miércoles, 14 de octubre de 2020

YA LO DICE EL REFRÁN...



A lo largo de la historia nos han acompañado, sabios e inalterables, los refranes. Paremias de origen popular que quieren darnos un consejo o una lección de moralidad. Ocasionalmente podemos encontrarlos en verso, de rima asonante o consonante, pero también existen infinidad de refranes cuyos versos no riman. Existen casi cien mil refranes en la lengua castellana, pequeñas moralejas que comúnmente insertamos en nuestras conversaciones cotidianas o en nuestros escritos literarios.
Este ejercicio que nos ocupa ahora consiste en plantear un refrán para todos los miembros del club de lectura y escribir un texto, no solo donde se vea reflejado, sino que debe estar insertado textualmente. Arrancamos el motor de la imaginación y nos ponemos manos a la obra, ya os adelantamos que nuestra creatividad es incombustible. Solo deseamos que disfrutéis con la lectura.
El refrán propuesto para dar el pistoletazo de salida a esta actividad es: 
QUE LOS ÁRBOLES NO TE IMPIDAN VER EL BOSQUE.
Comenzamos...

Dori Calderón Ramos
TRAJE A MEDIDA
Mi madre me lo inculcó desde muy pequeña, "No te fíes de las apariencias" me decía, "Que los árboles no te impidan ver el bosque".
Lo recuerdo cada vez que la mirada de alguien no me dice lo mismo que sus gestos o su voz, y eso me sucede con Gabriela.
Cada día, Gabriela se coloca un vestido de soberbia, se calza sus tacones de dureza, se cubre con una capa de orgullo y se perfuma con unas gotas de arrogancia, y así sale a la calle, como la mujer fuerte que no es.
Dentro de esa coraza viaja un corazón sensible pero herido, tal vez, algún día alguien logré pasar los primeros árboles y descubrir el bello bosque.

Gema Frías Luque
LA DESGRACIA DE JULIÁN
La conoció desde muy pequeña. La familia de Eva no tenía muy buena fama en el vecindario, su padre ludópata, su hermano tonteaba con las drogas..., su madre no paraba de limpiar casas para salir de la profunda depresión que estaba sufriendo su familia y Eva se aferraba a sus estudios en busca de un futuro mejor para ella y su familia.
Julián, un hombre apuesto y con grandes expectativas en la vida se sentía muy atraído por Eva, no dejaba de pensar en ella, pero su familia se oponía rotundamente a tener nada que ver con esa familia.
Pasaron los años y las vidas de estos dos jóvenes corrieron suertes distintas, Julián no encontró el sentido de su vida, se aferró al juego y al alcohol, desdichado por sus malas decisiones.
Eva en cambio, supo demostrarle a todo el mundo su capacidad y constancia en el estudio y supo abrirse paso en la vida, aún a pesar de lo que murmuraban las vecinas cotillas.
Tras acabar sus estudios de derecho, uno de los bufetes más importantes de la ciudad se hizo eco de los resultados obtenidos en la universidad y la fichó para formar parte del equipo.
Cuando Julián se enteró de la noticia no hizo otra cosa que torturarse aún más por haber hecho caso de su familia y de las vecinas lengüetonas del barrio.
Julián supo ver los árboles, pero éstos le impidieron ver el bosque.
Las habladurías de la gente impidieron a Julián ver que Ana era una buena mujer y por escuchar a la gente había perdido el gran amor de su vida.

Rafa Núñez Rodríguez
ANHELOS
Caían como gotas de cera sobre pieles temblorosas, pequeñas estrellas que perdían su tamaño al ser visibles.

A ella le recordaban a los  deseos de las personas,
que volvían para hacerse realidad,
casi todos caían y se chafaban contra el suelo,
como el día a día de sus dueños.
Ahora ella ya sabía el verdadero secreto, 
cada trocito de esas luces caídas,
eran las sonrisas que estaban por llegar,
bocanadas de ilusiones sin nombre ni momento.
Eso me decía ella, mientras yo miraba la vida en el reflejo de sus ojos.
Que los árboles no te impidan ver el bosque,
apostillaba después,
mientras me atravesaba el alma con su sonrisa,
y yo la vestía con mi deseo.
Mis ojos la reflejaban,
cubierta de puntitos brillantes,
nunca llegué a entender, cual de las dos opciones sería ella.
Árbol o bosque,
Aunque seguramente,
lo fuese todo.

Cande Molina Mostazo
NO DEJES DE CONTEMPLAR TU BOSQUE
De pronto la vida te pone tu orden patas arriba, en unos minutos entra en tu casa el desconcierto y la preocupación, sin llamar al timbre, se coge la libertad de entrar y de abrir la puerta de par en par, sin darle permiso. Te muestra el miedo y la incertidumbre, te invade de tristezas y de sobresaltos, y justo ahí tienes que coger aire e impulso y llenarte de fuerza para que todos esos miedos que te vas a ir encontrando, así sin previo aviso, no te paralicen y no controlen tu energía. Ten a mano tu lanza y tu escudo para protegerte de esos temores malvados que se instalan en tu casa en la mejor habitación y a cuerpo de rey. La mejor solución para invitarlos a salir de tu hogar es no dejar de mirar el bosque, aunque la maleza sea muy frondosa y la niebla muy densa. Debes seguir contemplando el bosque y disfrutar de sus paisajes que te traerán nuevas bocanadas de aire puro. Que los árboles no te impidan ver el bosque y embriágate de risas, de juegos, de vuelos de mariposas, de melodías a la luz de la luna. Regálale a tu alma momentos mágicos de tu bosque encantado.

Mª Jesús Campos Escalona

LECCIÓN DE VIDA

Siendo yo un niño, teníamos una gran hectárea de hortalizas y verduras. Esa recolecta la vendíamos a los clientes, e incluso la llevábamos con nuestro propio vehículo, a sus domicilios. 

Un día en el colegio, todos mis amigos me influenciaron para que tuviera una pelea con Tom. Era un chico de lo más raro, siempre ausente en clase, desgreñado, tímido y de lo más solitario. Ese día le aticé de lo lindo y me sentí muy importante cuando todos los chicos vinieron a felicitarme dándome palmaditas en la espalda. 
Pero pronto se acabó mi dicha, mi padre me dijo que teníamos que hacer una repartida en la casa de Tom. Me cambió el color de la cara. 
-¡Bájate del coche, vamos! ¿A qué esperas, hijo? 
-Pero padre… -protesté. 
De mala gana, cogí la caja y golpeé la puerta de la entrada. 
Oí “¡pasa!”, en tono ronco y entré. 
Abrí la puerta y me encontré a Tom en una única habitación que hacía las veces de todo, cocina, dormitorio, salón.... Su ojo estaba muy morado. Fijé mejor la mirada y me sorprendí al ver dos gemelos pequeños, uno en brazos, el otro dormido y a tres pequeños que oscilaban entre los dos años y los cinco. 
Verlo así, rodeado de pequeñas criaturas que lloraban, en su pequeño mundo lleno de precariedad y sin apenas tener donde calentarse, me hizo comprender muchas cosas. 
Entré, puse las verduras en la mesa y, mirándolo, le dije: 
-Espero que puedas perdonarme -y salí corriendo. 
La vuelta a casa fue larga y muy silenciosa. Sentía una pesada carga en mi interior. 
Al bajarme del coche mi padre me buscó con la mirada y me dijo: 
-No vuelvas a dejar que algunos árboles te impidan ver el bosque, recuérdalo hijo. 
Aquella noche lloré recordando esas palabras.



M Carmen Jiménez Aragón
LA VIDA SIEMPRE SIGUE
Después de años visitando al psicoanalista, parecía que aquellas sesiones la estaban haciendo ver la vida con otro color. El desgraciado de su vecino, del que siempre había estado enamorada, había abusado de ella para celebrar que llevaban dos semanas siendo novios. Desde entonces Celia no había podido tener una relación con nadie más. Sentía fobia incluso a hablar a solas con algún chico, y aunque se sentía más segura en casa, con sus cosas, o en el bullicioso instituto donde sus amigas nunca la dejaban sola, sabía que no podía vivir eternamente amedrentada por aquel recuerdo y obsesionada por controlarlo todo. Era consciente de que se estaba perdiendo muchas cosas bonitas de la vida a su edad por culpa de ese sinvergüenza, que gracias a la justicia estaba pagando su delito. El chip le cambió el día que su médico le dijo algo que no olvidaría en su vida, algo que la ayudaría a avanzar y a pasar página. A vivir. “Que los árboles no te impidan ver el bosque”, y no lo entendió, hasta ahora.

Laura Pérez Alférez

MISÓGINO

Observé el cuerpo durante horas, disfrutando el momento. Tenía que cortarle las manos, en sus uñas había restos de mi piel.

El aire cargado de la habitación se agarraba a mi garganta, casi podía saborear aquel olor a sangre y vísceras.

La arrastré hasta la bañera, era corpulenta y pesaba bastante.

El banquito del tocador serviría como tabla de cocina improvisada, un corte limpio en las muñecas y un movimiento decidido fue suficiente, los tendones y ligamentos de un blanquecino pegajoso y sanguinolento, fueron cómodos de cortar, la mano se separó con facilidad.  Puse el cuerpo dentro de una maleta en posición fetal y la cerré, así sería fácil de trasladar, pero ahora estaba muy cansado, no podía más. Pronto amanecería.

Dormí inquieto, con fiebre, aquel domingo desperté muy tarde. Después de preparar una masa con cemento para introducir las manos, salí a dar un paseo. Esperaría a la madrugada siguiente para deshacerme del cuerpo.

Por suerte aquella noche llovía, conduje hacia el monte, dejando atrás el río que bordeaba el pueblo. No podía dejar ningún cabo suelto, los árboles no me impedirían ver el bosque.

El camino estaba resbaladizo, arrastré la maleta por el barro hasta llegar a un espacio de tierra blanda, oculto entre los pinos y me puse a cavar. Supuse que la mujer estaría tiesa después de tantas horas. Así era, el cuerpo no salía, estaba encajada y rígida dentro de la maleta, me tocó volcarla y golpearla con las escasas fuerzas que me quedaban. Cuando lo conseguí, la tiré a la fosa. Sus ojos parecían mirarme preguntándome por sus manos.

La cubrí de tierra a toda prisa y me fui de allí.

Las manos estaban dentro del cemento, duro como una piedra, las arrojaría a la vuelta al río, y allí se quedarían, en el fondo, para siempre jamás.

Cada noche rostros aterrorizados de desconocidas vienen a visitarme en sueños, y unas manos descarnadas   flotan en el río nadando hacia la orilla.


No hay comentarios:

Publicar un comentario