domingo, 20 de octubre de 2024

EL RELATO INVISIBLE

Hola amigos y amigas del mundo. Este club de lectura os propone realizar este sencillo y entretenido juego. Se trata de escribir un texto literario, una historia, de forma anónima. Tu creación impresa la meterás en una caja junto a la de tus compañeros y, por turnos, cada uno elegirá una de ellas al azar y la leerá en voz alta. Al finalizar las lecturas jugaréis a adivinar quién es su autor. Es otra vuelta de tuerca que te ayudará a conocer más sobre las personas que comparten contigo la afición de la lectura y la escritura.

En nuestro caso, pusimos dos condiciones que debían darse en todos los textos:

-tener un mínimo de 180 palabras

-comenzar con las palabras LOS ZAPATOS NEGROS

Podéis leer lo que resultó de este divertido ejercicio a continuación.


TENGO UN SECRETO 
    Los zapatos negros son lo primero que veo aparecer por el rabillo del ojo.
   Como cada noche me hago el dormido y aprieto los ojos con fuerza, en un intento de desaparecer; pero el fuerte olor que desprende, me golpea como una bofetada en la cara y vuelvo a la cruda realidad. El monstruo se acerca lentamente hacia mi cama y con sus tentáculos acaricia lentamente mi cuerpo. Yo tiemblo. El fuerte olor a pescado podrido, me hace sentir arcadas. Saca su lengua larga y babosa y muerde mi oreja. A mí se me eriza el cuerpo y me pongo tan tenso, que sé que mañana me pasaré el día con agujetas. Oigo su respiración trabajosa y cansada y en mi fuero interno, rezo para que le de un patatús y se muera. Muerte súbita.
    En clase he oído hablar de ello. Mi imaginación vuela hasta mi aula, primero A. La señorita Carmen nos imparte mates y ciencias. Ayer me preguntó si tenía algún problema, que me veía muy distraído y el motivo por el que mis notas han descendido. Yo quise explicarle que tengo un monstruo en casa; que me persigue, que me atormenta, y no me deja jugar tranquilo... y que me paso horas y horas llorando. Pero en cambio le sonreí, le di las gracias y le dije que todo estaba bien. Luego lloré, lloré mucho, últimamente noto un fuerte dolor en el pecho. Si no muere pronto el monstruo, quizás podría morirme yo. Mi madre está preocupada por mí. Siente que algo me ocurre, pero yo no puedo decirle nada. Sé que si hablo el monstruo iría a por ella, sin dudarlo. No puedo permitirlo. Ella no lo podría soportar, ahí está ya, ahí viene otra vez; de nuevo veo sus zapatos negros.
Mª Jesús Campos Escalona



AHORA YO
    Los zapatos negros solían estar junto a la cama, ella siempre tenía varios pares, ahora ya no está, pero me dejó los zapatos y una nota en ellos "siempre han sido tuyos", hoy he probado a ponérmelos sabiendo que son pequeños, pero sin abrochar me paseo con ellos por el salón, es extraño porque siento que son míos, que estaban predestinados a mis pies.
   Hoy por fin me decidí a entrar en la zapatería, “negros, abiertos y de un 42” el empleado dice que he tenido suerte, que no suelen llegar a esos números, le doy las gracias y le digo que a mi mujer le cuesta mucho encontrar zapatos, después de una media sonrisa me voy, deseando llegar a casa.
    El vestido me espera sobre la cama, fondo negro con flores de mil colores, y esas medias de redecilla que siempre me han vuelto loco, loca, siempre me han vuelto loca. Siento la suavidad del nylon acariciando mis piernas, me tiemblan las manos y alguna lágrima ya comienza a escaparse, el vestido me queda bien, casi siento el olor de las flores sobre mí, los zapatos son dos guantes en mis pies, ya hace rato que he dejado por imposible el controlar las lágrimas, me acerco al espejo del dormitorio. No sé el tiempo que estuve ahí mirándome, pensando en dejarme el pelo más largo, viéndome hermosa después de cuarenta años, sintiendo que, por fin, he nacido.

Rafa Núñez Rodríguez





    Los zapatos negros no eran sus preferidos, esa era su verdad. Los rechazó, aunque lucían relucientes con ese olor tan peculiar a piel que desprende un calzado nuevo. Negras también eran las zapatillas deportivas, y pensaba que para el caso era lo mismo.
    Hacía frío. La mañana despertaba metida en niebla, esa niebla tan autóctona de cuando los vientos de la mar empujan las humedades tierra adentro.
    Tuvo que esperar casi media hora en la puerta de la cafetería, no le importó. Ese día no tenía prisa ninguna.
    El café bien cargado con un poco de leche, como lo tomaba antaño, le trajo recuerdos pasados que más bien le parecían pertenecer a otra vida.
    El espejo del fondo, el que está junto a la caja registradora, le mostró un pelo cano que transformaba a pasos agigantados su antigua melena azabache.
    El camarero, ya entrado en años también transformó su trato a lo largo de interminables lustros encerrado en aquella jaula de tazas, cucharillas y mesas cada vez más desordenadas. Tornó su sonrisa y los buenos días por un gruñido casi inaudible.
    También las olas cada vez más sordas y los edificios nuevos que reemplazaban antiguas casas señoriales daban testimonio veraz de los cambios inmisericordes que esa vida le regalaba.
    La luna ya le urgía a poner fin a esa jornada, otra más, “u otra menos”, pensaba.
    Y también pensaba que hizo bien en rechazar los zapatos negros, le hubiesen hecho daño tras todo el día vagando en una ciudad en la que le parecía ser invisible.
    Tuvo suerte, junto al contenedor de basura encontró una caja que antes protegía un frigorífico. Se acomodó dentro del cartón mientras las luces del cajero automático parpadeaban otra noche más, u otra noche menos.
Antonio Mora



CONTANDO LAS HORAS 
    Los zapatos negros, relucientes bajo las luces del escenario, guardaban secretos que solo él conocía. Cada noche, el telón se alzaba y el público aplaudía sin imaginar que, tras la fachada de artista carismático, se escondía un depredador insaciable. La rutina era impecable: el brindis con Soberano, el humo denso que envolvía su mente y lo sumía en una euforia temporal, justo antes de salir a cazar.
     Las calles, impregnadas de misterio y sombras, se convertían en su coto de caza. Se acercaba a aquellas que, buscando amor o aventura, se dejaban llevar por su encanto. Aparentemente, él era solo un caballero en un mundo de luces. Pero, tras el velo de la dulzura, un oscuro deseo se manifestaba.
    Después de cada encuentro, el ritual era meticuloso. Una vez consumada su obra, el cuerpo quedaba oculto en el olvido, mientras él regresaba a su refugio, su camerino, con la satisfacción del artista que acaba de dar la mejor actuación de su vida. Era un ciclo perverso, una danza macabra entre la admiración del público y la oscuridad de su corazón.
    Con el paso de las semanas, la ciudad empezaba a murmurar. Desaparecían mujeres, y los rumores se esparcían como el humo de su cigarrillo. Pero él sabía que, mientras la ovación resonara en el teatro, su secreto seguiría a salvo. La siguiente ciudad lo esperaba, y con ella, nuevas víctimas. Así, la vida del artista se convirtió en un espectáculo sin fin, un juego mortal donde cada función lo acercaba más a su propia perdición.
Gema Frías Luque




LOS ZAPATOS NEGROS  
     Los zapatos negros del tacón infinito cogen polvo en un rincón. El negro siempre es buen fondo de armario, dicen, pero no se refieren exactamente a eso.
    En un arranque de organización, de esos que le dan de vez en cuando, había tirado todos los tacones de todos los colores, pero había dejado los negros, por si acaso, porque también eran parte de ella. Sin saber muy bien por qué, desliza un pie desnudo dentro y luego el otro y como en el mejor de los cines aparecen ante sus ojos imágenes de fiestas, bailes y muchas risas. El vértigo la hace bajar, "¿cómo podía yo bailar con esto?" Mira hacia las Convers blancas que la han traído hasta donde está ahora y sonríe al pensar que blancas, blancas no están. Cierra las puertas y se mira al espejo, las ojeras le llegan a las tetas y las tetas al ombligo pero ya no le importan esos detalles, está cansada, muy cansada y su cuerpo ha cambiado. Sobre todo también ha cambiado por dentro, está más perdida que nunca pero sabe que el camino con zapatos planos se hace más fácil.
Lidia Molina Zorrilla



POR LA ESPALDA 
    Los zapatos negros se acercaron hacia ella, le sonaban mucho esos zapatos, estaba segura de que los había visto antes, pero no recordaba dónde ni cuándo.
    No había sido buena idea saltarse las normas de su trabajo, nunca tenía que haber ido sola a investigar aquel asesinato ocurrido en aquella nave industrial tan a las afueras de la civilización.
    Había llamado a su compañero de comisaria, Dionisio, para que la acompañase, pero saltaba el contestador y, tras dejarle un mensaje de adonde iba, condujo hasta el lugar.
   Allí, tirada en el suelo por el disparo, notaba cómo cada vez le costaba más respirar. De nuevo esos zapatos estaban delante de sus ojos cuando una voz le gritaba: ¡siempre te gusta meter las narices en todo, me has obligado a hacerlo, era o tú o yo! En ese momento todo cobró sentido, reconoció al dueño de esos zapatos, Dionisio.

Lourdes Sánchez Jiménez



PUÑETEROS ZAPATOS 
Los zapatos de charol que compré para ir a la boda,
fueron ejemplo de valor y de algo que incomoda.
Me guie por el estilismo, sin mirar el tacón de aguja,
solo vi un espejismo de elegancia y compostura.

Comenzaron a incomodar nada más salir de casa,
y sentí mis pies inflar dentro de aquella carcasa.

Al salir de la ceremonia, ya no me tenía en pie
y con mucha parsimonia, como pude disimulé.
Pero mi cara era un poema, todo el mundo preguntaba
si tenía algún problema y que si mal me encontraba.

Actué como pude hasta llegar a la cena,
y pedí que Dios me ayude para ponerme de nuevo en escena.

Me quité aquellos zapatos y los tiré bajo la mesa,
mis pies gritaban… ¡MALTRATO!, pero aún quedaban sorpresas.
Al comenzar el baile, mi cuerpo pedía marcha,
pero mis pies eran de fraile, ¡hasta tenían grietas!

¡Malditos zapatos charolados, os mando a hacer puñetas!
Pues mi alma pide baile y aunque sea descalza,
bailaré hasta que yo quiera,
y no hasta que me digan diez centímetros de alza.

Dori Calderón Ramos




Los zapatos negros soportaban una inmensa carga. Aunque también transportaban el peso de una ilusión, de un sueño por cumplir.
    Todos los días caminaba hacia su lugar de trabajo con esos mismos zapatos negros y un poco desgastados. No solo era el tiempo que empleaba en ir al lugar donde conseguía el sustento, sino también las interminables horas que permanecía de pie. La vida le había enseñado que siempre debía continuar, que el río seguía su cauce y que, al final, con esfuerzo y dedicación, los sueños se podían transformar en una maravillosa realidad
     Por eso, en cuanto terminaba su dura jornada laboral, Alma se dirigía presta a casa para comenzar su entrenamiento. Nadie en su sano juicio sería capaz de ir a entrenar después una intensa jornada laboral como la suya. A veces, tras verse reflejada en el espejo, creía que estaba loca, se miraba fijamente y pensaba - solo los locos cambian el mundo -. Ese pensamiento siempre conseguía que en su rostro se dibujara una amplia sonrisa.
     Su rutina al llegar a casa era la misma todos los días, comía algo ligero que le diera la suficiente energía, cambiaba la ropa oscura por ropa de deporte y se calzaba sus flamantes zapatillas de multicolor, en contraste a sus negros zapatos de trabajo. Usar esos intensos colores le daba un punto de felicidad a su rutina diaria.
     Una vez fuera del portal, al poner los pies en la calle, había oscurecido y el suelo estaba mojado, aún caía una fina lluvia. Inspiró profundamente hasta llenar los pulmones, el olor a lluvia siempre la reconfortaba. Echó a correr.
     Sus últimos resultados en carreras de larga distancia habían sido muy buenos. Aunque seguía siendo una corredora amateur, su entrenador le había dicho que debía mejorar un poco los tiempos para poder hacer realidad su sueño, ser una corredora profesional y poder dedicarse plenamente a ello.
     Ya llevaba un par de kilómetros recorridos cuando se apagaron las luces de las farolas, qué casualidad que estas averías tan comunes siempre ocurrieran en los barrios de la periferia.
     Las calles estaban vacías, lo normal a esas horas, y más teniendo en cuenta que estaba lloviendo, pero algo le decía que las cosas no iban bien. Su sistema simpático se activo repentinamente, ese instinto primario que conecta la señal de alarma interna. Un recuerdo le vino a la memoria. Alma no era una persona a la que le gustara seguir las noticias, pero siempre le llegaba algo, ya fuera por las redes sociales o en el trabajo, por lo que pensó inmediatamente en el asesino en serie que en los últimos meses tenía en jaque a la policía. Miró de reojo, a unos metros de distancia se percibía una sombra. Giró el cuello y observó una silueta alta y fuerte. Vestía totalmente de negro y llevaba chubasquero. Al principio, se alejó un poco, puesto que ella seguía su ritmo, pero al volver la vista atrás observó como la silueta aceleraba el paso hasta empezar a correr. Un grito se ahogó en su garganta, se le aceleró el pulso, pese a su entrenamiento, por un momento fue incapaz de que sus piernas fueran más rápido.
   Suspiró fuertemente, consiguió acelerar el ritmo mientras miraba desesperadamente a todas partes. No había nadie a quien pedir ayuda, había llegado al gran descampado que siempre atravesaba sin darse cuenta. Aceleró aún más y, poco a poco, la silueta se fue alejando. Giró hacia un atajo que la llevaba directamente a casa.
     Al llegar al portal, introdujo la llave a duras penas debido al temblor de sus manos, lo mismo le ocurrió al abrir la puerta de su piso. 
     Una vez dentro y con la puerta ya cerrada, se derrumbó entre lágrimas.
     Meses después, seguía sin ser capaz de salir a correr, aunque pensaba que eso mismo que tanto le gustaba hacer fue lo que le salvó la vida.
Pedro Chamizo Muñoz



LOS ZAPATOS ADECUADOS
―Los zapatos negros no combinan con todo ―me dijo sonriente mi compañera de piso.
―¿Y qué? ―le respondí yo con cara de pocos amigos―. Son los únicos zapatos cómodos que tengo.
―Bueno, haz lo que quieras, pero luego no digas que no te he avisado.
―No creo yo que unos zapatos vayan a determinar mi futuro laboral ―le contesté con un tono fuerte lleno de ironía.
―Bueno, ¡depende de para qué trabajo! ―refunfuñó mi compañera a la par que abría su armario y sacaba unos zapatos rojos con un tacón de infarto― ponte estos y conseguirás el trabajo, no fallan son mágicos.
Con esas palabras no pude negarme, me miré al espejo y efectivamente me quedaban de escándalo, estilizaban mi figura y me hacían sentir mucho más alta. Llegué puntual, me sorprendió que no hubiera nadie en la sala de espera, de pronto, escuché mi nombre y entré al despacho. La entrevista fue estupendamente, conseguí el trabajo, aunque se me hizo más tarde de lo que yo pensaba y el autobús que quería coger ya había salido. Empecé a caminar hasta otra parada, cuando me di cuenta de que alguien me seguía, aceleré el paso, pero con los tacones poco podía hacer, de pronto, se acercó un hombre encapuchado y me dijo que le diera el bolso, me quedé paralizada, intenté no mirarle a los ojos y le arrojé el monedero. Empezó a intimidarme acercándose cada vez más, entonces, me agaché, me quité un zapato y con todas mis fuerzas le hinqué el tacón en toda la cabeza, cayó inconsciente al suelo.
Entonces, aprendí lo importante que es elegir los zapatos adecuados.

Cande Molina Mostazo




UNA DE PIRATAS
    Los zapatos negros de Barba Roja bailaban al ritmo de la flauta del Capitán Garfio. Brindaron, hasta el amanecer con ron, ginebra, cerveza, vodka y con el agua del florero que había sobre mostrador de la cantinera.
    Se Prestaron juramento de eterna lealtad ante el mapa del tesoro, pero apenas uno de ellos salió a echar la pota, el otro huyó con el pergamino.
    El agraviado rastreó al mal amigo por todos los puertos para hacerle pagar su felonía, hasta que lo encontró en el burdel de mademoiselle Lilí. Tres tiros en la pierna de palo sufrió el infame traidor.
    Como la ley del mar todo lo perdona, al amanecer zarparon a buscar el tesoro, y mientras el pequeño bergantín surcaba el océano, un embravecido oleaje fraguaba la despiadada y feroz leyenda de dos hombres, que hallaban en su camarote el tesoro que tanto anhelaban; rompieron el mapa y se siguieron amando.
   La viril bandera negra ondeaba en el mástil de proa, mecida por la tramontana.

Laura Pérez Alférez



NATURALMENTE MUERTO
―Los zapatos negros tenían restos de aceite de coco. Dígame, ¿no vio a nadie con actitud sospechosa?
―Ya le he dicho antes que no. En el local todo era normal, la gente comía, conversaba, celebraba. Lo natural en un restaurante a las tres de la tarde.
―Pero alguien dijo que el camarero contestó con malos modales al señor de la mesa del fondo, ¿es cierto? ―inquirió el abogado al testigo.
―Bueno, el señor llevaba hora y media esperando para que le tomaran nota y protestó. El camarero le explicó que estaban faltos de personal, y que podía darle boli y papel para que escribiera él mismo su pedido. ¡Natural!
―¿Vio si el camarero discutió con alguien más? ―preguntó el letrado.
―No, con nadie, solo sacó a rastras del brazo a una chica que se había colado tras la barra a servirse cerveza del grifo. No hubo discusión.
―Bueno, no cruzarían palabras, pero se podría considerar como un enfrentamiento, ¿no cree?― le apuntó el abogado sarcásticamente.
―La chica fue muy educada y el camarero, por su parte, no hizo movimientos bruscos para que no derramase las dos copas que llevaba en las manos. Natural, después le hubiera tocado a él limpiar el estropicio.
―¿Y qué me dice sobre el problema con la confusión de platos?
―Eso quedó resuelto, yo mismo vi cómo el camarero le pedía disculpas a la anciana por haberle puesto el pollo a la mostaza con almendras. La señora se ahogaba en su propia emoción y se le hinchaban los ojos al reprimir las lágrimas, ni las palabras le salían. Lo perdonaba de corazón, se le dio a entender llevándose las manos al pecho enérgicamente.
―¿Pretende hacerme creer que todo fue un cúmulo de desafortunadas casualidades? ¿El traumatismo craneal, la lesión en la mano con un tenedor de carne y los hematomas en todo el cuerpo?
―Todos vimos cómo resbaló, se golpeó con varias sillas y cayó finalmente llevándose tras de sí el servicio de una mesa en la que reposaba un lechón al horno. Es natural sufrir accidentes laborales en ese tipo de trabajos.
―¿Y el cuchillo de mantequilla clavado entre las costillas hasta el puño?
―Natural. Muerte natural.
Mª Carmen Jiménez 

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