sábado, 13 de junio de 2020

SEMANA CULTURAL DE LA VIÑUELA 2017.


Una de nuestras aficiones más constantes es la escritura y varios miembros del Club han sido merecedores de premios locales de escritura. Trataremos, a lo largo de estos meses, de transcribirlos en este espacio de modo que queden almacenados y tengáis acceso a su lectura. 
En esta ocasión recordaremos a la ganadora de la edición de 2017 del premio de Relato Breve, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de La Viñuela, con motivo de la Semana Cultural, María del Carmen Jiménez Aragón, con su relato titulado "¿DRÁSTICO DETONADOR?". El tema propuesto por la organización en esta ocasión fue "LA VIÑUELA EDUCA"


¿DRÁSTICO DETONADOR?
     ¡Qué lata! Las once y media aún. Que mañana más larga. Mi maestra está corrigiendo los ejercicios y mis compañeros empiezan a elevar gradualmente el murmullo. Sin pensarlo me levanto y voy hasta la mesa de María. Quiero preguntarle si sabe algo más sobre aquel chico del que hablaban ayer en el patio. Siento una indignación infinita por lo que le ha ocurrido.  Aunque no lo conozco de nada, las injusticias me matan. No tengo palabras.
     -María, ¿sabes algo nuevo sobre ese chico? –Ni si quiera sabemos cómo se llama.
     -Dice mi madre que sigue igual. Ayer hizo cuatro días que está en coma y no saben qué camino puede tomar la situación. –La madre de María es enfermera en el hospital y precisamente estaba de guardia el día que entró por urgencias el chaval.
     Mi maestra ha terminado de corregir y vuelvo a mi sitio. Cuando nos dice que quedan diez minutos para terminar la clase y que podemos aprovecharlos para adelantar deberes, si queremos, no lo pienso dos veces. Levanto la mano y hago la pregunta.
     -Maestra, ¿podemos hablar de lo que pasó el otro día en el recreo?
     Claro, incluso estamos pensando en organizar un debate entre varias clases. Podría ser productivo.
     Algunos de mis compañeros asintieron con la cabeza, otros se encogieron de hombros. Será interesante ver los distintos puntos de vista y opiniones.
     -Maestra, ¿por qué a esos salvajes no los han metido en la cárcel y sólo los han cambiado de colegio? –Me atrevo a ser el primero en preguntar.
     -No es un colegio. Es un centro de menores a donde los han llevado. No pueden ir a la cárcel porque son menores de edad todavía.
     -Pero maestra, ¿yo no entiendo por qué son menores para entrar en la cárcel y “mayores”, o al menos ellos se creen así, para imponer a los demás sus normas, o humillar a la gente sólo porque se diferencian de ellos en algo? –La rabia me hace apretar los puños y se me clavan las unas en las palmas de las manos.
     Mi maestra, en cambio, está muy serena. Se levanta de la silla y, rodeando la mesa, se sienta en una de las esquinas. Nos mira con esa mirada comprensiva y amorosa que le veo muchas veces a mi madre, y dice: -La solución a este problema y a muchos otros que veréis a lo largo de vuestra vida es la misma. Se llama educación. La educación lo es todo. Lo más importante que posee toda persona. No sólo la que se da aquí en asignaturas, sino la que adquirís cada día de la vida en vuestras casas, en la calle, con los amigos, a través de la tele,… Todo es educación. Vosotros sois jovencitos aún, pero dentro de algunos años, cuando ya no estéis en el colegio, seguiréis educándoos, sin daros cuenta. Durante toda la vida.
     -Sí maestra, pero esos chicos están recibiendo educación en el colegio igual que yo, y a mí no se me ocurriría hacer lo que ellos hicieron. –Contesta un compañero.
     -Por supuesto que no, ya lo sé. El problema surge cuando alguno de los pilares que sostienen la educación falla. Irremediablemente el edificio termina viniéndose abajo tarde o temprano. En su entorno, algún pilar debe no ser muy estable. No penséis que estoy intentando justificar lo que han hecho, sólo quiero que veáis cual es la importancia de la educación, no sólo académica, sino educación en valores cívicos, valores morales, en tolerancia y respeto. Esa educación empieza el mismo día que nacemos. Os la enseñan todas las personas que os rodean. Familia, maestros, amigos, medios de comunicación,…Incluso el señor desconocido que entra después que nosotros a la panadería y da los buenos días a los presentes y las gracias antes de irse.
     Yo escucho atentamente y pienso en qué momento esos chicos habrán recibido una lección errónea en su educación que los ha llevado a ser las personas que son ahora. Cuál de los pilares será el que les está fallando.
     -Maestra, ¿es posible reparar uno de los pilares cuando te das cuenta que está “agrietado”? –Pregunto, aunque creo que estaba pensando en voz alta.
     -Por supuesto. Todo se puede reparar. Cuesta mucho trabajo por parte de todos, pero con paciencia nunca es tarde para adquirir una buena educación. –Contesta.

     Está sonando la sirena y nos levantamos para cambiar de clase. La mañana transcurre con normalidad. Pero en mi cabeza no paran de ir y venir ideas.
     Ya en casa le cuento a mi madre la charla que hemos tenido en el colegio y parece estar de acuerdo con mi maestra.
     -Cielo, en este pueblo tan pequeño todos nos conocemos y sabemos que a esos chicos le falla más de un pilar. Pero hasta que no sean ellos los que quieran poner remedio, a los demás se les va a hacer muy difícil hacerlo. Tienen que ser conscientes de la gravedad de sus actos. Quizá ahora que no están en sus casas, con su familia, durmiendo en sus camas, puede que empiecen a pensar en ello, pero creo que hace falta un detonador más potente, mucho más potente para que echen abajo ese edificio ruinoso y construyan uno con buenos cimientos, sólido, estable,…
     Yo miro a mi madre y pienso en lo que me dice, aunque no estoy seguro de captar todas las metáforas. En ocasiones se le olvida que sólo tengo doce años y me cuesta seguirle.

     Dos días después empiezo a comprender lo que me había dicho mi madre. El chico que está en el hospital ha empeorado. Los médicos deben operarlo a vida o muerte, dice María. Los responsables de que él esté así se enteran, por sus familiares, de que sus posibilidades de sobrevivir son mínimas. Si de alguna manera logra salir de la operación, las secuelas podrían ser bastante graves. Sienten una presión muy fuerte en el pecho. No suelen hablar mucho desde que están en ese lugar. Pero cruzan la mirada y saben perfectamente cómo se siente el otro. Nunca pensaron que pudieran verse en una situación así. Esa es la cuestión, que nunca pensaron. Ahora darían el resto de días que les quedan por vivir a cambio de borrar la última semana. Que todo esto no hubiera pasado. Así se lo transmiten a los padres del muchacho en la sala de espera del hospital. El detonador se ha accionado.
     Han pasado muchas horas. Demasiadas horas. Pero por fin sale el médico con buenas noticias. Esos chicos siguen en el hospital, aun después de haber recibido reproches, desprecio e insultos. Saben que no podía ser de otra manera. Es lo menos que pueden hacer. No han visto los ojos de una madre llorar tanto. Y ahora que las lágrimas son de alegría y alivio, ellos también lloran de arrepentimiento y vergüenza. El detonador se ha accionado.
     Unos meses más tarde he sabido que esos chicos son ahora voluntarios en el centro de acogida para menores. Ayudan a los profesionales y colaboran en las charlas de concienciación. Y mientras vuelven a levantar su “edificio”, enseñan a otros chicos como reparar los suyos. Porque la enseñanza es la clave de todo.

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