sábado, 24 de octubre de 2020

DÍA INTERNACIONAL DE LAS BIBLIOTECAS

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24 DE OCTUBRE

DÍA 

INTERNACIONAL📚

DE LAS 

📚BIBLIOTECAS

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La Viñuela conmemora el Día Internacional de las Bibliotecas con una exposición de relatos, realizados por miembros del Club de Lectura y Teatro de La Viñuela.

La iniciativa, organizada por la Biblioteca Pública de La Viñuela, intenta acercar historias creativas y originales, acompañadas con pequeñas ilustraciones.

Estos microrrelatos serán expuestos durante varios días en la Biblioteca Municipal, todo el que desee visitar esta actividad, podrá hacerlo teniendo en cuenta las medidas de seguridad y distanciamiento, así como las de aforo propuestas por el Consistorio Municipal.

Estas actividades pretenden incentivar y contribuir al enriquecimiento de la cultura local.

Para poner en situación al lector, debemos comenzar la historia por el principio. En 1992, la Biblioteca Nacional de Sarajevo quedó totalmente en ruinas debido al conflicto bélico de los Balcanes. Lo que detonó dicha destrucción fue su arquitectura, que incorporaba elementos de tradición árabe y oriental, recordando a todos los que pasaban por delante de ella que ya no formaban parte del Imperio Otomano (Turco). De este odio a lo ajeno nace el término ‘memoricidio’, que es la palabra que se utiliza para describir la destrucción del acervo cultural de un pueblo.

Para recordar este trágico suceso, desde el año 1997, cada 24 de octubre se celebra en muchos países el Día Internacional de las Bibliotecas. Una efeméride que busca resaltar la importancia que tiene este tipo de edificaciones para la historia humana como resguardo de su cultura, de sus escritos, de sus creencias. Así podemos decir que la historia de ese día surgió de entre las cenizas y la perdida de cientos de miles de textos únicos.

Y para celebrar el Día Internacional de las Bibliotecas basta con que visites alguna de ellas, seguro que te diviertes con las actividades que tengan programadas, o comparte una reseña sobre algún libro que recomiendes.

En el Club de Lectura y Teatro de La Viñuela hemos optado por celebrarlo ofreciendo lecturas en nuestro blog, y como hemos dicho anteriormente, también podréis encontrarlas en la propia biblioteca. Son textos originales, cuyo tema gira en torno a esos edificios tan especiales para nosotros, guardianes de tantos tesoros y emociones. Deseamos que disfrutéis de estos microrrelatos y que abran vuestra mente para visitar nuevos mundos en papel.


Gema Frías Luque

GUARDIANA DE LIBROS

20/09/1982

Me fascinaba ver cómo los libros eran clasificados. En el aula de clase había un armario lleno. Los alumnos tomábamos un libro por mes. Detallábamos el título en una ficha, el nombre del autor y  un resumen del contenido. Me encantaba hacerlo, tanto que a los 10 años ya había enumerado todos mis libros.

Algo pasaba cuando visitaba la biblioteca del instituto, no podía dejar de observar al señor que hojeaba una ficha antes de alcanzarme el libro. Más que sentarme a leer, yo quería ser la persona que entregaba los libros. Me alentó que alguien creyera que yo sería capaz de algo así, y tras superar un examen, sería la bibliotecaria de mi pueblo. El caudal de información era enorme y lo cierto es que el bibliotecario no solo necesita saber lo que tiene, sino dónde podría estar lo que se necesita. También tuve que hacer de guía, orientar y enseñar…

Es tremendo el poder de los libros, se nota como enriquece la vida y es que las bibliotecas tienen la capacidad de igualar: todos podemos entrar.


Dori Calderón Ramos

ESE MÁGICO LUGAR

Cada tarde, al abrir la puerta y entrar, me sumerjo en un mundo donde la lógica no tiene lugar, todo se vuelve mágico, quizás con un toque de locura que convierte a este lugar en un espacio singular.

En pocos minutos llegan esos locos bajitos con su algarabía de risas y sus miradas traviesas, llenando las mesas de papel y el ambiente de color, y yo, ingenua de mí,  tratando de poner orden y silencio, les hablo seriamente, pero solo es cuestión de segundos que uno de ellos me mire, me cuente su aventura del día y mi corazón se siente a la mesa con ellos.


Se abre la puerta de nuevo..."¡Sssssstt, silencio niños! Tenemos visita, es la Señora Remedios que viene a cambiar el libro leído por otra nueva historia, siempre os dedica unas palabras amables, así que sed educados”.

Pero cuando llega nuestro vecino más jovial y nada más entrar vocifera mi nombre, no puedo controlar vuestras risas y solo puedo hacer el silencio con una mirada suplicante y cómplice.

Algo similar ocurre cuando, antes de que nadie aparezca en la sala, oímos una cantiña  familiar, ya sabemos de quién se trata, ella siempre llega así, precedida de su canción, y vosotros mitigáis esa risa que os provoca escondiendo vuestras caras en los libros, mientras yo escucho cuánto le ha gustado esta historia y junto a ella buscamos otra que le haga sentirse feliz mientras viaja por las páginas de un nuevo libro.

Algunas tardes, llegan los que antaño ocuparon vuestro lugar, ya se sienten mayores y buscan el libro que toca leer o una mesa libre para trabajar en grupo, y en sus miradas encuentro el cariño que se forjó en esas tardes compartidas.

Hoy es lunes, un día especial para la Biblioteca, al anochecer se llena de luz magistral. A esta hora llega un grupo de gente que no son bajitos, pero sí un poco locos, y con su locura me transportan a un mundo de luces, risas y sueños que entre todos tratamos que se hagan realidad.

Viajamos juntos a través de los libros a mil lugares, y juntos damos vida a historias y a personajes, porque como dijo uno de esos locos, juntos formamos un todo.

Y yo me siento parte de este lugar,  porque siempre hay alguien que necesita una historia, lo aprendí hace años, cuando una carita soñadora me miraba suplicante cada tarde y me decía: "¿Me lees de nuevo el libro del Dragón Rojo?"



Rafa Núñez Rodríguez

LOS AYUDANTES DE LA BIBLIOTECARIA

Las luces se apagaron y ellos se sentaron en el centro de la biblioteca. Eran cuatro, pequeñitos, casi etéreos, con los ojos grandes y una gran sonrisa. Eran los ayudantes de la bibliotecaria. Por las mañanas les llevaba leche y galletas y ellos sentían adoración por ella.
A veces la ayudaban con los deberes de los niños, les movían los lápices hacia las respuestas adecuadas, o saltaban sobre las teclas del ordenador. Ella, aún sin verlos, les guiñaba y seguía etiquetando.

Cuando no había nadie, abrían algunos libros y se montaban sobre Babieca, Rocinante y otros caballos, y hacían carreras sobre las mesas. Casi siempre ganaba Bucéfalo, entonces se escuchaba el “pssssss” de la cuidadora de los libros, entre risas lo recogían todo y se introducían entre las páginas, para comprobar que todo estaba correcto.
Al oscurecer les daba las buenas noches y los dejaba allí, dueños de tantos mundos como fantasías viviesen en su imaginación. Ellos comenzaban a contar historias de esas en las que brillan las estrellas, de lunas llenas y amores imposibles, hasta que entre risas se quedaban dormidos.

 

Mª Jesús Campos Escalona

EL UNIVERSO DE LAS PALABRAS ESCRITAS

Siendo una niña  aprendí  el amor por la lectura. Cada tarde me adentraba en un mundo mágico: los  hermanos Grim, eran mis favoritos, aunque  reconozco  que cada libro que caía en mis manos  era como pequeñas y jugosas frutas que yo, ansiosa, devoraba.

Una persona muy especial que  me enseñó  el camino  y que cada tarde  me acompañaba de la mano,  era Dori Calderón Ramos, la bibliotecaria. Ella me abría  la puerta a infinidad  de lugares y yo, con ojos grandes e iluminados, le sonreía con agradecimiento. Hoy puedo decir, que somos buenas amigas.

Seguí, durante muchas tardes más,  yendo  a la biblioteca; con sus libros aprendí a compartir,  a leer con fluidez, y a entender  lo que  leía,  pero sobre todo a amar. A amar intensamente  a esos eruditos que lo saben todo. ¡Oh, los libros...!, te enseñan tantas cosas y tan variadas que  su gama es infinita. Con los años llegó  la madurez y nunca,  he dejado  de leer. Esa amistad se ha consolidado  cada vez más. Igual  que la amistad que formo con  mi grupo  de lectura, el cual, al igual  que yo, adoramos escribir, leer y actuar, y no paramos de navegar por doquier. Con ellos me siento  dichosa y feliz.

La biblioteca  ha sido y es, una parte muy importante  en mi vida, una extensión  más  de mi  misma. Con sus páginas he soñado, he viajado,  he comido platos gourmets  y hasta me he enamorado. La biblioteca es un mundo con infinidad de posibilidades,  dicen que es mágico, ¡entra cualquier  día,  compruébalo! ¡El poder que  tiene es maravilloso!

 

Laura Pérez Alférez

LA LEYERA

Se pasaba horas enteras, embelesada frente a la biblioteca que había en casa de sus padres, compuesta por una simple estantería repleta de libros y un antiguo mueble de madera oscura, en el que su padre guardaba sus tesoros más preciados, decenas de libros de lomos gastados por el uso y el paso del tiempo. Le fascinaba aquel mueble y su contenido, ella lo llamaba leyera por relacionarlo con la palabra leer, en realidad era una antigua hielera o yelera, destinada muchos años atrás a conservar hielo, la niña estaba segura que los mayores lo pronunciaban mal.

Su deseo infinito de aprender a leer se agudizaba cada noche, cuando la casa se llenaba de jóvenes sentados alrededor de la mesa grande, y su padre sacaba sus libros de historia, geografía, aritmética, ortografía..., y leía en voz alta a sus improvisados alumnos, ávidos por recibir los  conocimientos que no tuvieron tiempo de aprender en la escuela, por tener que ayudar a la familia en las faenas del campo a tan temprana edad.

La pequeña observaba a su padre, maestro de noche, y a sus alumnos desde el regazo de su madre, sentada cerca de la chimenea en las largas  noches de invierno, hasta que el sueño cerraba sus ojos y continuaba soñando con historias  fantásticas guardadas en aquellos libros custodiados en la leyera, que ella leería algún día.

Recuerdos de tardes de verano junto a su padre, en el toldo levantando las pasas, cuando el sol se iba ocultando y la calor amainaba, memorias de miles de cuentos, unos inventados, improvisados, otros ya conocidos y aprendidos de tanto escucharlos y no por ello menos sorprendentes, siempre narrados de forma diferente, historias de niños prisioneros de la malvada bruja de la casita de chocolate, o como Garbancito fue tragado entero por la vaca que se comió la col, o también los siete cabritillos que se tragó el lobo feroz, todos ellos con finales felices, eran rescatados por sus padres y llevados de vuelta a casa. Otros muy divertidos en los que su padre, con una gran imaginación, la convertía en protagonista del cuento y entre risas y algarabías pasaban la tarde, hasta que su madre la llamaba para merendar.

En el fondo de un viejo baúl, años más tarde, encontró decenas de novelas atesoradas por su abuela, según le habían contado había sido una gran lectora. Este hallazgo la entusiasmó y la mantuvo ocupada durante un tiempo, ordenando y clasificando las novelas por fascículos.

Aquellos libros y aquellas maravillosas historias forjaron en la pequeña el amor por la lectura.

El día que aprobó el examen para trabajar en la biblioteca fue de una gran alegría que, como no, compartió con su padre.

“Besos al cielo, papá”.


Cande Molina Mostazo

BIBLIOTECARIAS QUE MARCAN LA DIFERENCIA

El olor, el olor a libros, no sé cómo definir el olor que aún recuerdo de la biblioteca de mi pueblo, seguramente sería olor a viejo. La primera tarde que fui consciente de lo maravilloso que era ese lugar fue una tarde de otoño, en el colegio nos habían mandado un trabajo sobre escritores de la Generación del 27, y allí que estaba yo puntual esperando que la bibliotecaria abriera las puertas de la sabiduría.

Empecé a mirar estanterías y me sorprendió el orden tan perfecto. Me encantó una enciclopedia de  literatura, solo recuerdo que sus tapas eran azules,  en ella encontraba biografías, poemas, trozos de textos y explicaba lo que el autor quería transmitir.

La biblioteca pronto se convirtió en la rutina de la felicidad porque, además de leer todos los libros juveniles llenos de  historias y aventuras, para nuestra pandilla era la excusa perfecta para salir de casa, “mamá, tengo que ir a la biblioteca”, y claro qué madre le va a negar a un hijo ir a ese fantástico lugar.

Así fue como la biblioteca paso a formar  parte  de nuestra vida, allí quedabas con el chico que te gustaba, allí nos reuníamos para hacer los deberes, en fin era nuestro paraíso de las tardes.

Ahora, con el paso de los años, he visitado varias bibliotecas enormes y sorprendentes, dignas de llamarlas museos, elegantes en todos los sentidos, aunque yo sigo emocionándome por las bibliotecas rurales. Sí, las de los pueblos, que a pesar de ser muy pequeñas y de no tener una arquitectura definida, más bien alguna pared torcida y algún gran ventanal, son las que van firmando recuerdos, esos que se quedan en el corazón. Y así lo quise transmitir a  mi hija, que desde muy pequeña, empecé a llevarla un ratito por las tarde a ese precioso lugar lleno de libros, para elegir un cuento y leerlo en casa.

 Allí conoció a los hijos de la bibliotecaria, y ya se sabe, los niños se relacionan muy rápidamente y claro, pues yo también empecé a relacionarme con la bibliotecaria, sin duda la mejor profesional que he conocido. Me recomendaba cuentos y novelas con tanto entusiasmo que estaba deseando de llegar a casa para leerlos y poder contrastar opiniones al día siguiente. En la  biblioteca de La Viñuela hay que mantener el silencio y el orden, pero  se puede  hablar bajito, e incluso  recuerdo haber soltado alguna carcajada mientras leía un capítulo de algún magnífico libro, entonces  la bibliotecaria alzaba la mirada y te hacía un guiño que significaba “ya te dije que era muy bueno y te ibas a reír mucho”.

Actualmente sigo muy vinculada a la biblioteca porque pertenezco a un grupo de lectura, proyecto e iniciativa de una de mis mejores amigas, la bibliotecaria, no podía ser de otra manera. Encontré en mi camino una persona maravillosa, donde cada día ‘libros van y libros vienen’, hasta que no nos quedó más remedio que  imprimir  una muy buena amistad.

Por consiguiente, sigo disfrutando de maravillosas novelas y, tras leerlas, nos reunimos para sacarle todo el jugo y bebérnoslo  a sorbitos pequeños para poder ir saboreando cada frase y cada palabra. Un grupo muy variopinto, con pensamientos muy distintos, con personalidades muy diferentes, pero que nos une el amor por la cultura y el respeto, y hemos conseguido crear vínculos de amistad gracias a la palabra bibliotecaria, porque una biblioteca es maravillosa cuando su bibliotecaria es extraordinaria.

Eternamente agradecida, querida amiga.


Montse Martínez Serrano

ENTRE TÚ Y YO

Se despertó sobresaltado con una caricia. Hacía semanas que nadie lo tocaba. La suavidad de las manos de la bibliotecaria endureció el cuero cuarteado que sentía en el dorso. Aspiró el perfume, tanto como el lomo se lo permitió, para impregnar sus 178  hojas de agua de azahar, pero la mezcla con el tufillo a viejo de las obras clásicas del siglo de oro español le revolvieron hasta la sinopsis. 

Y de repente, el aire y la luz. Alguien por fin quería leerlo. Se sintió excitado imaginando cómo sería su nuevo lector, si de los que se duermen con un libro, de los que no pueden dar un paso sin llevarlo a cuestas, de los que se sientan horas en el rincón de lectura o de los que usan los libros de posavasos. En el peor de los casos perdería de olfato al Lazarillo de Tormes y a La Celestina. Aquel día era de los buenos. Dejaron atrás el pasillo diez, recorrieron el nueve y al llegar al mostrador, pasaron de largo. ¿Por qué la bibliotecaria no se detuvo a rellenar la ficha y proceder al préstamo? Con paso célere llegaron hasta el pasillo dos, lo alzaron y abriendo hueco entre dos libros delgaduchos, lo encorsetaron.


Mª Carmen Jiménez Aragón

EL BUNKER

El viaje había durado demasiadas horas, pero nos habían prometido que era el bunker más seguro sobre la faz de la tierra y, mis padres y yo, no dudamos en unirnos al grupo.

La puerta de entrada era inmensa, quizá para dar una idea de lo que encontraríamos dentro. Pero al cruzarla me di cuenta que jamás en mi vida hubiera imaginado poder estar en un paraíso así. Ante mí se abría una gran avenida con jardines, flanqueada a ambos lados por estantes que llegaban casi al pesado cielo, repletos de libros de todos los colores y tamaños. Multitud de callejuelas a derecha e izquierda formaban un entramado laberíntico en el que estaba deseando perderme. A medida que me adentraba en aquel universo quedaba más maravillada, estaba eufórica por saber que aquel incalculable tesoro se había salvado de la catástrofe y gracias a él el futuro conocería los orígenes de la humanidad.

Callejeando por aquel lugar vi imágenes que quedarán grabadas en mi memoria para siempre: encontré un grupo de chicos que charlaba animadamente, sentados en los bancos bajo una farola, sobre el libro que tenían entre las manos; dos calles más abajo, la luz de las farolas se volvía más tenue para no molestar a esos que ya leían metidos en sus camas; al doblar una esquina me topé con la sección infantil, donde los niños más inquietos escuchaban expectantes la narración del cuento mientras que los más pequeños aguardaban en sus cunas a que el sueño los atrapara en medio de bosques encantados o aventuras trepidantes; no sé cómo, fui a parar a la sección de cocina, cientos y cientos de libros sobre recetas tradicionales, vegetarianas, hipocalóricas, orientales…, todos asomados desde las alturas viendo como los chefs preparaban ricos platos en los fogones instalados a pie de caminante; los libros de naturaleza eran los que ocupaban mayor espacio en aquella biblioteca-ciudad ya que estaban divididos a su vez en diferentes áreas, la de agricultura era la que más me gustaba, ubicada, lógicamente, junto a los huertos de hortalizas que abastecían a todos los habitantes del bunker.

En fin, si aquella era la única forma de vida posible a la que podía optar el ser humano, yo estaba encantada. Me inscribí como ayudante de la bibliotecaria y trabajaría duro para hacer de aquel mundo un oasis para todo los supervivientes.

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