EL MEJOR ABUELO
A Papá Noel se le olvidó
llegar a mi casa este año, y yo sé que es por mi culpa.
Mi papá dice que quizás
no puse bien la dirección en la carta, pero la dirección era correcta. Mamá
dice que no me preocupe, que el próximo año le pediremos dos regalos para mí,
que seguro que se ha despistado y que hay que entender que el pobre Papá Noel
tiene mucho trabajo en Navidad. Me dan excusas para que no me sienta mal por no
haber recibido regalos, pero ellos ignoran que el único culpable soy yo.
Mis padres no lo saben,
pero algunos días no hice todos los deberes, por eso mis aprobados de lengua e
inglés son tan ajustados, y no porque las seños de esas asignaturas me tengan
manía. Creo que lo importante es que al final me esforcé y conseguí aprobar, pensé
que Papá Noel no me tendría en cuenta esos días de pereza, creo que no volveré
a hacerlo, no me trae cuenta.
Hoy es el día de Navidad
y vamos a casa de los abuelos a comer. Los abuelos no pudieron cenar anoche con
nosotros porque el abuelo no se encuentra bien, así que hoy toda la familia se
reunirá en su casa para celebrar la Navidad.
Mi abuela me recibe con
un gran abrazo impregnado de olor a galletas, esas que siempre hace cuando la
familia se reúne y, mientras la abrazo, descubro que debajo de su árbol hay
montones de regalos. ¡Ahora lo entiendo! ¡Papá Noel dejó los regalos en casa de
mis abuelos! Seguro que lo ha hecho para que el abuelo pueda emocionarse como
todos los años cuando abrimos los regalos, sus ojos brillan cuando nos ve reír
y saltar emocionados, cuando sonríe así, mi abuelo me recuerda a Papá Noel.
Yo pretendo abrir los
regalos ya, pero mi madre dice que no se abrirán hasta después de comer y me
manda a lavarme las manos. Bueno, puedo esperar un poco más.
En el baño me lavo las
manos mientras le sonrío al espejo, soy muy feliz porque la Navidad vuelve a
ser como siempre. No hay toalla para las manos, así que abro el armario para
coger una y al abrir la puerta cae una bolsa desde la estantería de arriba, la
abro con cuidado y ante mi asombro descubro una chaqueta roja muy familiar y un
gran cinturón negro... ¡Ostrasss, mi abuelo es Papá Noel!
Dori Calderón Ramos
EL SECRETO MEJOR GUARDADO
DEL MUNDO
A Papa Noel se le olvidó
coger la lista con los nombre y direcciones de todos los niños y niñas que le habían
pedido un regalo, así que tuvo que confiar en su memoria y en el espíritu
navideño mientras surcaba los cielos. Abandonó Laponia para empezar a repartir
en los lugares más alejados y terminar así cerca de casa.
Traspuso primeramente a
América. Nada que ver el sur con el norte, el territorio latino lo dominaba una
Organización Real llegada desde oriente que acaparaba la clientela en los
últimos dos mil años. Sin embargo, el reparto en el norte siempre le resultaba
agotador.
Volvió a cruzar el océano
aterrizando al norte de África, esa zona la tenía controlada. Hace años que
desistió de adentrarse más en el continente buscando adeptos, por lo que en
poco tiempo pasó al continente europeo.
Europa, ufff… ¿Cómo podía
provocarle tanta ilusión y temor al mismo tiempo? Incluso tenía pedidos en
hogares que después visitarían los de la Organización Real, eso le provocaba un
estrés añadido pues no dejaba de pensar en las comparaciones que harían los
pequeños entre los regalos recibidos. Ya se sabe lo que se dice, la sinceridad
de los niños puede resultar cruel. Recorrió el continente de Oeste a Este y, de
vez en cuando, recontaba los paquetes que aún quedaban en su mágico saco. Sabía
que al continente asiático no tenía que pasar, ese lo daba totalmente por perdido,
pero aun así se dio cuenta de que le faltarían regalos. ¿Cómo había podido
pasar algo así? Coches, puzles, juegos de mesa, bicicletas…, estaba todo
contado.
Por fin llegó a su última
parada y, efectivamente, el saco estaba vacío, no tenía regalo para entregar.
Intentando controlar el pánico, pensó en una solución y, con unas ramitas
caídas de un árbol, improvisó una pistola y un tirachinas. No era lo que el
niño había pedido, pero ya inventarían algo sus padres para salir del paso.
Terminado el trabajo,
volvió a casa y le contó a su esposa cómo le había ido la noche, incluido el
incidente de la última entrega. La señora Noel se echó las manos a la cabeza,
sabía que aquello traería consecuencias fatales: olvidarse el regalo de un niño
y, encima, regalarle juguetes violentos, era la mayor catástrofe que podía
suceder.
Varias semanas después
recibieron una carta:
Jamás olvidaré que me
hicieras sentir menos importante que mis amigos. No me trajiste los juguetes
que pedí, pero en un futuro haré que me sirvan para que todos conozcan quién
soy y nadie más vuelva a reírse de mí. Recuerda mi nombre. Infeliz Navidad.
Volteando el sobre, leyó
el nombre del niño: Vladimir Putin.
Mª Carmen Jiménez Aragón
¿SE PUEDE?
A Papá Noel se le olvidó
ponerse los calzoncillos. Salió apresurado con los últimos regalos bajo el
brazo y subió al trineo. Cuando, en Oriente, había acabado de repartir los
regalos empezó a notar una picazón en el trasero. En la siguiente casa fue al
baño a hurtadillas para mirar qué pasaba. Con los pantalones por las rodillas y
el tronco girado para verse el culo, se abrió la puerta. Era Juan, el padre de
familia. Se cruzaron la mirada y, ahogando un grito para no alertar a su hija,
se fue a buscar algo para golpear al ladrón. Con los nervios, su torpeza le
hizo regresar con un matamoscas, pero Papá Noel había desaparecido. Lo buscó en
la despensa, detrás de las cortinas, en el trastero, pero no había rastro de
él. Se fue al salón para inspeccionar
qué había desaparecido, sin embargo, todo permanecía en su lugar, salvo los
regalos de Navidad. Desconcertado volvió al baño. En el espejo había escrito un
mensaje. Entonces los recuerdos emanaron a borbotones.
Cuando era pequeño se había cruzado con esa mirada. Tenía 11 años y sufría bulling en el colegio. Desesperado y aun sabiendo la verdad, escribió una carta a Santa Claus para que cesase aquella situación. El 22 de diciembre de aquel año, al acabar el cole, un hombre disfrazado felicitaba a todos los niños que iban saliendo. A Juan lo miró y le dijo: valiente no es el que ataca, valiente es el que se defiende. Aquel consejo le cambió la vida.
Emocionado y abrazado al matamoscas, se sentó en el sillón. Pero, ¿por qué se habría llevado todos los regalos de su hija? Entonces comprendió. Su hija no necesita más juguetes que añadir a su inmensa colección. Necesitaba un padre presente que le diera el regalo que más necesitaba, herramientas para que la niña de clase que la acosaba dejara de hacerlo. Aquella era la verdadera magia del Espíritu de la Navidad.
Monse Martínez Serrano
EL VIEJO ÁRBOL
A Papá Noel se le olvidó
pasar por aquí. No sé por qué, pero me siento triste, más aún que en Navidades
anteriores. Las ramas de plástico se me hicieron viejas, lucen mustias y
desteñidas, ya han perdido el brillo verde de años atrás.
De vez en cuando se me
escapa una sonrisa, recuerdos lejanos de risas infantiles serpenteando entre
mis cintas de colores, pequeñas manitas traviesas me colgaban bolas y estrellas
luminosas. Ya no hay destellos, ni lazos, ni cajas envueltas en papel de regalo
abrazando mi torcido tronco.
El siete de enero volveré
a cobijar mi vulnerabilidad en el interior de mi raído embalaje de cartón, me
regalaré todos los ratos que necesito para recoger mis pedazos rotos y, así,
cachito a cachito, iré recomponiendo cada rama desgajada con tiritas de paciencia
y mercromina
de perdón.
Aunque ya no doy la talla
en ninguno de los moldes establecidos, protegeré mi sitio de depredadores de
energía, regalándome silencio, paz y benevolencia.
Así, esperaré al nuevo año y después de doce meses llegará otra Navidad, y volveré a lucir mis viejas cicatrices en el rincón del salón, y tal vez, otras manitas ayuden a colgar bolas de colores y cintas brillantes en mis ramas. Quizás otras risas infantiles recorran el pasillo entre abrazos y algarabías de los abuelos.
Dormitando en mi vieja
caja de cartón, abrazaré mis sombras y me amaré imperfecto.
Así, espero otra Navidad
más.
Laura Pérez Alférez
A PAPÁ NOEL SE LE OLVIDÓ
A Papa Noel se le olvidó su
típica chaqueta roja y el gorro del mismo color, o más bien los dejó en el
trineo, pues tenía mucho calor y la humedad era imposible.
Tenía mucho que hacer, cada vez más regalos,
y más hogares en los que dejarlos. Primero trabajó en unos pocos de países,
pero se fue corriendo la voz de que llevaba regalos para los niños, y que en
una sola noche colmaba de alegría a infinidad de familias.
Y ahora estaba con las manos aprisionadas,
con la cara aplastada contra el suelo, la pesada rodilla de un corpulento
mulato que solo llevaba un gracioso bóxer amarillo con un piolín impreso en la
parte que más le abultaba, presionándole las costillas, y un chorreo de
exclamaciones que no terminaba de entender. Pues eso es otra, ahora iba a
muchos países que incluso desconocía su situación exacta, o más aún, lugares en
los que estaban en verano, eso era antinatural para él. Pero es lo que tiene la
fama, todos los niños querían su regalo de Papá Noel.
El armario
empotrado que
lo tenía inmovilizado aflojó un poco al ver bajar por las escaleras a una mujer
que vestía unas finas tiras de cuero negro y acariciaba con gracia una pequeña
fusta.
Papá Noel comenzó a patalear a la vez que
señalaba hacia la chimenea, la mujer se puso a su lado y le dio a su amigo unas
esposas, en un segundo sus muñecas notaron el frío del metal. El mulato se puso
frente a él, se bajó el bóxer y enseñando unos dientes tan blancos como la
nieve que tanto estaba añorando nuestro Santa en este momento, le gritó “HO, HO,
HOOO”, y por una vez, después de bajar por una chimenea, fue Papá Noel quien
recibió un regalo, o tal vez dos.
Rafa Núñez Rodríguez
SE LE OLVIDÓ…
A Papá Noel se le olvidó dejarme
el regalo que aquel año le había pedido, se lo pedí por carta, se lo pedí a
solas, hablando con él en el silencio de la noche en mi habitación como si
estuviese allí conmigo y pudiese verme agarrada a la almohada con mi cara llena
de lágrimas y mis manos unidas a modo de súplica pidiéndole aquel…, aquel
ansiado regalo.
Se le olvidó… porque a lo
mejor no me lo merecía, o porque había gente en el mundo que lo merecía más que
yo.
Se le olvidó... solo era
uno, solo uno y, por algún motivo que yo desconocía, no me lo dejó.
Se le olvidó… y llegó ese
día, día en el que nos reuníamos toda la familia junto a un montón de regalos,
cada uno con un nombre…, nombre que papá leía en voz alta y entregaba a quien
correspondía compartiendo risas, abrazos y besos. Pero ese año nadie leyó los
nombres en voz alta, porque a Papá Noel se le olvidó mi regalo y no consiguió
que mi padre siguiese vivo esas Navidades.
Lourdes Sánchez Jiménez