Queremos compartir con vosotros esta actividad que
nos ha resultado muy constructiva. Se trata de elaborar un relato, sin límite
de palabras, a partir de la observación de una fotografía, elegida al azar, y
plasmar la historia que te sugiere dicha imagen, o hilar pensamientos que te
provoquen,... en definitiva, dejar correr la imaginación y la creatividad
literaria. Os daréis cuenta que cada persona al observar la imagen la ve con un
matiz diferente, o se fija en un detalle concreto. Así cada escritor desarrolla
una historia sorprendente y novedosa que nada tiene en común con la del
compañero, salvo la imagen en la que está basada.
Esta es la imagen que hemos elegido en esta ocasión.
Esperamos que disfrutéis de los relatos.
Rafa Núñez Rodríguez
WHISKY Y MARFIL
Era tarde, siempre era tarde para él, estaba acostumbrado a la sensación de
estar en los lugares un rato después de cuando debía haber estado.
Se frota las manos con desgana, necesita hacerlas entrar en calor, las mira
casi como recordando su vida en ellas. Cada pliegue de su desconsolada piel le
recuerda a alguna borrachera, pequeñas marcas de vasos rotos que le dejaron
dibujos extraños en su palma izquierda.
Las uñas mordisqueadas de cuando se sentía nervioso, aún le ocurría, hasta el
tercer whisky no era capaz de sentarse delante del piano.
Tenía los ojos turbios por la soledad, esa compañera que se apropió de su
camino, que lo fue guiando de noche en noche, de garito en garito, solo le
permitía ser compartida con el humo que iba ennegreciendo sus pulmones.
Hoy la sala está casi vacía, alguna pareja que solo tienen ojos para el amor y
un par de personas como yo, que vamos a sentir la música que mana de esas manos
temblorosas y oscurecidas por la edad.
Un largo trago para apurar el vaso y un leve gesto al camarero, acaricia con
suavidad el marfil desgastado, ese que le da alimento a su alma, cierra los
ojos por un instante y se ve tocando en San Francisco, aquella noche en la que
el mismísimo Sinatra le aplaudió, ese es el momento más importante de su vida,
o eso piensa, aunque después de aquel aplauso, nada cambió, nada fue diferente,
el mismo whisky y el mismo tabaco durante cuarenta años.
Y entonces se produce ese pequeño milagro de todas las noches, el piano
comienza a llorar con tanta pasión que las parejas dejan de besarse, que los
borrachos abren sus rojizos ojos, y hasta parece que los coches han dejado de
hacer ruido por las calles.
Esas manos se fusionan con la música que desprenden , y ya no hay edad, ni
dolores heredados, ni oportunidades perdidas.
Solo quedan esos sonidos eternos que regala cada noche un viejo pianista.
Gema Frías Luque
CICATRICES DEL PAN
Habían pasado unos años llenos de miedos, penurias, confinamientos, hambre,
muertes impunes, desprecios…
Fue una masacre y una etapa que truncaría sus vidas para siempre, fueron
tiempos difíciles y la guerra había quitado todas las ilusiones que pudieron
llegar a existir.
Había que empezar desde cero, con unas pocas de semillas esparcidas por las
agrietadas rendijas de los atrojes, con mucho sacrificio y trabajo inhumano.
Tendrían una larga lucha por sobrevivir en unos años donde la supervivencia era
lo único importante.
Y aunque quedaba todo por hacer, posiblemente se adentraban en el camino en que
se dejaba ver la luz a través de la oscuridad.
Tuvieron que enterrar a sus muertos, recomponer sus desgracias y con esa fuerza
sobrenatural que solo poseen los seres humillados y deprimidos, tenían que
reorganizar sus devastadas y míseras vidas, el poder los había denigrado,
despreciado y doblegado.
En un lugar no muy lejos de aquí había un matrimonio con cuatro hijos con
edades muy parecidas, siendo el más pequeño de 4 años y la más grande de 11
años. Ellos eran el pilar fundamental para el sostén familiar, ayudaban y
contribuían por igual en la medida de sus posibilidades, siendo de gran
importancia todas las obligaciones de las que disfrutaban.
La cruda y profunda crisis que había en ese momento, atroz, descomunal y
desigual cuando el jornal era de 11 pesetas y un kilo de pan costaba 18
pesetas, así que harían falta muchas manos para que no notaran la falta de pan
cada día.
El principal entretenimiento y su obsesión era arrimar el hombro en casa.
Las grietas y ampollas en las manos, sin olvidar las rozaduras en las albarcas, eran una
constante, solo las durezas los hacía fuertes ante aquellas pequeñas y finas
hebillas.
Eran momentos muy difíciles, y aunque existía en sus corazones la rebeldía y
las ganas de mejorar su situación, el poder los había doblegado y demasiada
gente ya se había acostumbrado, el silencio invadía sus vidas y sus corazones,
nadie se quejaba, no sabían, quizás no debían...
Los días pasaban y las jornadas de trabajo eran más exhaustas que otras cuando
menos, el frío calaba hasta los huesos y se hacían las horas más eternas que de
costumbre.
La esperanza, no cabía ni en la mente, el propósito diario era el de comer todo
lo que tu estómago necesitaba y el ritual de reunirse todos en la chimenea era
lo habitual, el único recuerdo del día que se recordaba con alegría.
Y pasaron los años y el tiempo se iba acabando, cada cual buscó su vida como
mejor supo, alargando los días para conseguir una vida mejor, pero sus manos lo
delataban… había sido muy duro, pero lejos de recordar su vida llena de
tristezas, con dolor y sufrimiento, sentía un profundo bienestar, una paz
interior sintiéndose orgulloso de haber luchado contra viento y marea, contra
todo pronóstico, sacó valientemente a su familia adelante, dando su protección
y habiéndoles proporcionado una esperanza de vida mayor a la que le tenían
reservada para él.
María Jesús Campos Escalona
TUS MANOS
Tus manos son las que me acarician,
las que me besan el alma,
las que me envuelven,
las que me arrullan,
las que secan mis lágrimas.
Tus manos son las que trabajan duro,
las que se sumergen en agua fría
para que nos asalte el frío invierno.
Las que madrugan y me despiertan con un beso,
las que cocinan sin descanso.
Tus manos...
arrugadas por el tiempo,
no conocieron delicadas fragancias,
ni la suavidad de algodones;
se forjaron,
en el campo a pleno sol,
marchitándose con el paso del tiempo,
pero nunca perdieron su procedencia,
ni su pálida belleza.
Tus manos son vida,
son dulzura y calidez,
tus manos son tu esencia,
bendita corona alada de tu ser divino.
Si tus manos hoy titubean y tiemblan
no temas.
No temas.....
que yo las guiaré
con las mías.
Tus manos son las que me acarician,
las que me besan el alma,
las que me envuelven,
las que me arrullan,
las que secan mis lágrimas.
Tus manos son las que trabajan duro,
las que se sumergen en agua fría
para que nos asalte el frío invierno.
Las que madrugan y me despiertan con un beso,
las que cocinan sin descanso.
Tus manos...
arrugadas por el tiempo,
no conocieron delicadas fragancias,
ni la suavidad de algodones;
se forjaron,
en el campo a pleno sol,
marchitándose con el paso del tiempo,
pero nunca perdieron su procedencia,
ni su pálida belleza.
Tus manos son vida,
son dulzura y calidez,
tus manos son tu esencia,
bendita corona alada de tu ser divino.
Si tus manos hoy titubean y tiemblan
no temas.
No temas.....
que yo las guiaré
con las mías.
Dori Calderón Ramos
CARICIAS
-Abuelo, ¿Por qué tus manos no son suaves?
-Hija, porque son manos de viejo.
-Pero abuelo, el abuelo de Maya también es viejo y sus manos son suaves.
-Quizás, las manos del abuelo de Maya tuvieron una vida diferente a las mías.
-Y..... ¿Cómo fue la vida de tus manos, abuelo?
-Mis manos tuvieron una vida dura, hija mía. Lidiaron con la tierra y el Sol, con el frío y la caló, con las horas de trabajo duro en el ocaso y el aire frío de la madruga, con la hoz y la yunta, con la azada y el arado, con la necesidad y la esperanza, pero sobre todo lidiaron con el poder del señorito, que recogía la mayor parte del fruto del esfuerzo de mis manos.
Aún así, en mis manos siempre hubo una caricia para tu abuela, para tu padre y para ti, y aunque esa caricia arañe un poco, vosotros siempre la recibís con una sonrisa y un abrazo, porque sabéis que esa caricia iba llena de amor.
-Abuelo, ¿Por qué tus manos no son suaves?
-Hija, porque son manos de viejo.
-Pero abuelo, el abuelo de Maya también es viejo y sus manos son suaves.
-Quizás, las manos del abuelo de Maya tuvieron una vida diferente a las mías.
-Y..... ¿Cómo fue la vida de tus manos, abuelo?
-Mis manos tuvieron una vida dura, hija mía. Lidiaron con la tierra y el Sol, con el frío y la caló, con las horas de trabajo duro en el ocaso y el aire frío de la madruga, con la hoz y la yunta, con la azada y el arado, con la necesidad y la esperanza, pero sobre todo lidiaron con el poder del señorito, que recogía la mayor parte del fruto del esfuerzo de mis manos.
Aún así, en mis manos siempre hubo una caricia para tu abuela, para tu padre y para ti, y aunque esa caricia arañe un poco, vosotros siempre la recibís con una sonrisa y un abrazo, porque sabéis que esa caricia iba llena de amor.
M. Carmen Jiménez Aragón
OLVIDO
Sentado en el sillón, el abuelo observaba sus manos
con un tono de extrañeza en los ojos. Las levantaba contra el sol de la ventana
y las examinaba, girándolas, mientras pensaba que no le eran familiares. De
pronto, se sobresaltó al ver otras manos bailando junto a las suyas. ¡Pero qué
diferentes eran! Mucho más menudas y con una piel completamente lisa. Pensó
que, quizá por su reducido tamaño, no cabían en ellas manchas ni imperfecciones
y eran tan blancas que a veces las perdía de vista al mirar a contra luz. Se
movían con mucha rapidez e iban acompañadas de una risa infantil y chillona.
No, definitivamente esas manos tampoco le eran familiares. Pero entonces las
pequeñas manos se pararon en seco, yéndose a posar sobre las suyas, y una
sensación de tranquilidad acabó con el desasosiego que crecía en su pecho. No
le transmitían seguridad porque las notaba torpes y alocadas, pero sí algo de
delicadeza y cariño. Y dos segundos después las manos alzaron de nuevo el vuelo
y, tras una vuelta de reconocimiento por todo el salón, desaparecieron
llevándose también la voz chillona y risueña.
La experiencia lo había dejado agotado, sentía que
los parpados le pesaban y que el alma lo aplastaba contra el sillón. Sus manos
yacían sobre los reposabrazos y se disponía a cerrar los ojos cuando otras
manos lo interrumpieron. Una fue a parar a su pierna y la otra a su mejilla.
Venían acompañadas de una cara con una gran sonrisa y unas palabras que le
resultaron indescifrables. Quizá no eran tan enigmáticas, quizá fue que él no
les puso atención, a decir verdad, se había quedado absorto mirando esas nuevas
manos. No tan pequeñas ni delicadas como las anteriores, pero limpias de
arrugas o manchas, eran unas manos fuertes y decididas, resueltas. El abuelo no
dejaba de ir, con su mirada, desde las manos a la cara y de la cara a las
manos, intentando descubrir que le unía a ellas, pero sea quien fuese debió
notar su decepción en el rostro y quiso tranquilizarlo de algún modo. Las
jóvenes manos se acercaron a una de las suyas y acariciaron el dorso con mucha
paciencia y comprensión, juguetearon a entrelazar los dedos y a hacer
cosquillas en la palma. Esas manos sí le transmitieron seguridad y protección
aun sin saber a quién pertenecían. Le inspiraban confianza. En unos minutos, el
abuelo desistió en su intento de averiguar y volvió a fijar su atención en los
tenues rayos de sol que todavía se colaban por la ventana. Dos palmaditas en su
mano y unas palabras y volvió a quedarse solo en su sillón.
Sus ojos se anclaron en las ramas del viejo álamo y
en el brillo de sus hojas, pero su mente viajó al antiguo caserío familiar, a
esas meriendas en el patio trasero a la sombra de las parras y el eterno
corretear del agua en la fuente. Gente que se acomoda y charla, y niños jugando
junto a la acequia. Y se ve a él mismo alzando su vaso de vino y dando gracias,
y junto a él una joven que lo abraza y posa la mano sobre su pecho y le sonríe
con amor. Es la misma sonrisa que tiene delante ahora, sentado en el sofá. Nota
una mano apoyada en su pecho y unos ojos que lo miran con amor, pero no
identifica de quien son. Esa mano sí se parece más a la suya, huesuda,
manchada, arrugada. Frágil y débil como las amapolas de su caserío. Cómo le
gustaría volver allí, volver en los años, volver a ser él. Pero sabe que de no
poder encontrar el camino del tiempo, el único sitio en el que se encontraría a
gusto es donde está, en su sillón, disfrutando de su ventana y con todas esas
manos desconocidas que le transmiten paz.
Candelaria Molina Mostazo
ME GUSTA MIRAR TUS MANOS
Candelaria Molina Mostazo
ME GUSTA MIRAR TUS MANOS
Y ahora, tras los años, te ayudas de tu garrote. Tus
manos, llenas de sabiduría y de tiempo, son el reflejo de una vida de esfuerzo
y de trabajo, están más suaves que nunca. Me gusta mirarlas, me gusta cogerlas
y medirlas con las mías, me gusta palpar
tus señales de las grietas y acariciar tus grandes callos. Tú disfrutas
contándome que esa cicatriz fue con la hoz, y que ese callo ya es crónico y te
acompañará a la otra vida. A veces te observo y estás pensativo y mientras tus
cavilaciones están con los recuerdos,
entrelazas tus dedos y giras los
pulgares uno sobre el otro, ese carrusel me lo enseñaste de pequeña y me decías
que los dedos pulgares no se podían rozar. Se ve que era un gran
entretenimiento mientras se espera y, sin duda, es un ejercicio antiestrés. Yo
en algunos momentos de tensión lo he practicado y te digo que me relaja
bastante. Me recuerda mucho a ti.
Algunas noches sueño contigo y con tus manos. Sueño
que es verano y estamos sentados en la puerta de nuestra casa al fresco,
entonces yo voy a por la crema, esa que mamá tiene en la mesa de la máquina de
coser y viene en una latita redonda de color azul y, muy suave y delicadamente,
te la pongo a la vez que masajeo esas manos tan bonitas y fuertes. La piel absorbía
rápidamente la poción, estaba tan seca que en segundos la loción
desaparecía. Tú sonreías y me decías “¡qué suaves!”, me dabas un beso, me
acariciabas el pelo y yo era la niña más feliz del universo. Me gusta mirar tus
manos, cogerlas y medirlas con las mías.
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