lunes, 8 de julio de 2024

XXVII. ME LO DICES O ME LO CUENTAS

  

    Saludos, lectores y lectoras del mundo. Aquí tenéis otro ejercicio de microrrelatos por palabras. Para quien no conozca las pautas a seguir, las recordamos:  

-Elaborar un microrrelato de 180 palabras como máximo (sin contar las del título), en el que incluyamos diez términos, elegidos al azar por miembros del club. 

-Cuando la palabra elegida es un verbo (amar, verter, salir...), puede utilizarse en cualquier forma, tiempo o persona.

- Si la palabra elegida no especifica su función, podremos utilizar cualquiera de las que nos proponga la RAE para dicho término.

-Si el término elegido es un sustantivo o adjetivo podremos usar tanto el masculino como el femenino, y en singular o plural, según convenga. 

-No se debe utilizar una palabra cambiándole la función que debería desempeñar en el texto (el adjetivo "amable" no se puede sustituir por "amabilidad", porque entonces lo convertimos en sustantivo).

    Para este ejercicio los términos elegidos han sido: INQUIETUD, VECINO, HACHA, AGUA, PERDÓN, OCULTAR, ESTÓLIDO, RESPIRAR, CONTICINIO y ESTAMPIDA.

    Os animamos a practicar este ejercicio y nos encantaría que compartierais con nosotros el resultado. Si os apetece podréis verlo publicado justo debajo de estas líneas, junto a los nuestros, que os servirán como ejemplo. Que disfrutéis de la lectura.

Encarni Navas
AHORA
    Cuando, pasados muchos años, comprobé que aquel recuerdo de juventud se había convertido en el vecino del tercero B, no pude ocultar mi inquietud.
    Una estampida de sensaciones golpeó mi conciencia con la fuerza de un hacha, devolviéndome el peso de mi estólido comportamiento. Desvelada por la culpa, fui testigo de sucesivos conticinios hasta comprender que, aunque las capas del tiempo parecen esconderlo todo, a veces la vida te coloca en el lugar exacto para arrojar un poco de agua sobre tus errores, respirar profundamente y pedir perdón.

Dori Calderón Ramos
NOCHE DE TERROR 
    Una estólida inquietud se apoderó de nosotras al entrar en casa, dejamos de respirar ante aquella estampida de sonidos.
Era la hora del conticinio,  pero nuestro hogar estaba poseído por un extraño alboroto que provenía de la sala de arriba. Mi hermana yo no podíamos ocultar nuestro miedo recordando al vecino que murió hace unos meses y del que se cuenta que cada noche sin luna deambula por el barrio con hacha en mano pidiendo agua a todo el que se acerca.
    Mi hermana me reprocha que todo es culpa mía, porque me burlé de él cuando vivía, que debí pedirle perdón antes que muriese.
Debimos volver de la fiesta con nuestros padres y no solas. ¡Cuánto nos arrepentimos de no haberlo hecho así!
    De repente cesan los ruidos, papá y mamá aparecen en el rellano de la escalera, sudorosos, escasos de ropa y con pelo alborotado... ¡Sin duda ellos ya habían visto al fantasma!

Ulla Ramírez
EL ÚLTIMO RINCÓN
    El tendero ambulante siempre le causaba inquietud. Era vecino de una aldea cercana. Nada más llegar le clavaba su estólida mirada de ogro con hacha a punto de cortarla como si fuera una rama para alimentar un fuego. En su presencia le costaba trabajo respirar. Su madre, sin embargo, le ofrecía agua del búcaro y le daba paso a la cocina para dejar los comestibles. Ella los ordenaba y luego salía en estampida. 
    —¿Por qué eres tan seca? Ya no eres una niña —le dijo su madre aquel día cuando él se marchó.
    —Me cae mal, no lo puedo ocultar. 
    —Es un buen partido, hija. No nos faltaría de nada. 
    —Pues si tanto le gusta, hágase usted su novia, madre.
    —Yo ya soy vieja. Pero tú deberías…
    No la dejó acabar; salió de la cocina dando un portazo. 
    El resto del día un silencio espeso se hizo entre las dos.
   A la hora del conticinio, mientras una rezaba el rosario la otra pedía perdón a Dios por querer abandonar a su madre en aquel último rincón del mundo.



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