Paca se había criado en el seno de una familia de hormigas muy trabajadoras, estaban esperando el buen tiempo para salir de su hormiguero y recolectar provisiones que las pudiera mantener resguardadas durante todo el invierno.
Paca era muy presumida y se pasaba todo el día mirándose al espejo, retocando sus antenas y sacando lustre a su brillante panza.
Cuando todos se disponían a buscar comida, ella no encontraba nunca el momento apropiado y se quedaba esperando a que llegaran todos a casa.
Los días eran largos y aburridos pero Paca siempre encontraba algo que hacer, unos días dormía, otros días se daba largos baños de espuma blanca, otros los pasaba contemplando su belleza en el espejo…
Su madre no iba a darle más caprichos y ya le había hecho varias advertencias.
Tras acabar el verano, llegaron las primeras gotas de lluvia y Paca ya tenía todas sus provisiones agotadas, y se le ocurrió ir a robar provisiones como había hecho siempre… a la llegada del invierno todas las hormigas estaban en sus casas y ella extrañada volvió de nuevo a su espejo.
Se hizo la valiente y salió de aquel agujero en busca de algo que comer… al poco de caminar sin rumbo, una fuerte lluvia la desorientó por completo no pudiendo encontrar el camino de vuelta.
En ese momento entendió lo importante que era estar acompañada para no sentir miedo, y entendió que si hubiera recolectado comida, ahora pasaría tranquila el invierno en su hormiguero.
Viendo que pasaban los días y Paca no volvía a casa un grupo de hormigas salió a su rescate encontrándola malherida junto a una diminuta roca. La cogieron el volandas y la llevaron de vuelta a casa.
Todos querían pensar que había aprendido la lección y compartirían con ella sus provisiones, siempre que ella prometiera colaborar más en la recogida de alimentos del siguiente año.
Rafa Núñez Rodríguez
CUATRO SENTIDOS
Al norte de la palabra norte, había un pequeño pueblo, Naok, un tanto especial. Algunos de sus habitantes nacían de una crisálida envuelta en nieve y silencio, si, y eso era lo peculiar. Porque llegaban al mundo sordos del oído izquierdo, y por el derecho, no oían nada.
Era una parte pequeña de la población, pero muy estimados por los demás, o quizás un tanto envidiado. De bebés eran los primeros en sentir la piel de la naturaleza, notaban sus achaques y hasta sus momentos de cólera. Iban creciendo arropados por la sabiduría de árboles centenarios, jugaban en sus ramas a volar por los infinitos, esos que las estrellas les ocultaban.
Se alimentaban de los fugaces rayos de sol y recolectaban frutas de llamativos colores. De vez en cuando, veían esa mezcolanza de tonos marrones que manchaba el paisaje, o sea, el poblado. Allí iban a cambiar cosas, aunque estaban poco tiempo, porque no entendían a aquellos que no sabían hablar con la piel.
A veces hasta se enamoraban entre ellos, eso es lo que ocurrió con Tux y Effa. Eran la luz que pintaba sonrisas en los animalillos esos que siempre estaban tiritando de frío. Siempre cogidos de la mano, viviendo con sus corazones tatuados en la mirada.
Todo parecía tan idílico, que algo había que hacer para que cambiase eso. Resulta que esos seres tan peculiares, con los años iban comenzando a oír. No hablaban, porque no querían, no les hacía falta, pero si les iban llegando los susurros de la vida.
Al principio se sentían un poco nerviosos ante tantas quejas.
Ellos seguían queriéndose como agua que baja por la comisura de los labios, pero su interior comenzaba a ensuciarse por palabras baladíes, sensaciones extrañas, y un ardor que les atravesaba el cuerpo.
Pues si, ese era el lastre que arrastraban estos peculiares seres.
Tux y Effa, seguían enamorados, pero cada vez sus cuerpos estaban más sucios de ruidos vacíos de contenido, de palabras hipócritas y frías. Y aunque intentaban huir, adentrarse en el alma del bosque, hasta las nubes hacían llover palabras superfluas. El ruido les arrugada la piel por dentro, y las uñas se les ponían blancas.
Y al final pasaba lo que estáis pensando.
El ruido se tragaba a tan bellas criaturas, las voces vanas, y las palabras sin argumentos, si, esas envenenaban los cuerpos puros.
Pero bueno, nos queda un hilo de esperanza, porque resulta, que al sur del sur, allí donde nace la calor, hay una aldea, y nacen los bebés en unas burbujas de calma.
Y resulta, que todos ellos nacen sin poder articular ningún sonido.
M.ª Carmen Jiménez Aragón
LA BÚSQUEDA DE SIMÓN
En una lejana región del mundo, vivía Simón, un pequeño animalillo, pacífico y juguetón. Se acercó a una charca cercana para distraerse un rato con los demás, pero notó que los compañeros lo ignoraban y le daban de lado.
-No queremos jugar contigo, eres un poco rarito- le dijeron al final los pececillos de colores-. No tienes branquias ni escamas como nosotros. Este no es tu lugar.
Pero a simón le encantaba vivir en el estanque, se sentía como pez en el agua, no entendía por qué no lo aceptaban allí. Y mientras vagaba por la orilla se encontró con una familia de castores que construía una presa con grandes troncos.
-¿Puedo ayudaros? Mi cola es igual de fuerte que la vuestra y nado rápido como vosotros -insistió Simón.
-No te preocupes, nosotros podemos. Además con ese hocico no podrías roer ni una ramita y tus patas son torpes para agarrar los grandes troncos. No encajas en este oficio.
Desolado, Simón se alejó sin saber hacia dónde dirigirse. Parecía que no encajaba en ningún lugar. Cerca de la desembocadura del río encontró un gran nido con cuatro huevos en su interior y recordó que su tía había tenido huevos de donde después nacieron sus primos. Parecía que por fin había encontrado a alguien como él, no se retiraría del nido por nada. De pronto los cascarones empezaron a resquebrajarse y asomaron unas pequeñas cabezas alborotando. Simón no cabía en sí de ilusión, los bebes tenían su mismo pico. Pero esa alegría se disipó al momento, cuando vio el resto de sus cuerpos.
-¡Mis pequeños patitos! Habéis llegado al mundo justo a tiempo -. Gritó mamá pata, sorprendiendo a Simón por la espalda.
-Señora Pata, ¿puede decirme si yo soy un pato igual que ellos?
-No querido. Aunque tu hocico se parezca, tu cuerpo no está cubierto de plumas y tus cuatro patas no se parecen en nada a las nuestras.
Desesperado por encontrar a alguien que lo comprendiera y se asemejara a él, siguió rio arriba buscando, hasta que encontró a un extraño ser, de cuerpo menudo y acorazado y pequeñas pinzas junto a su cabeza. Pero lo que más le sorprendió fue ver el aguijón que se afanaba en pulir.
-Yo tengo un aguijón igual junto a mis patas, podríamos ayudarnos cuando se presenten problemas… -propuso nuestro amigo.
-No necesito tu ayuda, soy un animal solitario. Me basto y me sobro para cazar o defenderme, -farfulló el escorpión.
-Entonces no soy igual que tú. -Y agachando la cabeza siguió su camino. Con gran tristeza, lloró y se desahogó: -No encajo con nadie, soy tan rara que no me parezco a ningún animal del mundo. -Entonces escuchó una voz conocida, era la señora Canguro. Lo tranquilizó y le explicó que él era un ser único, un animal extraordinario entre toda la fauna de la tierra y que, precisamente el ser un ornitorrinco, le daba la facilidad de adaptarse a diferentes medios y hacer cosas que los demás no podían hacer.
-Siempre debes ver el lado positivo de todo, porque solo así conseguirás quererte y ser feliz contigo mismo. No trates de parecerte a nadie, sé tú mismo y verás que es la manera de que los demás acepten que ser diferente no debe asustar, sino que te hace un ser excepcional.
Dori Calderón Ramos
EN UN PLIS PLAS
Ocurrió que Doña Sosiego estaba un poco inquieta, entraba y salía con muchas prisas de su casa, y sus vecinos comenzaron a preocuparse por ella.
-Buenos días Doña Sosiego, ¿Qué le ocurre? La noto preocupada.
-Tengo muchas cosas que hacer hija, voy tarde.
Así era por la mañana, al mediodía y a la tarde, y ya por la noche la pobre mujer estaba tan cansada que dejó de acudir a la reunión de vecinos que cada noche se celebraba en la plaza del pueblo.
Esto alarmó aún más a sus vecinos, pues en Villaquietud eran muy esperadas las historias de Doña Sosiego, tenía un don especial la mujer para contar cuentos, sin ella, nada sería igual. Así que decidieron hablar con Plis, que era un experto en solucionar problemas rápido.
Plis esperó aquella tarde a Doña Sosiego en la puerta de su casa dispuesto a ayudarla, pero la mujer al verlo exclamó:
-¡Quita, quita hijo, no me puedo entretener, tengo muchas cosas que hacer!
Plis quedó preocupado, y llamó rápidamente a Plas, pues aquello era urgente, Doña Sosiego había perdido la calma, necesitaba ayuda.
Los dos se plantaron en casa de Doña Sosiego e insistieron en ayudarla, y ella no tuvo más remedio que aceptar.
Doña Sosiego descubrió que las tareas compartidas son más fáciles de hacer, pues con la ayuda de los chicos en un plis plas terminaron, y aquella noche todos los vecinos de Villaquietud volvieron a disfrutar de una maravillosa historia de Doña Sosiego.
Rafa Núñez Rodríguez
LA FLOR DE LA AMARGURA.
Nació junto a un camino de tierra, de esos que están llenos de baches y algunas piedras descarriadas.
Iba creciendo casi sin querer, con pequeñas hojas que ni tan siquiera tenía un verde hermoso, más bien parecían amarillentas pinceladas del sol, que envolvían un escuálido tallo.
La llamaban la flor de la amargura, quizás porque la veían tan simple y poco agraciada, que ni tan siquiera tenía un nombre hermoso. Simplemente una vez al año se coronaba con unos pétalos tan blancos como el polvo del camino, sin perfume ni aroma que diese recuerdo a momentos especiales, así era ella, una flor que nacía junto a caminos olvidados.
Pensaréis que estaba triste y apenada de su situación, nada más lejos de la realidad.
Ella se sentía el eje de su pequeño mundo, a veces los pájaros le cantaban melodías que correteaban a través del viento y le peinaban las hojas.
Cuando el silencio de la noche lo envolvía todo, las constelaciones asomaban sobre su cabeza, iban desfilando como pequeñas luciérnagas que bailaban para ella, hasta que al amanecer, arropada por pequeñas gotitas de rocío agachaba un poco los hojas para descansar.
Así pasó los años, a veces, paseaban cerca de ella personas a las que les latían los corazones tan fuerte , que asustaban a los ratoncillos silvestres, y resulta que llevaban grandes ramos de hermosas flores, de colores que solo se podían imaginar, y sin embargo ella las miraba con pena, porque lo habían perdido todo, solamente serían un momento en la mirada de unos enamorados. Mientras, ella bebería de la lluvia en los días de otoño, se acurrucaría bajo la nieve esperando los días de primavera, y entonces allí, dejaría caer pequeñas partes de su alma, que nacería junto a un camino de tierras con baches, y allí serían eternos.
Laura Pérez Alférez
SI PUEDES
Dos hermanas estaban jugando a orillas de un río cuando, de pronto una de ellas, la mayor, resbaló y cayó al agua, hundiéndose ante la mirada angustiada de la más pequeña, que desde la orilla, veía como la corriente arrastraba a su hermana río abajo. Quería gritar, pedir ayuda pero un nudo en la garganta le impedía articular cualquier sonido.
Por un instante pensó lanzarse al río y rescatar a su hermana, pero el recuerdo de una escena, que se había convertido en cotidiana, la paralizó. "La canija", ese era el mote con el que la llamaban sus compañeros en la escuela, la niña debilucha que no servía para nada, la que nunca destacaba en clase de educación física.
El recuerdo de esa imagen, tan frecuente, de burlas e insultos, la hizo sentirse diminuta e insignificante por un momento.
En seguida se sobrepuso, su hermana no sabía nadar y estaba en peligro de ahogarse. Corrió y corrió saltando sobre las piedras, siguiéndola. A pesar de que el curso del río era bastante rápido, consiguió adelantarla.
La niña vio una rama de un árbol en el suelo. Intentó levantarla, pero triplicaba el tamaño de la pequeña. Apretó los dientes y con sus pequeñas manitas la arrastró con todas sus fuerzas hasta el borde del agua. En un último esfuerzo agarró el tronco por un extremo y lo arrojó al cauce del río, sin soltarlo.
Inquieta veía aparecer y desaparecer a su hermana, por momentos, bajo el agua, mientras le gritaba que se agarrase a la rama. De pronto su hermana mayor, en un instinto de supervivencia, alzó los brazos asiéndose con fuerza al tronco.
La pequeña tiró y tiró con brío del extremo de la rama, impulsando toda su energía hasta arrastrarla a la orilla.
Algunos vecinos, avisados por los gritos llegaban corriendo. Todos se preguntaban cómo aquella niña tan pequeña había sido capaz de salvar a su hermana, era imposible que hubiese tenido la fuerza suficiente para arrastrar aquel enorme tronco.
Cuando le preguntaron como lo había conseguido, la niña les miró con sus grandes ojos y les dijo:
- No había nadie cerca que me dijera que no podía hacerlo.
Rafa Núñez Rodríguez
CONSPIRACIÓN EN EL
BOSQUE
Fue una mañana de esas
en las que las nubes se envuelven en oscuridad y el sol refleja rayos
grisáceos.
Resulta que me crucé
con una libélula gigantesca, de las de cuerpo dorado, tropezamos en el aire y,
casi sin querer, caí en aquel extraño paraje. Atribulada entre el golpe y los
arañazos de las zarzas, me di cuenta que tenía un ala completamente partida.
Nerviosa, comencé a palpar el frío musgo y, después de buscar y rebuscar, me di
cuenta que no encontraría mi varita mágica, al menos no allí.
Desesperada, miré en
rededor, árboles casi eternos, que todavía parecían dormir y el silencio de la
tierra donde no llega la claridad del sol, me entró un pequeño escalofrío. Nunca había tenido
ningún percance al volar y menos cerca del bosque de la melancolía.
A lo lejos, comencé a
escuchar sonidos extraños, risas estridentes que parecían bajar de las nubes y
de pronto pequeñas explosiones y vuelta a las carcajadas. Entonces me empecé a imaginar lo peor, posiblemente la
libélula se había llevado mi varita y temía que estuviera cambiando el alma del
bosque a su antojo.
Sin pensarlo dos veces,
me quité uno de los lazos de mi cintura, sujeté el ala a mi espalda y me
dispuse a caminar en pos de aquellos extraños sonidos. Mis piernas eran
menuditas y no estaban acostumbradas a caminar, tardé más de lo deseado en
llegar a la encrucijada donde los sonidos eran aún persistentes. Me escondí
tras el tronco de un gran sabio anciano e intenté escuchar qué tramaba esa
libélula y sus compinches.
-¡El color verde de las
hojas nunca me ha gustado! –Escuché hablar al insecto y, con un movimiento
enérgico de una de sus patas, apuntó con la varita al follaje del bosque. Al
momento todos los árboles tornaron sus copas en grandes nubarrones negros,
hojas color carbón arrugadas y sin vida, que asustaron a los pajarillos.
Para eso quería mi
varita, el accidente no fue fortuito. La comadreja y la víbora jaleaban la gran
proeza que la libélula conseguía cada vez que la agitaba y estallaban en
carcajadas las tres.
-¿Viste los peces del
río como salían del agua al darse cuenta que no podían respirar y se ahogaban?
–Preguntó jocosa la víbora.
-¿Viste las ranas como
rugían en vez de croar? -Dijo jocosa la comadreja.
Al ver el panorama tan
desolador empecé a buscar por todo el bosque mi propio ejército de ayudantes
con la misión de salvar el bosque y poner a salvo a todos los animales, seres
imaginarios y fantasía.
Una vez reunidos
comenzamos a trazar un plan, debíamos cogerlos por sorpresa y la estrategia
estaría cubierta por aire y tierra.
Esperamos hasta el
anochecer para desarrollar el plan, aprovechando que a esa hora los tres
dormían un enjambre de abejas cubrieron sus cuerpos de miel, mientras peleaban
por escapar dos osos muy golosos avistaban su gran festín.
Nuestras amigas las
luciérnagas nos guiaban en la oscuridad de la noche, y mientras los osos se
relamían de su dulce banquete, las ardillas y los topos me ayudaban a buscar mi
varita, era urgente encontrarla y reparar el destrozo hecho por la loca
libélula.
De árbol en árbol
saltaban las ardillas, nerviosas por el
nuevo color de las hojas y los topos miraban en todos los agujeros que
encontraban en la tierra, los ratones buscaban bajo las hojas caídas, pero la
varita parecía habérsela tragado la tierra.
Hicimos una pausa, más
para pensar que para descansar. El rugir de las ranas se hacía insoportable y
el bosque sin pájaros no parecía ya bosque. Las mariposas decidieron subir a lo
más alto de los árboles a buscar la varita, y nos disponíamos a retomar la
búsqueda cuando vimos acercarse a uno de los osos que, tras su festín, se
limpiaba los dientes con un palito, un palito reluciente que me resultaba
familiar, muy familiar ¡Mi varita mágica! No tenía tiempo que perder.
¡ZAS! Lo primero
reparar mi ala, necesitaba volar, había muchas cosas que arreglar.
¡ZAS! Lo siguiente
devolver el verde a las hojas de los árboles ¡Volvemos a respirar!
¡ZAS! Las ranas vuelven
a croar ¡Qué locura de bosque! Todo vuelve a la normalidad, y yo volaré con
cuidado para no tropezar con libélulas traviesas que todo lo quieren alterar.
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