sábado, 10 de julio de 2021

X. DEJA QUE TE CUENTE.


Saludos, queridos lectores. Aquí os dejamos un nuevo ejercicio en el que los miembros del Club de Lectura y Teatro de La Viñuela hemos elaborado microrrelatos, de unas 150 palabras aproximadamente, en los que debemos incluir unos términos clave propuestos entre todos. El tema de las historias es libre, aunque en ocasiones se ve muy condicionado por alguno de los términos obligados. Eso sí, originalidad y ocurrencia no va a faltar. En este caso serán 11 las palabras propuestas. Aclaramos que sustantivos y adjetivos pueden utilizarse en masculino o femenino, singular o plural; los verbos pueden utilizarse en cualquier tiempo o persona, o incluso en sus formas no personales; no se puede sustantivar un adjetivo, la palabra debe cumplir la función que originalmente se ha propuesto.

Por otro lado, estamos enormemente ilusionados porque, cada vez con más frecuencia, se une a nuestro ejercicio alguien a quien las palabras, la escritura y la cultura le remueve por dentro. En esta ocasión son dos los nuevos participantes, queremos dar la bienvenida a Mercedes Rodríguez Silvente y Jose Antonio Ortega Cuadra, desearles que se encuentren a gusto entre nosotros. Estamos expectantes ante las nuevas historias y formas de escribir que puedan aportarnos. Es la máxima de este club, aprender todos de los compañeros y canalizar ese aprendizaje para formarnos como escritores.

Animaos en casa a practicar los ejercicios, podéis sorprenderos gratamente.

Sin más, estos son los 11 términos que entre todos hemos propuesto: TÚMULO, BIGOTE, RUISEÑOR, SAUDADE, ERRAR, ALDABA ALBORADA, CANTÁBRICO, ENIGMÁTICO, VACUNA y PROFUNDIDAD.

 

Mercedes Rodríguez Silvente

ENIGMÁTICO RITUAL
Pedrito vivía en una casa a orillas del mar cantábrico, esa mañana el canto de un ruiseñor le despertó a la alborada, se asomó a la ventana y vio a su padre errar por el campo recogiendo flores y depositarlas sobre aquel túmulo. Pedrito se preguntó el porqué de aquel enigmático ritual que su padre repetía a diario.
El padre golpeó con la aldaba la puerta, el niño le abrió. Al ver los ojos de su padre enrojecidos, le preguntó:
—¿Qué te pasa papá?
—Son efectos de la vacuna, hoy me la han puesto.
A pesar de su corta edad, Pedrito intuyó que dicha explicación no era cierta. Por lo que replicó:
—Sientes saudade de mamá, ¿verdad? He visto cómo cada día depositas flores en su tumba.
Esas palabras le llegaron a la profundidad del alma, lo abrazo con fuerza.
Pedrito dijo:
—Me has pinchado con el bigote, pero aún así, te quiero.


José Antonio Ortega Cuadra
RECUERDOS
Estaba sentado delante de una puerta de la sala, trancada por una aldaba, entre tanto esperaba que me suministraran la vacuna. Mientras me atusaba el bigote, en la profundidad de mi saudade, rememoraba en la lejanía innumerables viajes atravesando los océanos. Del Mar Cantábrico recuerdo, sobre todo en la alborada, lo enigmático de sus aguas, incontables leyendas e historias de naufragios y vidas perdidas. Los oriundos de la zona hablaban de montículos de arenas, como túmulos funerarios, donde las almas de los náufragos, según contaban, vagaban en la eternidad. A veces creían ver, sin errar en su afirmación, a un ruiseñor en esas tumbas, alimentando en ellos la creencia de que era la reencarnación de algún finado.

Rafa Núñez Rodríguez
ETERNOS
La mejor vacuna para abordar mi enigmático miedo al agua pensé que la encontraría en el Cantábrico.
Cuando rompía la alborada comencé a adentrarme en el mar, toqué una imaginaria y salada aldaba, como pidiendo permiso, y me dejó pasar.
Un bigote de brumas se iba acercando por el horizonte, quizás advirtiéndome que estaba a punto de errar en mi decisión.
Comencé a bracear, a intentar formar parte de las olas, hasta que la saudade comenzó a invadirme. Como siempre, escuché tu voz llamándome y me sumergí a buscarte, como ese ruiseñor que besa con su pico a la última flor.
Nadie imagina un túmulo bajo el mar, ni un héroe que le tenga miedo al mar, nadie imagina que nuestro amor será eterno, allá donde duermes las aguas.


Mª Jesús Campos Escalona
LA DECISIÓN
Quizás erré a la hora de partir por el cantábrico. Mi enigmático carácter me hacía viajar con la soledad de un ruiseñor que pierde el rumbo.
Cuando desistí de ponerme la vacuna no supe ver la profundidad de sus enormes beneficios. Ahora intento respirar agotada. Entra en mi camarote un hombre alto con bigote, debe de ser el médico. Me mira apesadumbrado.
Mientras yo asciendo con la tenue alborada hasta una preciosa casa de campo. Saudade y escalofríos sentí al ver un túmulo con una tumba inscrita.
Volví mis pasos y giré la aldaba. Respiré profundo, por fin, mi hogar.


Laura Pérez Alférez
NO SIENTAS FRÍO, AMOR
Vamos los dos a pasear a la orilla del río, amor, el ruiseñor nos acompañará con su canto. Déjame abrazarte fuerte, afuera silva sin piedad el gélido viento del norte.
Cuando mañana se apague el sol y en la alborada sientas frío, no sientas miedo, yo iré para darte calor.
No te vayas, amor. Si te vas sin mí, erraré como un barco fantasma en un embravecido Cantábrico.
Vuelve conmigo a casa, amor, el recuerdo de tu rostro junto a la aldaba, enigmática pálida flor, será la vacuna que paliará mi duelo de saudades.
Con piedras preciosas y ramas cubriré el túmulo para darte calor. Bigotes de escarcha ornan los ateridos crisantemos.
Esperad, no os la llevéis todavía, dejadme que la arrope con su mantita preferida.


Benet da Silva
LA RAZÓN VERDADERA
Mi familia tuvo que emigrar bastantes años atrás, cuando mi bigote apenas era un proyecto y fantaseaba sobre intrépidos guerreros que, según antiguas leyendas, estaban enterrados en aquel par de túmulos de las afueras del pueblo. Regresé al pueblo después de varios meses aquejado por la morriña, para lo cual, la única vacuna era contemplar, en el horizonte, la unión de una alborada y el mar Cantábrico. El canto del gallo me despertó. Aquel sonido, que tiempos ha llegué a aborrecer, en esta ocasión sonó a canto de ruiseñor. Paseé sin rumbo, incluso entré en aquel enigmático bosque por el que erró mi imaginación, en busca de siniestros secretos en sus profundidades. Estaba abstraído en mis pensamientos cuando, de pronto, vi la aldaba de una puerta entre mis manos, me fijé en la portada, estaba delante de la puerta de Sonia, mi primer y único amor. En ese instante supe la verdadera razón de mi saudade.


Montse Martínez Serrano
SPEED DATING
Se retiró el pelo y contuve mi respiración como si pudiese mover una aldaba. Las sílabas ‘dade’ asomaban por su cuello. Sus tatuajes eran enigmáticos y me atraían como la luz a la polilla. Toda la cita erré su piel entreviendo sus silencios. En el brazo un ruiseñor enjaulado blanco y azul, de ese azul que te sumerge en las profundidades del Cantábrico, reposaba en un túmulo. Me levanté y al pasar por su lado giré la cabeza, Saudade leí. Al fondo, el reloj casi marcaba la hora. Entré en el baño y busqué en internet lo que su cuerpo atestiguaba y yo me volvía loco por averiguar. Volví contraído. Un tipo con bigote se acercó. El tiempo había acabado. La miré con una vacuna en mis ojos para su perenne tristeza. Ambos giramos el panel, un nombre y un teléfono si había habido match. Alborada se llamaba. ‘Nos encontraremos’ garabateó. Quizá algún día me llame.


Mª Carmen Jiménez Aragón
PIRATAS DEL CANTÁBRICO
Llevaban días atracados en la cala, donde el mar toma profundidad, y no encontraban el sitio idóneo para esconder su valioso tesoro en aquella isla remota, una aldaba de oro macizo y piedras preciosas que, al colocarla en cualquier puerta, abría caminos hasta un mundo repleto de joyas nacidas de los árboles, plantas de zafiros y rubíes alineadas en surcos de regadíos, y un sinfín de lujos que ofrecía la naturaleza.
Guiados por el canto de un ruiseñor, ascendieron al gran túmulo que hallaron tras los cipreses y, en su flanco norte, enterraron su tesoro, ante la atenta mirada del pájaro.
Con la alborada, el enigmático velero levó anclas y se alejó del cantábrico, no había mejor vacuna para la saudade que errar por los mares del mundo buscando tesoros.
Y mientras gobernaba aquel antro, el capitán mesaba su bigote e intentaba averiguar por qué el ruiseñor guiñaba solo un ojo al girar el cuello a la derecha.


Gema Frías Luque
ALLÁ DONDE ESTÉS
Estaba a punto de rayar en el reloj de cuco la tan ansiada alborada, debía de apresurarme en mi desayuno, queso y anchoas del cantábrico calmarían mi estómago vacío. En el silencio de la mañana dos toques secos de aldaba retumbaron en mi mente, sintiendo un pequeño escalofrío y, en el último bocado, me inundó la saudade tras haber dejado volar hace años al enigmático ruiseñor que, durante media vida, había pertenecido a la familia, mi fiel compañero. Pero sentía que debía dejarlo libre para que viviera sus últimos años en plena naturaleza y disfrutara de los magníficos bosques que rodeaban mi hogar. No sé si hice bien y, a veces, llegaba al convencimiento de que errar era de sabios. Tenía que encontrarlo y tras días de intenso caminar en mitad de la profundidad del bosque, adecenté mi bigote y me arrodillé frente al túmulo que decía: “El gran ruiseñor de todos los bosques yace aquí”.



Lourdes Sánchez Jiménez
LIBERTAD
Le faltaba el aire, sentía una presión en el pecho como si estuviese bajo un túmulo de piedras o en la profundidad del mar Cantábrico.
Inspiró y exhaló varias veces intentando relajarse y salir de aquel enigmático estado de saudade en el cual estaba sumergida. Como en otras ocasiones, utilizó su dosis de vacunas con recuerdos de su infancia con el fin de que los golpes constantes, como si de una aldaba se tratase, golpearan su cabeza y desaparecieran de una vez por todas.
Dejó al fin de errar por aquella habitación, abrió las puertas del balcón viendo cómo, a los pies de las montañas, un bigote de nubes rosas, iluminadas por la luz de la alborada del nuevo día, le daba la bienvenida.
Posó sus pies en el pasamanos y levantando sus brazos, como si de un ruiseñor al alzar el vuelo se tratara, se lanzó al vacío.


Dori Calderón Ramos
LA HERENCIA
Llegando a la cima de la colina divisé el abedul bajo el que mi abuelo decidió descansar eternamente. Allí estaba mi familia, la cual no me recibió con euforia tras largos años de ausencia, estaba claro que nuestras diferencias seguían intactas.
Saudade sentí al contemplar desde allí la profundidad del Cantábrico, y el canto del ruiseñor fue como vacuna para mis males del alma.
No importaba el enfrentamiento con mi padre, aquel era mi hogar.
Entonces recordé las palabras de mi abuelo antes de marcharme cuando, con tono enigmático, me dijo: "Cuando veas en mi rostro el blanco aparecer, a casa debes volver".
Me acerqué hasta el túmulo donde reposaba su féretro y, al contemplar su bigote tornado en blanco, comprendí sus palabras.
Heredé la Hacienda, quizás el abuelo erró al desheredar a mi padre, pero en la alborada asiré la aldaba y abriré la puerta del hogar a toda la familia.

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