo vistiéndome (porque todos dormíamos con la ropa y los zapatos puestos por si había que salir corriendo), me incorporé inmediatamente a ellos. Mi madre servía la leche en los tazones y mi hermana mayor arrimaba un cuenco con cuscurros de pan. En ese momento irrumpió mi padre en la cocina vociferando palabras ininteligibles, inconexas. Estaba muy alterado. Cuando logramos calmarlo nos explicó que, mientras volvía de la fuente con el cántaro de agua, se  había encontrado con un reportero que no dejaba de sacar fotos y que aseguraba que la guerra había terminado, que pronto tendríamos a nuestros soldados en casa.

Mamá nos dejó ponernos la ropa de domingo y salir a la calle a celebrarlo, no sin antes obligarnos a rebañar de los tazones hasta la última gota. Así que me coloqué mi vestido de círculos blancos y negros, me recogí el pelo en dos pequeñas coletas y me cogí de la mano de mi hermana para salir a corretear las viejas calles. No tardamos en ver los primeros héroes que llegaban, abrazando a todo el que se encontraban en su camino. Nuestra prima Ana lloraba de alegría saltando sobre su prometido, que la sorprendía la doblar una esquina. Todo era júbilo e ilusión, y agradecimiento por tener de vuelta a un hermano, a un hijo, a un padre,… incluso a un vecino.

Entre risas y bromas los chicos nos dejaron probar sus gorras y empuñar sus armas. Entonces alguien se acercó inesperadamente y nos preguntó: “¿Os puedo disparar una?” Mi prima Ana no pudo aguantar la risa, pero las demás nos contuvimos como buenas guerreras.

Cande Molina Mostazo
MUJERES CON HISTORIA
Rosario siempre había sido una niña inquieta, su madre no paraba de regañarle y de pedirle que se comportará como una "mujer de su casa", quería que  aprendiera a bordar, a cocinar, a planchar bien las camisas y los pantalones para ser una buena esposa. Pero Rosario no había nacido para ser la criada de ningún marido por muy enamorada que estuviera de éste, ella siempre rebelándose contra su madre e incluso con su padre. Menudo atrevimiento el suyo, eso era impensable en aquellos años. Rosario no entendía por qué por el simple hecho de ser mujer no podía tener  los  mismos derechos que su hermano. Ella quería estudiar y dedicarse a los negocios de la familia y no podía comprender como sus padres, a los que amaba profundamente, desalentaran  sus sueños e intentaran cambiar sus pensamientos. Se prometió a sí misma que jamás se dejaría embaucar y no se iba a convertir en mujer criada, ni portadora de docenas de hijos.
Rosario era fuerte y su ideología era más fuerte aún, era una luchadora incansable por la igualdad entre hombres y mujeres y pronto se introdujo en las juventudes  socialistas. Cuando estalló la guerra civil española no parpadeo ni un segundo y se unió  a las milicias con sus compañeras de la fábrica para luchar por sus derechos y sus ideologías.
Aunque rebosaba el  miedo en sus ojos, su sonrisa iba derramando esperanza.
Así iban erguidas, con paso firme y sus gorros cuarteleros con su borla roja y su mosquetón al hombro. Ahí iban mujeres valientes, fuertes, deseosas de luchar y defender su libertad.
Pobres ilusas, a pesar de combatir en las trincheras como un hombre más, sus mismos compañeros de batalla no tenían su mente preparada para ver cómo la mujer podía realizar la misma labor que un hombre.
Siempre seréis mitos y heroínas de un país que siempre estará en deuda con vosotras.



Dori Calderón Ramos
MUJERES DE ARMAS TOMAR
La primera vez que la tuvo entre sus manos se sintió poderosa, con aquella arma defendería los derechos, la libertad y la vida de muchas mujeres y hombres con sus mismos ideales.
Llevar a cabo esa lucha junto a otras mujeres le hacía sentirse orgullosa, nunca pensó que fuese tarea fácil pero era necesario.
Por eso, cuando la primera de ellas fue detenida, rapada, paseada y humillada no supo si le pudo más la rabia o el miedo, y se enfrentó con esa rabia en su corazón al enemigo pero sin mostrar miedo alguno en sus ojos, aunque sabía que sería la siguiente. 

María Jesús Campos Escalona
UNA DE MÁS 
Mi abuela fue una de esas valientes mujeres que se unieron en la lucha por la igualdad y estuvieron en plena  línea de combate. Dejó  escritos varios diarios, y yo hoy, me deleito en leerlos una y otra vez. Cuenta sus miedos e incertidumbres; el dar ese paso le tuvo que costar  mucho. Tuvo que romper lazos familiares muy fuertes, su madre le lloraba con dolor para que desistiera de la idea y su padre no le miraba a la cara. Cuando cogió por primera vez un arma, le temblaban tanto las manos que le fue inevitable pensar si hacía o no lo correcto. Pero al momento le venían ideas de justicia, tolerancia  e igualdad  y la necesidad de luchar por un futuro más alentador la poseía. 
En el frente vio tantos muertos, que sus ojos muchas veces, se tuvieron  que  volver impasibles para poder soportar tanto dolor. Uno de los momentos más difíciles fue perder a su prima Carmen. Juntas, habían iniciado esa dura batalla y verla en una trinchera agotada y desangrándose... la imagen de sus manos haciendo  presión sobre la herida de bala y ver la sangre como manaba a borbotones  sin poder evitarlo,  la marcarían por siempre. 
En el diario también  cuenta,  lo enamorada  que estaba de Andrés,  un joven bien lozano, y cómo se miraban en la verbena del pueblo. Esa noche se prometieron amor eterno, y mi abuela se sintió  dichosa y feliz. Más  tarde cuando Andrés se enteró de sus ideas revolucionarias, su amor por ella desapareció de la noche a la mañana y se casó con Adela, la hija del boticario.
Y yo, que hoy suspiro  al leer la historia de toda una vida, no puedo más que postrarme a sus pies. Siento admiración, orgullo y respeto,  por todas esas mujeres valientes que rompieron estereotipos, creencias equivocadas y que crecieron en una sociedad que no entendió que sus ideales y su forma de pensar, iban mucho más  avanzados, a la época  en la que les tocó vivir. 
Fieles a unas convicciones alzarían sus armas por un mundo más justo, guerrilleras que marcarían para siempre, el reflejo de toda una época.


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