Una de nuestras aficiones más constantes es la escritura y varios miembros del Club han sido merecedores de premios locales de escritura. Trataremos, a lo largo de estos meses, de transcribirlos en este espacio de modo que queden almacenados y tengáis acceso a su lectura.
En esta ocasión recordaremos a la ganadora de la edición de 2017 del premio de Relato Breve, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de La Viñuela, con motivo de la Semana Cultural, María del Carmen Jiménez Aragón, con su relato titulado "¿DRÁSTICO DETONADOR?". El tema propuesto por la organización en esta ocasión fue "LA VIÑUELA EDUCA"
¿DRÁSTICO
DETONADOR?
¡Qué lata! Las once y media aún. Que
mañana más larga. Mi maestra está corrigiendo los ejercicios y mis compañeros
empiezan a elevar gradualmente el murmullo. Sin pensarlo me levanto y voy hasta
la mesa de María. Quiero preguntarle si sabe algo más sobre aquel chico del que
hablaban ayer en el patio. Siento una indignación infinita por lo que le ha
ocurrido. Aunque no lo conozco de nada,
las injusticias me matan. No tengo palabras.
-María,
¿sabes algo nuevo sobre ese chico? –Ni si quiera sabemos cómo se llama.
-Dice mi madre que sigue igual. Ayer hizo
cuatro días que está en coma y no saben qué camino puede tomar la situación.
–La madre de María es enfermera en el hospital y precisamente estaba de guardia
el día que entró por urgencias el chaval.
Mi maestra ha terminado de corregir y
vuelvo a mi sitio. Cuando nos dice que quedan diez minutos para terminar la
clase y que podemos aprovecharlos para adelantar deberes, si queremos, no lo
pienso dos veces. Levanto la mano y hago la pregunta.
-Maestra, ¿podemos hablar de lo que pasó el otro día en el recreo?
Claro, incluso estamos pensando en
organizar un debate entre varias clases. Podría ser productivo.
Algunos de mis compañeros asintieron con
la cabeza, otros se encogieron de hombros. Será interesante ver los distintos
puntos de vista y opiniones.
-Maestra, ¿por qué a esos salvajes no los
han metido en la cárcel y sólo los han cambiado de colegio? –Me atrevo a ser el
primero en preguntar.
-No es un colegio. Es un centro de menores
a donde los han llevado. No pueden ir a la cárcel porque son menores de edad
todavía.
-Pero maestra, ¿yo no entiendo por qué son
menores para entrar en la cárcel y “mayores”, o al menos ellos se creen así,
para imponer a los demás sus normas, o humillar a la gente sólo porque se
diferencian de ellos en algo? –La rabia me hace apretar los puños y se me
clavan las unas en las palmas de las manos.
Mi maestra, en cambio, está muy serena. Se
levanta de la silla y, rodeando la mesa, se sienta en una de las esquinas. Nos
mira con esa mirada comprensiva y amorosa que le veo muchas veces a mi madre, y
dice: -La solución a este problema y a muchos otros que veréis a lo largo de
vuestra vida es la misma. Se llama educación.
La educación lo es todo. Lo más importante que posee toda persona. No sólo la
que se da aquí en asignaturas, sino la que adquirís cada día de la vida en
vuestras casas, en la calle, con los amigos, a través de la tele,… Todo es
educación. Vosotros sois jovencitos aún, pero dentro de algunos años, cuando ya
no estéis en el colegio, seguiréis educándoos, sin daros cuenta. Durante toda
la vida.
-Sí maestra, pero esos chicos están
recibiendo educación en el colegio igual que yo, y a mí no se me ocurriría
hacer lo que ellos hicieron. –Contesta un compañero.
-Por supuesto que no, ya lo sé. El
problema surge cuando alguno de los pilares que sostienen la educación falla.
Irremediablemente el edificio termina viniéndose abajo tarde o temprano. En su
entorno, algún pilar debe no ser muy estable. No penséis que estoy intentando
justificar lo que han hecho, sólo quiero que veáis cual es la importancia de la
educación, no sólo académica, sino educación en valores cívicos, valores
morales, en tolerancia y respeto. Esa educación empieza el mismo día que
nacemos. Os la enseñan todas las personas que os rodean. Familia, maestros,
amigos, medios de comunicación,…Incluso el señor desconocido que entra después
que nosotros a la panadería y da los buenos días a los presentes y las gracias
antes de irse.
Yo escucho atentamente y pienso en qué
momento esos chicos habrán recibido una lección errónea en su educación que los
ha llevado a ser las personas que son ahora. Cuál de los pilares será el que
les está fallando.
-Maestra, ¿es posible reparar uno de los
pilares cuando te das cuenta que está “agrietado”? –Pregunto, aunque creo que
estaba pensando en voz alta.
-Por supuesto. Todo se puede reparar.
Cuesta mucho trabajo por parte de todos, pero con paciencia nunca es tarde para
adquirir una buena educación. –Contesta.
Está sonando la sirena y nos levantamos
para cambiar de clase. La mañana transcurre con normalidad. Pero en mi cabeza
no paran de ir y venir ideas.
Ya en casa le cuento a mi madre la charla
que hemos tenido en el colegio y parece estar de acuerdo con mi maestra.
-Cielo, en este pueblo tan pequeño todos
nos conocemos y sabemos que a esos chicos le falla más de un pilar. Pero hasta
que no sean ellos los que quieran poner remedio, a los demás se les va a hacer
muy difícil hacerlo. Tienen que ser conscientes de la gravedad de sus actos.
Quizá ahora que no están en sus casas, con su familia, durmiendo en sus camas,
puede que empiecen a pensar en ello, pero creo que hace falta un detonador más
potente, mucho más potente para que echen abajo ese edificio ruinoso y
construyan uno con buenos cimientos, sólido, estable,…
Yo miro a mi madre y pienso en lo que me
dice, aunque no estoy seguro de captar todas las metáforas. En ocasiones se le
olvida que sólo tengo doce años y me cuesta seguirle.
Dos días después empiezo a comprender lo
que me había dicho mi madre. El chico que está en el hospital ha empeorado. Los
médicos deben operarlo a vida o muerte, dice María. Los responsables de que él
esté así se enteran, por sus familiares, de que sus posibilidades de sobrevivir
son mínimas. Si de alguna manera logra salir de la operación, las secuelas
podrían ser bastante graves. Sienten una presión muy fuerte en el pecho. No
suelen hablar mucho desde que están en ese lugar. Pero cruzan la mirada y saben
perfectamente cómo se siente el otro. Nunca pensaron que pudieran verse en una
situación así. Esa es la cuestión, que nunca pensaron. Ahora darían el resto de
días que les quedan por vivir a cambio de borrar la última semana. Que todo
esto no hubiera pasado. Así se lo transmiten a los padres del muchacho en la
sala de espera del hospital. El detonador se ha accionado.
Han pasado muchas horas. Demasiadas horas.
Pero por fin sale el médico con buenas noticias. Esos chicos siguen en el
hospital, aun después de haber recibido reproches, desprecio e insultos. Saben
que no podía ser de otra manera. Es lo menos que pueden hacer. No han visto los
ojos de una madre llorar tanto. Y ahora que las lágrimas son de alegría y alivio,
ellos también lloran de arrepentimiento y vergüenza. El detonador se ha
accionado.
Unos meses más tarde he sabido que esos
chicos son ahora voluntarios en el centro de acogida para menores. Ayudan a los
profesionales y colaboran en las charlas de concienciación. Y mientras vuelven
a levantar su “edificio”, enseñan a otros chicos como reparar los suyos. Porque
la enseñanza es la clave de todo.
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